"No
hace falta una traducción para apreciar la inventiva de la puesta en escena"
Nadie le escribe al Coronel, la producción venezolana que se presenta aquí en el Festival
Internacional de Teatro, comienza con un trueno, un remolino de lluvia y un
cortejo fúnebre silencioso que marcha solemnemente por el escenario.
En
esta adaptación altamente ritualista de la novela de Gabriel García Márquez,
que se presenta hasta el domingo en el Teatro Steppenwolf, la sensación
de inutilidad y tristeza en el atrasado pueblo de una tierra remota y
abandonada se establece de inmediato.
Incluso
cuando la máquina de lluvia* no está en acción, hay un aura de desesperación
húmeda y sudorosa en el aire. La humedad podrida parece estar en todas partes
mientras los personajes aplastan a los zancudos que zumban a su alrededor y se
sumergen en agua fría para evitar el calor paralizante.
El
coronel esquelético del título y su esposa con forma de pájaro son dos
criaturas al borde de la extinción, sus cuerpos atormentados por el hambre y
varias dolencias físicas. Su hogar es una choza de acero corrugado, sus muebles
consisten en poco más que una hamaca, una cama y algunas sillas desvancijadas.
Todavía
de luto por la muerte de su único hijo, asesinado mientras repartía folletos
políticos, el coronel y su esposa se mueren lentamente de hambre. Con sus
últimos pesos, el coronel espera en vano la pensión que le prometieron hace 15
años por sus servicios en la guerra civil. La única esperanza para él es vender
el gallo de pelea de su hijo al jefe politico del pueblo, diabético y fanfarrón,
pero se resiste a separarse del ave porque simboliza un orgullo que no quiere
vender.
El
coronel no tiene quien le escriba (su título en español) es una obra
inusualmente oscura y sombría de García Márquez, kafkiana en esta presentacion
de una fortísima pesadilla que está estrangulando a un individuo indefenso.
No
obstante, no es una pieza escénica sombría ni aburrida gracias a la imaginación
teatral de Carlos Giménez, quien adaptó la novela de 1957 y la dirigió para su
compañía, la Fundación Rajatabla de Caracas.
La
atmósfera predominante de la producción es la de un sueño, un panorama
estilizado en el que un ángel de la muerte, portando un paraguas contra la
lluvia, se convierte en un símbolo recurrente.
Es un
paisaje de ensueño, atravesado por campanas e iluminado por relámpagos, que se
contrae y se expande a través de los tabiques acanalados que los actores giran
silenciosamente para cerrar una habitación en la casa del coronel o abrir todo el
escenario.
No
hace falta una traducción para apreciar la inventiva de la puesta en escena, ni
tampoco, por lo demás, ser esclavo de la traducción plana y simultánea al
inglés de los diálogos en español que salen por los auriculares repartidos por
los acomodadores.
La
mejor estrategia para absorber este breve trabajo de 90 minutos es llegar un
poco antes y dedicar unos minutos a leer la sinopsis impresa en el programa.
Con esa pauta general en mente, uno puede seguir la acción sin distracciones.
La actuación del
conjunto de 15 miembros bien merece la atención.
Aura Rivas, como
la esposa del coronel, es una cosita pequeña y rigida, cloqueando sobre sus
problemas y picoteando por la casa en su miseria.
José Tejera como
el asediado coronel, por otro lado, es una figura de espantapájaros de dignidad
maltratada, su rostro delgado y canoso, marcado con un bigote caído y su cuerpo
vestido con un traje negro que no le queda bien y zapatos rayados.
Cuando, en el
final de la obra, se hunde lentamente en el suelo bajo el peso de su miseria,
se convierte, por el poder de su presencia física, en una figura de gran dolor
y gran resistencia.
EL CORONEL NO
TIENE QUIEN LE ESCRIBA
Obra de teatro
adaptada por Carlos Giménez de la novela de Gabriel García Márquez; dirigida
por Giménez, con escenografía y vestuario de Rafael Reyeros, iluminación
de José Jiménez y Reyeros, y música de Federico Ruiz. Una producción de la Fundación
Rajatabla de Venezuela, presentada por el Festival Internacional de
Teatro de Chicago en el Steppenwolf Theatre, 1650 N. Halsted St. Martes a
domingos, funciones a las 2 p.m. y 7.30 p.m. Duración: 1:30.
