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Carlos Giménez, su generosidad y su rebelión frente a la injusticia: testimonios varios / fragmento de la biografía "Carlos Giménez el genio irreverente" (2023) de Viviana Marcela Iriart, Ed. Escritoras Unidas & Cía. Editoras



 

Carlos Giménez, Venezuela años ’70. Fuente: Juan Pagés



Además de ser un gran creador, Carlos fue un gran ser humano, muy generoso, humilde y sencillo. 

Se rebelaba contra la injusticia y protegía a las personas más vulnerables. Su nombre era usado muchas veces por el personal de mayor jerarquía del Ateneo de Caracas, Rajatabla, el FITC y de todas las instituciones que creó, para inspirar miedo en el personal de menor jerarquía y así obtener beneficios. 

Él lo sabía, le molestaba y siempre decía: “si quiero reclamarles algo, lo haré yo mismo, no a través de intermediario. Y si necesitan algo, hablen conmigo, no con los que dicen que me representan.”

Voy a contar algunas historias que conozco de primera mano y transcribir fragmentos de entrevistas que realicé, que destacan su calidad humana.


WILFREDO TORRES Y EL TOBO DE AGUA SUCIA




 Mi queridísimo y ya desaparecido amigo, el actor y productor Wilfredo Torres, un día muy emocionado me contó una historia de Carlos. Fue después de que supimos que Carlos estaba enfermo. 

La historia es la siguiente. 

Wilfre, actor del interior del país, pobre, afrovenezolano, con poca instrucción, con una cara muy bonita, bajito de estatura, muy inteligente, dejó su Acarigua natal para instalarse en Caracas con la única intención de inscribirse en el Taller Nacional de Teatro (TNT), graduarse y ser parte de Rajatabla. 

Wilfre tenía mucha ambición y era un gran luchador. Se instaló en una pensión tristísima y salió a buscar trabajo. ¿Y a dónde fue? ¡A Rajatabla por supuesto! Quería hablar con Carlos y pedirle trabajo de cualquier cosa, pero que fuera en un horario que le permitiera cursar en el TNT. 

Pero Carlos vivía rodeado de un séquito que, a su antojo, decidía quién podía verlo o no. Un séquito que desparramaba rumores de lo inaccesible que era cuando, la verdad, cualquier persona conocida o desconocida podía tocar la puerta de su oficina y era atendida amablemente por Carlos. 

Pero Wilfre no lo sabía. Y tuvo la mala suerte de que lo parara el patán más patán del séquito (y eso que había varios que competían por ese puesto). Wilfre no se dio por vencido: le contó cuál era su intención y le pidió trabajo. 


    - El desgraciado -rememoró Wilfre con una rabia que nunca le había conocido- me miró con desprecio y dijo que yo jamás podría ser actor pero que tenía un trabajo para mí: limpiando los baños del Cafetín Rajatabla.


Wilfre aceptó, porque necesitaba el dinero y porque, además, ya estaba adentro de Rajatabla. Ahora tenía que esperar la oportunidad de cruzarse con Carlos. Y meses más tarde el milagro ocurrió. Wilfre estaba limpiando y Carlos entró a lavarse las manos. Nunca lo había visto (el séquito mantenía apartado a Wilfre) y le preguntó quién era. 


    - ¡Yo me quise morir! ¡Me puse rojo! ¡Imagínate! ¡Carlos me estaba hablando! ¡Quería saber mi nombre! ¡Y yo con un tobo de agua sucia en las manos!

El Wilfre, rapidísimo y en pocas palabras, le contó quién era y lo que quería.  Y Carlos le dijo:


    - Ve a la oficina tal y habla con fulano. Dile que te mando yo y que dije que te inscriba en el TNT y que te dé un trabajo de oficinista o en producción, en un horario que te permita cursar. Y que ese trabajo es a partir de ya, desde este mismo momento. Que busque a otra persona para limpiar los baños.

Al Wilfre se le llenaron los ojos de lágrimas, se le quebró la voz y siguió contándome.

Hizo lo que Carlos le dijo y resultó ser que el hombre con el que tenía que hablar era el mismo patán-patán que lo había condenado a los baños. ¡Ah, maravilloso Carlos! ¡No dejaba pasar una injusticia!  

Y fue así como Wilfre comenzó su vida de estudiante, empleado y actor. 

En 1988 se graduó, participó en montajes de Rajatabla y en 1990 Carlos se lo llevó a las Islas Canarias, para ensayar y estrenar allí la obra La Fragata del sol de José Antonio Rial, en una producción de la  Sociedad Canaria de las Artes Escénicas y de la Música (SOCAEM). Y la carrera de Wilfre despegó y hasta el día de su muerte gozó de prestigio y reconocimiento en el mundo teatral, aunque el dinero siempre le fue escaso. 

