Marcelo Rodríguez, izquierda, Francis Rueda y Ángel Fernández Mateu |
Teatro Teresa Carreño |
Tan solo con entrar al hall me transportaba a un lugar de ensueño, donde las ilusiones se transformaban en realidad, donde se respiraba ARTE. Recorrerlo era alimentar una esperanza inútil. Sus jardines colgantes, su moderno diseño y sus salas de ensayo lo convierten en uno de los teatros más importantes y bellos de Suramérica con el que sueña pisar cualquier actor.
Su sala principal, la Ríos Reyna, tiene un aforo de
dos mil quinientos espectadores, un enorme escenario dotado de ascensores que
permiten el armado y desarmado de complejas escenografías, tanto en su subsuelo
como en su tramoya. Talleres equipados convenientemente
para la realización y producción de las obras: salas de vestuario, sastrería,
maquillaje, peluquería, zapatería, utilería, maquinaria, iluminación y sonido
con efectivos recursos tecnológicos, además de camerinos equipados con total
confort para los artistas y patio de actores con ascensores al escenario y
personal especializado en cada área de trabajo.
Por gestión de Rajatabla
pude conocerlo en su totalidad. Salí de allí con un sabor extraño. Yo conocía o
había trabajado en grandes teatros como el Cervantes, el San Martín y el
magnífico Teatro Colón de Buenos Aires, o el Teatro del Libertador (ex Rivera
Indarte), el Teatro Real o la Sala de las Américas de la Ciudad de Córdoba, espléndidos teatros construidos a la italiana o isabelinos, pero
no lograba imaginarme parado en el escenario del Teresa Carreño. ¡Qué maravilla…
era el sueño del pibe!
Alguien me contó que Carlos
Giménez tuvo mucho que ver en su diseño y construcción pero no tengo
documentación que avale su participación en esa gran obra, ni siquiera él mismo
me lo comentó.
Conocí este teatro cuando recién cumplía diez años de
su inauguración.
José "Pepe" Tejera |
PepeTejera no recuperaba su salud y a pedido de él comenzamos a tener reuniones donde me explicaba movimientos de la puesta de El Coronel no tiene quien le escriba y sobre todo trabajamos el particular tono vocal utilizado en la obra. También me asesoró sobre el uso del chinchorro, la famosa hamaca de dormir de El Coronel ya que el mismo personaje la movía en escena y me enseñó cómo llevar en brazos el gallo de riña y tomarlo de manera tal que no me diera picotazos en las manos.
Cada día en cada charla, Pepe
me transmitía esa experiencia única que nos queda a los actores cuando hemos
expuesto el personaje al público y éste no sólo lo ha aceptado sino que se ha identificado
con él, ha entrado en esa maravillosa convención que se genera tácitamente
entre actor y espectador, donde uno dice ser determinada persona y el público
decide creerte y aceptar el juego. Esto es el hecho teatral en sí, un juego de
convenciones.
El trabajo era difícil, pero Pepe
jamás expresó pesar al transmitirme su enorme experiencia, todo lo contrario,
cuando advertía alguna duda, que hubo muchas, él me decía: “Cópiale el tono a
Aura –Aura
Rivas, esa excelente actriz que interpretaba a la esposa- síguele el ritmo
y la cadencia, Carlos
te dará lo demás”. Jamás me hizo sentir que se estaba despidiendo de algo tan
preciado para los actores: un personaje maravilloso.
UNA REUNION MULTIDISCIPLINARIA
Ángel "Lito"Fernández Mateu |
Marcelo Rodríguez como Mozart |
El ciclón Giménez
no dejaba de generar ideas en su
permanente búsqueda de temáticas para llevar a escena, entonces, cuando creías
que se había apaciguado y que amainaba la tormenta te invitaba a una cena y te
atragantaba de proyectos “gloriosos” (palabra muy usada por Carlos)
que yo consideraba irrealizables, pero para él la palabra “imposible” no
existía. “Si yo puedo imaginarlos,
ustedes deben tener la capacidad para realizarlos”, así nos contestaba, y
volvía a convencerme que me quedara un tiempo más en Venezuela, a lo que yo no oponía
ninguna resistencia.
