Tiene
pasaporte venezolano, cédula venezolana, el alma en Venezuela, pero nació en
Córdoba (Argentina) hace 45 años. Es la versión masculina de Fanny Mickey: es
el organizador del Festival de Teatro de Caracas y, además, dirige el grupo de
teatro Rajatabla. Desde el mismo momento en que se graduó en el Seminario de Arte Dramático de su ciudad natal, vive para el teatro. Este oficio lo ha
llenado de premios y condecoraciones. La primera la obtuvo en 1965, cuando ganó
una mención de honor en el Festival de Varsovia en Polonia.
Luego
vino una que le trajo mucha satisfacción, especialmente por la calidad de gente
que integraba el jurado: Jack Lang, el actual ministro de la Cultura de
Francia; Miguel Ángel Asturias, Ernesto Sábato y Atahualpa del Cioppo. Ellos le
otorgaron una mención de honor por su trabajo en Querida familia, de Eugene
Ionesco, en el Festival Internacional de Teatro de Manizales.
En 1971, en compañía de
varios amigos, fundó el grupo Rajatabla, con el cual ha realizado sus mejores
montajes. Se destaca por su habilidad para adaptar al teatro obras de la novela
latinoamericana, especialmente la de los premios Nobel: de Miguel Ángel
Asturias, llevó a las tablas El señor presidente y, hace dos años, estrenó El coronel no tiene quién le escriba, de Gabriel García Márquez, obra que está
presentando en el Teatro Nacional de La Castellana.
Carlos Giménez es un
sobreviviente de la década de los sesenta. Nostálgico y con un leve aire de
pesimismo, pero consciente de que algún día la imaginación llegará al poder.
Es un bolivariano obsesivo,
hasta el punto de llevar a las tablas la vida del prócer. La herencia de Bolívar se trasluce en su discurso latinoamericanista que brota en cada uno de
su actos.
Su literatura de cabecera
son los libros de sus compatriotas Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Adolfo
Bioy Cásares. En poesía, prefiere al peruano César Vallejo.
A la hora de poner un
disco, se inclina por los de boleros, aunque lo inquietan los textos a veces
trágicos del tango, especialmente los de Enrique Santos Discépolo.
Este director venezolano
vive una soledad bien administrada. En Caracas, su compañía se reduce a una ama
de llaves y a los gatos Clorilene, un nombre sacado de La vida es sueño, y
Sada, un personaje de Rabinbranat Tagore en El cartero del rey.
Vivió nueve años en pareja,
pero descubrió que prefiere disfrutar de sus propios silencios y de sus miedos,
porque convivir con el arte es un riesgo casi heroico. Sin embargo, no es un
solitario, no puede comer solo.
Desde cuando salió de
Argentina, a los 17 años, se acostumbró a buscar mundo; a llegar a ciudades
desconocidas; a hacer amigos al azar, sin presentaciones formales; a conocer
culturas distintas. Esta pasión por los viajes lo llevó a Venezuela, donde se
estableció, atraído por ese caos tropical que tanto encanta a los artistas y
que algunos expertos denominan realismo mágico.
“En
una oportunidad, cuando tenía 12 años, asistí a los ensayos de una obra de
teatro en la cual mi mamá interpretó uno
de los papeles principales. La obra se llamaba “Ardel o la Margarita” de Jean
Anouilh, su director fue Carlos Giménez, a quien recuerdo con mucho cariño. Era
argentino y había elegido nuestro país, Venezuela, para contribuir con el
crecimiento del teatro, un sueño que logró con grandes éxitos.
En
uno de los ensayos, en el que me encontraba como espectadora, vi al director
preocupado porque no encontraba una actriz apropiada que interpretara el
personaje de una niña de aproximadamente 12 años. En ese momento se me ocurrió
acercarme y, con mucha decisión, le dije: “¿Por qué no pruebas conmigo, Carlos?”
Quedó impresionado por mi pregunta (…).”