Voy a apartarme por unas líneas de la biografía de Carlos para contar algo del Wilfre, porque el Wilfre merece ser recordado.

Unos meses después de la muerte de Carlos, Wilfre fue a mi casa. Me dijo que estaba muy preocupado, que se sentía muy enfermo, que se había hecho la prueba de SIDA, que tenía el resultado al día siguiente y le daba miedo ir solo a buscarla. En esa época el resultado de las pruebas tardaba quince días, así que el Wilfre había pasado en soledad quince días de angustia. Por supuesto le dije que iría con él y traté de darle ánimo. Me pidió que no le contara a nadie. 

Al día siguiente nos encontramos en la entrada del laboratorio, en la avenida Lecuna. Wilfre me dio el recibo y me dijo si podía entrar sola. Él se quedó en la vereda, al rayo del sol. 

El lugar era extraño. Se entraba por una especie de garage a oscuras y, unos metros más al fondo, había una ventanilla. Extendí el recibo y una empleada muy amable me trajo el resultado. Lo abrí delante de ella. Quedé paralizada y los ojos se me llenaron de lágrimas. 

    -No entiendo -balbuceé desesperada- ¿qué significa? 

Con mucho amor y compasión la empleada me dijo que Wilfre tenía sida y otra empleada, con el mismo amor y compasión, se acercó rápidamente y me dijo que la prueba no era segura, que a veces había falsos positivos, que tenía que hacerse una prueba más compleja y me entregó un papel con una dirección y el precio de la nueva prueba. 

Yo las escuchaba desolada y ellas me ofrecieron un vaso de agua y una silla, que rechacé amablemente porque no quería dejar esperando al Wilfre. 

Me alejé de la ventanilla y apoyé la cara en una pared, lejos de la vista del Wilfre, y durante unos segundos lloré desesperadamente dándole puños a la pared. Pero me recompuse rápido, no quería que Wilfre se diera cuenta que había llorado y necesitaba estar muy fuerte y aparentar optimismo para darle ánimo.

El Wilfre seguía bajo el sol y me miró triste y preocupado, él que siempre era pura risa. Le conté y no se sorprendió. Nos abrazamos muy fuerte durante largo rato.  Luego tomamos el autobús, no teníamos plata para taxi, y nos fuimos a mi casa. Durante todo el trayecto Wilfre no dijo una palabra. Tampoco en el ascensor mientras subíamos al piso 17 donde yo vivía. Al cerrar la puerta de mi apartamento el Wilfre comenzó a hablar sin parar, mientras caminaba desesperado de un lado al otro de la sala. No había cura para la enfermedad. Había medicamentos paliativos, que retrasaban la muerte, que eran muy caros. El Wilfre era pobre aunque trabajaba y yo, desempleada, no tenía recursos para ayudarlo. Y la institución que había ayudado a crear Carlos para ayudar a las personas con sida, Fundación Artistas por la Vida, no daba abasto con todas las personas a las que tenía que proveerles medicamentos. 

Por otro lado, el sida mostró una vez más lo peor del ser humano y las personas enfermas tenían que esconder su enfermedad para no ser expulsadas de sus trabajos, sus familias, su comunidad, la sociedad. 

Fue una época donde la mayoría de los seres humanos, empezando por los más religiosos, se volvieron nazis.  El sida fue, al principio en Occidente, una enfermedad mayoritariamente de hombres gay. Y esa gente decía que el sida era “el justo castigo de Dios” hacia ellos por amar diferente. 

Dejé que Wilfre se desahogara y cuando se quedó sin palabras le dije que tenía que hacerse la otra prueba. Pero ni él ni yo teníamos el dinero que se necesitaba. “Llama a Anita, cuéntale lo que me pasa y pregúntale si me puede prestar el dinero”, me pidió el Wilfre. Anita, la hermana de Carlos, no dudó un segundo, dijo que se lo regalaba y me pidió que fuera a buscarlo a su oficina, que también estaba en Parque Central como mi apartamento.  Le pedí al Wilfre que fuera conmigo y me dijo que no, que necesitaba quedarse solo.  Mi apartamento tenía un hermoso ventanal que daba al Ávila y cuando me fui, allí estaba parado el Wilfre, mirándolo.

Cuando regresé con el dinero le dije que se quedara a dormir esa noche en mi casa: él seguía viviendo en una triste pensión en El Silencio. Yo tenía una habitación desocupada y amoblada y, le dije, podía quedarse a vivir allí por unas semanas, hasta que llegara mi nuevo inquilino. La respuesta del Wilfre me impactó:

    - Gracias, Vivi, pero mi casa es esa pensión miserable donde vivo. Y si yo desde hoy, desde ahoritica mismo, no enfrento a mi enfermedad desde el lugar donde vivo, entonces esta enfermedad me gana.