Un día nos citaron a una reunión ampliada con a la Junta
Directiva de Rajatabla, el Directorio del Ateneo de Caracas, Directivos del
Teatro Teresa Carreño, personalidades de la cultura de aquel país, actores y
técnicos, para interiorizarnos del siguiente proyecto: Conmemorar el Bicentenario
de la muerte de Mozart,
instituido en Venezuela como “El año Mozart”, con una gran puesta en escena.
En lo que a nosotros concernía se resumía en un
espectáculo multidisciplinario titulado MOZART,
EL ANGEL AMADEUS, una obra escrita por el Sr. Néstor Caballero, un
libro estupendo donde cada personaje tenía sus momentos de lucimiento, hasta la
bellísima imagen de un Mozart niño interpretado por Francisco José Alfaro, hijo
de Paco Alfaro, que iniciaba la obra abriendo una gran puerta central y la sombra del niño se proyectaba sobre el
escenario como presagio del genio que entraba a ese lugar. Imágenes de
película.
Aitor Gaviria y Francisco José Alfaro. Foto Luis Escobar |
Quiero agregar
algo respecto a este estupendo autor venezolano que es el Sr. Néstor Caballero:
hace unos días me enteré que dos de sus obras
“Musas” y “Dados” han sido traducidas y llevadas a escena en Irán. ¡Qué
orgullo para ese bello país! ¡Y qué honor para mí haber interpretado un
personaje escrito por él!
En este mega proyecto trabajaríamos juntos: todo el
elenco de Rajatabla,
el Teatro
Nacional de Repertorio, la Compañía Nacional de Teatro, el Taller
Nacional de Teatro (TNT) y el Teatro
Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV, Núcleo Caracas), además de la Schola
Cantorum de Caracas, el Orfeón Universitario
y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar.
La única sala que podía albergar semejante elenco era
la Sala Ríos Reyna del imponente Teatro Teresa Carreño.
Los coros y la orquesta sinfónica serían dirigidos por
sus propios directores; la escenografía y vestuario les fue encomendada a
Augusto González y Marcelo
Pont Vergé; el diseño de iluminación al Sr. Ángel
Ancona, talentosísimo diseñador que actualmente está en su país (México) en
el bello teatro Esperanza Iris del D.F., configurando así una propuesta que
sería calificada como “sorprendente” por
propios y ajenos ya que se integrarían los conocidos valores musicales
con un elenco de primeras figuras, el que tuve el honor de integrar
interpretando un personaje soñado: Salieri, con un texto estupendo de Néstor
Caballero y la dirección general –inolvidable- de otro genio: Carlos
Giménez.
Al comenzar los ensayos, Carlos
me indicó su visión sobre Salieri, lo que él quería de ese personaje y yo debía
transmitir: “Quiero que se olviden del
mito del Salieri resentido y oscuro, quiero un ser bello, un músico talentoso
en toda la excelencia de la palabra, un Salieri que escribía para el emperador
y su corte porque ese era su trabajo, contraponiéndose con un Mozart genial con
toda su rebeldía y desprecio por lo
monárquico y lo material”.
Una de las escenas más bellas, estéticamente, era en
la que Salieri hacía un pacto con Satanás en la que se comprometía a escribir
un réquiem para todos los muertos a cambio de un poco de la genialidad de
Mozart (interpretado por Marcelo Rodríguez), y todo lo que conseguía era que la
esposa de Mozart, Konstance (interpretada por Francis
Rueda) le entregara el famoso réquiem escrito por el genial músico.
Francis Rueda y Marcelo Rodríguez |
Debido a la enorme capacidad del teatro, y teniendo en
cuenta que trabajaríamos con la sinfónica y los coros en vivo, los actores
estábamos obligados a trabajar con micrófonos inalámbricos colocados en las
pelucas para que los textos se escucharan claramente. Esto requirió trabajos
extras de adaptación en la emisión de la voz y los retornos, e interminables
ensayos que yo hubiese querido que no terminaran nunca para disfrutar un rato más
de esa experiencia. Escuchar la Sinfónica, los Coros, mezclar nuestras voces en
aquel clima sublime predecía el éxito que se avecinaba.
