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Foto: Luis Escobar |
A fines de 1990, mientras
actuaba en el Teatro Nacional Cervantes de Buenos Aires con la Comedia
Cordobesa, representando “Príncipe Azul” del autor Eugenio Griffero, por un llamado telefónico de mi mamá desde
Córdoba me enteré que me había llegado una invitación del Gobierno de Venezuela
para integrarme al Proyecto Pedagógico Teatral de ese país, invitación que
había sido tramitada por mi amigo Carlos
Giménez.
En uno de esos viajes, con el permiso de Carlos
Giménez, y mediación de Robert Stopello, asistente personal de Carlos, pude
asistir a dos ensayos de “Peer Gynt”
que, en versión estupenda de Aníbal Grunn y dirección espectacular de Carlos se
estaba montando en la sala Anna Julia Rojas del Ateneo de Caracas
.
¡Fue un impacto…! Más de treinta actores, una nube de
técnicos, asistentes, asesores, productores e iluminadores corrían de un lado a
otro ultimando detalles antes que el director ingresara a la sala de ensayo. Carlos
Giménez, precedido por la Junta Directiva de Rajatabla, llegó a la hora
precisada para el ensayo, uno de los últimos, y como en una ceremonia todo
estaba en orden y en una calma que presagiaba una tormenta.
El ensayo pre-general recorrió la obra sin tropiezos
durante las cuatro horas que duraba. En realidad la obra original de Ibsen dura
mucho más, pero la estupenda versión de Aníbal Grunn la había condensado en
cuatro horas de aventuras increíbles sobre el escenario.
Al finalizar, Carlos
marcó el saludo final y citó al elenco para una reunión al otro día para dar
algunas instrucciones. Se paró, me miró, me guiñó un ojo y con total simpleza
me dijo: “¿Vamos a comer algo?” Durante la cena solo dio algunas instrucciones
referidas a la producción y publicidad de lo que Robert Stopello tomaba nota prolijamente.
En cuanto a mí, me pidió que tratara de regular mis ensayos en San Cristóbal
para que pudiera asistir al estreno. Pero fue imposible.
De regreso a Caracas me reintegro al Taller
Nacional de Teatro que estaba ensayando “La Cocina” de Arnold Wesker,
con dirección de Aníbal Grunn y yo
incorporado como coach monitor de actores. Finalizada una extenuante jornada de
trabajo, llegué a mi departamento en Parque Central y un llamado telefónico
interrumpió la preparación del material que estaba seleccionando para la clase
del día siguiente. Era la secretaria de Carlos, Gladys Aparicio (la China), una persona amorosa, eficiente y
de una lealtad que mostraba su admiración y cariño por su jefe. Ella me
informaba que Carlos Giménez necesitaba
hablar conmigo el día siguiente a las ocho de la mañana, que por lo tanto me
invitaba a desayunar con él en Rajatabla.
A las ocho en punto estuve allí, nos sirvieron el
desayuno y Carlos me sorprendió preguntándome si estaba cómodo en Caracas y si
prefería seguir como docente, como director o si quería trabajar como actor. Le
respondí que lo que él propusiera estaba bien, que todo me interesaba. Me dijo
que tenía que hacerme un pedido muy especial y delicado: estaba prevista la
reposición de Peer
Gynt para dentro de quince días, pero que Pepe
Tejera, primera figura masculina de Rajatabla estaba muy enfermo y no podía
asumir esa responsabilidad, y que la Institución se veía muy comprometida
debido al costo requerido para el montaje y porque la publicidad ya estaba encarada. La pregunta
era si yo podía reemplazar a Pepe en semejante trabajo. Creo que Carlos
intuyó mi terror porque inmediatamente agregó: Por supuesto que no era una
obligación, pero que él consideraba que yo estaba preparado para ese trabajo,
que lo pensara, que esa sería mi presentación en Venezuela como actor, claro
que solo tenía… ¡diez días para prepararlo!
