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IV Sesión Mundial del Teatro de las Naciones: creación del CUT / por Herman Lejter, Latin American Theatre Review, Fall 1978





En el mes de julio se realizó en Caracas la IV Sesión Mundial del Teatro de las Naciones, organizado por el Centro Venezolano del ITI, conjuntamente con el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) y el Ateneo de Caracas. 

Al festival asistieron 52 compañías de 30 países (incluyendo a Venezuela), así como 200 invitados especiales provenientes de todos los continentes. En el marco de esta IV Sesión, se destacó la vasta programación de los Eventos Especiales, planificados y realizados por el Centro Venezolano del ITI: cuatro coloquios de una duración total de quince días, con participación de treinta países; una exposición mundial de teatro con participación de trece países; una muestra de "teatro en el cine" con algunas de las más importantes experiencias teatrales del mundo; una muestra de teatro en videotape con los mejores trabajos realizados por Peter Stein; un taller teórico-práctico sobre la teoría de Stanislavsky y otro sobre Brecht; y un taller sobre Teatro de Búsqueda (el actor en busca de su identidad) que se está realizando en estos meses dirigido por Sylvain Corthay, compañero de trabajo por muchos años de Peter Brook. 

El Centro Venezolano del ITI, encargado en 1977 de la presidencia del Comité Permanente de Teatro del Tercer Mundo, se propone organizar un Centro Internacional de Información Teatral (CUT) que facilitaría especialmente a los países del Tercer Mundo romper con su aislamiento en cuanto a los acontecimientos del teatro mundial. 

El CUT tendrá como medio de divulgación dos boletines: el primero, en español, recopilará los aconteceres más importantes de la escena internacional para su difusión en los países de habla hispana; el segundo, en francés, divulgará en el exterior todo lo concerniente al teatro de Venezuela y América Latina en general. 

Para este fin el Centro Venezolano del ITI solicita colaboración, como es el envío de artículos de prensa, revistas, fichas técnicas, fotos, programas, direcciones, curriculums, etc. Favor dirigir envíos a esta dirección: Centro Venezolano del ITI, Apartado 51-456, Caracas 105, Venezuela. 

Herman Lejter Secretario General del  ITI


Fuente: Latin American Theatre Review
otoño (primavera en Sudamérica) 1978 


Nota del blog: La IV Sesión Mundial del Teatro de Naciones fue dirigida por María Teresa Castillo y Carlos Giménez.




Caracas 78: Teatro de las Naciones, por Genevieve Rozental, Latin American Theatre Review, Universidad de Kansas, Fall 1978


María Teresa Castillo y Carlos Giménez, presidenta y director
de la IV Sesión Mundial de Teatro de Naciones

"Aprovechando la presencia de excelentes actrices y cantantes, Carlos Giménez compuso un recorrido por la América Latina de las mujeres y de los negros.."






Elegir a Caracas como sede de la IV  Sesión del Teatro de las Naciones, que siempre se realizara en Europa, era un desafío a los venezolanos. Así lo interpretó el Presidente de la República, que manifestó un interés que rara vez conceden los jefes de Estado al teatro. Además de presenciar las funciones de apertura y clausura, con las cuales ni los mexicanos ni los españoles le añadieron gloria a la memoria de Valle Inclán con sus montajes convencionales, el Presidente recibió un espectáculo en su residencia.

Aprovechando la presencia de excelentes actrices y cantantes, Carlos Giménez compuso un recorrido por la América Latina de las mujeres y de los negros. Se aplaudieron, entre otras, a la uruguaya Dahd Sfeir que tomó sus riesgos denunciando injusticias y opresiones; a la colombiana Fanny Mickey, de rico temperamento cómico; a la argentina Cipe Lincovsky, capaz de pasar del desparpajo callejero a la frivolidad refinada muy clase alta o a la tragedia. A América Alonso le tocó ilustrar la chispa nacional, mezclada de emoción, con un poema de Aquiles Nazoa, y al Teatro Negro de Barlovento dar testimonio de la vitalidad de la cultura negra en Venezuela. En este período preelectoral, los venezolanos disfrutaron en sus pantallas de televisión del espectáculo integral y del discurso del amo de la Casona a favor de la libertad y del teatro. 

