Jorge Arán en "Macbeth", Córdoba, 2004 |
Mario Mezzacapo, Anita Giménez, Eugenio Raschetti, Susana Márquez y Carlos Giménez, París, 1965. Fuente: Jorge Arán |
"Me interesa que mis espectáculos sean vistos
siempre por mayor cantidad de público,
pero pienso que no hay que hacer un teatro para
el público, hay que formar un público para el teatro.
El teatro es una reserva moral, por eso tiene
que cumplir una misión"
Joseph Papp, mítico productor de Broadway ("Hair"), José Antonio Rial y Carlos Giménez, Nueva York, 1988. Papp invitó a Giménez a dirigir The Death of García Lorca en Estados Unidos. Fuente: Margarita Irún |
¡Bravo, Carlos Giménez! Porqué creó el Festival Internacional de Teatro de Caracas, junto a la entrañable y talentosa María Teresa Castillo; el Instituto Universitario de Teatro (IUDET), el Grupo Rajatabla, el Taller Nacional de Teatro (TNT), el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), el Centro de Directores para el Nuevo Teatro (CDNT), ASITEJ (Asociación Internacional de Teatro para la Juventud, Capítulo Venezuela) y, en Córdoba, el Festival Latinoamericano de Teatro y el grupo El Juglar cuando todavía era adolescente.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque cuando Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, vio el El Coronel no tiene quien le escriba adaptada y dirigida por ti, dijo de sus personajes: “No los reconozco, los conozco. No los había conocido, los conocí ahora. Yo me imaginaba cómo eran, pero nunca los había visto. Ahora los vi.”
¡Bravo, Carlos Giménez! Por haber llevado a Venezuela lo mejor del teatro del mundo, permitiendo que tomáramos talleres con los grandes Maestros y Maestras y ver sus espectáculos a precios populares: Tadeusz Kantor, Berliner Ensemble, Peter Brook, Giorgio Strehler, Peter Stein, Lindsay Kemp, Pina Bausch, Norma Aleandro, Vanessa Redgrave, Kazuo Ohno, Tomaz Pandur, Eva Bergman, Eugenio Barba, Yves Lebreton, Peter Schumann, Antunes Filho, Gilles Maheu, Santiago García, Darío Fo, Els Joglars, Franca Rame, Ellen Stewart, Joseph Papp, Andrezj Wajda, Dacia Mariani…
¡Bravo, Carlos Giménez! Por hitos como Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, Bolívar y La Muerte de García Lorca de José Antonio Rial, Martí, La Palabra de Ethel Dahbar, La Honesta Persona de Sechuan de Brecht, Tu país está feliz de Antonio Miranda, El Campo de Griselda Gambaro, La señorita Julia de Strindberg, Peer Gynt de Ibsen, El Coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez… Porque sus obras fueron ovacionadas en Europa, Estados Unidos y América Latina. Porque su talento como director y gerente cultural fue único, extraordinario, irrepetible en la escena latinoamericana.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 19 años gana sus primeros premios internacionales en los festivales de teatro de Cracovia y Varsovia (Polonia), otorgados por el Instituto Internacional de Teatro-Unesco (ITI) y participa en el Primer Festival de Teatro de Nancy (Francia).
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 22 años recorre América Latina por tierra haciendo teatro para las hijas y los hijos de los mineros, los pescadores, las campesinas, los olvidados y olvidadas de la tierra y nunca dejó de hacerlo.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque fue generoso, amable, humilde y agradecido, aunque a veces la leyenda diga lo contrario. Un ser humano con todas las virtudes, defectos y contradicciones de los seres humanos.
¡Bravo, Carlos Giménez!
Porque fue un genio.
Y me haces mucha falta.
Jorge Arán y Carlos Giménez actuando en Bolivia, 1968. "Crónica para el Teatro y la Poesía", dirección Carlos Giménez. Fuente: Jorge Arán |
“A todos los lugares que ama les regala lo mejor de sí: los elencos que formó,
las escuelas de teatro, los festivales…
las escuelas de teatro, los festivales…
Él vive en ellos”
Jorge, antes de empezar quiero dar las gracias a Beatriz Chicha Martinovsky Anuch, actriz fundadora de El Juglar junto contigo, Carlos, Anita… porque me pasó las primeras fotos del grupo y me contactó contigo: ¡Gracias, Beatriz! Dicho esto, ¿en qué año, en qué ciudad y en qué circunstancias conociste a Carlos?
