Con mi querida y admirada amiga FRANCIS RUEDA, camerino de "EL CAMPO" |
En
realidad estos datos son solo un rompecabezas sin fechas precisas pero que no
quería dejarlos pasar por alto.
Los
primeros días en Caracas Carlos me asignaba tareas y además me sugería que
viera espectáculos teatrales para que me interiorizara de lo que se estaba
haciendo y las estéticas que trabajaban los directores de escena.
Así
es como fui a ver a la Compañía Nacional de Teatro que me deslumbró con la
puesta en escena de “La ópera de los tres centavos” de Bertold Brecht, en una
versión muy caribeña y divertida llevada hacia la comedia musical que le daba
un sentido más cotidiano y actual a ese magistral libro y con muy buenas interpretaciones.
También
conocí al Grupo Theja con la puesta en escena de “Cyrano de Bergerac” de Edmond
Rostand en versión de la autora Xiomara Moreno que, en realidad me encantó
tanto el ritmo, la versión como las actuaciones muy logradas.
En
la Sala María Teresa Castillo funcionaba el Centro de Directores
para el Nuevo Teatro y allí me reencontré con un querido amigo, Daniel Uribe,
un joven director que había dirigido a la Comedia Cordobesa con la puesta de
“Fango Negro” del autor venezolano Juan Gabriel Núñez en la que participé de su
reparto. Daniel me invitó a ver un espectáculo dirigido por él que me encantó
por las actuaciones de las dos actrices: Nazareth Gill y Norma Fernández en la
obra titulada “La hora menguada” del autor César Rojas.
También
tuve el gratísimo placer de ver “Arsénico y encaje antiguo” escrita en 1933 por
Joseph Kesselring, en una sala del centro de Caracas, en una estupenda y
divertida puesta donde eran protagonistas los abuelos de Natalia Martínez, actriz
colega de Rajatabla, de quienes no me acuerdo sus nombres, pero sí de su
trabajo ya que me recordaron a los actores de mi familia que también habían
hecho esta obra: abuelos, padres, tíos, y me despertaron una ternura infinita.
En
mi afán por ver espectáculos consulté con Andrés Vásquez, esa semana me invitó
a ver “El circo del canguro”, un espectáculo maravilloso donde la estrella era
–obviamente- un canguro. En este circo todo salía mal perfectamente planificado:
los acróbatas erraban sus acrobacias, los cortinados se caían dejando ver a los
artistas cambiando de ropas transgrediendo todo el glamour y el misterio que el
circo conlleva. Hasta que finalmente aparecía el famoso canguro que como no
tenía ganas de trabajar se escapaba para correr entre el público ocasionando un
caos total que terminaba por destruir lo poco que quedaba en pié. Me pareció
una idea genial, el público no paraba de reír ya que era la antítesis de
cualquier espectáculo. Formidable! Era la desmitificación perfecta de cualquier
magia escénica.. Hasta la orquesta que acompañaba en vivo los números circenses
montada en una plataforma comenzaba a tambalearse hasta quedar los músicos
cabeza abajo… y seguían tocando sus instrumentos como colgados por sus pies…!
Camerinos de PEER GYNT, con Ramón Titi Goliz, Andrés Vásquez y Nazareth Gill
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Otro
momento especial se dio el día que Andrés me invitó a ver el show de Celia
Cruz, aluciné con ver ese espectáculo en vivo…!!! Y allá fuimos. La cantidad de
público era impresionante, pero Andrés se acercó a la entrada, habló con
alguien y regresó donde yo estaba, venía sonriendo pícaramente. Qué pasó?
Conseguiste los boletos? pregunté. Ahora verás, me contestó. Al momento
apareció un señor y le dijo: Andrés, ven, pasa por aquí, y nos indicó un
pasillo. El señor y Andrés iniciaron una conversación cotidiana como esas
casuales entre gente conocida. Y que tal, que
hubo Andresito? Dónde estás trabajando? Y Andrés orgullosamente le
respondió: Todo bien, soy el asistente de producción artística de Carlos
Giménez..! Al fin llegamos a un sitio que obviamente eran los camerinos. El
señor llamó a una puerta, la entreabrió y dijo: Mira quién nos visita,
Andresito Vásquez..! Desde adentro se escuchó una voz ronca de mujer que
respondió: Andresito? Pasa mi amor…!!! Entramos y allí estaba: Bata blanca de
raso, inmensas pestañas postizas, cabello recogido en la nuca, blanco de canas
y una sonrisa inconfundible: Celia Cruz la guarachera, en persona, estaba allí.
Saludos, besos, apretones de manos y mi arrobamiento ante tanto carisma
desbordante y natural. Me dio un beso
cuando Andrés me presentó como un nuevo actor de Rajatabla y me dijo: “mira
niño, échale bolas, cuando uno está lejos de su tierra hay que echarle bolas al
trabajo y vas a tener mucha suerte”. Andrés le ayudó a elegir la peluca que se
pondría entre no menos de diez que tenía preparadas. Vimos el show de casi dos
horas y desde el escenario no se privó en mandarnos besos, saludos y hasta un
“azúcar” que sonó más dulce que nunca.