Desafío para Venezuela, también era ese festival un desafío de América Latina a las metrópolis culturales tradicionales. No más que un mes antes se había celebrado en París el primer coloquio universitario dedicado en Francia, quizás en Europa, al teatro latinoamericano—respuesta a Roger Callois que había declarado: "El teatro latinoamericano no existe." En 1978, sí hay que hacerse cargo; existe tal teatro y Caracas se está volviendo su capital, no por abrigar la vanguardia de los movimientos dramáticos, sino por ser lugar de encuentro y de libre palabra. 

Desde 1972, el Teatro de las Naciones ya no es un festival donde cada país presenta los espectáculos que le parecen más aptos para reforzar su prestigio, sino un centro internacional de investigación, de creación, de confrontación y de formación. Para cumplir con tales requisitos—y se ha cumplido con todos—, cuatro equipos, en principio coordinado y  patrocinados por el Instituto Internacional de Teatro, han preparado sus programas. El Festival propiamente dicho con sus 32 grupos, además de los 13 venezolanos, dependía conjuntamente de dos entidades: el CONAC estatal y el Ateneo de Caracas, asociación que organizó los tres festivales anteriores. 

La programación del "Tercer Rostro" reunía espectáculos de investigación, "one man or woman shows," talleres y conferencias de acuerdo con los objetivos de formación integral del teatrista que se ha fijado el CELCIT (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatrales). Los tres rostros del actor son el suyo, el maquillaje y la máscara. 

Por fin, los Acontecimientos Especiales: grandes coloquios, talleres de larga duración, proyecciones de películas. Estos estaban a cargo de un reducido equipo reunido alrededor de Nelly Garzón y Humberto Orsini. Y no hay que olvidar la exposición: El Gran Teatro del Mundo. Se le ofrecía al visitante un recorrido fotográfico, amenizado por algunos trajes del teatro venezolano desde la colonia hasta la última temporada, las máscaras de Donato Sartori, heredero de la tradición de la Commedia dell'Arte, las marionetas de encajes de cuero del teatro griego de sombras, una muestra dedicada a Brecht, con maquetas de escenografía, trajes, carteles, etc., una mediocre colección fotográfica del teatro húngaro y una presentación de Valle Inclán, clara, bien compuesta y dispuesta por Ricard Salvat.

Como todo festival maduro, ha tenido éste su manifestación "off," ilustración de los descontentos de ciertos venezolanos de que se invirtiera un dineral en un evento internacional, cuando se dejaban sin solucionar las dificultades locales y una escuela de actuación sin equipar. Reuniendo grupos aficionados y de teatro en la calle, resultó muy diferente de las muestras "off" que se suelen improvisar en Europa a base de iniciativas y riesgos financieros de cada grupo. Se verificó en una sala normalmente equipada, de manera coordenada y, según parece, con cierto apoyo oficial.

El Festival tuvo sus estrellas y sus descubrimientos, pero ninguna revelación mayor y ninguna tendencia dominante. En cuanto a los experimentos, nada nuevo. Parece que la vanguardia está en la resaca, buscando en todas partes nueva ola. Han triunfado los polacos del grupo Cricot II dirigidos por Tadeusz Kantor con La clase muerta, una obra fascinante sobre la niñez, el envejecimiento y la muerte, creada a base de imágenes tan conmovedoras como sencillas, que han impresionado ya a muchos públicos en el mundo.

Otros grupos ya aplaudidos en varios países, como el Khathakali de la India meridional, el Bread and Puppet con Juana de Arco, La Mamma de Nueva York con El arquitecto y el emperador de Asiría de Arrabal, bien montado por Tom O'Horgan con los excepcionales actores que requiere este texto, y Ubu rey, dirigido por Peter Brook, tuvieron merecido éxito.

El público derrumbó puertas y barreras, invadiendo hasta los escenarios, sentándose en el suelo o quedando de pie durante horas. ¡Era más útil saber repartir codazos y patadas que tener boleto! Desgraciadamente, este simpático entusiasmo desapareció al finalizar el acontecimiento, y pocos días después del  Festival, se podían ver en salas medio vacías algunos de los mismos espectáculos contratados por la empresaria Conchita Obach.

