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Carlos Giménez también nos hacía reír: anécdotas/ fragmento del libro biográfico "Carlos Giménez el genio irreverente" (2023) de Viviana Marcela Iriart

 


Esther Plaza y Carlos Giménez. Fuente: Jimena Miramontes Plaza


Betty Angelotti: "En Nueva York una actriz que, pobrecita, murió, que no era actriz, que había entrado por acomodo, que no servía para nada, hacía un personaje que era amiga de mi personaje (…) Y en la escena final tenía que entrar con Azucena llevando esa enorme mesa que era donde iba a caer muerta la madre. Era muy larga y ¿cómo había que entrarla? Adelante iba esta chica y Azucena por detrás. ¿El día del estreno sabés lo que hace ella? En vez de entrar caminando hacia adelante, como le había marcado Carlos, la entró caminando para atrás.

Cuando terminó la función Carlos la quería matar, agarró un paraguas y se fue a los camarines, que estaban abajo, bajó las escaleras y la corrió con el paraguas gritándole que la iba a matar. Y yo detrás de él me moría de risa y le decía: ¡matála, sí, matála, hizo todo mal!

Decí que se le metieron delante los asistentes de Carlos y ella se escondió en su camarín, porque si no yo creo que él le iba a partir el paraguas en la cabeza. Pero él tenía razón. Él tenía una puesta perfecta, todo el mundo estaba maravillado con el montaje, ¿y vos vas a venir y le vas a caminar para atrás? Eso no lo puede hacer una actriz."

 


Carmen Carmona: "Fui la única mujer productora que viajó con él a Argentina, no siendo yo integrante de Rajatabla. Carlos tenía que dar algunas conferencias (…)  Estábamos todos alojados en el mismo hotel y a la hora del desayuno, cuando estábamos terminando, Carlos me llamó aparte y me dijo: “Carmen, tenemos una reunión dentro de media hora” y me guiñó el ojo y me dijo “te espero en el lobby del hotel”.  

Allí nos encontramos y salimos por otra puerta y nos metimos en un taxi, escondidos de todos los demás integrantes del grupo, y me llevó a pasear a los lugares más emblemáticos de Buenos Aires: me llevó al bar donde cantó Carlos Gardel y a un hotel bellísimo que no sé cómo se llama.

De regreso al hotel nos montamos en otro taxi y Carlos empieza a hablar con el taxista y le dice “me acabo de casar con esta morena en Caracas y nos vinimos a pasar la luna de miel en Argentina, a los niños que son mellizos los dejamos en casa de los padres de mi esposa, uno se llama Andrés y la niña se llama Gisela”, ¡yo no podía contener la risa! ¡Nunca había disfrutado un paseo tanto como ese! Antes de llegar al hotel me dijo “me voy a bajar un poco antes para que no sepan que andamos juntos, porque si no te matan todos los del grupo”.

Otra anécdota fue que él mandó a su secretaria a que le comprara un pasaje, porque se iba de viaje, y se alistó todo para su partida. Carlos era un maniático de la puntualidad y el horario, y al siguiente día de su partida todo el mundo llegó súper tarde y haciendo desorden y de repente se abre la puerta de su oficina… ¡y era Carlos! ¡Ese día los botó a todos! (Risas) “¿Así es como ustedes se comportan cuando yo no estoy?” (Risas). Pero por supuesto no botó a nadie."


 Rubén Monasterios: "Nos encontramos en Tbilisi, capital de Georgia (antigua URSS), en la frontera entre Asia y Europa. Rajatabla presentará Bolívar en un festival.

Anochece; varios conversamos en torno al fuego en la recepción del hotel. De pronto aparece un grupo de personas; evidentemente están muertas de frío, hambrientas y exhaustas; es una compañía teatral que llega de alguna parte del mundo a participar en el evento; les han asignado ese hotel, pero por error en la logística el establecimiento está repleto, de modo que el gerente rehúsa admitirlos con una actitud no precisamente amable ni compasiva. Todos lamentamos la situación y abogamos por los recién llegados, sin lograr cambiar la decisión del individuo.

Súbitamente explota Carlos: valiéndose del intérprete forma lo que en buen castellano de Venezuela llamamos un soberbio peo a grito herido; no se modera en cuanto a calificativos denigratorios del gerente, se vale de todos los argumentos imaginables en la situación y termina diciendo que los del grupo no se moverán del hotel; que el gerente busque la forma de solucionar, porque ellos definitivamente ‘no se van’.

En medio de la agitación, resulta un tanto cómico el contraste entre la exaltación de Carlos y la conducta del traductor, que con serenidad profesional repite en ruso −supongo yo− sus improperios. Intimidado por el basilisco austral, o conmovido por sus alegatos, el hombre cede; se improvisa un espacio para su pernocta; aparecen camas de campaña, colchones y cobijas."


  Aitor Gaviria: "Recuerdo una vez en el Delacorte Theater, en New York, que a Carlos le acababan de hacer una entrevista para los medios de allí e inmediatamente después nos reunió a todo el elenco en el escenario, que era al aire libre, y empezó a gesticular exageradamente y a corregir cosas de algunas escenas. Yo le dije:

-Pero Carlos yo no estoy en esa escena- y dijo, después de guiñarme un ojo:

- “Es que están filmando a lo lejos y quiero que se me vea con carácter...!!!”

 

Jorge Arán: En 1988 participé en la organización del VII Festival Internacional de Teatro de Caracas. Estaba encargado de llevar al día el organigrama de los espectáculos que integrarían el Festival. Carlos me puso un escritorio en su amplia oficina.

Un día, no sé por qué ni a quién se le ocurrió, pusieron una cafetera sobre una biblioteca, justo atrás de Carlos. No importaba con quién estuviera hablando Carlos, entraban como por su casa con su tacita en mano, la llenaban de café y salían. Yo a la distancia observaba las reacciones de Carlos, pero no vi en ningún momento que se le moviera un solo músculo del rostro.

Un par de días más tarde, en una reunión general de todas las áreas en la que todos presentaban sus informes, uno de ellos (no viene al caso quién) informó que no había logrado concretar su tarea. ¡Para qué! Carlos saltó, se le pararon los pelos y manoteó la cafetera, que voló al diablo. Todo el mundo abandonó la oficina en completo silencio y rogando no provocar la ira de Carlos.

Acto seguido Carlos se sentó en su escritorio y entonces le pregunte: ¿Te tenía harto la cafetera, no? Y mirándome con picardía me dijo: ¡Repodrido! Así era Carlos, cada tanto tenía que provocar un remolino que pusiera en orden la tropa."

 

Fragmento de la biografía Carlos Giménez el genio irreverente (2023)  de Viviana Marcela Iriart, Ed. Escritoras Unidas & Cía. Editoras




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CARLOS GIMÉNEZ EL GENIO IRREVERENTE


Carlos Giménez en la web

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