Así era el Wilfre: un guerrero.

La segunda prueba confirmó su enfermedad.

Muchísimos años más tarde el Wilfre, muy serio, me dijo que necesitaba decirme algo. Como él siempre estaba sonriendo, pensé que su enfermedad se había agravado. Lo que me contó me dejó atónita y pensando en lo estúpida que yo había sido. 

Porque lo que el Wilfre me dijo fue que ese día que lo dejé solo para ir a buscar el dinero, él quiso suicidarse lanzándose por la ventana que miraba al Ávila. Ya estaba encaramado en una silla para dar el salto cuando pensó en mí: 

     -En el amor que tú me tenías y en el dolor que te iba a causar y tu amor por mí impidió que me suicidara. Gracias a tu amor salvé mi vida. Y no sé por qué no te lo dije antes. 

El Wilfre vivió más de diez años después de este encuentro, con subidas y bajadas, a veces muy grave, pero siempre con gran alegría, optimismo y espíritu luchador. Nunca dejó de hacer teatro.


EL ACTOR DE LA HERMOSA SONRISA DESDENTADA

Carlos odiaba las drogas. Delante suyo, por lo menos mientras yo trabajé y estuve con él, nadie podía drogarse. Pero la droga corría como agua en Caracas y Rajatabla no era la excepción.  Cada tanto, alguien terminaba en la cárcel por tener un cigarrillo de marihuana o un gramo de cocaína -el consumo estaba prohibido- y Carlos, junto con María Teresa Castillo, se encargaba de liberar a esa persona. 

Había un gran actor que, debido a su adicción, había perdido todo: el prestigio, su casa, sus ahorros, su trabajo, sus dientes. 

Todos los mediodías, con gran vergüenza, tocaba la puerta de la oficina de Carlos en el Ateneo, que inmediatamente Carlos mismo abría. Después de un rato salía de allí con una gran sonrisa, hermosa a pesar de ser desdentada, con un paquete con comida caliente. Carlos nunca contó esto: nos enteramos por el actor.

Carlos podría haberle dejado la comida con su secretaria o con el vigilante en planta baja. Pero eso hubiera sido una humillación para el actor. Así era Carlos, enorme en su humanidad.

Años más tarde este actor se recuperó, se puso dentadura, volvió a trabajar y de la mano de Carlos recorrió parte del mundo mostrando su extraordinario arte y cosechando grandes éxitos.


EL INDIGENTE CUIDADOR DE CARROS

En la zona del Ateneo y los museos había un muchacho de unos 30 años, inteligente, educado, que caminaba con un poco de torpeza y que casi no podía hablar. Entendía todo, pero no tenía las palabras para responder. Cuidaba los carros que se estacionaban allí y los limpiaba. 

Era un muchacho amable y servicial, siempre limpio, vestido con harapos, con ojos muy vivaces casi siempre exaltados. La gente, por cariño, le daba unas monedas al llevarse su carro y las personas que trabajábamos por allí también, además de algo de comida y bebida cuando podíamos.

Él estaba allí todos los días, todo el día y parte de la noche también, hasta que se acababan las funciones en los teatros y en la Cinemateca. Dónde dormía y dónde se bañaba no lo sabíamos, pero imaginábamos que dormía en la entrada del Museo de Bellas Artes y que se bañaba en las fuentes del Parque Los Caobos.  

No era fácil hablar con él, pero con gestos y miradas nos comunicábamos.

Un día Carlos lo “adoptó”. Le dio un “trabajo” de vigilante en Rajatabla que incluía un uniforme, un sueldo y un camerino para que durmiera y se bañara.  Por supuesto, Rajatabla no necesitaba un vigilante.

Me lo encontré al día siguiente de que comenzara su trabajo y con sus pocas palabras, emocionado y feliz, señalando con orgullo su uniforme con insignias, me contó de su nueva vida: 

    - Carlitos, Carlitos - repetía una y otra vez con amor y agradecimiento- Carlitos…todo esto…Carlitos. -  Y no dejaba de sonreír y sonreír como nunca lo había hecho.

A partir de ese día el muchacho, feliz, iba de Rajatabla al Ateneo y viceversa, una y otra vez, “vigilando” el territorio de su amigo Carlitos. 

Poco a poco el muchacho, cuyo nombre lamentablemente no recuerdo, fue ampliando su lenguaje, expresándose mejor, aunque nunca dejó de tener dificultades para hablar. 