Uno de éstos, Flowers, del grupo inglés de Lindsay Kemp, impresionó por su perfección profesional. Inspirado por Nuestra Señora de las Flores de Genet, este baile o pantomima, ya que no pronuncian una palabra los actores, se resiste como el libro a toda clasificación. Es un armonioso rompecabezas cuyas piezas pertenecen a todos los géneros, a todos los estilos de dirección teatral, mezclando lo comercial o lo trivial con lo más refinado. El mismo L. Kemp interpreta a Divina. Cuando no baila con frenesí, su actuación es de calculada lentitud. El menor parpadeo suyo es significativo. Hace pensar en los actores del No, capaces de parecer más femeninos que la mujer más coqueta.

 La parte folklórica del Festival les correspondió a los músicos africanos de Mali y Niger, ya que Amin Dada no permitió salir a los de Uganda. También se aplaudió a los miembros de una tribu de la selva oriental del Ecuador, algo desconcertados ante un público internacional, y sobre todo a la prodigiosa Diablada de Oruro. Hay que imaginar a más de 200 hombres, bailando en las calles de una capital moderna, con sus faldas o sus capas de raso, ribeteadas de oro y sus grandes máscaras cornudas, de ojos saltones y vivos colores. En Oruro, la procesión satánica acaba inclinándose a los pies de la Virgen del Socavón, protectora de los mineros. En Caracas, terminó de modo inesperado: un avión militar vino de Bolivia a recoger a los diablos a toda prisa. El día siguiente, se verificaban allá las elecciones y nadie podía saber entonces que 220 votos más o menos no iban a tener la menor importancia.

Se relaciona con el folklore la representación del Güegüense, única comedia en idioma náhuatl que nos ha llegado del siglo XVI. Ricamente ataviados con mantos y tocados de plumas, pectorales y brazaletes de tobillos y muñecas, unos campesinos nicaragüenses dieron el espectáculo simbólico y grave del encuentro con sus raíces, su identidad y su dignidad. Desgraciadamente, resultó bastante monótono, ya que por respeto fiel a un texto lleno de reiteraciones no se ha sacado todo el partido posible teniendo en cuenta el público contemporáneo.

Para quienes ignoran la labor ininterrumpida del ICTUS en Santiago de Chile desde hace 22 años, ¿Cuántos años tiene un día? fue la sorpresa latinoamericana del Festival. Se trata de una creación colectiva sobre la situación actual de los creadores y la tentación del exilio voluntario. Parece ser exactamente el espectáculo catártico que necesitan hoy los chilenos: un planteo claro de la vida que llevan; la ocasión de desafiar colectivamente a las autoridades y de compartir tan sólo para dos horas cierto riesgo; una respuesta a los que sueñan en irse—"Un hombre sin raíces es como un país sin historia"; y para los que ni sueñan, el consuelo de sentirse heroicos—"Por muy poco que se pueda hacer, hay que hacerlo, porque nadie lo va a hacer por ti." Además de ser conmovedora y de gran valentía, la obra rezuma este humor propio de los pueblos oprimidos que tratan de conjurar miedos y sufrimientos por la risa.  En una planta de televisión, un equipo trata de grabar una imposible emisión. A cada rato, surgen problemas de censura, trabas administrativas y amenazas sobre los periodistas. Uno de ellos, que regresa de Europa, para donde salió hace años a hacer carrera, echa sobre este mundo la mirada ingenua del que aterriza al planeta del miedo.

Los medios técnicos se ven usados de modo discreto, al servicio del drama. Nos proyectan los video tapes filmados por los reporteros del canal: encuestas anodinas en el hipódromo, el mercado, y el aeropuerto, que nos demuestran cómo todo de repente se vuelve "subversivo." Los actores interpretan sus papeles con total identificación; están haciendo su sicodrama, noche tras noche, desde seis meses en Santiago. ¡Ojalá les dejen seguir haciéndolo!

En el coloquio que se dedicó al tema, la creación colectiva resultó ser forma privilegiada del teatro revolucionario: la que, en teoría por lo menos, desmorona las jerarquías así como la división de trabajo y estatuto entre creadores e intérpretes; la que no necesita los circuitos capitalistas de producción; la que permite asociar a la población a la elaboración de un espectáculo, y, por fin, la que suple la falta de textos populares.