No se expresar en este momento lo que sentí, por un lado
mucho pesar por Pepe, por otro lado alegría por la confianza que me dispensaba Carlos
y miedo, por el desafío que significaba aceptarlo. Regresé al departamento sin dar mi clase y
hablé con mis compañeros Augusto González y Marcelo Pont Vergés, escenógrafos
argentinos, sobre la propuesta y ellos me alentaron a aceptarla y se
comprometieron a ayudarme. Llamé a Rajatabla y le confirmé a Carlos mi
participación, pero necesitaba hablar con él para establecer horarios de
ensayos. Carlos me respondió que como no dudaba de mi aceptación, estaba
previsto que ese mismo día se me entregara el libreto y tuviera una reunión con
los técnicos para determinar horarios. Así fue. Además de recibir una calurosa bienvenida acordamos que
desde el día siguiente dispondría del
escenario montado para los ensayos: de ocho a doce horas ensayaría con los
técnicos donde los asistentes y asesores me indicarían movimientos,
desplazamientos técnicos indispensables y manejo de arneses; luego un almuerzo de trabajo para
interiorizarme del personaje, su interrelación y los objetivos de la puesta
donde Carlos me daba instrucciones de lo
que esperaba de mi trabajo sin pedirme jamás que imitara al actor anterior, lo
mismo que hizo cuando me tocó hacer El
Coronel (donde también tuve, lamentablemente, que reemplazar a Pepe);
luego, a las 2 pm, ensayaría con todo el
elenco hasta las 8 pm.
Quiero aclarar que no dormí en diez días, me tiraba en un
sillón y entredormido repasaba los textos sumándolos a los movimientos, era
mucha la información que debía procesar
y al principio me costaba el trabajo con actores absolutamente
desconocidos hasta ese momento para mí y supongo que a ellos les pasaba lo
mismo conmigo. Pero la integración fue
maravillosa, me adoptaron como si siempre hubiésemos trabajado juntos. Hacer el
trabajo y hacerlo bien era la premisa de todos.
Al ingresar al teatro te encontrabas con la enorme proa
de un barco en el escenario como invitando a los espectadores a un viaje hacia
la aventura de vivir una utopía. Entre sirenas, alarmas, truenos, sonidos de
mar embravecido, el barco se iba “desguazando” hasta formar un montón de
chatarra sobre las cuales se veía a Peer Gynt (viejo) asido del mástil del
barco en un presagio de lo que sería su final. Detalle en las puestas de Carlos,
“superposición de tiempos y espacios,
recordar el pasado para darle valor al presente…” frases del propio Giménez.
La plataforma base del escenario era un enorme plano
inclinado con el vértice hacia el público, el que sucesivamente y sin solución
de continuidad se transformaba en la pequeña aldea donde el joven Peer (Erich Wildpret) amasaba
sus sueños de conquistar el mundo, luego se iría transformando en el Reino de
Dovre y sus duendes, el desierto con sus tormentas de viento y arena, las minas
de diamantes, la fiebre del oro, el tráfico de esclavos, hasta un manicomio,
escenas en las que Peer ya adulto (Aitor
Gaviria) amasa una gran fortuna –non
santa- y decide regresar a su aldea para demostrar que él tenía razón en su
fiebre de éxito, que lo que buscaba estaba fuera de su pequeña aldea.
Viejo y rico, Peer (yo) que a lo largo de la obra se ha
convertido en el más irresponsable y el más querible de los canallas, que se ha
erigido en el “Emperador de sí mismo”, decide cargar su oro, sus diamantes y
fortuna en un barco y regresar para ver
a su madre y a su novia (Aura
Rivas y Nathalia
Martínez) a las que había abandonado al partir. Toda la utopía del
personaje queda en claro cuando el barco naufraga y llega a su tierra tal como
se fue, sin nada. Esto hace que cobre tanta importancia el monólogo de la
cebolla, porque se transforma en la reflexión final de Ibsen que Carlos
aprovechó teatralmente en una dimensión poco común. Una gran grúa me trasladaba
sobre el público, involucrándolo, mientras el personaje ya náufrago de sus propios
apetitos, destrozaba con las manos una cebolla, único alimento que posee, en
busca del corazón, hasta convencerse que no lo tiene y hace un parangón con su
propia búsqueda quedando como reflexión final que el hombre busca fuera de él lo que está en su interior.
Silviainés
Vallejo, la escenógrafa, puso a disposición de la enorme creatividad de Carlos
Giménez un dispositivo escénico que les permitía volar y transitar por
una marea de emociones y sensaciones que se trasladaban al público en forma de
aventuras.