Enrique Porte (de pie) y Manuel Poblete. Archivo de Rubén Pinto. Fuente: Museo Virtual del Teatro Venezolano
La
Orgía Autor: Enrique Buenaventura Dirección: Carlos Giménez
Elenco (incompleto)
Enrique Porte
Manuel Poblete
Ateneo de Caracas 1970 La obra fue censurada por el gobierno de
Rafael Caldera. " (...) para mi gusto personal, otra obra de su presencia inicial en Caracas me impactó más, y esta esLa orgía, a partir de un texto dramático de Enrique Buenaventura; no es tan significativa como Tu país..., pero me impactó por mi inclinación hacia lo extravagante, lo grotesco, el gran guiñol y el manejo de lo pornográfico como recurso de desmontar estructuras mentales adocenadas. Todo eso está amalgamado en La orgía. Fíjate, le dio tan duro al establecimiento local que apenas duró diez funciones; la censura operó con la debida eficacia." Rubén Monasterios Crítico de teatro y escritor Entrevista
9 de mayo de 2015
"En 1970 Carlos Giménez hizo una puesta en escena de La orgía, de Enrique Buenaventura, en el viejo teatro del Ateneo de Caracas. Fue un trabajo con el espíritu transgresor de esos años, con excelentes actores; yo diría que fue un trabajo que nos convenció a todos. En circunstancias que no tengo claras fue suspendido, según Rubén Monasterios por la censura. (...)."
Quizá nada es como uno quiere o se lo
propone, pero todo llega a su debido tiempo y Dios sabrá por qué. Este relato
debió haberse escrito antes del que escribí sobre la grandiosa puesta de Carlos Giménez de Peer Gynt y es probable que lo próximo que escriba
tampoco lleve una correlación en el tiempo, pero creo que no es cuestión de orden, las
prioridades me la van dando los sentimientos, la necesidad de expresar mi
agradecimiento por haber conocido y trabajado junto a alguien tan generoso que
fue capaz de romper las barreras del orden establecido para establecer sus
propias reglas y así trascender: CARLOS GIMENEZ.
Carlos Giménez y la actriz Beatriz Martinovsky ensayando "Ardele o la
Margarita" de Anouilh, en Córdoba. Carlos le está marcando la escena a
Lito Mateu. Fuente: Jorge Arán, Beatriz Martinovsky, Rajatabla
Programa de mano. Fuente: Lito Fernández Mateu
Mi primer trabajo como actor de teatro,
puesto que yo provenía del radioteatro al igual que mis padres, fue Ardele o la Margarita del autor
Jean Anouilh, estrenada el 29 de setiembre de 1967 en la Sala Luis de Tejeda
del Teatro Rivera Indarte (hoy Teatro del Libertador Gral. San Martín) en la
Ciudad de Córdoba, cuando aún yo no había cumplido los diecinueve años y los
demás integrantes, incluso Carlos, no llegaban a los veinticinco. Carlos tenía
apenas 21.Esta puesta marcó mi ingreso al
elenco del Teatro El Juglar, elenco
independiente de autogestión que coordinaba y dirigía Carlos Giménez. En esta
época se forjó nuestra amistad, los actores de El Juglar íbamos a la casa de
la familia Giménez en Barrio Jardín, donde Doña Carmen (mamá de Ana y Carlos) cosía los vestuarios que diseñaban los
arquitectos Magaldi y Tillard y nosotros
colaborábamos cosiendo botones, levantando ruedos o cebando mates para amenizar
la tarea.
Participé con ellos en otros montajes como El Gran Circo Aracarta de
Madelaine Barbouleé, donde Carlos actuaba además de dirigirnos y Remedio Para Melancólicos de Ray Bradboury,
donde contamos con la actuación de la primera actriz Milagros de la Vega,
historia del teatro argentino, e integraban el elenco Ana Giménez y Jorge Arán, además
de numerosos actores. Con esta última puesta, El Juglar decide emprender una
gira latinoamericana reemplazando a Milagros de la Vega con la excelente actriz
cordobesa Esther Plaza. Gira a la que yo estaba invitado naturalmente, pero no
obtuve el permiso de mis padres porque aún estaba estudiando y no pude viajar.
Por un lado el espíritu de Carlos de
conseguir tierra fértil para desarrollar sus proyectos, que cuando nos los
contaba parecía que nos elevaba a una
dimensión que desconocíamos. Y por otro lado la cada vez más asfixiante
realidad política de aquellos años en Argentina: golpes de estado, gobiernos de
facto, prohibiciones, persecuciones en contra de lo que se consideraba
“subversivo”… etc., colaboraron para que Carlos decidiera afincarse en tierras
caribeñas y desde allí desarrollara una tarea insuperable hasta hoy para todo
el teatro suramericano y él lograra llegar a los más importantes escenarios mundiales
junto al Grupo Rajatabla.
Lo cierto es que cada vez que Carlos
regresaba a Córdoba para visitar a Doña Carmen (su mamá) nos encontrábamos, porque nos teníamos un cariño y un respeto
mutuo que nos unió siempre. En esas ocasiones Carlos solía decirme: “¿Cuándo te
vienes conmigo a Caracas?”, pero yo estaba desarrollando en Córdoba una intensa
labor tanto en teatros independientes como en café-concert y music hall y me
preparaba para dar el salto profesional que se vislumbraba en nuestra ciudad.