EL ELENCO
El Coronel: José
Tejera
Esposa de
Coronel: Aura Rivas
Sabas: Aníbal
Grunn
Esposa de Sabas:
Pilar Romero
Empleado de
Correos: Francisco Alfaro
Doctor: Daniel
López
Abogado: Pedro
Pineda
Álvaro: Aitor
Gaviria
Alemán: Erich
Wilpret
Alfonso: Jesús
Araujo
Con Norman
Santana, Gabriel Flores, Alejandro Faillace, José Sánchez, Rolando Jiménez.
Recuerdo, creo
que todavía es un recuerdo, que las clases en la Escuela de Teatro de Córdoba,
allá donde caminé mis primeros pasos por las tablas de un escenario envejecido
a fuerza de tanto amor en uno, terminaban a las once de la noche. El último autobús que unía el centro con mi
barrio hacía su ronda final a las diez y cuarenta y cinco de la noche
(inexorable manía de amargarle a uno la vida en pleno invierno con inspectores
multando el retraso de los viejos cacharros). Tenía dos opciones: escaparme
disimuladamente por una puerta que chirriaba pidiendo aceite desde que fue instalada
y que hacía girar los ojos burlones de mis compañeros, todos un poco menos
jóvenes que yo, o quedarme estoicamente a escuchar el sonido del autobús de la
línea 117 que me abandonaba entre dos y cuatro grados bajo cero.
A veces Esther
Plaza, fastidiosamente compadecida, me invitaba una pizza y un vaso de vino, en
un lugar horriblemente mágico que se llamaba Akropolis. Esperábamos
entonces la llegada del primer autobús, también puntual aunque no se crea, a
las 5.45 a.m., noche cerrada en el viento que viniendo del sur choca con rabia
en la precordillera que vigila la ciudad.
Recuerdo,
quiero estar seguro de que es un recuerdo y lo converso a veces los domingos
con mi hermana en su apartamento de Parque Central, cuando comiendo las tradicionales
milanesas nos ponemos a jugar con el Nuevo Circo, en apuestas que incluyen
evangélicos, corridas suspendidas, muchachas de la calle que corren veloces
hacia los reductos inexpugnables de ese barrio árabe, que aquí llaman San
Agustín.
Recuerdo, y ese
sí es un recuerdo, que una vez fui citado por (creo que el mismo día que me
atreví a cumplir 17 años) y con voz amable, segura, maternal, la Directora de
la Escuela (Adelaida, estoy seguro que se llamaba Adelaida Hernández
Castagnino) me dio el más sabio consejo que ella pudo construir frente a mi
imagen:
- -Esto no es para usted, ponga su voluntad y su
perseverancia en continuar con éxito su carrera de Perito Mercantil.
Yo le contaba
a Esther, a mi hermana, a Rafael Reyeros, algunos sueños que chocaban con esa
invitación a expulsarme. Resistí. Y creo que a nadie le importó que me quedara.
Hacía de vez
en cuando un zapatero o un viejito en algún entremés de Cervantes. Y pasé mil horas arrodillado al pie de las
murallas de Numancia con una larga lanza de madera maciza y un perro caliente
escondido bajo el escudo de latón con el que yo defendía la ciudad del ataque
romano. Una vez, una de esas veces que comienzan a tejer el camino de las
casualidades, faltó Viriato el último numantino que se lanza de las
murallas y prefiere morir antes que caer en manos del invasor, que vuelve sin
trofeo, sin testigo de la triste victoria. No era difícil saberse el papel, lo
había escuchado más de cien veces, entre uno y otro sueño, jugando con las
ganas de subir a esa muralla y matar a ese Viriato que me hacía perder
otra vez el último autobús. Y me tocó subir a la muralla y decir:
-A qué venís o que buscáis romanos, si en Numancia
queréis entrar por suerte podéis hacerlo al fin a pasos llanos, pero mi lengua
desde aquí os advierte que yo las llaves mal guardadas tengo, de esta ciudad,
de quien triunfó la muerte…
¡Había por fin
subido a la muralla! Podía ver desde arriba la platea roja, los palcos
avant-scene, la cazuela y la tertulia, las viejas sillas del paraíso, donde
colgaban brazos y cabezas de los que pagaban, en esos días, un peso por no ver
más allá de la primera bambalina.
