©Roland Streuli |
Conocí a Carlos Giménez en el año 1981 en Caracas, en
el Teatro Cadafe donde yo era el Director Técnico. Se estaba realizando el V Festival Internacional de Teatro de Caracas y estábamos presentando un espectáculo de la India que todo el mundo quería ver: el Kathakali. El
entusiasmo era impresionante, la gente casi que tumba los vidrios del teatro
por la cantidad de gente que había. Imagínate que ni siquiera había puesto para
Carlos Giménez y él tuvo que ver el espectáculo desde la cabina de luces y
sonido, donde yo estaba.
Carlos nunca fue abusador y aunque él era el director del FITC siempre
pedía permiso para entrar y llegó con un pequeño séquito integrado por José
Tejera y Francisco Alfaro. En la cabina también estaba América Alonso, la gran
actriz venezolana y Daniel Farías, su esposo y director de teatro.
Yo estaba con la actriz Flor Núñez, que en ese momento era mi
secretaria, y Luis Colmenares, que era
el técnico de sonido. El aire acondicionado había fallado y todo el mundo
sudaba como bestias.
Y ese fue el primer día que yo conocí a Carlos Giménez y él se
interesó en mi trabajo de iluminación, porque el teatro había comprado en
Estados Unidos una consola espectacular que yo había instalado, y también
traducido los manuales de instrucción, y
Carlos tenía interés en comprar una consola igualita para Rajatabla, así que me
contrató. Yo estaba muy emocionado pero trabajé apenas unos meses en Rajatabla porque el encargado de luces era mi
gran amigo David Blanco y yo no quería dejarlo sin trabajo ni competir con él.
Pero fue así que comenzamos con Carlos una amistad que duró hasta el final de
sus días.
Cuando lo conocí Carlos me pareció un hombre muy sencillo,
accesible, no me intimidó para nada. Su
poder y su fama siguieron creciendo rápidamente, no sólo en Venezuela sino en
el mundo, pero para mí él siempre siguió siendo el mismo. Por
supuesto al tener más recursos económicos pudo hacer más cosas, eso fue como
Red Bull, le dio alas y eso fue buenísimo porque pudo hacer más cosas por su
arte y por el teatro venezolano.
Aunque trabajé muy poco
para Carlos y su grupo Rajatabla vi
todas sus obras, desde la primera, Tu
país está feliz, hasta la última, y todas me fascinaron. Los primeros años yo no
era fotógrafo pero cuando me convertí en uno tuve el placer de plasmar para la
posteridad la majestuosidad de sus montajes. Tengo esas imágenes guardadas en
mi memoria, además de en mi archivo fotográfico, y es como si tuviera un museo
en mi cabeza, un museo al que entro gratis para encontrarme con las más
hermosas imágenes jamás imaginadas.
Aunque todas sus obras me impactaron hay una en especial que me
voló la cabeza: La
Celestina, con Alexander Milic y Mariú
Favaro, que la presentaron en la Anna Julia Rojas. Me acuerdo de ese puente que
Carlos mandó a construir en el escenario, era impactante.
Carlos era, como dijo Rubén Monasterios, “un ángel furibundo” pero
conmigo siempre fue un ángel, jamás de los jamás se puso bravo, al contrario,
siempre fue correcto, agradecido, fue genial.
Aunque también lo vi endiablado, o como “Diablito Under Wood la
mejor forma de comer jamón” y te digo,
no me hubiera gustado tener la llave para abrir esa lata y comerme ese jamón
porque me hubiera caído muy mal en el estómago. Pero él era así. Y al mismo
tiempo era oro puro. Pero él no tenía
mal carácter, no, al contrario. Él se
ponía muy bravo pero no por cualquier
cosa: no era una lunático ni un histérico. Él se enojaba cuando no seguían sus
indicaciones, cuando un actor en un ensayo en vez de hacer lo que él le había
marcado hacía otra cosa. Ahí se ponía bravísimo.
Ravi Shankar, Roland Streuli y Yehudi Menuhim, Caracas 1983. ©Roland Streuli |
Carlos era un hombre muy generoso, ayudó a mucha gente, no sólo
con trabajo sino con dinero, comida, tratamientos médicos, etc. Y todo lo hacía en forma silenciosa, sin
darse crédito. Rescató al gran actor
Alexander Milic, que debido a su adicción a las drogas había perdido los
dientes, su dinero, su casa, había vivido hasta en la calle y nadie quería
darle una mano y mucho menos trabajo. Alexander entró a un centro de
rehabilitación y para dejarlo salir alguien tenía que hacerse responsable de
él, y por supuesto nadie quería. Alexander pidió que contactaran a Carlos y
Carlos aceptó esa responsabilidad, a pesar de que él odiaba las drogas, y no
sólo le pagó la dentadura postiza sino que le dio el papel protagónico en La
Celestina, donde hacía el papel de la mujer anciana, obra con la que
Alexander se consagró a nivel internacional y con la que recorrió el mundo
entero cosechando impresionantes críticas.
