La
muerte del General Gómez que había gobernado al país con mano de hierro e, inclemente
crueldad a sus opositores, a un país que, mayormente, no tenía conciencia de la
abrumadora riqueza petrolera que atesoraban los hondos sótanos de la tierra, permitió
a los venezolanos respirar con más
afabilidad. Ya no se castigaba, por ejemplo, porque hubiera algún periódico con
humor. Y, hubo otro milagro, entre un
pueblo pobre que apenas cubría sus pies con unas toscas alpargatas, negras, la
aparición en la vida pública de jóvenes mujeres admirables que, casi en un
santiamén, con su pujanza, su inteligente entusiasmo, quisieron lavar de
sufrimientos y de ignorancias el rostro, recientemente, tan ofendido y
humillado del país. En gran parte, comenzaron a lograrlo. Una de ellas, María Luisa Escobar,
compositora de canciones preciosas, hacia 1.932, todavía el General Gómez bien
despierto en medio de su zoológico de Maracay, se había atrevido a fundar el
Ateneo de Caracas donde se reunían escritores, poetas para tertulias de fuste.
Y, acaso, un murmullo en el corazón contra una tiranía que llevaba muchos
años. Ante ese estado de cosas, María
Teresa Castillo, una joven venezolana, de muy abierto talante, comenzó a
interesarse en la política y, desde temprano, supo admirar como verdaderas las
ficciones de los escritores.
María
Teresa era una chica guapa, de ojos grandes y expresivos. Fue mujer regalada
por dones. Siempre firme, sin titubeos, para lo que se propuso. Hubo en ella, una
virtud que la hizo fluida y convincente para la comunicación con los
otros. Tenía lo que los venezolanos
llamamos “labia”. En un tiempo donde las mujeres solo secreteaban dentro de la
casa, acaso María Teresa al escuchar la discusión de los hombres en torno a
política, conversar sobre libros, supo ganarse un propio discurso, una voz
protegida de un tono familiar y cercano. Lo desplegaría en el momento oportuno.
Le sería de utilidad. Ese acento estaba iluminado por una sonrisa amistosa. Además, a su labia, a su buen hacer en la
conversación la acompañó, pese a una innata seguridad en sí misma, la simpatía
y, el pragmatismo. Nunca se fue por las ramas. Fue cálida y, al unísono,
lacónica. Siendo de buena presencia, un revés sentimental la hizo viajar, un
rasgo de la valentía que fue una de sus razones de ser, a marcharse a Nueva
York. No fue en balde. Aprendió a ser costurera. De regreso al país, estuvo detenida un año en
una jefatura civil. Naturalmente, por
razones ideológicas. Para ella, en ese
entonces, sus amigos de la izquierda fueron una Academia. Tampoco en balde. Al fundarse el tabloide
“Últimas noticias”, una lección de periodismo en sus años inaugurales, es una
de las primeras mujeres que sale a la calle porque es reportera. En “Últimas
noticias” conoce a una Ida Gramcko muy jovencita, bella, iniciándose en el
periodismo y entrevista a Margot Benacerraf, cuando aún faltan muchos años para
que filme “Araya”. En el popular
tabloide conoce a fondo las tripas del diarismo. No solo eso.
Con su amiga Anita Massanet funda para “Radio Continente” el primer
programa radial a cargo de mujeres. Ahí
María Teresa pone a prueba, un espíritu para la empresa y, la vocación para
llegarle a la gente. A veces va al Bar
Windsor, de Los Caobos, la búsqueda de Miguel Otero Silva, quien entre chanzas
y tragos con los amigos, recoge material e inspiración que, de seguro, le servirán
para llenar columnas del próximo ejemplar de “El morrocoy azul”, exitosísimo
semanario humorístico de ese tiempo. El
amor, el gran afecto surgido entre María Teresa y Miguel, acaso, no es una
novedad. Ambos son de la misma generación, han sido impertérritos
antigomecistas, son de un momento en que la ideología es primordial, los dos
guapos. Sin embargo, los años treinta, tan movidos, tan azarosos, no les había
dado ocasión para el intervalo del amor.
Siendo “El Nacional”, una felicísima realidad, no tardan en casarse. El
matrimonio tiene lugar hacia 1.948 en el apartamento primoroso de dos
destacadísimos periodistas de “El Nacional”, Ida Gramcko y José D.
Benavides. María Teresa, la andariega
reportera, una dinámica mujer que no conoce treguas se toma diez años de vida
casera, para la crianza de sus dos hijos, Miguel Henrique y Mariana. Eso no quiere decir que María Teresa se haya
despedido del arte. Hacia 1.952, a la salida de una función privada de “Antoine et Antoinette”, encantadora película
de Jacques Becker, oigo a María Teresa discutiendo vivamente sobre la película
con la escritora Antonia Palacios, su amiga del alma, su amiga de toda la vida,
su hermana del corazón.
Es
imperioso en mujer tan inquieta que vuelva a la actividad. Ya sus dos niños no
son unos críos. Puede hacerlo. Le viene
una oportunidad de oro cuando es elegida Presidenta del Ateneo de Caracas. Y,
es oro lo que María Teresa cosecha. La
llamada antigua Casa de los Ramia, casi al frente del Museo de Bellas Artes,
ahora domicilio del Ateneo de Caracas, es también refugio maravilloso para gran
parte de la intelectualidad de entonces. En el teatro del Ateneo, se presenta
cine de vanguardia. Y, un joven argentino, Carlos Giménez, tiene un éxito
espectacular con el montaje de un musical llamado “Tu país está feliz”. Será
también el cerebro para los ciclos admirables de Teatro Internacional que
habrán de darse en Caracas. Gracias al necesario apoyo de nuestra democracia y,
del entrañable liderazgo cultural de María Teresa Castillo. Forjado, junto a
las primeras luchas por la libertad, a finales de los años treinta del pasado
siglo.
María
Teresa adoraba y, admiraba con fervor a Miguel Otero. Pudo, cómodamente, ser
solo la señora Otero Silva, que no era cualquier cosa. Sin embargo, en su “almacén de memorias”, no
habría perecido el recuerdo que, quizá, tuvo por Rosa Luxemburgo, la gran líder
socialista judía, implacable en su lucha, pero tierna como ninguna en sus
cartas de amor. María Teresa Castillo,
con un Ateneo abierto para todos, con una casa unánime, anfitriona sin ambages,
se construyó como entrañable luchadora cultural democrática. Emociona
recordarla. Al unísono, recordamos tiempos felices para nuestro país.
Narradora, dramaturga, ensayista, cronista y diplomática venezolana.
Fue fundadora del grupo literario Sardio.
En 1999 fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura.
En 2018 fue elegida Miembro Honorario de la Academia de la Lengua Venezolana.
En 2019 fue investida como Doctora Honoris Causa por la Universidad Metropolitana de Caracas.
Una de sus obras teatrales más famosas es Vida con Mamá, ganadora de varios premios.
Su libro Crónicas Ginecológicas ha sido un gran éxito en Argentina, donde se ha reeditado varias veces por la editorial "Los cuadernos del destierro"