Desde entonces
las casualidades no me abandonaron. Algunos piensan que las he inventado, que la
mayoría las he construido con malicia y algo de coraje. Puede ser.
Recuerdo cómo
me marcó conocer a Jack Lange y que me incitara a crear un grupo de teatro para
viajar de Argentina al Primer Festival Mundial de Teatro en Nancy; como
me tocó por obligación lanzarme a dirigir una pieza para poder llegar con la
compañía a Polonia y participar en los festivales de Cracovia y Varsovia, y
ganar un premio. Y volver a Buenos Aires y descubrir que a nadie le importaba
que un provinciano de Córdoba ganara nada en ninguna parte.
Las
casualidades me llevaron una tras otra a descubrir con asombro un camino que
tenía mi nombre, en donde reconocía lugares, rostros, palabras que ya había
escuchado, libros que alguien me había regalado sin saberlo.
Sobre todo
ello transité la duda y busqué la familia para compartirla. Rajatabla,
Venezuela, el Ateneo, Caracas, proyectos para abrir puertas, saltar ventanas, colgarse
el horizonte en la solapa y dar la vuelta cuando uno quiere, para que salga el
día o se ponga la noche.
Así, entre
tantos asombros y casualidades me tocó inventar este Festival quepara unos y otros parece un Caballo de Troya.
Bajan de
su vientre vencedores y vencidos,bailarines de butho, engañosas mujeres deLindsay, telones moscovitas de un teatro dondeel viejo poeta advirtió: "El teatro
comienza en elguardarropa."
Son las
huestes del Teatro de Artede Moscú que llegan para ratificar el luminosopensamiento de Nicolás Curiel: “Podemos ver lomejor del pasado”. El Tirano Banderas; Lope
deAguirre,
traidor, la danza jugando con losdramas como una Rosa de las Vientos; larevolución de Dantón; vacíos y soledad deWoyzeck; los
clásicos protestando tanto viaje porlos calenturientos caminos de un batallón deguerreros sin escudos.
Es como un
pueblo nómada, no son los guerreros de Agamenón auncuando Caracas sea Troya. La casualidad delamor, de ojos y manos que trabajan imaginandocómo lo hacen en Finlandia o Bucarest, en
Tbilisio en Santa
Fe de Tierra Firme, nos trae este 5 deabril del año más solo de nuestra historia: 1992.
Quinientos
años buscando que el trompo hagaequilibrio entre nubes de tierra, una tardecualquiera que amenaza llover.
Desde el día
quealguien
con una visión más generosa quecompasiva me invitó a ser un perfecto PeritoMercantil, hasta este abril en el que trato deordenar las casualidades de mis cuarenta y seisaños, ofrezco mi parte de esta fiesta que nace
conel grato
temor de saber que el asombro es un hilode seda; que sobre él hacen equilibrioSheherezade y Robespierre, Kaspar
y Santa Isabel, los muchachos de Despertar dePrimavera y el Hamlet del maestro Peterson,Beckett y Miller, el tesoro del TIN que nuncaalcanzará a llenar tantos cofres abiertos y vacíos,y un público que ejerce una
alegría que no tieneespejo en otros sitios.
Un hilo de seda para cruzar el estrecho de Corinto,
para reinventar el corajede Los Persas, para volver a sentir el vacío, eseque inventa la poesía de las ganas de volar.
Esta casualidad, esta suerte, este privilegio
que mepermite volver a
dirigir un Festival, no es otracosa que una carta de amor, en la que nadie hapuesto el remitente.