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Ángel Fernández Mateu y Aitor Gaviria. |
Al cabo de una semana me informaron que Carlos quería ver
un ensayo pre-general con vestuario, iluminación y sonido. Yo sabía que esa era
la “prueba de fuego” que decidiría si se hacía o no la reposición.
Carlos
apareció con la plana mayor de Rajatabla y todas las autoridades del Ateneo
de Caracas y se sentaron en medio de la platea de aquel bellísimo teatro.
El ensayo no pudo salir mejor, fue estupendo, al
finalizar todos nos confundimos en un abrazo donde hubo hasta lágrimas. Lo
habíamos logrado, pero faltaba la palabra de Carlos.
Al final del saludo quedábamos todos los actores en dos
filas sobre el proscenio. La producción invitó a los técnicos a unirse a
nosotros en el escenario para escuchar la evaluación. Felicitó a todos por el
trabajo realizado y luego, con una pausa muy teatral- no podía ser de otra
manera- se dirigió a mí y me hizo el elogio más grande que recibí en mi vida: “¿Ven
señores? Eso es un actor, simplemente un ACTOR con mayúscula, alguien que no le
teme a los desafíos porque le sobra talento”. Tímidamente, y a punto de llorar
pregunté: “¿Algo que corregir, Carlos?”
No me respondió, solo se quedó mirándome.
La reposición fue un éxito, las críticas también. El público no tenía descanso, disfrutaba como quién
disfruta de un cuento de aventuras, hicimos funciones por la mañana, igualmente
con mucho público y la gente no se movía de su lugar.
Hasta aquí lo formal.
Las anécdotas fueron muchas e inolvidables. El equipo de
productores me designaron un productor para ayudarme en el complejo mecanismo
de la obra: Andrés Vásquez, un ser de luz, alguien que con
solo sonreír me daba confianza y la
seguridad indispensable para todos los trabajos que realicé en Caracas.
Andrés manejaba, además, las relaciones públicas
maravillosamente, me acompañaba a las entrevistas y me decía como tratar a cada
periodista, yo lo miraba y hablaba con toda confianza. Si él sonreía, todo iba
bien.
Cierto día, antes de una función Andrés me acompañó a
tomar un café en el pequeño bar del Ateneo en una diminuta barra. Ya estaba
llegando mucha gente a comprar entradas para ver el espectáculo, generalmente las
colas cortaban la calle frente al Hotel Caracas Hilton. En un momento se nos
acercaron tres personas conocidas por Andrés y muy relacionadas con el ambiente
artístico de Venezuela, le pidieron que él les consiguiera entradas porque ya
estaban agotadas y sin reparar en mí, debido a que no me conocían, agregaron:
“Queremos conocer al monstruo que trajo Giménez
de Argentina”. Andrés, con su humor
maravilloso, evitó presentarme y respondió que con mucho gusto les conseguiría
los puestos para ver la obra, lo que no podía era dejarlos pasar a los
camerinos porque…”¡Ese coño ‘e‘madre argentino tiene un humor de diablos antes
de la función…!” Yo tuve que contener la risa. Después en los camerinos cuando
él contaba la escenita que había montado a fulano y fulana… ¡las carcajadas de
todo el elenco resonaban hasta la vereda…! Andresito, mi negro querido..!
Otra anécdota divertida fue que, en una de las últimas
escenas donde nos encontrábamos los tres Peer Gynt (el joven, el adulto y el
viejo) a esa altura del espectáculo, con ropa de invierno, yo me estaba deshidratando, y los
otros dos debían abrazarme, pero en una función no solo me abrazaron sino que
me volvieron a poner toda la ropa de la que yo, prolijamente, me había ido
despojando durante un texto muy difícil: sobretodo, gorro, guantes y bufanda en
una Caracas de 40 grados..! Como eso los divertía y era una señal de la amistad
y la confianza que nos unía, solo atiné a planear mi venganza.