Cuando Carlos murió, este muchacho, desesperado, abalanzado sobre su féretro, no dejaba de llorar desgarradoramente y repetir una y otra vez mirándolo a la cara: 

    - ¿Por qué te fuiste, Carlitos? ¿Por qué? ¿Qué va a ser de mí?


PAULINA GAMUS GALLEGOS Y LOS ABUCHEOS

"En el acto inaugural del Festival de Teatro de 1987, yo era ministra de Estado para la cultura y presidenta del CONAC, como tal me correspondía decir unas palabras de saludo al público que llenaba el teatro Teresa Carreño y que eran los grupos extranjeros invitados, prensa nacional e internacional y los grupos venezolanos. 

En esos momentos estaba en su grado de mayor efervescencia un conflicto entre el despacho que yo ocupaba y los músicos de la Orquesta Sinfónica de Venezuela. La diatriba llevaba semanas ocupando páginas enteras de la prensa nacional y hasta grafitis insultantes contra mi persona. 

Cuando fui anunciada por el maestro de ceremonias y subí al escenario, un grupo sin duda previamente preparado con ese fin, comenzó a abuchearme. 

Carlos vino hasta donde yo estaba, se puso al micrófono y dijo unas palabras muy vehementes en defensa no de mi actuación en el caso de la Orquesta, sino de mi condición humana y del respeto que merecía. 

No solamente me salvó del bochorno de una situación humillante, sino que salvó el normal desenvolvimiento de la gala inaugural."


RUBÉN MONASTERIOS, APORTES Y SUBSIDIOS

"Lo más común es citar como sus aportes de mayor peso al FITC, por ser lo más ostentoso, y la creación del grupo Rajatabla, por su original estética y su influencia en entorno, pasando por alto otros logros debidos a su gestión: el Instituto Universitario de Caracas, el Taller Nacional de Teatro, el Centro de Directores para el Nuevo Teatro y del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela, con varias sedes en el interior de Venezuela. 

También jugó un papel en la implantación del mencionado antes programa de subsidios a grupos culturales."


TERESA SELMA Y SU GRANDEZA DE ALMA

"Su espíritu de artista era también sensible a los problemas sociales, le dolían la pobreza y la injusticia.  Eso se reflejaba en sus obras, no como panfleto sino como algo más humano y más profundo. 

Lo más maravilloso de todo era su grandeza de alma, a veces hasta me sorprendía la rapidez con que podía olvidar las ofensas. En fin, una personalidad brillante y compleja."


JOSÉ PULIDO Y LA AMISTAD

"Yo admiraba el trabajo de Vanessa Redgrave, la actriz inglesa. Alguien del grupo me había comentado que Carlos la conocía. Yo no lo creía. 

Un día le dije “me gustaría entrevistar a Vanessa Redgrave” y Carlitos tomó el teléfono, marcó un número y dijo “¿Vanessa? Es Carlos Giménez, te voy a pasar a un amigo que quiere entrevistarte”. Siempre me sorprendía. 

Él trajo a Caracas a un actor desconocido para entonces llamado Gary Oldman."


DAVID BLANCO Y LOS SUBSIDIOS 

"Y logró que el gobierno venezolano por primera vez en la historia comenzara a otorgar ayuda ECONÓMICA (1978) al gremio del arte en general: orquestas, artes escénicas, artes visuales, ballet, danza y artes circenses, subsidio que opera hasta el día de hoy, 2013.

Sí, Carlos fue tan generoso que no solo ayudó a los artistas venezolanos si no que se convirtió en un productor universal sin fines de lucro, porque trajo a muchos artistas latinoamericanos y centroamericanos que en esos momentos eran perseguidos políticos, por los malos gobiernos, y otros que simplemente no tenían trabajo en sus países."


CARMEN CARMONA Y EL CLOSET

"Al tener una semana trabajando como Coordinadora de Camerino y llegar a mi puesto de trabajo, el vigilante me dijo que no podía pasar por órdenes de la Administradora, Lía de Tortolero. En ese momento había una fuerte rivalidad entre Marcos Santaella, Gerente del Restaurant, y Ernesto Marcano, Director de Ingeniería, con Carlos, y por eso ellos alegaban que yo no era personal del Ateneo.

En vista de que no me dejaban entrar por la puerta principal, me fui por la parte trasera y por allí entré a la oficina; a los pocos minutos me llamó la jefa de personal y me comunicó que tenía 20 minutos para dejar la instalación, de lo contrario me sacarían con los guardias de seguridad. 

Yo estaba atemorizada, sin entender nada de lo que pasaba y me encerré en uno de los camerinos y me metí dentro de un closet pequeñito: escuché cuando abrían todos los camerinos buscándome. 