En Córdoba. Los dos éramos alumnos del Seminario de Arte Dramático de la Provincia de Córdoba. El Primer Año estaba dividido en dos turnos. Carlos concurría al turno noche junto a su hermana Anita, mientras que yo concurría al turno tarde, por lo que nos conocimos recién en los ensayos de Numancia, de Cervantes, dirigida por el gran Jorge Petraglia. Una súper producción de la Comedia Cordobesa que contaba con cien actores en escena y el Seminario era el semillero de la Comedia. Por supuesto que los principales papeles eran cubiertos por los grandes actores que en aquel entonces integraban la Comedia: Jolie Libois, Azucena Carmona, Alfredo Duarte, Mario Mezzacapo, Fernando Lozano, Arístides Manira, Raúl Fraire, entre otros, mientras que los soldados romanos y el pueblo numantino estaban destinados a los alumnos del Seminario. Los más corpulentos éramos Soldados Romanos y los menudos y las mujeres eran el Pueblo Numantino, entre estos últimos estaban Carlos y Anita por supuesto.
¿Cómo era Carlos? ¿Un “ángel furibundo” como dice Rubén Monasterios, el protagonista de Teorema como dice Azparren Giménez o un ser con un “ángel impresionante” como dice Norma Aleandro?
¡Ja… qué pregunta tan fácil de responder, y a la vez qué difícil! No quiero parecer pedante, por eso no voy a cometer el error de tratar abarcar todo lo que Carlos era en una sola palabra como: ángel o furibundo. No voy a tratar de definir todo el universo de Carlos en una sola palabra o una sola frase. Éramos dos chicos que jugaban a hacer teatro, que gozaban, que soñaban, con hacer teatro. Eso es todo.
¿Cómo era como alumno?
Carlitos era un chico, tres años menor que yo, común y corriente, aplicado en el trabajo y estricto en observar las indicaciones del director. Durante el primer año de Seminario tuvimos como profesora de Arte Escénico a la Sra. Adelaida Hernández Castagnino, digna representante del más puro teatro recitativo español. A pesar de eso, fue un año muy rico en experiencias, porque con la Comedia Cordobesa, además de Numancia, participamos en las puestas de El Jardín de los Cerezos, de Chejov y El Trigo es de Dios, de Ponferrada, mientras que con la Comedia Nacional (de gira por Córdoba) participamos de la puesta de El Convidado de Piedra de Zorrilla y con una Compañía de Operetas que se presentó en Córdoba, participamos de las puestas de La Viuda Alegre y del Conde de Luxemburgo.
En Segundo Año se redujo el número de alumnos por lo que los dos turnos se fundieron en uno solo. Adelaida regresó a Buenos Aires y llegó José Alberto Santiago, mucho más joven, que fue una ráfaga de aire fresco. Cambió totalmente la técnica aplicando a pie juntillas el Método de Stanislavski.
A lo largo de los dos años que lo tuvimos como profesor a Santiago llegamos a dominar la técnica de la improvisación a la perfección. En el curso se habían formado varios grupos, pero las mejores críticas eran para el que integrábamos Carlos, Anita, Miriam Perazolo, Roberto Goldslager y yo, al que invitábamos a otros compañeros según la necesidad de la improvisación.
Con la dirección de Santiago montamos dos obras: Un Día en la Gloria, de Víctor Ruiz Iriarte y Juego Dramático de Navidad, del mismo Santiago.
Sin embargo nos quedaba un sabor a poco, queríamos subir al escenario, mostrar nuestro trabajo, que nos aplaudieran. Teníamos el virus del teatro.
Así, aquel grupo de improvisaciones salió a la calle, pero necesitábamos un nombre que nos identificara y alguno de nosotros (no importa quién) tiró el nombre de El Juglar. Y así surgió El Juglar, casi por generación espontánea.
La primera obra que montamos fue Tres Actores un Drama, de Michel de Ghelderode, actuábamos Anita Giménez, Roberto Goldslager y yo, la dirección estuvo a cargo de Carlos. Por lo que esta obra es la primera puesta en escena de Carlos. Hicimos unas pocas funciones en Córdoba y la llevamos a Catamarca.
