©Rolando Peña-Karla Gómez |
Fue lo que le
escuché decir a María
Teresa Castillo hace algunos años en una de sus apariciones públicas y
quedé petrificado porque hasta ese preciso momento yo mismo no sabía para qué
servía ni qué estaba haciendo en el país venezolano que me vio nacer en 1931.
Gracias a ella descubrí que era un promotor cultural, es decir, un venezolano
amparado bajo el alero de cierta arrogancia intelectual, que se empeñaba en ser
escritor y en lograr que sus a veces ingratos compatriotas vieran buen cine en
las proyecciones de la Cinemateca Nacional que me tocó dirigir durante varios
años.
Pero María
Teresa Castillo fue algo más que una promotor cultural: fue ella misma la
cultura, hizo del Ateneo de Caracas la fortaleza del pensamiento y de la vida
del arte, se convirtió ella misma en el adorable ser que exploró con alegre
desparpajo pero con extremado rigor y cautela los difíciles caminos culturales
que levantaban los telones teatrales, permitían que los instrumentos
musicales levantaran sus voces y los artistas recorrieran en plena
libertad los pasillos y salones del Ateneo y junto a los grandes nombres que
visitaron el país: intelectuales, escritores, poetas, artistas plásticos de
alto prestigio también subieron las gradas y entraron en Macondo, la portentosa
casa que compartió con Miguel Otero Silva porque fue mujer de acerado espíritu
democrático, de mente abierta y desafiante, de las que en lugar de cerrar
puertas tienden a abrirlas para que entren aires renovadores. Ella y
Carlos Giménez lograron personificar uno de los más gloriosos
acontecimientos culturales del país: el Festival
Internacional de Teatro de Caracas. Mi hijo
Boris siendo un niño pre-adolescente se asomó siempre en los sucesivos
Festivales y yo tuve el privilegio de acercarme a María Teresa, conocerla, ser
su amigo y convertirme en lo que realmente sigo siendo: ¡un promotor
cultural!
RODOLFO
IZAGUIRRE
Ensayista
y crítico cinematográfico venezolano.
Estudió derecho en La Sorbona de París, al estar cerrada
la Universidad Central de Venezuela por el dictador Marcos Pérez
Jiménez. Gracias a la proximidad de su
residencia en París a la Cinemateca Francesa, abandona la carrera de derecho para dedicarse al cine.
Después de participar activamente en la creación de agrupaciones literarias de izquierda, como Sardio y El Techo de la Ballena (1961), entre 1968 y 1988 se centró en la dirección de la Cinemateca Nacional de Venezuela, fundada por Margot Benacerraf en 1966. Gracias a su labor, convirtió a la institución en el foco de un proceso de formación de futuros cineastas y espectadores. Colaboró durante treinta años en Radio Nacional de Venezuela con el microprograma de difusión cinematográfica El cine, mitología de lo cotidiano. Actualmente es columnista dominical del diario El Nacional.
Desde
el año 1995 hasta 2016 colabora como conferencista del Festival Atempo de
Caracas.
Obras
publicadas:
El
cine venezolano (1966); Historia
sentimental del cine americano (1968); Cine venezolano: largometrajes (1983);
Acechos de la imaginación (1993); El cine: La belleza de lo imposible (1995).
Ficción: Alacranes (1966); En el
tiempo de mi propia vida (2018); Lo que queda en el aire (2023)