"De manera eficiente y con
un mínimo de detalles, el director crea un mundo en que las
fuerzas naturales, las tradiciones sociales y los recuerdos dolorosos refuerzan
un sentimiento de abrumador estancamiento espiritual"
En la
ficción de Gabriel García Márquez, el peso de la historia cuelga
como una piedra en la atmósfera sofocante, y los espíritus de los muertos persiguen
a los vivos en sueños febriles. El tiempo se detiene en el sentido de que los
muertos continúan agitándose mientras persista el más mínimo recuerdo de ellos.
Para los vivos, los sueños del pasado distante son a menudo más vívidos que las
realidades físicas del presente. Nada cambia esencialmente. En una atmósfera
que hierve a fuego lento con disturbios políticos, las revoluciones que barren
la tierra dejan condiciones peores que antes.
Encontrar
corolarios teatrales para el mundo onírico estático y deformado por el tiempo
de fantasmas, lluvia y recuerdos de García Márquez no es la tarea más fácil para
un director. Pero en El coronel no tiene quien le escriba, una
adaptación dramática de la compañía teatral venezolana Rajatabla de un cuento
de García Márquez, los ritmos y estados de ánimo de la prosa del autor se
iluminan con precisión y economía.
El
drama, que abrió el Festival Latino en el Theater Public el martes,
comienza y termina con una procesión fúnebre surrealista y bañada por la lluvia
que simboliza la visión del dramaturgo de una América Latina somnolienta de
luto. Al final de la noche, lo único que ha sucedido es que los personajes
principales, un coronel retirado del ejército (José Tejera) y su esposa (Aura
Rivas), que están muriendo lentamente de hambre en un puesto militar distante y
sin nombre, están más cerca de la muerte. Están perdiendo la capacidad de
distinguir entre alimentos y excrementos.
El
Coronel No Tiene Quien Le Escriba, dirigida y adaptada por Carlos Giménez,
es una de las historias más oscuras de García Márquez, ya que no tiene la levadura
ni el erotismo arcilloso que le da a gran parte del trabajo del autor un tirón
emocional adicional. Al comienzo de la obra, Agustín, el hijo de la pareja, que
fue asesinado mientras repartía folletos revolucionarios, está siendo llorado
por el pueblo donde creció. A medida que se desarrolla la obra, los orgullosos
y enfermos padres de Agustín discuten sobre qué hacer con el gallo de pelea de
su hijo, cuya venta puede ser su mejor esperanza para tener una renta
vitalicia.
Sintiendo
que el gallo realmente no le pertenece a él, sino a la ciudad cuya fuerza vital
latente representa, el coronel es reacio a seguir adelante con la venta.
Durante más de 15 años ha contado con recibir la pensión que una vez se le
prometió por haber luchado en una revolución que ha hundido aún más a la nación
en la pobreza y la represión. Aunque sus amigos le recuerdan que muchos
presidentes y decenas de burocracias han ido y venido en la lejana capital,
todavía está seguro de un pago inminente. Y todos los viernes, cuando el correo
llega en el barco fluvial costero, va al puerto esperando buenas noticias.
De manera eficiente y con un mínimo de detalles,
el director crea un mundo en que
las fuerzas naturales, las tradiciones sociales y los recuerdos dolorosos
refuerzan un sentimiento de abrumador estancamiento espiritual. Periódicamente
truenos y lluvias torrenciales estallan frente a la puerta de la casa del
coronel, que parece un cuartel, cuyas paredes se expanden al final de la obra
para sugerir las fronteras del mundo. Los aguaceros, el tañido recurrente de
las campanas de la iglesia, la creciente música de órgano, y los movimientos a
cámara lenta de los fantasmas que observan en silencio le dan al drama una
atmósfera solemne y ritual.
El tono de la actuación, la escenografía y la
iluminación alucinante, coinciden con el diálogo en que los personajes se
quejan de la interminable temporada de lluvias, sus dolores físicos y el precio
de las cosas. Algunas de las imágenes recurrentes más sorprendentes son de
personas semidesnudas sentadas en tinas de metal y mirando hacia el cielo
mientras se retuercen la ropa empapada para tratar de refrescarse.