El trabajo del Teatro del Escambray de Cuba ilustra estos principios. Unos teatristas que comparten la vida de una comunidad campesina elaboran sus creaciones colectivas a partir de encuestas y observaciones. Han puesto el teatro al servicio de la Revolución y cuidan la calidad estética en la medida en que es imprescindible para lograr eficacia. No valen nuestros criterios para unas obras que no se nos destinan. Habría que verlas en medio de su público. Por lo menos, hay que imaginarlo y abstraerse del ambiente internacional, sin lo cual incurriremos en los juicios someros de quienes no han visto en Ramona, obra sobre el machismo, sino un melodrama, cuya heroína se salva gracias a la Revolución de un alud de desgracias. Otra valoración superficial fue el entusiasmo de principio de una parte del público por cuanto procedía de Cuba. Algunos lamentaron que no fueran los mismos campesinos que habían proporcionado el material de la obra a los que la interpretaran, subrayando cuánto profesionalismo aparecía en el montaje; paralelismo sugerido por escenas casi simultáneas entre la pelea de gallos y la violación de Ramona; la Revolución sugerida por el derrumbe de la tela que enmarca el área escénica y luego su reconstrucción; el desdoblamiento de Ramona en dos actrices, etc.... Otros, por lo contrario lo tacharon todo de simple, afirmando que esos intelectuales les estaban dando clases elementales a su público, considerándolo incapaz de entender complejidades. ¿Qué concluir de tantas divergencias? Ramona es un espectáculo honesto, cuidadosamente realizado, aunque sin hallazgos escénicos o estéticos deslumbrantes. Plantea con toda claridad el problema del derecho a la autonomía y a la felicidad de una mujer tradicionalmente sacrificada. Será por supuesto buena base de foro para después de las funciones.

Con los mismos planteos políticos, en un país de democracia autoritaria, La Candelaria de Colombia da el ejemplo de un teatro popular sin la menor simplificación, de un teatro pobre pero imaginativo que siempre encuentra los recursos técnicos adecuados: escenografías transformables, vestuario simbólico, cambios a la vista. El grupo ha ido perfeccionando su método a lo largo de cuatro creaciones colectivas y presenta montajes brechtianos en los que cada detalle ha sido analizado y colocado respecto al sentido general y a las relaciones dialécticas de todos los componentes de la obra.

Los 10 días que estremecieron el mundo despertó menos entusiasmo que su realización anterior, Guadalupe, años sin cuenta. Quizás porque la historia soviética aparece lejana de los colombianos a pesar del hallazgo de crear un paralelismo entre Kerensky y el director del grupo teatral. A Santiago García, que además de director sabemos es un gran actor, le toca un papel de payaso que nos salva del aburrimiento, introduciendo en tanto raciocinio histórico, la dimensión del humor, del hombre que sufre y ríe de sí mismo.

La falla de las mejores creaciones colectivas, hasta el momento, radica en eso que, hablando un discurso homologado, casi no se dirigen al subconsciente o a la imaginación del espectador. No dicen más de lo que se ha querido obviamente significar.

O por el otro lado, los que se dedican a sugerir producen retoños de la vanguardia de los años 60, como esos Funerales de la Mamá Grande presentados por unos latinoamericanos radicados en Holanda. Pretenden oponer el poder abstracto que deshumaniza y aprisiona a los ciudadanos con el poder personal de la Mamá Grande. El resultado es hora y media de desplazamientos de actores vestidos de gasolineros nucleares sobre andamiajes en una luz verduzca, con acompañamiento musical tipo Pink Floyd. Gabriel García Márquez es un buen argumento publicitario...

El Teatro Popular de Bogotá, con Nuestra primera independencia, evocación maníquea del rechazo a lametrópoli española, da testimonio de la vigencia del material histórico en los escenarios latinoamericanos. Esta revisión sistemática de la historia para limpiarla de las interpretaciones colonialistas, busca las raíces del presente y lecciones para transformar el futuro. Algunos han empezado a criticarla en el coloquio. Resulta a menudo un planteo intelectual, una justificación o una rehabilitación propia. Enrique Buenaventura, poco sospechoso de favorecer el regreso a la situación colonialista, del olvido de la historia suya, aconsejó a los dramaturgos y grupos que se pusieran a buscar su identidad en el presente, estudiando al hombre latinoamericano de hoy.