Estuve como 3 horas escondida y cuando salí, a los 10 minutos me pasaron la llamada de Carlos Giménez, al cual no conocía personalmente.  Carlos me dijo que no me preocupara, que no era mi culpa, que él estaba de viaje en el exterior, que me fuera a mi casa y que volviera dentro de una semana, cuando él regresaba, que él me garantizaba que seguiría trabajando ahí. 

Y así fue, luego de su regreso formó un mega lío por lo acontecido conmigo (…) me dio una cita en su oficina (…)   Al entrar a su oficina casi me desmayé de los nervios por ver a un hombre tan imponente, yo temblaba de pies a cabeza."


MARCELO PONT Y LA GENEROSIDAD 

"Sí, él era absolutamente consciente de su poder y sabía ejercerlo, no hubiese llegado a tenerlo si no hubiese tenido la sabiduría para aprovecharlo y dirigirlo en beneficio de su grupo, de la cultura venezolana y la mundial, porque no era una persona que buscaba la gloria para sí. 

No era fatuo ni banal. Sabía que debía aprovechar el poder para construir y eso fue lo que hizo con total generosidad e inteligencia. Le dio un lugar de privilegio a Rajatabla en el orden mundial, a Venezuela como país-emblema de la cultura teatral y al mundo con el intercambio a través de uno de los mejores y más prestigiosos Festivales del mundo. 

Bien podría haber sido un megalómano que aprovechara su carisma a su favor y no dejara nada tras de sí. Por el contrario yo conocí a un hombre tímido, inteligente y sensibilísimo que se escondía tras una coraza de altanería.

Cuanto más lo conocía más descubría su enorme humanidad y fragilidad. Si se convirtió en el hombre más poderoso de la cultura venezolana es porque afortunadamente no dejó pasar la oportunidad de serlo y su fin último no perseguía el poder sino para construir un mundo cultural más ancho y alto."


LUIS GARVÁN Y LA TARJETA DE CRÉDITO


"A mí me deportaron de España justo cuando iba a dirigir la compañía la Cuarta Pared de Madrid. Fue una deportación improcedente, ilegal.  El caso fue que llegué a Venezuela desesperado, entré a su oficina y le conté lo que había sucedido y que incluso los policías me comentaron cómo podía entrar desde Portugal (...)

Carlos sacó su tarjeta de crédito y me dijo: "Ve ahora mismo a Viasa y compra un billete de avión a Portugal", llamó a Williams López y le dijo: "sácale a Wicho un visado en la embajada de Portugal ahora mismo". 

Me abrazó y me dijo al oído: "negrito, nadie tiene derecho de romper sus sueños. Vete". 

Lo digo ahora con lágrimas en mis ojos. Era un gran hombre, como un padre para mí."


CECILIA BELLORÍN Y LA LUNA DE MIEL

"Una de las más significativas fue cuando, poco antes de ir al Festival Cervantino en México, en 1983, le pregunté a Carlos si mi esposo Jimmy, con quien llevaba muy poco tiempo de casada (¡de hecho, aún no habíamos tenido ocasión de hacer el viaje de novios!) podría viajar con nosotros, que él disponía de unos días libres y que pagaría su pasaje. 

Carlos no sólo me dijo que sí, sino que cuando Jimmy le preguntó a cuánto ascendía la deuda, me abrazó sonriendo y le respondió: 

-No me debes nada, tú ocúpate de hacer feliz a esta negrita."


FRANCIS RUEDA Y LA GENEROSIDAD 

"Fue una relación eternamente maravillosa a nivel personal y profesional.  En mis comienzos en Rajatabla (1971), recuerdo que yo vivía en un barrio bastante retirado del sitio de ensayo y siempre estuvo pendiente de ayudarme económicamente para que pudiera llegar a mi casa."


RODOLFO MOLINA Y EL SUBSIDIO

"Esto fue un verdadero acto de fe y devoción por el teatro. El comportamiento de la jefatura del CONAC en Tovar, para ese tiempo, se asentó tercamente en descalificar mi iniciativa de llevar a Caracas, con el patrocinio de Carlos (…)  de numerosos grupos de artistas plásticos, artesanales y ceramistas. Hoy día, algunos de ellos han trascendidos de manera notable en las más importantes galerías del mundo. El efecto consiguiente fue mi destitución como instructor de teatro.

Carlos motorizó rápidamente la realización de un acto de desagravio en la Sala Rajatabla, con la presencia de directores, actores, profesores de teatro y otras tantas personalidades del mundo artístico y lo difundió de modo masivo. Solicitó personalmente una cita con el presidente del CONAC, Dr. José Luis Alvarenga, quien la aceptó de inmediato. Yo no admití mi retorno al cargo, preferí el subsidio al grupo."