Esta fue una experiencia clave para el grupo: descubrimos que además de ser actor, director o escenógrafo, debíamos ser productores. Y Carlos tomó muy en serio eso de ser productor, y era muy bueno haciéndolo, por lo que de la forma más natural y espontánea, como la formación del grupo, se transformó en el Director del grupo. Siempre repite una frase que le sirve para lograr lo que se propone: El NO ya lo tenemos, vamos por el SÍ.
Anita Giménez (sentada), Jorge Arán, a su lado, Carlos Giménez,inclinado; Beatriz Chicha Martinovsky Anuch, Esther Plaza. Fuente: Jorge Arán |
¿Se vislumbraba ya que Carlos iba a ser un artista genial?
Carlos es su propia construcción. Él era un chico inteligente y zagas que pudo haber sido un científico genial o un estratega genial, en fin, lo que él se propusiera ser. Pero él, afortunadamente, eligió ser un Artista Genial, y digo eligió, porque su genialidad es adquirida. Puso todo su esfuerzo en construirse. Él es un producto de sí mismo.
Pero Carlos no solo fue un artista genial sobre el escenario, fue un artista, un artífice genial detrás del escenario. ¿De qué hablo? ¿De dónde crees que salieron todos los festivales que organizó, las exitosas giras teatrales, los elencos que dirigió? Todo fue producto de su extraordinaria creatividad como estratega, que hizo de Rajatabla uno de los elencos más importantes en el mundo entero.
Ahora bien, su genialidad como estratega: ¿fue por generación espontánea? ¡No! Fue su propia construcción, era la herramienta que necesitaba para trascender como artista, para que el mundo conociera y reconociera su creación artística.
¿Dónde radicaba la genialidad artística de Carlos? Este es un tema que no lo he visto tratado por ningún crítico o estudioso de su obra de arte.
Carlos me dirigió en trece obras de teatro durante los años ’60 cuando integraba El Juglar y veinte años después me dirigió, ya con la Comedia Cordobesa, en El Reñidero. Esto me permitió cotejar y analizar cómo había evolucionado en él su permanente búsqueda de la ruptura del tiempo y el espacio escénicos.
¿Tienes la imagen de las paredes en El Coronel? ¿Y la de la tormenta de arena en La Celestina? ¿Y la del agua, los espejos, la sangre, el fuego que incorporaba en sus puestas? Todos esos elementos no eran meros efectos visuales, eran parte de su búsqueda de romper con la tiranía impuesta por el tiempo (el tiempo cronológico que dura la obra) y por el espacio físico del escenario (las dimensiones de la caja escénica y su única abertura por la que el público espía la acción). Según Carlos, en el teatro ya está todo inventado, la innovación radica en la forma en que la armas.
¿De qué hablaba Carlos? ¿Recuerdas cuáles eran sus inquietudes?
Nuestro permanentemente tema de conversación giraba sobre nuestra mutua pasión: el teatro. Y la íntima necesidad de hacer trascender nuestro trabajo. Queríamos que nuestro país reconociera nuestro trabajo como artistas. Y una forma para alcanzarlo era la de obtener el reconocimiento internacional, y lograr así el reconocimiento nacional. ¡Ilusos! Argentina ha sido y es un país para el que vale más todo lo que viene de afuera, sobre todo de Europa o Estados Unidos, que lo producido en nuestra propia tierra.
Esa ha sido nuestra inquietud y de ahí surgen nuestros viajes a Europa primero y por Latinoamérica después. Sin embargo, y a pesar del reconocimiento logrado en Francia, o los premios logrados en Varsovia y Cracovia con El Otro Judas, el reconocimiento nacional nos fue esquivo. Carlos logró que Argentina reconociera su talento como artista cuando ya era tarde, cuando él ya no pertenecía a nuestro país, pertenecía a Venezuela.
Carlos cuenta en su artículo El Caballo de Troya que la directora de la escuela de teatro le dijo, “amablemente”, que no servía para el teatro. ¿Carlos te comentó algo de esto?
¡Ah… la inefable Adelaida Hernández Castagnino y su vocación por meter la pata! No solo le dijo a Carlos que se dedicara a otra cosa porque no servía para el teatro, sino que a mí me calificó con un 4 (en una escala de 1 a 10), mientras que a otros, que al poco tiempo abandonaron el teatro, los calificó con un rotundo 10.
En 1964 se gradúan y, junto a José Salas, parten a Europa. ¿Qué hicieron allí y cómo se mantenían económicamente?
