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Carlos Giménez era alguien para quien la sensibilidad no tenía límites / José Vicente Rangel, El Diario de Caracas, 31 de marzo de 1993










Coincido con Rubén Monasterios en su apreciación sobre Carlos Giménez, cuando dice: "Carlos Giménez trató al poder político de tal forma, que nos lo hizo sentir como un fenómeno al mismo tiempo repulsivo y fascinante". 
Nada más misterioso que el poder.
Nada que atraiga más a un intelectual, bien sea para abrazarlo o para repudiarlo, que el poder. 
Esa posibilidad de ser Dios, de rivalizar con éste. Por eso que mientras más sordidez se perciba en el poder mayor es su atracción sobre el ser humano. ¿Es que acaso ese poder encarna la parte oscura del hombre? Tiene uno que preguntarse.
Lo que conozco de Carlos Giménez, lo que capté de su trayectoria humana e intelectual, siempre me produjo la impresión de que él siempre se debatió en una ambiguedad que tuvo mucho que ver con ese propósito de desentrañar la verdadera  esencia del poder. Vale decir, de la condición humana, porque es en esa relación limpia donde se revela la grandeza y la miseria.
Giménez fue algo más que un artista, que un organizador. Era alguien para quien la sensibilidad no tenía límites. Capaz de emprender cualquier empresa en medio de reconocimientos y rechazos, con sorprendente firmeza.
Él fue capaz de resumir, sin haber nacido en nuestro país, la atormentada contradicción que suele recorrer a quien se siente testigo y parte al mismo tiempo.
Supo de grandezas y miserias. Supo hacer y deshacer. Tuvo acceso a lo más sordido y a lo más sublime. Asido a la vida jugó con ella. Su pasión teatral constituyó un ejercicio de lealtad y, al mismo tiempo, un repudio a lo convencional.
No creo que por simple espíritu de provocación se internase por el laberinto de las pasiones innombrables. Ya que su característica era dar la cara.
Entre los recuerdos que de él guardaré siempre, está una improvisación que le escuché en el Teresa Carreño en la que hizo la apología de los derrotados. Curiosa forma de asumir el compromiso, precisamente él que en apariencia lucía como un triunfador.
En la derrota como símbolo de no desmayar, habría que indagar lo que él, ahora ausente para siempre, quiso hacer a través del teatro.
Que no fue otra cosa -a mi manera de ver- que convertirse en el notario de un país.
En el código de su lenguaje y en la manera de comunicarse con sus semejantes, se capta esa agónica y desesperada carrera hacia la nada.
¿Por qué la nada?
Porque es el comienzo del todo. Del Verbo y de la acción. Y, sobretodo, de la demitificación de los viejos y aterradores atributos del poder que se convirtieron para él en una verdadera obsesión...

José Vicente Rangel
Político. Periodista. Ex candidato presidencial. (Años más tarde, vicepresidente de Venezuela durante la presidencia de Chávez).



Fuente: Ana Lía Cassina, Carmen Gallardo, Mariana Llanos
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