Recuerdo
que me cambié de domicilio porque habían llegado las esposas de mis amigos
Marcelo y Augusto, los escenógrafos, y me pareció oportuno que las parejas
vivieran solas y yo me fui a compartir departamento con Roberto Stopello, Aniuska
Chouha, José Camacaro y nuestro perro Bagoas. O sea que desde el edificio
Tacagua, me fui al edificio Mohedano del mismo Parque Central.
Todo
ocurría al mismo tiempo, los ensayos a
contrarreloj, las clases en el T.N.T., las reuniones…
todo! Entre tanta cosa, un día Carlos me invitó a una reunión con amigos suyos
entre los que estábamos Marcelo Pont Vergés, Augusto González, Roberto Stopello
y yo. Sus amigos eran nada menos que Tania Libertad, la estupenda
cantante radicada en México, el Negro Rada, músico uruguayo y la banda de
músicos que los acompañaba. Cenamos, nos divertimos con anécdotas, Tania y el
Negro Rada cantaron hasta la madrugada y yo tuve que hacer un monólogo porque
el show debía ser total. Tania nos regaló su último disco el que aún conservo
en cassette.
En
cuanto a la convivencia en mi nuevo domicilio era más que pacífica, se diría
placentera…! Cada uno tenía su espacio y cuando nos encontrábamos disfrutábamos
mucho de las conversaciones.
Con
Aniuska era con quién más me encontraba. Cuando yo regresaba de los ensayos la
encontraba viendo películas o series de televisión habladas en inglés que yo
trataba de entender y aprovechábamos para hacer la merienda juntos que, poco a
poco, pero cada vez más notorio dejaban de interesarnos las películas y a
interesarnos más por las comidas, hasta que aquello se convirtió en “El té de
las gordas”, una manera de reírnos de nosotros mismos y de nuestras
debilidades. Inolvidables tardes de charlas y cosas ricas…!
Por
otra parte yo notaba que entre los actores de Rajatabla: Germán Mendieta,
Rolando Jiménez, Jesús Araujo, José Luis Montero, Vito Lonardo, José Sánchez y
Aitor Gaviria hablaban en camarines de ir
a un lugar pero no me invitaban y eso despertaba aún más mi curiosidad.
De manera que un día no me aguanté y
pregunté de qué se trataba. Andrés Vásquez, que era el promotor de aquel
movimiento, como de todos los que había en camarines, me respondió que ellos
acostumbraban a ir a comprar ropa a un lugar que se llamaba Quinta Leonor, en
La Guaira, pero que les daba pena invitarme. Ni loco me pierdo eso, le dije. El
primer día de descanso que tuvimos, allá fuimos. Quinta Leonor era un
galpón enorme donde los conteiners de
los barcos botaban ropa importada de
distintos países y de importantes marcas, de manera que eran montañas de ropa
que podías revolver hasta encontrar lo que te gustaba y que te quedara bien, y
la gran ventaja era que cada prenda costaba un dólar, también había calzados de
vestir y tenis. No solo me compre todo un closet nuevo de guardarropas sino que
regresé otro día y compré ropa para llevar a mi familia cuando regresara a
Córdoba.
Con Germán Mendieta, Andresito e Irabé Seguías.
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Esta
parte parece ser dedicada especialmente a Andrés Vásquez, y lo es, ya que fue
mi ángel guardián además de ser la persona más divertida y querible que he
conocido en mi vida, hasta tuve la suerte que viniera a Córdoba a pasar un fin
de año con nosotros, invitado por Augusto González el escenógrafo, y tenerlo
aquí y poder brindarle todo mi cariño hasta compartir lo que llamamos un
“pijama party”, ya que no dormimos en toda una noche contándonos novedades y
divirtiéndonos como locos. Quiero aclarar que fue una de las personas más
leales que tuvo Carlos Giménez a su lado, que era capaz de trabajar sin
descanso para conseguir lo que ese maravilloso director necesitaba, y vaya que
si Carlos demandaba trabajo..!
Andrés
fue también el gestor de que yo conociera una celebración de San Benito. Tanto
insistí que un día me aclaró que no era una celebración donde pudieran ir
blancos ni extranjeros, que era exclusivamente afro-caribeña, pero yo insistía
hasta que un día me dijo: Ok, hablé con un amigo que hace un San Benito en su
casa y serás bienvenido, pero no puedes participar en nada. Te sentarás conmigo
y de allí no te mueves. Aún me estremezco con el sonido y el ritmo de los
tambores. No puedo contar más porque eso prometí: ver y callar, pero el impacto
visual y anímico que recibí no podré olvidarlo jamás.
Que
acelerado fue todo, pero que hermoso regalo el de Carlos de invitarme a vivir
todo eso, porque él sabía que yo lo estaba disfrutando. En qué andas ustedes? me
preguntaba, y yo le contaba todo, y Carlos se reía mucho y agregaba: Si vas con
Andrés está todo bien.