Hoy es 22 de noviembre de 2018, hoy hace exactamente 55 años estábamos en el patio de la casa de Carlos, ultimando los detalles de nuestro primer viaje a Europa, cuando anunciaron por la radio el asesinato de Kennedy. A los dos se nos llenaron los ojos de lágrimas.
Y en diciembre partimos los tres en el SS Cabo Corrientes rumbo a Europa, con destino final Nápoles. Yo llegué con cinco dólares en el bolsillo y José y Carlos más o menos lo mismo. Inicialmente nos alojaron amigos, y salimos a vender un espectáculo de poesía y teatro que habíamos armado. Así logramos vender la primera función con el consecuente ingreso de dinero. ¿Y qué hicieron los tres irresponsables con ese capital? Partieron alegremente a conocer Pompeya, Salerno, y ya que estábamos tomamos un aliscafo y partimos a Capri. Regresamos a Nápoles sin una lira y salimos a vender la segunda función. ¡Pero qué felices que éramos, compartiendo la miseria y el reconocimiento del público! Porque esa primera función nos abrió las puertas para una segunda y una tercera… y así nos largamos de Nápoles rumbo a París y España.
Carlos Giménez, José Salas y Jorge Arán, Italia, 1964. Fuente: Luis Beresovsky |
Y les fue tan bien que incluso la prensa argentina reseñó el viaje de ustedes. Carlos cuenta en una entrevista que, como El Juglar no tenía dinero, su mamá, Doña Carmen, les hacía el vestuario. ¿Cómo era Doña Carmen?
En cada visita de Carlos a Córdoba, nuestra cita obligada: ir a la casa de Doña Carmen a comer las exquisitas costeletas que cocinaba. El plato preferido de Carlos. ¡Doña Carmen! Una mujer pequeña, modista de profesión que confeccionó todo el vestuario de El Juglar a cambio de un simple gracias y un beso.
Decir que Doña Carmen era una madraza está de más. Ella adoraba a su único hijo varón y competía con Anita a ver quién lo consentía más. Ella y Anita fueron las figuras centrales en la vida y el afecto de Carlos.
¿Dónde funcionaba la sala El Juglar
La Casa del Teatro funcionó en calle La Rioja 354. Era un espacio enorme con tres salas bien definidas: un enorme Hall que oficiaba de Sala de Exposiciones, una Sala a la Italiana con 200 butacas (recicladas de un antiguo cine) con un estupendo sistema de iluminación, y la Barraca, espacio no convencional dominado por las cabreadas que sostenían el techo a dos aguas del edificio. En éste espacio estrenamos Federico en Persona, de Lorca y El Cementerio de Automóviles, de Arrabal.
¿Cómo la mantenían económicamente?
Los gastos generados por la sala se solventaban holgadamente con la venta de entradas. Hacíamos funciones viernes, sábados y domingos. Los sábados dos funciones, la segunda era de trasnoche a las 0:30hs., y los domingos hacíamos dos y a veces tres funciones, a las 10hs. y 15hs., espectáculos para el público infantil y a las 21,30hs. la obra para adultos.
¡Eran un grupo exitoso!
Sí, en esos años, el público universitario llenaba las salas de teatro, conciertos, cine clubes, etc. ávidos de enriquecerse culturalmente. Y representaron la parte mayoritaria de nuestro público.
En este punto es importante recalcar que ni El Juglar, ni la Casa del Teatro jamás recibieron del Estado subsidio alguno, por lo que fuimos realmente independientes, nadie podía condicionar ni influir en nuestros proyectos y acciones. Solo hemos recibido aportes privados, sobre todo en especias, por ejemplo Pinturerías Genera nos donó, durante toda la existencia de El Juglar y la Casa del Teatro, toda la pintura que necesitábamos para las escenografías o las salas. Todos los demás gastos generados por el funcionamiento del grupo, los sosteníamos con la venta de entradas.
Carmen Gallardo, madre de Carlosy Anita, realizadora de vestuario de El Juglar, Córdoba, 1984. Foto: Viviana Marcela Iriart |
Anita Giménez y Jorge Arán en "Ardele o la Margarita" de Anouilh, dirección Carlos Giménez, 1967. Fuente: Beatriz Chicha Martinovsky Anuch |
Beatriz Chicha Martinovsky Anuch y Jorge Arán en "Ardele o la Margarita"de Anouilh, dirección Carlos Giménez, 1967. Fuente: Beatriz Chicha Martinovsky Anuch |
Diario Clarín, 9 septiembre 1965. Fuente: Jorge Arán |
¿Cuántas obras hicieron? ¿Puedes decir los nombres?