La interpretación del Sr. Tejera del coronel,
aunque muy discreta, da las dimensiones exactas de un hombre común marqueziano.
Un soñador que se esconde bajo su exterior digno, es un héroe cómico debido a
su fe ciega. Como su esposa práctica y tacaña, la señorita Rivas ofrece una
actuación que comienza en silencio y se eleva lentamente hacia la
desesperación. Como mucho de los personajes de García Márquez prefieren confiar
sus destinos a la suerte que romper el hechizo de la expectativa.
"El Coronel No Tiene Quien Le Escriba"
se presentará hasta el sábado en el Teatro Newman. Todas las actuaciones son en
español. La traducción simultánea a través de auriculares está disponible para
las actuaciones matinales y nocturnas del sábado. La obra es la primera de
siete dramas latinoamericanos que se presentarán durante el festival de un mes
de duración.
EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA de un cuento de Gabriel García Márquez; adaptada y
dirigida por Carlos Giménez; traducido por Nina Miller; escenografía y
vestuario de Rafael Reyeros; diseño de iluminación de José Jiménez; música
original de Federico Ruiz.
Presentado por Joseph Papp. En Public Theater / Teatro Newman, 425 Lafayette Street.
El coronel: José Tejera; la esposa del coronel: Aura
Rivas; mejor amigo: Aníbal Grunn; administrador postal: Francisco Alfaro; doctor:
Daniel Lopez; abogado: Pedro Pineda; Álvaro: Aitor Gaviria; Alemán: Eric
Wildpret; Alfonso: José Borges; amigo de Agustín: Rolando Felizola; esposa de Sabas y esposa de hombre negro: Mimi
Sills; asesino: Norman Santana; amigos del hijo del coronel: Carlos García, Gabriel
Flores y Fabián Rodríguez
Como el genio y el éxito de Carlos
fueron y son, lamentablemente, difíciles de aceptar por mucha gente tanto en
Venezuela como en Argentina, se crearon falsas creencias para minimizar su
talento y su éxito, falsas creencias que todavía se siguen repitiendo.
Las
cuatro más repetidas y que intentan desmerecer su talento, y su calidad humana,
son:
1)que
Carlos triunfó en Caracas “porque en Venezuela no había teatro”;
2)que
Carlos triunfó “porque María Teresa Castillo, el Ateneo de Caracas y el
diario El Nacional le dieron todo el dinero que él necesitaba para realizar sus
montajes y la difusión periodística”;
3)que
Carlos “triunfó por primera vez en su vida en Caracas”;
4)que
Carlos era “un déspota que maltrataba por puro placer a todas las personas
que trabajaban con él.”
La primera falsa creencia,
“en Venezuela no había teatro”, refleja el eurocentrismo latinoamericano y también
su ignorancia.
En Venezuela el teatro existe desde la
época precolombina. Y cuando Carlos llegó había teatro y muy bueno y por citar
sólo un nombre: El Nuevo Grupo, creado en 1967, tres años antes de su
llegada.
Carlos no llegó a un desierto, lo
convirtió en oasis y por eso lo proclamaron rey. Y Carlos nunca fue el rey: tuvo
que luchar duramente hasta el final de su vida para poder financiar sus
montajes y sus instituciones.
Y lo más importante: si Carlos no
hubiera tenido talento no se habría destacado en Venezuela ni en ningún lugar.
¿Era el creador argentino-venezolano con
más talento, el que más éxito, reconocimiento y respeto tenía en Europa, Estados
Unidos y Latinoamérica? ¿El que más llamaba la atención de investigadores
europeos y estadounidenses? ¿El que más brillaba? Sin duda. Y eso no se lo
perdonaron. Ni en Venezuela ni en Argentina.
La segunda falsa creencia,
que Carlos triunfó porque tuvo todo el apoyo económico de María Teresa Castillo,
del Ateneo de Caracas y del diario El Nacional. Además de falsa: sin talento no
hay dinero ni publicidad que logre que una persona sea exitosa un segundo y
menos toda su vida.