Cuando
viajamos a Alemania para hacer El Coronel no tiene quién le escriba, creo que en
Hamburgo, Carlos me invitó a ir a un centro comercial muy importante. Fuimos a
una boutique masculina porque él
necesitaba comprarse un abrigo por si volvía a Europa en invierno. Eligió
algunos sobretodos y me pidió que me los pusiera porque teníamos la misma
talla, así él podía verlos en detalle. Cuál llevarías? me preguntó. Yo elegí
uno color marfil con cuello smoking, sin botones pero con un cinto en lazo y
uno negro cuello mao más clásico. “Mira, me dijo, llevo los dos pero los tienes
que poner entre tus cosas hasta que lleguemos a Caracas. A ti no te dirán nada,
pero si los cargo yo Paco seguro me regaña por el peso del equipaje”. De manera
que los llevé conmigo. Todo se precipitó por su salud y regresamos a Caracas
antes de lo previsto y yo guardé celosamente esos abrigos en mi closet hasta
después de sus exequias. Después de unos días los llevé a casa de Anita y le
conté la razón por la que yo los tenía. Cuando me los recibió Ana me dijo que
si él los había confiado a mí, debía quedármelos yo, pero no acepté su
ofrecimiento de ninguna manera. Eran de Carlos y conservarlos hubiera ahondado
mi dolor por semejante pérdida.
POSDATA: TE EXTRAÑO AMIGO QUERIDO
He
escuchado y leído muchos comentarios referentes al “poder político” que tenía Carlos
Giménez en Venezuela y siempre hice caso omiso para no dar una opinión
subjetiva, y digo “subjetiva” porque soy un sujeto con capacidad de opinión y
el afecto me puede hacer equivocar.
Creo
que Carlos era un hombre político, polémico, transgresor que logró aunar y
crear muchos espacios de trabajo artístico que él mismo coordinaba y por ende respondían incondicionalmente a ese mando.
Creo que tuvo la suficiente inteligencia y sabiduría para golpear y abrir la
puerta adecuada que le facilitó el acceso a presupuestos que le permitieron dar
rienda suelta a sus aspiraciones artísticas y estéticas sin renunciar a su
lucha y denuncia del poder espurio.
Nada
lo detenía. Nada.
He
llegado a ver en sus exequias a sus supuestos detractores llorando. Ya no tendrían
la oposición que les daba fuerza, que los obligaba a competir, a elevar sus
aspiraciones artísticas, y parafraseando a ese gran estadista argentino que fue
don Ricardo Balbín, quién ante el féretro de Juan Domingo Perón, su eterno
contrincante político, dijo entre lágrimas una de las frases más profundas de
nuestra historia más reciente: “Este viejo adversario despide a un amigo”.
Carlos Giménez fue ese amigo del teatro venezolano que logró vencer las
fronteras geográficas para demostrar que no existen los límites culturales, salvo
los que uno mismo se pone, que nunca se quedó en la mitad de nada –en el lugar
de los mediocres- sino que arremetió con toda su potencia intelectual y
creatividad dejando de lado su zona de confort para lograr sus objetivos
artísticos.
No
voy a detenerme en una descripción del Carlos Giménez creador, artista, ser
humano, porque de eso se ocuparon los más destacados periodistas y escritores
que lo conocieron tanto o más que yo, pero no viví instancias políticas
venezolanas y considero que no tengo derecho a opinar sobre un tema que no
conozco en profundidad. Si sé que Carlos, con ese poder que le adjudicaban,
pudo brindar más y mejores espectáculos y oportunidades a todos los artistas de
aquel país, y no solo en la capital sino a lo largo de toda su geografía, algo
que ni aún hoy en esta Argentina, tan culturosa, hemos logrado: que los
recursos y posibilidades no se diluyan antes de llegar al interior.
Lo
único que puedo asegurar es que en ese Rajatabla, en el Taller Nacional de
Teatro y en el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela se respiraba arte, trabajo,
esfuerzo, entrega, mística, compromiso; que Carlos, Pepe, Paco Alfaro, Daniel
López y Aníbal Grunn eran una máquina de generar creaciones artísticas y
contagiaban a los elencos de esa energía de ese movimiento constante donde lo
más importante eran el teatro y el público.
Carlos
se fue, como tantos otros compañeros inolvidables de Rajatabla, pero en mi
memoria quedará por siempre el recuerdo de lo vivido con ellos, de lo aprendido
con Carlos, mi afecto y mi agradecimiento, la confianza, los desafíos
enfrentados que me hicieron recapacitar sobre mis posibilidades como artista,
mi templanza ante la adversidad y entender las inexplicables razones por las
que elegí esta bendita profesión-manía de ser actor.
Solo
una cosa más: Carlos se llevó consigo una invitación de otro genio del teatro:
Giorgio Strehler, quién lo había convocado para realizar una puesta en el
Piccolo Teatro de Milán, y algo más preciado, un sueño que solo conocíamos sus
más allegados: llevar a escena “Cien
años de soledad” de Gabriel García Márquez.
¿Quién
sabe, verdad? Para él nada fue imposible, salvo vencer su destino.
ÁNGEL LITO FERNÁNDEZ MATEU