Fueron trece obras que estrenamos en Córdoba:
1963
· Tres actores un drama, de Miguel Ghelderode. Dirección: Carlos Giménez.
· Clavelina, de Madeleine Barbulee. Espectáculo para el público infantil. Dirección: Carlos Giménez.
1964
· Víctimas del Deber, de Eugene Ionesco. Dirección: Carlos Giménez.
1965
· Las Trompetas y las Águilas, de Gabriel Rúa. Dirección: J. A. Santiago. Festival de Nancy, Francia
· El otro Judas, de Abelardo Castillo. Dirección: Carlos Giménez. Festivales de Varsovia y Cracovia, Polonia
1966
· El diputado está triste, de Arnaldo Calveira. Dirección: Carlos Giménez. En la Casa del Teatro.
· El cementerio de automóviles, de Fernando Arrabal. Dirección: Carlos Giménez. En la Casa del Teatro.
· Federico en persona, de Federico García Lorca. Dirección: Carlos Giménez. En la Casa del Teatro.
· La Partida, de Samuel Beckett. Dirección: Carlos Giménez. En la Casa del Teatro.
1967
· Árdele o la Margarita, de Jean Anouilh. Dirección: Carlos Giménez. Sala Luis de Tejeda.
· Antígona, de Jean Anouilh. Dirección: Carlos Giménez. Sala Mayor del Teatro Libertador San Martín
1968
· Remedio para melancólicos, de Ray Bradbury. Dirección: Carlos Giménez. Sala Mayor del Teatro Libertador San Martín
· Crónica para el teatro y la poesía del mundo, autores varios. Dirección: Carlos Giménez. Espectáculo montado para la gira Latinoamericana.
Actuábamos en Córdoba Capital y en varias ciudades del interior cordobés: La Carlota, Rio IV, etc. Además hicimos funciones en Buenos Aires, Catamarca y Jujuy. Y giras por Europa y América Latina.
¿El Juglar ganó algún premio en Córdoba? ¿O no daban premios en aquella época?
En esos años en Córdoba no se otorgaban premios al teatro, ni tampoco los necesitábamos para hacer lo que queríamos. El Juglar estaba integrado por adolescentes que solo queríamos hacer teatro y lo que se recaudaba estaba destinado a la próxima producción.
¿Cuántos años duró El Juglar y porqué se desintegró?
Cuando en 1968 el grupo inició su segunda gira por Latinoamérica, y en la ciudad de La Quiaca resolví separarme del grupo y regresar a Córdoba. Carlos continuó con el grupo hasta que encalló en Venezuela. La existencia de El Juglar ya no tenía sentido. Y así como surgió por una necesidad, se diluyó en el tiempo. En abril de 1969, ingresé por Concurso Abierto de Antecedentes y Oposición a la Comedia Cordobesa como Actor de Cuarta Categoría.
En un artículo, el dramaturgo y director José Luis Arce dice que Carlos tuvo que autoexiliarse en 1966 “luego de su exitosa pero subversiva puesta de Fuenteovejuna, armada en sólo veinte días con la Comedia Cordobesa, cuando es golpeado en la Central de Policía y su suerte queda cifrada con implacable matemática: debía marcharse”. ¿Qué sabes de eso?
Tengo entendido, no he visto documentación que lo avale y yo estaba ausente de Córdoba, que Carlos vino a dirigir Fuenteovejuna con la Comedia Cordobesa a fines del ’68 o primeros meses del ’69.
En 1987 regresó para dirigir la Comedia Cordobesa y esta vez lo hizo por la puerta grande para poner en escena dos obras. Una, El Reñidero, de Sergio De Cecco. De esto doy fe, porque participé en esas puestas. Aquí cabe acotar que con esta obra fuimos al Festival Latino de Nueva York, México DC y Villa Hermosa. La otra era La Celestina, que no llegó a estrenarse por razones presupuestarias. ¡Lástima, yo hacía La Celestina!
¿Carlos y tú mantuvieron el contacto después de que él se radicó en Venezuela?