El equipo Teatro Payró de Buenos Aires presentó Visita, de Ricardo Monti. Evoca los últimos retoños del teatro del absurdo: ambiente onírico, luz verduzca, mundo podrido que se desmorona. Parece ser una visita en el universo interior del autor. El investigador descubre en una mansión antaño lujosa a unos viejos— ¿sus padres?—tan rancios como tiránicos, esclavizando a su doble: un enano taimado. El tema de la invasión, frecuente en el teatro desde el Cono Sur de Egon Wolíí a Eduardo Pavlovsky, lo trata Monti al revés. El que se introduce en casa ajena, lejos de dominar a los amos de casa, aquí se encuentra como ratón en una trampa. Jaime Kogan ha montado esta pesadilla como máquina de precisión. Los actores comunican en sus extraños gestos la fuerza imparable de una lógica cuya clave nos queda disimulada. Los símbolos de la opresión ejercida por unas momias sobre un joven apasionan al público argentino desde hace meses, sin tener nada que ver con las creaciones colectivas, el teatro popular o el análisis marxista de la historia. Pero sin duda alguna estamos en América Latina.

 Venezuela se hallaba representada por 13 espectáculos; un panorama incompleto ya que faltaban creadores de talento y experiencia, pero abundante para el teatro de las Naciones, que no tiene vocación ni costumbre de presentar amplia muestra del país organizador. La mitad de los grupos eran del interior. Han surgido como de 80 a 100 de estos grupos en los últimos años. Su trabajo es indudablemente positivo y quizás no merezcan el poco interés que les manifiesta la crítica. Pero, hasta el momento, sólo en Caracas se han realizado espectáculos comparables con los que vinieron del mundo entero.

El candidato, versión libre de El Menú de Enrique Buenaventura, es la última producción de Rajatabla, un buen trabajo expresionista en la línea de El señor presidente. Un armazón de andamiajes construye el espacio rectangular y permite colocar a los espectadores en dos niveles superpuestos. El menú narra la preparación y realización de un banquete organizado por damas de la alta sociedad para lanzar a su candidato electoral. Este, mero testaferro, es un pobre diablo enmascarado. Los mendigos, obras sociales de las señoras y beneficiarios de las migajas del banquete, tras humillante ceremonia de limpieza y desinfección, demuestran el engaño socio-político, tomando uno de ellos—el ciego—la máscara y la ropa del candidato. Buenaventura ha reunido aquí a los personajes mitos y símbolos de la sociedad latinoamericana. Con los mendigos a lo Buñuel, con las damas empigorotadas montadas sobre zancos, con los criados o enfermeras al servicio de los poderosos, con la Iniciada, mendiga alucinada a quien se ha transformado en pitonisa popular, y con el candidato fantoche, Rajatabla tenía un material ideal de interpretación. Esta se caracteriza por el distanciamiento, por la precisión del gesto enfatizado y cierto aspecto mecanizado que transforma un poco a los actores en títeres. El próximo montaje de Carlos Giménez será una creación colectiva sobre un caso real de corrupción administrativa.

José Ignacio Cabrujas se dedica a la exploración de esta Venezuela prepetrolera que ha desaparecido mientras se constituía un pueblo de nuevos ricos sin pasado ni raíces. Hoy los hijos que añoran el pasado de sus padres, tratan de encontrar en él los fundamentos de una cultura nacional. Cabrujas, metido en el redescubrimiento de textos costumbristas, acaba de estrenar Yo también soy candidato, un sainete de Guinand, exitoso autor de los años 30.

El título de su propia obra, dirigida por él y producida por el Nuevo Grupo es Acto cultural organizado por la Sociedad Louis Pasteur para el fomento de las Bellas Artes, las Ciencias y las Industrias de San Rafael de Ejido. Empieza como una obra costumbrista que explotara con ironía la ola nostálgica y una variación burlona sobre el tema clásico del teatro en el teatro. Nos presenta a los miembros de una sociedad cultural pueblerina que cultiva las apariencias y finge interesarse por cualquier tema con tal de llenar el vacío de unas vidas fracasadas. Se proponen representar la vida de Cristóbal Colón. Más allá de las actitudes cursi, de la cultura empolvada, de las torpezas de actores aficionados mal preparados, de los chismorreos y del espionaje pueblerinos, más allá de los odios matrimoniales y de todos los ridículos, aparece el desamparo de cada uno. La farsa se hace mueca.