En la escena anterior a esta estaba el naufragio y el
famoso monólogo de la cebolla, donde yo la partía con las manos buscando entre
sus capas donde tenía el corazón, luego venía la escena donde estos pillos me
abrigaban y finalmente cuando estábamos juntos aparecía el Fundidor de Almas (Vito
Lonardo) a buscarnos y yo me anteponía ofreciéndome en lugar de ellos y los
abrazaba protegiéndolos…entonces se me ocurrió acariciarlos con mis manos
llenas de cebollas rotas y restregárselas por la cara y las ropas. Nos
divertimos mucho, pero todo hubiera quedado ahí
si no hubiera entrado un asistente a decirnos que a Carlos
le había gustado mucho ese gesto protector y la caricia final, de manera que
eso quedaba así. Los tres involucrados: Aitor Gaviria, Erich Wildpred y yo celebramos
la broma con estruendosas risotadas…!
Todo el complejo mecanismo de la grúa era eléctrico, pero
debo decir que ese andamiaje nunca me dio miedo, ya que los técnicos me
asesoraron cómo debía abordarlo, de donde asirme, cómo sentarme para el
desplazamiento que me llevaría encima del público y además ellos mismos lo
probaban antes de cada función. Ocurrió que en aquella Caracas los cortes de
electricidad eran frecuentes y en una función el corte se dio justo en el
momento que yo estaba en plena escena suspendido por la grúa. De pronto
aparecieron linternas de todos lados, técnicos y actores y hasta gente del
publico me iluminaban, parecía un efecto
buscado, y Aníbal Grunn, un compañero querido y recordado, me gritaba desde el
escenario: “¡No te muevas, hala el mecate…!” La broma está en que yo… ¡no sabía
que era el “mecate”! ¡y de todos modos no había pensado en moverme de allí…! El
apagón fue corto y continuamos con la función. Al finalizar pregunté qué era un
“mecate”: “Una soga”, me contestaron, ahí comencé mi conocimiento del dialecto
“cordoqueño” una rara mezcla de cordobés y caraqueño que inventé.
Otra escena de riesgo era con el propio Aníbal Grunn,
teníamos una escena en proscenio mientras que veinte duendes se trepaban por
escaleras sostenidas entre sí. En un momento del texto Aníbal hacía referencia
a ellos y ambos girábamos a mirarlos. En una función, al girar, los duendes
habían desaparecido, una escalera se había zafado y fueron cayendo como un
dominó quedando ocultos detrás de la gran tarima, ni una queja, ni un ruido,
también parecía un truco más entre tanto movimiento.
Aquí, en esta puesta maravillosa de Carlos
Giménez tuve la suerte de integrarme al Grupo Rajatabla y trabajar con
actores que aún hoy son mis amigos: Nazareth Gil, José Luis Montero, Luz
Rodríguez, Germán Mendieta, Ingrid Muñoz y Rolando Jiménez y de los actores del Teatro Nacional Juvenil de
Venezuela, además de conocer y admirar a la Sra. Aura Rivas, una actriz de una
potencia escénica apabullante y aunque yo no tenía escenas con ella, fue uno de
los apoyos más importantes que tuve en este montaje. Y luego, cuando reemplacé a Pepe Tejera en El
Coronel… Aura, que protagonizaba
a la esposa, fue mi sostén, mi guía, mi referente en las difíciles escenas que
nos tocaba protagonizar juntos.
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Izquiera a derecha: Erich Wildpret, Aura Rivas,
Ángel Fernández Mateu, Aitor Gaviria... |
En algún momento creo que debería contar mi ingreso a El
Coronel…, que no fue muy
distinto al de Peer
Gynt, aunque el recuerdo duele mucho porque Carlos había enfermado y
nosotros nos quedábamos huérfanos, sin timonel, en un verdadero naufragio como
el de Peer
Gynt.
Córdoba, 7 de enero de 2020
Actor cordobés.
Perteneció al elenco oficial de la Comedia Cordobesa y fue integrante
del grupo El Juglar de Carlos Giménez. Ha
transitado todos los géneros artísticos, desde el circo (donde nació), el
radioteatro, el teatro, el café-concert, el music-hall, la televisión y el
cine. Con la obra El Coronel no tiene quien le escriba, de
García Márquez y dirigida por Carlos
Giménez, recorrió los principales teatros de Europa, Estados Unidos y
Latinoamérica. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Venezuela.