Desde que Carlos vive en Venezuela, visita Córdoba periódicamente. Viene a ver a su familia y a sus amigos. Siempre nos reunimos en su casa, en la mía, en un bar, una plaza… no importaba el lugar, lo bueno es la charla. Una charla que continúa con los años y la ausencia. Carlitos alguna vez definió muy bien nuestra relación, somos hermanos, no de sangre, soy su hermano de la vida, lo que crea un lazo mucho mayor, el de amigos íntimos, cómplices, compinches.
En 1987 nos reencontramos artísticamente después de veinticinco años. Ambos habíamos crecido, él como director, yo como actor. Fue maravilloso el contrapunto que se estableció, él creciendo sobre mi propuesta y yo impulsándome hacia arriba desde la suya. Después de alguno de los ensayos, licorcito de por medio, me confesó que estaba rebosante de alegría por ver cómo había crecido en mi profesión de actor.
¿Crees que Carlos cambió cuando se hizo famoso y se convirtió casi en el hombre más poderoso de la cultura venezolana?
No, no cambió. Bueno sí, la verdad es que cambió. Se transformó. Ahora no tiene que luchar a brazo partido para conseguir todo lo que imagina para sus producciones. ¿Una pluma para Peer Gynt? Ahí está. ¿Tierra, agua, arena, fuego, paredes que se desplazan, puertas que vuelan, espejos en escena? Ahí están. ¿Organizar en Caracas el Festival más importante del mundo? Ahí está. ¿Llevar a Rajatabla a una gira por Europa? Hecho. ¡¿Cómo no iba a cambiar?! ¿Tenés idea de la tranquilidad que te da saber que tu único límite es tu imaginación? Y Carlitos tiene imaginación, ¡vaya si la tiene!
A todos los lugares que ama les regala lo mejor de sí: los elencos que formó, las escuelas de teatro, los festivales… Él vive en ellos.
¿Quieres contarme alguna anécdota que hayas vivido con él?
En 1988 participé en la organización del VII Festival Internacional de Teatro de Caracas. Estaba encargado de llevar al día el organigrama de los espectáculos que integrarían el Festival. Carlos me puso un escritorio en su amplia oficina. Un día, no sé por qué ni a quién se le ocurrió, pusieron una cafetera sobre una biblioteca, justo atrás de Carlos. No importaba con quién estuviera hablando Carlos, entraban como por su casa con su tacita en mano, la llenaban de café y salían. Yo a la distancia observaba las reacciones de Carlos, pero no vi en ningún momento que se le moviera un solo músculo del rostro. Un par de días más tarde, en una reunión general de todas las áreas en la que todos presentaban sus informes, uno de ellos (no viene al caso quién) informó que no había logrado concretar su tarea. ¡Para qué! Carlos saltó, se le pararon los pelos y manoteó la cafetera, que voló al diablo. Todo el mundo abandonó la oficina en completo silencio y rogando no provocar la ira de Carlos. Acto seguido Carlos se sentó en su escritorio y entonces le pregunte: ¿Te tenía harto la cafetera, no? Y mirándome con picardía me dijo: ¡Repodrido! Así era Carlos, cada tanto tenía que provocar un remolino que pusiera en orden la tropa.
Si Carlos pudiera escucharte, ¿qué le dirías?
¿Sabés una cosa flaco? ¡Te extraño!
Carlos Giménez, Castillo de Balsareny, Barcelona, España, 1963. Obra: Recital de Poesía Latinoamericana y Española. Dirección: Carlos Giménez. Fuentes: Rajatabla. Jorge Arán |
No tengo palabras para agradecerle a Jorge Arán toda su ayuda para reconstruir, con palabras y material fotográfico, la historia de Carlos Giménez en Córdoba (y Europa), cuando siendo un adolescente empezó a soñar, empezó a volar y tuvo que emigrar para que nada ni nadie le cortara las alas.
Gracias, Jorge, por tu infinita generosidad y por tu archivo que es como un cofre lleno de piedras preciosas y cada piedra es una faceta diferente de la genialidad de Carlos.
17 de diciembre de 2018
Director. Actor. Productor. Docente. Dramaturgo. Escenógrafo. Vestuarista. Co-fundador de El Juglar. 1969-2001: actor en la Comedia Cordobesa. 1982: viaja a Nueva York becado para estudiar en el Eugene O’Neill Theatre Center. Ha actuado en Argentina, Europa, América del Norte y América Latina. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Polonia.