También le consiguió un lugar para vivir y comida a Panita, el muchacho
desdentado que cuidaba los carros en la Plaza de los Museos. ¡Y ayudó a tanta otra gente!
Carlos era homosexual, como todo el mundo sabía porque él nunca lo
ocultó, y era tremendamente respetuoso con los hombres que no lo éramos. A mí
jamás siquiera me guiñó un ojo. Él era muy seductor y siempre tenía un gentío
detrás de él.
Yo trabajé en todos los festivales internacionales de teatro de
Caracas, desde el primero en 1973, donde fui guía. También ayudé siempre con
los directores extranjeros por mi facilidad con los idiomas. Y Carlos siempre
me agradecía que yo hiciera tantas cosas al mismo tiempo y me encargaba a todas
las personas que hablaban inglés y francés. Yo tuve el honor de trabajar con
Kantor, el director de La Clase Muerta, un verdadero genio que incluso
me regaló unos cuadros hechos por él, porque antes de ser director él era
artista plástico.
Carlos era el FITC, su alma y su cuerpo.
Carlos fue el más grande artista y gerente
cultural a nivel mundial, porque tenía una mente de sádico para llegarle a la
psiquis de la gente a la que le podía interesar el mundo del teatro.
Carlos para mí es un genio como Dalí y Picasso,
aunque prefiero Dalí que es mucho más perspicaz y definitivo que Picasso.
Y te voy a contar una anécdota magnífica. En 1992
estábamos juntos en la avenida Bolívar viendo el impresionante espectáculo de
calle de la compañía francesa Royal de Luxe. Yo saqué una foto y Carlos me dijo
admirado: “¡Qué fotaza que sacaste!”. Cuando la revelé me di cuenta que Carlos
tenía razón. Carlos tenía ojo para todo, incluso para saber cuándo una foto era
magnífica sin siquiera verla en papel. ¡Increíble!
Carlos, además de dirigir teatro, creó muchas instituciones teatrales, festivales,
premios, asociaciones. Y de todas ellas para
mí la más importante sin ninguna duda fue el Festival Internacional
de Teatro de Caracas, que fue fabuloso en todas sus ediciones, desde 1973 hasta 1992 cuando
él lo dirigió, poco antes de su muerte.
Pero también me parece importantísimo el Teatro Nacional Juvenil de
Venezuela (TNJV), que tenía sede en Caracas y
subsedes en el interior del país. La sede en Caracas estaba en un sótano
abandonado de Parque Central que Carlos
convirtió, trabajando con las uñas, en
una sala de teatro magnífica donde se hacía muy buen teatro. ¿Qué es lo que no
hizo Carlos? Todo. Carlos hizo todo.
Carlos me enseñó a tener paciencia y aguante. Y a
amar al teatro, porque antes yo estaba dedicado a la danza, y hasta me enseñó a
amar la ópera, que yo detestaba simplemente por desconocimiento. Porque los
montajes de Carlos eran una unión de todas las artes: cine, artes plásticas,
música, danza…
La muerte de Carlos fue, para mí, el principio del
fin. Carlos era un ser irremplazable. Aunque se dice que nadie es irremplazable
en este mundo yo digo que sí, que hay seres humanos que son imprescindibles,
como dice Bertold Brecht, y Carlos fue uno de ellos.
Yo todos los años esperaba con ansiedad los
montajes de Carlos para fotografiar esas imágenes maravillosas que él creaba,
como la lluvia, los paraguas, las peleas de gallos, los puentes, el suelo del
escenario que se rompía como si un terremoto hubiera ocurrido… Su muerte fue
una tragedia para mí y lo extraño.
Y para mí la muerte de Carlos también significó
parte de la muerte de la cultura venezolana.
Y para la cultura venezolana, una tragedia.
Si Carlos pudiera escucharme le diría: Carlitos,
hermano mío, te fuiste antes de tiempo y nos dejaste jodidos aquí con esta
gente, con el chavismo. Pero supongo que estás muy bien donde estás, porque yo dudo que te hubieras aguantado todo
lo que la gente se aguanta aquí de estos gobiernos nefastos. Por un lado estoy
contento de que no hayas conocido esta faceta de Venezuela, porque tú conociste
la faceta buena, cuando estaba la buena gente. Entonces te diría: tranquilo,
hermano, tú hiciste lo tuyo, descansa en paz. Y gracias por todo lo que me
dejaste a mí. Él lo sabe y yo lo sé.
Fotógrafo, actor de cine, e bailarín y traductor suizo
radicado en Venezuela.
Como fotógrafo se ha especializado en danza, teatro,
ópera, artes escénicas, música, espectáculos. Ha fotografiado al
Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC) desde su primera
edición en 1973.
En 2023 formó parte del libro María
Teresa Castillo-Carlos Giménez-FITC 1973-1992, editado por Escritoras
Unidas & Cía. Editoras.
Publicó el libro “La Danza en Venezuela”, A. Ermitano
Editor, 1989.
Se formó como actor con José
Ignacio Cabrujas.