María Teresa fue un apoyo valiosísimo
para Carlos, le abrió las puertas de su corazón, de su casa y de lo mejor de la
cultura venezolana, lo trató como a un hijo -hasta su muerte Carlos nunca dejó
de agradecérselo en público y en privado-, pero el suyo fue un apoyo moral,
cariñoso, espiritual.
María Teresa le dio a Carlos algo más
importante que el dinero: fue su cómplice, se subía a sus alas y volaban al
unísono creando festivales y nuevas formas de hacer arte:
“Cuando Carlos llegó aquí nos
sorprendió, inmediatamente movilizó a todo el mundo, la juventud se movilizó en
torno a él y naturalmente las puertas del Ateneo se le abrieron de par en par.
Carlos me movió muchísimo. Él inventaba las cosas más inusitadas, él era
extraordinario.
Él hizo que el teatro venezolano viajara
por todo el mundo, yo viajé con ellos muchísimo, hasta la Unión Soviética de
arriba para abajo. Yo he visitado el mundo entero con el grupo Rajatabla.”
Carlos Giménez: “Es el Ateneo de Caracas y dos mujeres
a quienes Rajatabla debe lo mejor de sí mismo: la solidaridad con la vida. María Teresa Castillo, Presidenta Vitalicia de todos nuestros
proyectos y nuestras ambiciones. Madre y compañera. Rajatabla más que nadie.
Pasión y crítica de una aventura que sin ella no hubiera sido posible. Josefina
Palacios, amiga y maestra, pensamiento ejemplar que desterró la concesión
como vía para el afecto.” Rajatabla 20 años, 1991.
Pero el Ateneo, tremendamente
prestigioso y la institución cultural más importante de Venezuela, contaba con
muy pocos recursos económicos.Cuando lo
nombran director de teatro de la institución, el salario era casi simbólico. Y
Carlos hacía teatro con las uñas, como lo había hecho siempre en su Córdoba
natal.
Carlos dirigió Tu país está feliz, en 1971, su primer gran éxito en Venezuela, con
“dos lochas”. Él fue el director, el
escenógrafo, el iluminador, el productor, el promotor.
Juan Pagés, cofundador de Rajatabla y actor de ese
montaje, cuenta: “No tuvimos lugar
fijo de ensayo, algunas veces en biblioteca pública Paul Harris,
otras en casa de Mari Puri, Cafetín del Portu, terraza de la gran casona del
Ateneo que Juancito (el Cuidador), a escondidas, nos permitía subir para
ensayar y dos ensayos en la sala del Ateneo.”
Y con ese montaje, como con los
siguientes, él mismo recorría en autobús todos los diarios y revistas de
Caracas llevando las gacetillas anunciando sus estrenos, como cuenta el
periodistaE.A. Moreno Uribeen
su libro Carlos Giménez Tiempo y Espacio (1993): “Toda
mi relación con Giménez había comenzado durante la mañana de un luminoso día de
mayo de 1970. Él entró al edificio Santa Rosa del diario La Verdad y
preguntó por las columnistas Nené Arenas y Sofía Imber. ‘Traigo unas
gacetillas para ellas’.Lo miré de arriba
abajo. Él vestía unos raídos jeans y una manchada franela, estaba montado en
unas sandalias algo estropeadas.”
Durante sus primeros 10 años en Caracas,
mientras dirigía una obra detrás de otra con gran éxito en Venezuela y en el extranjero,
Carlos tuvo que trabajar en televisión, trabajo que no le gustaba, dirigiendo y
versionando unitarios teatrales, para pagar el alquiler de su apartamento, sus
gastos y ayudar a su madre en Argentina. Esto, a pesar de ser el
director-fundador del Festival Internacional de Teatro de Caracas, el Director
Artístico del Ateneo de Caracas y el director-fundador de Rajatabla.
Es verdad que el Festival recibía
grandes recursos del Estado y de la empresa privada, pero Carlos, que manejó
millones de dólares, nunca agarró un billete que no le perteneciera: no era
corrupto.