Y un día nos probaban los vestuarios, las pelucas, el
calzado, se modificaban cosas, se incluían o excluían otras, familiarizarnos
con la preciosa escenografía que tenía zonas de transparencias por donde se
adivinaban los coros a ambos lados del escenario, aprovechar los efectos de
iluminación que generaba unos climas muy especiales en cada escena, hasta
disfrutar que el director de la sinfónica me enseñara a manejar una batuta para
la escena final donde Salieri dirigía el Réquiem que
interpretaba la
Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. ¡Complimenti…! Como decía mi abuelo.
En uno de esos agotadores ensayos, dos compañeros y yo
estábamos esperando en el patio de actores que nos dieran la orden de ingreso mientras
Carlos
hacía correcciones a otras escenas, y surgió entre nosotros una conversación
cotidiana:
Que hambre tengo, dije, ¿te haces tú mismo la comida? me preguntaron. Sí, contesté, me gusta y me entretiene. Otro actor agregó: Hoy me hice un pastel de papas…! Riquísimo. ¿Cómo lo haces? le pregunté. Mientras hago el puré, cocino el relleno y luego lo armo y al horno, contestó. Qué bueno, dije, un día pásame la receta, nunca lo hice.
No nos habíamos dado cuenta que todo en la sala era
silencio y de repente se oyó la voz de Carlos
que por micrófono decía: “Cuando los
actores dejen de pasarse recetas de cocina seguimos con el ensayo!”…
Primero nos paralizamos y luego no parábamos de reírnos porque no advertimos
que teníamos los micrófonos abiertos y nos escuchaban en toda la sala. ¡Qué
vergüenza ..! Pero fue un error del sonidista, porque al no estar en escena se
había pautado que no tendríamos los micrófonos habilitados. En fin, todos lo
tomamos a broma… incluso Carlos
que al salir me dijo: “cuando hagas el pastel de papas invítame a comer, ah,
y agrega en el menú milanesas..!”.
Al día siguiente finalizado el ensayo, Carlos
dio la orden que nos retocaran el maquillaje e hiciéramos una sesión de fotos
de promoción. Cuando al otro día llegué al teatro para el ensayo general me
quedé parado en la entrada, allí
estaban: hermosas, desafiantes, enormes, impecables las fotos del elenco que
anunciaban el inminente y grandioso estreno. Habían trabajado toda la noche
para realizar la cartelera y montarla.
Lo fue. Todo un suceso. ¿Qué más contarles? Un aplauso
interminable, mucha gente que nos abrazaba, prensa, fotos y una gran fiesta en
los jardines del Teatro, ese fue el colofón a tanto trabajo. Un cinco de
diciembre de 1991 para no olvidar nunca.
Después me fui tarareando bajito el Réquiem de Mozart por
Parque Central hasta el Edificio Tacagua donde vivía, y repitiendo el
texto de Salieri escrito por Néstor
Caballero, antes de caer el telón final:
“Creo en el arte como el ojo que nunca llega
a cerrarse; creo en el arte como nuevo punto cardinal; creo en el arte como modo de vida, como edén
peligroso, creo en mí, Salieri, como un nuevo pentagrama. Creo en el arte,
porque desde allí juzgarán la tremenda violencia de los días, desde el arte se
hará la extirpación total de la mentira y no habrá más atrocidad en los
crepúsculos…Ven Satanás, rey de reyes, el infortunio no será para mí ni siquiera
una palabra y yo sé que soy más, soy Salieri… imperecedero arte Salieri…! Dame
la gloria Satanás, dame la gloria. Por el arte, eternamente, por el arte…”. TELON.
Llegué a mi departamento, me senté en el balcón desde
donde veía esa Caracas bellísima y solitaria y lloré, lloré mucho y también
agradecí mucho a Carlos,
a la vida, a mi buena estrella… aunque sé que nunca es suficiente cuando “¡el
sueño del pibe se ha cumplido”…!
©Lito Fernández Mateu
Córdoba, 25 de febrero de 2020
Fotos: Marcelo Pont
Córdoba, 25 de febrero de 2020
Fotos: Marcelo Pont
ÁNGEL LITO FERNÁNDEZ MATEU
Ateneo de Caracas. Diseño afiche y foto: Marcelo Pont |
Ángel "Lito"Fernández Mateu |
Francis Rueda y Aitor Gaviria |
Aníbal Grunn |