Si este Festival no aportó revelación del resto del mundo, dio a los latinoamericanos la oportunidad de afirmarse. Lo han hecho por la seriedad de su labor teatral, por lo coherente y lo unánime de sus planteos fundamentales. La mayor parte han superado la etapa de las declaraciones vengativas y de los a priori políticos. Se han adentrado en el análisis y la teorización de una práctica continua. 

GENEVIEVE ROZENTAL
París, Francia

Fuente: Latin American Theatre Review


Nota: fotos, subtítulo,  negritas y links son agregados de este blog.









Venezuela y el teatro mundial: IV Sesión del Teatro de las Naciones en Caracas/ Enrique Llovet, El País, 25 de julio de 1978





"...detrás de esta enorme pasión hay algunos nombres que identifican
 a los formidables motores de tanta riqueza cultural: 
María Teresa Castillo, Carlos Giménez ..."





Una ciudad de cuatro millones largos de habitantes, ciudad caldera, capital de un país en ebullición, que hace y deshace a diario montañas, edificios, compañías, bosques, formas de vida, realidades y ensueños, una ciudad sin tiempo para nada y con ansia para todo ha vivido fanáticamente la IV Sesión del Teatro de las Naciones, la más importante reunión teatral del mundo, congregada este año en Venezuela por obra y gracia del coraje, el empeño, la fortaleza económica, la decisión política y la sed cultural de un excelente grupo de animadores teatrales dotados, como todos sus compatriotas, de una capacidad de contagio deslumbradora.

Así, pues, Caracas ha sido, durante quince días, la capital mundial del teatro. Esta «movilidad» es de implantación relativamente reciente. Los vasos cerrados de la organización teatral se comunicaron, por vez primera, en 1857, en París. Inmediatamente el Instituto Internacional del Teatro rogó al Gobierno francés la creación de un Teatro de las Naciones permanente y Julien, Planson y Barrault dirigieron sucesivamente trece años de una fantástica actividad en el teatro Sarah-Bernhardt. No sólo se generó un internacionalismo escénico, sino que la gran circulación creativa familiarizó a todos los interesados por el arte dramático con la personalidad de los grandes actores y con las notables técnicas del Berliner Ensemble, la Opera de Pekín, el Schiller theater, el Old Vic londinense o el Piccolo teatro de Milán.

Algunos directores, como Grotowski, Strehler, Brook o Ronconi, colaboraron al corrimiento de la misión del festival, que pasó de ser un interesante pero académico certamen, a vivificarse como un riguroso centro de investigación y creación teatral. Mayo del 68 por poco acaba con la institución. Pero Jean Louis Barrault la revitalizó orientándola hacia la búsqueda, la formación y el ofrecimiento de novedades. Era inevitable y útil, en tales condiciones, la transformación del festival en una especie de super Universidad escénica itinerante. En 1975 viajó a Polonia. En 1976, a Yugoslavia. En 1977, a Alemania Federal. Este año le ha tocado a Venezuela. Y según algunos osadísimos profetas, en 1980 nos tocaría a los españoles. Pero éste no es el tema de hoy.

Traigo conmigo tres volúmenes en cuarto, seiscientas páginas de cuerpo pequeño y no regleteado, con el texto taquigráfico de los coloquios celebrados. Recibí el último al día siguiente mismo de terminar las conversaciones. Y cito este dato tan formidable como menor para representar con él la enormidad del empeño realizado por los venezolanos. Sin perder la sonrisa, minimizando el esfuerzo, con cordialidad muy sincera y con pasmosa eficacia el festival ha permitido el despliegue de compañías procedentes de veintisiete países. «La organización -dijo casi burlonamente el comité ejecutivo- comienza por un estado de espíritu.» Estado que llevó a los venezolanos a programar, además del trabajo de sus doce grupos nacionales, un increíble panorama de coloquios, talleres, exposiciones, conferencias, seminarios, encuentros, tertulias y foros que sólo es posible enunciar levemente.