GABRIELA LLANOS Y LA SOLIDARIDAD DE SU TÍO 

"Con mi mejor amiga del colegio, Lilybel, planificamos un súper viaje a escondidas de nuestros padres (…) Todo iba genial hasta que volviendo de Aruba a Caracas, perdimos la conexión a Margarita. 

Yo le dije a mi amiga: vámonos a la casa de mi tío Carlos, él nos va a ayudar y no nos va a regañar.  Llegamos a su casa y le dije por el intercomunicador: “Tío, soy yo, Gabi”. Me respondió: “Gabriela está en Margarita usted quién es”. Hasta que lo convencí y nos abrió la puerta. Le contamos todo y soltó una carcajada enorme. Nos preparó las camas, mi amiga se fue a dormir y yo me quedé con él bebiendo vino y hablando de todo. Fue una noche muy bonita, mágica.

Al día siguiente, tuvimos mucho cuidado. Nosotros vivíamos ventana con ventana de la casa de mi tío. Teníamos que ir agachadas para que mis padres no nos vieran. Mi tío mandó primero a un amigo, el Pichu, para que peinara la zona y nos dijera si estaba libre de “padres”. 

Carlos nos compró unos pasajes nuevos, nos dio dinero, nos subió en un taxi y nos fuimos a Margarita!!"


CARLOS CASSINA Y LOS REGALOS DE SU TÍO

"Para nosotros, sus sobrinos, era como que llegaba Papa Noel, siempre con regalos, ¡y qué regalos para esa época!: una pista escalectric, un robot con luces, metegol a botonera, etc., etc., etc. Recuerdo que en uno de sus viajes vino con Ángel Acosta, y como ya éramos más grandes, no nos trajo juguetes. Pero al día siguiente fuimos al centro mi hermano Pablo, Ángel, él Tío Juan Carlos y yo, y terminamos en una casa de deportes comprando los mejores botines que jamás tuvimos, unos Adidas espectaculares, nuestros primeros botines como los profesionales, ¡una alegría inmensa!"


ALVIN ASTORGA Y LA GENEROSIDAD CON CÓRDOBA

"Sí, era muy generoso. (…)  llevar la Comedia al exterior, gracias a una invitación que consiguió Carlos (…) Y nos vamos nada más ni nada menos que a Nueva York y a presentarnos bajo el ala de Joseph Papp, el mítico productor de Broadway. 

Aportó muchísimo, no sólo como creador sino también como productor, llevando gente de aquí (Argentina) para Venezuela y otros países para que se perfeccionaran o desarrollarán más sus carreras. Fue una persona que vino y llevo a todo el mundo hacia adelante, no sabíamos a dónde íbamos pero vamos, porque él hacía que vos lo siguieras, que confiaras en él."




Fragmento de la biografía Carlos Giménez el genio irreverente (2023)  de Viviana Marcela Iriart, Ed. Escritoras Unidas & Cía. Editoras



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CARLOS GIMÉNEZ EL GENIO IRREVERENTE


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CARLOS, MI PROTECTOR


En febrero de 1983 entré a trabajar como secretaria al Festival Internacional de Teatro de Caracas gracias a mi amiga Bernadette Chaudé, que trabajaba en el festival y me llevó para conseguirme allí un empleo. Fue ella quien me presentó a Anita y Carlos Giménez, a quienes yo no conocía personalmente.  


El trabajo era enorme y agotador. Éramos apenas tres secretarias para atender a todos los departamentos. Mi trabajo consistía en escribir cartas y no había computadoras, sólo máquinas de escribir eléctricas.  

Yo era joven, extranjera y nueva en una organización donde casi todo el mundo se conocía por haber trabajado en los festivales anteriores.  


Una mañana, dos semanas después de haber comenzado, un ejecutivo se acercó a mi escritorio y de manera autoritaria y despectiva me ordenó que le transcribiera “¡ya mismo esta carta!”. Y me extendió un borrador escrito a mano. Sin dejar de escribir, tenía mucho trabajo atrasado, le dije que la colocara arriba de la enorme pila que estaba a mi lado, que la transcribiría cuando terminara esa pila. “¡De ninguna manera, la necesito ya!” Lo miré, ya molesta, y le dije que primero tenía que terminar la pila. Se enfureció –había muchas personas en la oficina atentas a nuestra conversación-y me gritó: 


-¡¡¡¡Esta carta es para Carlos y la necesita YA!!!!!


- ¡Todas las cartas de la pila son para Carlos y también las necesita para YA y yo sólo tengo dos manos! - respondí furiosa. 




Entonces él, fuera de sí, gritó: 


- ¡¡¡¡Ya mismo voy a buscar a Carlos!!!


Yo, sin dejar de escribir y más furiosa todavía, le grité: 


- ¡¡¡¡Busca al Papa si quieres!!!!