Es verdad que, a partir del momento en
que el Estado venezolano comienza a otorgar subsidios a la cultura, gracias al
pedido que Carlos le hizo al entonces presidente de Venezuela, su amigo Carlos
Andrés Pérez, puede dejar su trabajo en la televisión y vivir del teatro, igual
que el resto de Rajatabla. Pero los sueldos eran modestos, para todo el mundo,
y aunque a veces Rajatabla recibía grandes subsidios ese dinero era usado en la
producción de las obras y en las giras nacionales e internacionales.
Carlos Giménez: "Los
primeros siete años creció (Rajatabla) sin subsidio. Desde 1971 hasta 1978
vivíamos de recoger 100 o 200 bolívares. Para nosotros fue la época de las
vacas flacas. Obtuvimos el primer subsidio en el año 1977.” (Carlos Giménez Tiempo y Espacio)
A su lado siempre estuvo María Teresa
Castillo, esa maravillosa periodista, gerente cultural, ex víctima de la
dictadura de Pérez Jiménez, directora del Ateneo de Caracas, dándole su amor,
su apoyo y su aliento, acompañándolo en las giras internacionales y en sus
sueños. Pero Carlos nunca fue mantenido económicamente por María Teresa: María
Teresa le mantenía el alma.
Porque no fue corrupto y porque siempre
vivió de su salario, cuando Carlos murió sólo era dueño de tres propiedades
sencillas, clase media, compradas con mucho esfuerzo: un apartamento pequeño en
Córdoba, donde vivía su madre; otro apartamento pequeñísimo en Los Ruices, en
el que vivió varios años y que luego alquilaba o prestaba y su hermoso y amplio
apartamento en Parque Central. No tenía carro, no sabía manejar, ni tampoco
carro con chofer. No tenía casa en la playa ni en Nueva York, ni cuentas en
dólares, ni oro ni yates. Ni siquiera
dejó una pequeña fortuna en bolívares. Nada. Porque Carlos, además de vivir
sólo de su trabajo, era muy generoso y ayudó económicamente a muchas personas.
La tercera falsa creencia
es decir que Carlos triunfó por primera
vez en su vida en Venezuela.
Porque cuando Carlos llegó a Caracas ya
había realizado dos exitosas giras por Europa en 1964 y en 1965 con El
Juglar.
Ya había ganado un premio y una mención
en los festivales de Varsovia y Cracovia, Polonia, otorgados por el ITI-Unesco,
en 1965.
Ya había sido invitado dos veces a
participar del prestigioso Festival de Teatro de Nancy, Francia, en 1965 y en 1969,
la primera vez con El Juglar y la segunda vez con la Comedia Cordobesa.
Ya había realizado dos exitosas giras latinoamericanas
en 1968 y 1969 con El Juglar.
Ya había ganado una mención en el
Festival de Teatro de Manizales, Colombia, 1969.
Ya había sido nombrado Director de
Teatro de la Comedia Cordobesa, la institución teatral más
importante de Córdoba y una de las más importantes de Argentina, en 1969.
Ya había triunfado en Francia, España,
Italia, Polonia, Argentina, Colombia, Perú, Bolivia, Venezuela y Nicaragua.
Ya había tenido su propio teatro en
Córdoba, que se mantenía económicamente solamente con la venta de entradas de
sus espectáculos, adultos e infantiles, que eran tremendamente exitosos.
Ya había creado el Primer
Festival Nacional de Teatro en Córdoba.
Y cuando llegó a Caracas tenía apenas 23
años.
La cuarta falsa creencia: que
Carlos “era un déspota”.
De las 28 personas que entrevisté para
mi libro ¡Bravo, Carlos Giménez!, todas dijeron que Carlos nunca las
había maltratado o gritado.
Sin excepción, todas dijeron que cuando
Carlos estallaba de ira lo hacía por justos motivos.
Yo misma, que trabajé con él en el FITC
y en el Ateneo de Caracas, puedo decir que nunca lo vi maltratar a nadie y que
sólo dos veces lo vi iracundo, y las dos veces tenía razón para estarlo.