Coloquios

Por ejemplo, los coloquios sobre La dramaturgia y la crítica en América Latina, centrados sobre las ideologías, el testimonio histórico, la reflexión estética, la identidad y los posibles valores universales de las posiciones críticas y dramatúrgicas; Las corrientes estéticas y su introducción y aplicación en América Latina, que repasaron las presencias de Stanislavski, Bertold Brecht y Antonin Artaud para llegar hasta el último de los experimentalismos; una Confrontación de teatro del Tercer Mundo, expositiva de los objetivos, métodos de trabajo, experiencias concretas, resultados, problemas sin resolver y demostraciones, tendente a considerar la posible existencia de una estética propia del teatro en el Tercer Mundo y la identificación popular y cultural de tal estética; un análisis técnico de las alternativas que para el espacio teatral se proponen actualmente en todo el mundo.

Por ejemplo, igualmente, un Taller Brecht, teórico- práctico, conducido por Tenscheri, director del Berliner; otro sobre Stanislavski, a cargo de Moniukov, profesor en la escuela de arte de Moscú; un Taller del Tercer Rostro, en que Jacques Lecoq trabajó sobre el movimiento, Peter Schumann sobre la significación y uso de la máscara, Michel Dezoteux y Luis Valdez sobre la creación colectiva, Donato Sartori sobre la comedia del arte. Panayotis Mihoupoulos sobre los teatros griegos de sombras y Sylvain Corthay sobre el teatro investigador.

Exposiciones

Por ejemplo, también, las exposiciones en torno a la historia del teatro venezolano, a Valle Inclán, a Bertold Brecht y a los teatros de sombras de Grecia; el espléndido cielo de teatro filmado y documentales sobre distintas experiencias teatrales; los videos sobre investigaciones en torno a la expresión dramática en la televisión; las discusiones abiertas con las compañías participantes en la sesión; y, para no cansar, por ejemplo, breve ejemplo, los seminarios sobre la técnica del actor en el teatro moderno y la expresividad del cuerpo y de la voz, el método de trabajo del Bread and Puppet, la máscara y su estructura gestual, las técnicas narrativas del teatro popular, el sistema de trabajo en las creaciones colectivas, las relaciones entre teatro y democracia en la España actual, el teatro en la filatelia y los trabajos con Peter Brook, Peter Schuman, Vittorio Gassman, Frederik, Cipe Lincovski.

Esta abrumadora actividad explica el orgullo con que Venezuela acaba de declarar el 28 de junio Día Nacional del Teatro.

Naturalmente, detrás de esta enorme pasión hay algunos nombres que identifican a los formidables motores de tanta riqueza cultural: María Teresa de Otero Silva, Carlos Giménez, José Ramón Novoa, José Ignacio Cabrujas, Luis Molina. Dos de ellos asumieron, además, la dirección escénica de los espectáculos presentados por el Nuevo Grupo y Rajatabla. Cabrujas es autor y director de Acto Cultural, que es una tierna ceremonia en que se refleja el reverencialismo de los inmovilistas históricos. El Candidato es un nuevo y espléndido montaje de Carlos Giménez al frente del grupo Rajatabla, que Madrid verá, según creo, en la próxima temporada. (Carlos Giménez sabe cuándo despertó su vocación teatral: a los diez años, contemplando una representación escolar de la Numancia cervantina.) Y diez grupos más. Y un festival «paralelo» de quienes no tuvieron cabida en la programación oficial. Y los tambores negros de Barlovento. Y una ciudad ajetreada y frenética, orgullosa de su capacidad creadora y de sus arrebatos culturales.

Fuente: El País

Foto: es un agregado de este blog.





Comenzó en Caracas el IV Festival del Teatro de las Naciones, Ángel Luis de La Calle, enviado especial a Caracas, El País, 5 de julio 1978

Dirigido por Carlos Giménez, es la primera vez que se realiza en América


Amplia representación española, con Valle Inclán como protagonista




ÁNGEL LUIS DE LA CALLE
Caracas - El País, España, 5 Julio de 1978 

Después de quince años de existencia circunscrita exclusivamente al continente europeo, el Teatro de las Naciones se ha trasladado a Latinoamérica, como un reconocimiento de la realidad histórica de esta región de mundo y resultado de su renacimiento cultural. La IV Sesión Mundial del Teatro de las Naciones se inauguró ayer oficialmente, en Caracas, aunque las sesiones de trabajo se iniciaron hace ya algunos días. Los organizadores venezolanos han conseguido concentrar en el programa de la sesión la más densa y amplia serie de acontecimientos de toda la historia del Teatro de las Naciones. Es tal la cantidad de coloquios, exposiciones, talleres, exhibiciones musicales y folklóricas, aparte de las representaciones teatrales mismas, que al simplemente espectador o al estudioso se le hace difícil seleccionar las preferencias.