Hacia 1984, con el advenimiento de la
democracia en Argentina, se abrieron los concursos para actores en la Comedia
Cordobesa e ingresé al elenco estable, oficial, como actor de primera categoría. En 1987, en
el mes de marzo, se nos informó que vendría Carlos Giménez a poner en escena
con ese elenco dos obras: El Reñiderodel
autor argentino Sergio de Cecco y “La Celestina” de Fernando de Rojas.
Por razones presupuestarias solo se llevó a
escena la primera de las obras mencionadas con una puesta de Giménez que
asombró no solo a nosotros sino al
público y a la crítica, tanto, que fue seleccionada para representar a
Argentina en el Festival Latino de Nueva York por el
hijo de Joseph Papp (productor general del Festival) quien había viajado
especialmente para elegir una obra de este país. Todos estos antecedentes, que
luego extenderé ya que la obra tuvo una repercusión
extraordinaria tanto en Estados Unidos como en México,
sirven como introducción para contar mi experiencia maravillosa en Venezuela.
En El Reñidero yo interpretaba al
Trapero (ropavejero), que trasladado de
la tragedia griega era algo así como Tiresias o el Oráculo que, ciego y
sentado en el reñidero o apareciendo en cualquier lugar de la escenografía
(sobre todo detrás de los espejos) predecía la tragedia que se avecinaba.Mi
personaje, que tenía dos monólogos importantes, fue muy aplaudido por el
público y destacado por la crítica cordobesa, es entonces que Carlos me hizo
una apuesta: “si en Nueva York te aplauden uno de los dos monólogos te invito a
que vengas a Caracas a trabajar conmigo”, apuesta que yo tomé a broma y como
incentivo al desafío que significaba para el elenco semejante gira. Nunca
ignoramos que toda esa movida era producto de la proyección que
Carlos ya tenía en Estados Unidos.
El Reñidero, en versión de la
Comedia Cordobesa, se estrenó en la Sala Luesther Hall del Public Theater de
Nueva York el 1 de agosto de 1987, con un éxito total de público y críticas
tanto para el elenco así como los más destacados elogios para la sorprendente
puesta en escena de Carlos Giménez la magnífica
escenografía de Rafael Reyeros y la iluminación de Francisco Sarmiento que
acompañaba la puesta como un “réquiem” perfecto.
En una función, al finalizar el primer
monólogo noté que se había largado a llover torrencialmente por el ruido que se
sentía en la sala. Al salir de escena vi que estaban Carlos y Roberto Stopello
entre cajas y el pasar junto a ellos
dije, “¡se largó a llover..!” y Carlos me contestó: “No boludo, te están
aplaudiendo”.
La gira siguió con todo éxito tanto en Ciudad
de México (D.F.), donde nos presentamos en la Sala del Instituto Nacional de
Bellas Artes (agosto del 87), como en Villahermosa de Tabasco, en el Teatro
Esperanza Iris, a fines de ese mismo mes.
La Comedia
Cordobesa regresó a Córdoba a cumplir con los compromisos que tenía en
Argentina y Carlos a Caracas. Durante
los años 88 y 89 nuestra actividad fue
intensa y en 1990 fuimos al Teatro Cervantes de Buenos Aires a poner en escena
“Príncipe Azul” del autor Eugenio Griffero, interpretada por Jorge Aran y yo, con dirección de Omar Viale. Otro gran
acierto de la Comedia Cordobesa. Es en esta estadía en Bs.As. cuando me
informan de mi casa (mi mamá) que me había llegado una invitación del Gobierno
de Venezuela para formar parte del Proyecto Pedagógico Teatral, invitación que
obviamente gestionó Carlos cumpliendo su parte de la “apuesta” que él mismo
había propuesto. ¡Mi locura fue total…!
Izquierda: Roberto Stopello, Carlos Giménez,
Lito Fernández Mateu, Jorge Arán, New York, 1987.
Fuente: Lito Fernández Mateu,
Carlos y elenco de El Reñidero. Fuente: Alvin Astorga
SIETE
HORAS DE VUELO HACIA UN SUEÑO
Llegué a Caracas en enero de 1991, estrenando
un “Reconocimiento” que
recientemente me habían otorgado los medios de prensa de Córdoba por mi trabajo
con la “Comedia Cordobesa en la obra Cabaret Bijou”, del autor argentino
Alfredo Zemma y dirigido por el mismo autor. Ya en el aeropuerto, donde fue a
recibirme, Carlos me dijo que necesitaba que me integrara inmediatamente al Taller Nacional de Teatro (TNT), en
calidad de docente. Al día siguiente se formalizó una reunión con la Junta
Directiva de ese organismo y una bella mujer poseedora de una voz muy teatral,
que por momentos me hacía recordar a nuestra querida actriz Jolie Libois, me
indicó que se esperaba de mí la transmisión de mis conocimientos a los alumnos
del TNT: era la Sra. América Alonso, Directora Académica de esa Institución, una
la más grandes actrices de Venezuela.