Estoy leyendo el
libro ¡Bravo
Carlos Giménez! y quedo con ganas de leer más, más y más. Qué grato
es conocer de tanta gente que estuvo y convivió con Carlos, que lo amó.
Además, es tan pura la
redacción, tan limpia, tan acorde, tan entendible:
Vivi, tienes una pluma fascinante que te atrapa, es
impresionante. Es como estar en un barco con unas velas batiendo al aire
y al mar, y mientras voy navegando escucho las voces de cada una de
estas personas. Leyendo el escrito de Juan Pages, que comenta que
en sus últimos momentos de la enfermedad de Carlos lo llamaba y conversaba con
él, recordé que en una oportunidad, estando Carlos aún en Parque
Central, su hermana Anita le pasó mi llamada. Él se emocionó mucho
al escucharme y yo le dije: tú vas a ver que vas a regresar como el Ave
Fénix y él me preguntó: "¿tú crees Carmen que de verdad voy a
regresar como el Ave Fénix?"
Él estaba muy
emocionado, se reía con mucha emoción y le respondí: con el barco y
las velas a vapor ondeando la bandera de la libertad. Carlos, visiblemente
conmovido, me dio las gracias.
Y Carlos ha regresado con
este libro. Un libro empapado de amor y bellos momentos vividos que te
deja capturada desde el magnífico prólogo de José Pulido. Es un libro que no
tiene desperdicios y voy a tratar de que este libro lo tengamos en papel
para que esté dentro de las bibliotecas de teatro del mundo. Leer este libro es
soñar con los ojos abiertos, volver a a nuestro pasado juvenil, y mientras vas
leyendo se va encendiendo un fuego y cada sílaba que se deletrea es una chispa
de magia cuya duración es la vida misma.
Y qué belleza de imagen,
que gran artista José Augusto Paradisi Rangel, muy sublime, pudiste
plasmar en sus ojos ese dejo de cierta tristeza que se veía en él.
Aplausos de pie para el
gran equipo que hizo posible esta segunda edición; gracias a José
Pulido por ese bello prólogo, a Paradisi Rangel por su impactante
obra y a la incansable y tenaz Viviana Marcela Iriart, entrevistadora y
editora de este libro.
Y gracias a todos los que
participamos con sus líneas llenas de mucho amor y gran agradecimiento por ser
un ser fuera de serie: Carlos, llegaste para quedarte y te fuiste para
seguir ahí, entre nosotros, ¡bravo maestro!
Carmen Carmona
Venezolana radicada en Estados
Unidos.
Gerente cultural, productora teatral, coordinadora de arte en
televisión y profesora de teatro. Actualmente trabaja en Telemundo como Coordinadora de Arte y es Productora General de Escritoras Unidas & Cía. Editoras.
Ex Presidenta del Instituto de Cultura de
Estado Miranda, Venezuela (gobernación de Enrique Mendoza) y ex Directora de
Cultura de la Alcaldía de Chacao, Venezuela (mandato alcaldesa Irene Saenz).
Productora de Eventos Especiales del Festival Internacional de
Teatro de Caracas (FITC), 1992, dirigido por Carlos Giménez: creadora del
“Festivalito” (teatro infantil). Productora Artística del FITC en diferentes
ediciones.
Promotora de Cultura del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC),
Caracas.
Productora Artística del Ateneo de Caracas, presidenta María
Teresa Castillo..
Profesora de Teatro en el Instituto Universitario de la Marina
Mercante y en la
Escuela de Sub-Oficiales de la Armada de Venezuela.
Productora General o Artística de más de 100 obras de teatro en
Caracas y Miami dirigidas, entre otros, por Carlos Giménez, Ibrahim Guerra,
José Ignacio Cabrujas, Raúl Brambilla, David Chacón, José Domínguez.
En televisión ha trabajado como Coordinadora de Arte en series y
telenovelas en Venevisión Internacional y actualmente en Telemundo, ambas en
Miami.
Estudió Producción teatral en el Centro de Nuevas Tendencias
Escénicas Madrid, España y teatro en la
Escuela Gonzalo J Camacho de Caracas, mención actriz.