Es precisamente este uno de los aspectos más destacables de la IV Sesión Mundial: tanta importancia se le ha dado a los intercambios de ideas, a los análisis sobre la realidad teatral del momento, como a las escenificaciones de obras. El festival deja de ser, así, una simple concatenación de estrenos o reposiciones para convertirse en un auténtico foro de singular importancia.

Toda la programación se ha elaborado en base a un lema fundamental: «El teatro en su contexto histórico.» Los coloquios, uno de los tres grandes pilares de la IV Sesión, miran decididamente hacia Latinoamérica, como lo demuestran los enunciados de los temas: La dramaturgia y la crítica en América Latina, Las corrientes estéticas y su introducción y aplicación en América Latina, Confrontación de teatro del Tercer Mundo y El espacio teatral.

En el primero de estos grupos, los ponentes han tratado de situar la identidad del teatro latinoamericano y su proyección histórica. El segundo analiza la influencia en este continente de tres grandes renovadores de la escena moderna: Stanislaviski, Brecht y Artaud, en el tercero de los coloquios se planteará el amplísimo tema del teatro popular a través de la creación colectiva.

Otra de las significativas actividades paralelas es la exposición «Gran Teatro del Mundo», que recoge en fotografías, cuadros, carteles, vestuarios, reproducciones escenográficas y espectáculos audiovisuales la evolución de la expresión teatral en el último siglo, con una especial referencia a la escena venezolana. En esta exposición se presenta, además, una parte específica dedicada al autor español Valle Inclán, a cuya Figura dedica la IV Sesión del Teatro de las Naciones un homenaje especial.

Uno de los foros que más expectación ha despertado es el que se dedicará al tema Teatro y democracia en la España actual, en el que van a participar Antonio Buero, Enrique Llovet, Eduardo Haro, José Campos-Borrero, Manuel Collado, Rafael Pérez Sierra, Ricardo Salvat y Juan-A. Hormigón.

La parte escénica de la IV Sesión no es menos densa que las actividades paralelas. Los organizadores han preferido, en este sentido, cargar las tintas sobre la significación de los grupos teatrales más que sobre las obras mismas. Cuarenta y cinco de estos grupos representan a los treinta países presentes en el festival. La participación venezolana es la más nutrida: nada menos que trece conjuntos. Hay representaciones tan atractivas como las de Mali, Nigeria, Irán e India.

La presencia del grupo estadounidense Bread and Puppet, que representará Juana de Arco, es otra de las vedettes anticipadas de la IV Sesión. Otro grupo norteamericano, La Mama, pondrá en escena una obra de Fernando Arrabal, El arquitecto y el emperador de Asiria.


La representación escénica española ha quedado a cargo de la compañía de María José Goyanes, con dos obras de Valle Inclán, La hija del capitán y Las galas del difunto. México ha elegido otra obra de Valle, Luces de bohemia, para su presencia en la sesión, con José Tamayo como director de la Compañía Nacional Mexicana.

Un miembro del comité que visitó España para ponerse en contacto con las distintas compañías teatrales españolas había invitado a la de Nuria Espert para que ésta representara en Caracas la versión de Fedra, realizada por Salvador Espríu, aunque en el programa oficial no figura esta compañía, sin que, por el momento, se hayan dado razones para ello.

 05 de julio de 1978.

Fuente texto : El País
Fuente Primer subtítulo y foto: este blog





Carlos Giménez dirige la IV Sesión Mundial del Teatro de las Naciones, Caracas, junio-julio 1978








Organizado por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), el Centro Venezolano de Teatro-ITI (Unesco) y el Ateneo de Caracas.

María Teresa Castillo y Carlos Giménez, presidenta y director de
la IV Sesión Mundial del Teatro de Naciones



Fuente: Rodolfo Molina






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