Este era un seminario de formación actoral,
creado por Carlos Giménez, que funcionaba en el edificio de Rajatabla, que
estaba ubicado entre el sorprendente Teatro Teresa Carreño y el Ateneo de
Caracas, frente a Parque Central. El objetivo era primordialmente ser el
semillero de actores para Rajatabla y el teatro venezolano, Dirigía el TNT mi
querido amigo Aníbal Grunn. Además de ser el instructor en interpretación, mi
trabajo consistía en dar clases de dicción, vocalización y análisis de texto,
ya que la instrucción era integral, inclusive se procuraba a los alumnos clases de producción artística y
asistencia de dirección. Aníbal, además de su responsabilidad con el TNT, era
un importante actor dentro de la estructura de Rajatabla, colaborador con
Carlos en la selección de textos y miembro fundador de la Junta Directiva.
Al ingresar tuve a mi cargo veintisiete
alumnos (promoción 1991 – 92) de los que aun guardo la nómina de nombres y
recuerdos maravillosos de cada uno de ellos, ya que además de darles las
materias asignadas nos tomábamos un tiempo para responder a las preguntas que
me hacían sobre Argentina, incógnitas que tenían sobre nuestra situación
política, la censura, los exiliados o el
mito sobre Eva Perón, por ejemplo, y yo aprovechaba para darles a conocer
pormenores de importantes hitos en la historia del teatro argentino, como lo
fue el Instituto Di Tella clausurado
por el gobierno militar en 1970, autores como María Elena Walsh, Griselda
Gambaro y Eduardo Pavlovsky, y lo que significó el ciclo de Teatro Abierto en mi país, movimiento
cultural en contra de la dictadura cívico militar iniciado en 1981 donde
dieron a conocer sus obras grandes autores argentinos. Siempre tuve la
precaución de consultar esta temática con Carlos y Aníbal, jamás ejercieron
ningún tipo de objeción sobre el tema.
Todos los alumnos del TNT trabajaban en las
puestas de Rajatabla, ya sea como actores, asistentes o ayudantes de producción, que es una forma activa de proporcionales
conocimientos y herramientas que luego usarían profesionalmente, además de
hacer sus propios montajes dentro del Taller. Creo que abonaban una cuota mínima
a la cooperadora del Seminario, que duraba dos años y contaba con instructores
tales como Aníbal Grunn, Daniel López, Teresa Selma, América Alonso y Andreina
Womutt, entre otros.
En una reunión, Carlos, América y Aníbal me
propusieron que hiciera un relevamiento del proceso de formación actoral y
sugiriera cambios que redundaran en beneficio del crecimiento de los actores.
Propuse entonces elegir los diez mejores promedios finales de cada ciclo y
otorgarles una beca con un sueldo “incentivo”, en calidad de post graduados,
que aportara un año más de formación, ahondando en materias como
interpretación, puesta en escena, escenografía, vestuario y sobre todo
literatura teatral clásica internacional. Hicimos una prueba piloto donde
participaron todos los alumnos, la que fue interrumpida por mi designación como
Director Artístico en el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), Núcleo
Táchira.
Este fue otro extraordinario aporte de Carlos
Giménez al teatro de Venezuela, la creación de elencos regionales de carácter
profesional, auspiciados por el Consejo Nacional de la Cultura de ese país. En
estas agrupaciones participaban jóvenes actores de ciudades del interior donde
estos núcleos de trabajo tenían su sede propia. Los actores ingresaban mediante
audiciones, castings o concursos según las necesidades de puesta en escena en
las que podían converger actores de todo el país, ya que los concursos eran
abiertos, pero con prioridad de los locales. Todos recibían un pago por sus
prestaciones actorales. La Junta Directiva del TNJVdesignaba
y contrataba un director artístico, encargado de la puesta en escena y talleres
de capacitación y elegía la obra a montar en franca discusión con el director
asignado.
La Junta Directiva del TNJV estaba
integrada por: Presidente: Carlos Giménez; Suplente: Carmen Ramia;
Vicepresidente: José Ignacio Cabrujas; Suplente: Francisco Alfaro; Directores
Generales: América Alonso, Pilar Romero y Paul Desene y, Suplentes: Federico
Ruiz, Adriana Urdaneta y Javier Zapata.