Y seguí trabajando, nerviosa y enojada por la amenaza, preocupada pensando que Carlos me iba a despedir porque yo no lo conocía, solamente había hablado con él el día que me contrató y todo lo que sabía de él eran los cuentos tenebrosos de sus ataques de ira injustificados y sus arbitrariedades que me habían contado las empleadas y empleados.  


Así que la gente le tenía terror a Carlos, por la fama que le habían hecho y por la fama que él mismo se había hecho –lo supe después- para poder controlar a su numerosa tropa. Nadie quería ser la destinataria de un regaño de Carlos. 


En la oficina el silencio era atemorizante y nadie, ni siquiera en un susurro, se atrevió a darme a su apoyo. 


Apareció Carlos junto al ejecutivo. Me miró muy serio -aunque me pareció que sus ojos sonreían divertidos- mientras el ejecutivo, con voz de niñito pidiéndole ayuda a su papá, le decía “ella no me quiere transcribir la carta”. Muy amablemente Carlos me preguntó que pasaba. Muy enojada por la injusticia le conté. Carlos me sonrió y mirando al ejecutivo le dijo:




- ¿Cuál es el problema? Ella tiene razón. Todas esas cartas son para mí. Pon tu carta en la pila.


Me guiñó un ojo, ¡Carlos me guiñó un ojo!, y se fue con la misma calma con la que había llegado.


En ese momento nació mi amor por Carlos. Y mi admiración por él se agigantó. No era verdad que Carlos era injusto, al contrario, Carlos era un justiciero, especialmente cuando las víctimas estaban en inferioridad de condiciones.


El ejecutivo dejó de hablarme durante varias semanas y cuando se le pasó la rabia iniciamos una hermosa amistad que duró hasta su muerte.


No fue la única vez que Carlos me defendió. Un tiempo después un grupo de compañeros y compañeras le reclamó –delante mío- por qué siempre les regañaba y a mí en cambio nunca.


-Porque ella trabaja como yo le digo y ustedes no –fue su respuesta. ¡Quería abrazarlo, besarlo, rendirme a sus pies! ¡Decirle cuánto lo admiraba y amaba! Pero yo era tímida y Carlos inspiraba un respeto tan grande y cautivador que hacía difícil la aproximación afectiva, verbal y física.  


Por supuesto, eso no significaba que yo fuera mejor empleada que el resto sino que, como Carlos, yo había sido formada en la estricta y rígida disciplina laboral argentina. Por suerte en Venezuela era diferente y se trabajaba duramente pero con menos estrés y con más alegría.





Un año más tarde, trabajando con Carlos en el Departamento de Teatro del Ateneo de Caracas, otra vez volvió a salir en mi defensa, en un momento en el que su situación en el Ateneo era tan difícil que terminó con su renuncia unos meses más tarde. Un momento en el que Carlos necesitaba que lo defendieran, no salir en defensa de alguien. Pero Carlos no perdió el sentido de justicia ni su humanidad ni siquiera en los peores momentos de su vida, y creo que ese año 1984 fue uno de sus peores momentos.


Ese año el Ateneo, además de tener un problema con el gobierno que no le quería entregar el subsidio y con Carlos -no María Teresa Castillo, que siempre estuvo a su lado- tenía una rebelión en su interior: los empleados y empleadas de la dirección técnica querían crear un sindicato y pronto se le unió el personal no ejecutivo de las otras dependencias, yo incluida, aunque era extranjera y no lo tenía permitido por ley.


El Ateneo de Caracas era un lugar espléndido para trabajar, el mejor lugar del mundo, el clima laboral era muy agradable y acogedor. El edificio nuevo era un lujo: oficinas amplias, bonitas, con enormes ventanas que dejaban entrar la particular y cautivadora luz que sólo vemos en Caracas. 

 

María Teresa Castillo, su presidenta y cofundadora, era un ser humano maravilloso, saludaba con el mismo cariño y respeto a las empleadas de mantenimiento que al presidente de la república. Era inteligente, talentosa, bondadosa, amable y cariñosa, con una sonrisa muy bella. Jamás la escuché gritar, nunca la vi de mal humor y siempre estaba dispuesta a recibirte si necesitabas hablar con ella sin importar tu cargo en la institución. Y de verdad te escuchaba. Y de verdad te ayudaba si la ayuda estaba en sus manos. 


 Y el Ateneo era una fábrica de crear cultura de alta calidad: teatro, danza, cine, recitales, festivales, conferencias, exposiciones, música clásica, música popular, libros, revistas. La mejor cultura del mundo pasaba por el Ateneo y parte de lo mejor de la cultura venezolana, y latinoamericana, se generaba en el Ateneo. Trabajar en el Ateneo de María Teresa Castillo y con Carlos, que era el que más proyectos generaba, era para mí un privilegio.


