Fue un cordobés universal, de quien debiera estar esta ciudad orgullosa. Él unía dos facetas que son a menudo excluyentes, creador y organizador, las hacía compatibles a estas tareas con una aparente sencillez. Su labor, sobre todo en la creación del Festival de Caracas, o de nuevas compañías juveniles, fue ingente. Tuvo el poder y la gloria: los que le envidiaban lo primero, no reconocían su talento.
Carlos vivía lleno de intuiciones y se arriesgó a contar determinados contenidos con un lenguaje totalmente nuevo. Sin renegar de las grandes cuestiones como son la defensa de la libertad, el colonialismo [la denuncia], el agravio en el reparto de riquezas, lo decía de un modo diferente al que indicaba el catecismo de los mayores. No fue nunca bien considerado por los ortodoxos porque se salía de la norma. Esa puesta era una obra de arte y ningún discurso explícito podría haber llegado más lejos.
Fue un acto de fe en la libertad y en la vida [la puesta de Despertar de Primavera].
No voy a negar el derecho de sucesión que tiene el Rajatabla, pero creo que las circunstancias de la desaparición de Carlos y otros actores de la compañía hace que nada vuelva a ser igual. Por otra parte, el desconocimiento del teatro latinoamericano sería absoluto sin la pequeña constelación de festivales que recorre el continente. Gracias a ello se ha roto la balcanización que vive el teatro de aquí y a partir de Manizles, si nos ponemos a hacer historia.
Moisés Pérez Coterillo
Crítico teatral, periodista y editor español. Dirigió el Centro de Documentación Teatral, las revistas El Público y Pipirijain. .
La Voz del Interior, Córdoba, 1993
Fuente: Ana Lía Cassina, Carmen Gallardo, Mariana Llanos