Los distintos Núcleos (creo que eran ocho en total) estaban en:
Valera, Maracaibo, Valencia, Puerto Ordaz, Guayana, Trujillo, San Cristóbal y
Caracas, estaban coordinados por el Sr. Carlos Mayorga y la Coordinación
Nacional Académica y Artística de la
Sra. América Alonso.
En mi caso fui designado en el Núcleo Táchira,
en la bella ciudad de San Cristóbal, tan parecida a mi Córdoba en su fisonomía,
en sus calles, en sus montañas, pero con una bondad y cordialidad únicas y
propias de su gente, que por momentos me parecía que mi irrupción modificaba su bucólico y
placentero movimiento. Logré integrarme sin inconvenientes gracias a eso: su
gente, su bonhomía, sus ganas de trabajar, de hacer teatro y la entrega total a
un proyecto que les proponía una pertenencia profesional a un elenco que les
era propio. Su admiración y respeto por
la figura de Carlos y la Junta Directiva eran, totales.
La obra seleccionada fue Los
noventa son nuestros basada en la novela de la autora española Ana
Diosdado, dialogada y adaptada por el Sr. Miguel Angel Capinel con quién tuve
el gusto de colaborar, además contaría con la valiosa colaboración del Sr.
Carlos Arellana a quién se le encomendó la música original para esta puesta.
La primera etapa, la más dura para mí, fue
seleccionar el elenco, ya que todos los inscriptos demostraban no solo una
capacidad admirable, sino una disponibilidad que enternecía. La obra solo
requería un grupo reducido, y tuve que optar. Hoy volvería a elegir al mismo
grupo, porque no solo encontré actores hermosos, estudiosos, colaboradores, con
un empuje que me incentivaba cada día, cada ensayo, cada hallazgo, y aún en
cada error. La verdad es que hubo que integrar dos actores del Núcleo Caracas
debido a las características de los personajes y a la preparación actoral que
tenían los actores capitalinos. Pero no hubo fricciones, sino todo lo
contrario.
El resultado fue un hermoso trabajo de un
equipo fenomenal que contó con la
escenografía de Augusto González y Marcelo Pont Vergés, escenógrafos argentinos
que recientemente habían llegado a Venezuela en busca de un lugar donde
desarrollar su actividad, y como siempre, ahí estaba la generosidad de Carlos
Giménez, extendiendo su mano para procurar trabajo a todo aquel que lo requería sin
anteponer nacionalidades.
Habitualmente viajaba a San Cristóbal el Sr.
Carlos Mayorga, Coordinador de todos los núcleos en lo referente a la
producción artística y logística y, mediante evaluaciones o requerimientos de
la puesta en escena, yo debía viajar a Caracas a reunirme con América Alonso,
Coordinadora Académica de los elencos.
Más allá de que el hecho de designar
directores, elegir obras y seleccionar el elenco que las representaría, pueda
haber herido susceptibilidades entre los teatristas del interior, que los
había, muchos y buenos, el proyecto apuntaba justamente a eso: “intercambiar”
conocimientos con directores que provenían de otra escuela, con otra
experiencia distinta a la local y con otra visión, pero esto no anulaba la
posibilidad que luego se integraran sugiriendo
obras a la Junta Directiva.
Este maravilloso mega-proyecto de Carlos
Giménez, de procurarle a los actores del interior acrecentar y consolidar sus
conocimientos en esta profesión, de participar en montajes con diferentes
directores, de cobrar un sueldo (o beca) por su trabajo, nos habla del
compromiso por una clara aplicación del federalismo cultural, no declamado sino
realizado a nivel profesional, aportando la infraestructura necesaria para las
puestas y otorgando la posibilidad de expresar su propia identidad teatral, a la
par que los dotaba de mayores conocimientos culturales, meta irrenunciable de
Carlos Giménez.
Esto se vio reflejado en los resultados: una
puesta que el público agradeció, que la crítica elogió y que todo el grupo
disfrutó, hasta nos dimos el lujo de ser invitados al Festival Binacional de
Colombia que se realizó en la ciudad de Cúcuta y en la participación de la
Muestra del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela en Caracas, junto a todos los
Núcleos del proyecto.
Actor cordobés. Perteneció al elenco oficial de la Comedia Cordobesa y fue integrante del grupo El Juglar de Carlos Giménez. Ha transitado todos los géneros artísticos, desde el circo (donde nació), el radioteatro, el teatro, el café-concert, el music-hall, la televisión y el cine. Con la obra El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez y dirigida por Carlos Giménez, recorrió los principales teatros de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Venezuela.