Pero los sueldos no eran buenos y  al Ateneo, que era muy de “izquierdas”,  la idea del sindicato no le gustaba nada. María Teresa decía que sí, pero que más adelante. Y Carlos fue el único ejecutivo/ejecutiva que dio su apoyo a la creación de éste y participó en nuestras reuniones, a pesar de los graves problemas que él estaba enfrentando en ese mismo momento.


Una mañana el Ateneo amaneció llenó de panfletos en contra de María Teresa y a favor del sindicato.  Sonia Valiente, la magnífica secretaria todoterreno de Carlos que se había vuelto mi amiga, me dijo muy preocupada cuando llegué:


- Fulanita (una ejecutiva) le dijo a María Teresa y a todo el mundo que fuiste tú. 


No lo podía creer porque fulanita era mi amiga: casi todos los días almorzábamos juntas en mi casa. Acusarme de un acto de esa naturaleza a mí, que estaba exiliada y sin derechos políticos por ser extranjera, era una acusación gravísima que podía, si María Teresa me denunciaba, llevarme a la cárcel o la deportación. 






Fui furiosa a su oficina y ella, al ver la expresión de mi rostro y antes de que yo dijera nada, gritó:


- ¡Yo no fui!


Y con esas palabras confesó su traición.  


Desolada, hablé con Carlos, que no solamente me creyó sino que además habló con María Teresa, y también lo gritó a los cuatro vientos, que yo no era la autora de semejante vileza. 


Por mi parte hablé también con María Teresa y le pedí disculpas por esos panfletos que la agraviaban, aclarándole que aunque yo no era la autora estaba de acuerdo con la creación del sindicato. María Teresa, amorosa como era ella, me sonrió con cariño y me dijo que no me preocupara.


Unos meses más tarde se descubrió quiénes habían sido los autores y fueron despedidos.  Justo después de la creación del sindicato.


Carlos renunció en diciembre (yo lo había hecho un mes antes), después de soportar una intensa campaña en su contra que incluía, por ejemplo, que la administración no nos diera papel ni cintas para las máquinas de escribir, ni siquiera bolígrafos ni lápices para escribir. Nada. Y sin embargo, nunca dejamos de trabajar. Carlos proveía.


Esa campaña incluyo muchas, muchísimas traiciones de gente de su entorno laboral íntimo (eso no incluye a María Teresa), personas a quienes Carlos había ayudado mucho.  No era la primera vez ni iba a ser la última


En ese año terrible conocí a un Carlos maravilloso, imbatible, líder, carismático: llegaba triste y abatido de una reunión con la directiva del Ateneo y nos reunía en su oficina al pequeño grupo que trabajábamos con él. No para contarnos los nuevos problemas que enfrentaba sino para hablarnos de sus nuevos proyectos y mientras hablaba la cara le iba cambiando, se le iba llenando de entusiasmo, los ojos tristes se volvían alegres, se volvía un gigante, lo escuchábamos en un silencio devocional y su fuerza positiva nos arrastraba y lo único que queríamos era seguirlo en sus sueños. Carlos se transformaba en un gigante, un súper héroe solitario luchando contra la mediocridad para crear belleza allí donde sólo había fealdad y mezquindad. ¡Y lo hacía!



En ese año turbulento Carlos creó para el Ateneo: 


1) el Festival Pirandello, una mega producción que incluía teatro, conferencias, Ciclo de Teatro en el Cine en la Cinemateca Nacional, Ciclo de videos y exposición, un concurso sobre Pirandello, con participación de un grupo y un especialista en Pirandello venidos especialmente de Italia para el Festival. Se realizó en todas las salas y espacios abiertos del Ateneo y de Rajatabla, con el auspicio de la Embajada de Italia, el Instituto Italiano-Venezolano de Cultura y la Casa Sicilia.


2) la Experiencia Shakespeare, otra súper producción al estilo del Festival Pirandello, auspiciada por la Encyclopaedia Británica; 

3) fue el productor de  Manuela, una súper producción del Ateneo, Fundacademus y Amigos del Teresa Carreño en el teatro Teresa Carreño;

4) y  programó   todas las salas del Ateneo de Caracas.

Además dirigió a Rajatabla en:  

La Máscara Frente al Espejo,

El pasajero del último vagón, 

Macbeth,  

Tu país está feliz (reposición)


Realizó giras por Cuba, Uruguay y Argentina.

Creó el Taller Nacional de Teatro (TNT). 

Y fundó y dirigió el Primer Festival de Teatro Latinoamericano de Córdoba, Argentina.


¿Cómo hacía? Nunca conocí a nadie igual.


















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