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Carlos Giménez y Rajatabla: Presencia y significación / por Gloria Pazos, Latin American Theatre Review, Universidad de Kansas, Estados Unidos, otoño 1988






Rajatabla es un grupo de teatro que nace del éxito de un montaje, Tu país está feliz, de Antonio Miranda (1971). El éxito hace pensar en la posibilidad de constituir un grupo estable, que más tarde llega a ser el Taller de Teatro del Ateneo de Caracas. Al nacer bajo el amparo de esta institución, Rajatabla comienza con un respaldo que de alguna manera significa un prestigio que en 1987 ya reafirma como propio, gracias a una obra realizada de manera continua, coherente, como nos muestran sus producciones, la significación alcanzada tanto a nivel nacional como internacional y su independización económica del Ateneo de Caracas al convertirse en 1985 en una Fundación.

Evidentemente la aparición de Rajatabla en el ámbito teatral nacional marcó una pauta diferente que nos permite hablar de un después referido, fundamentalmente, a las innovaciones que sobre puesta en escena muestra en cada uno de sus espectáculos. Un estilo de hacer teatro dentro de la corriente llamada generalmente teatro espectáculo; una visión estética en la que los actores, diseñadores y director junto con el público crean un mundo, en donde muchas veces, la escenografía, la música, y la iluminación pasan a ser personajes, reafirmando a nivel escénico visual, las ideas y conceptos de los temas tratados.

El pilar fundamental del grupo Rajatabla es Carlos Giménez, su director, quien llega a Venezuela con la intención de seguir viaje a Europa. En Argentina, su país natal, había formado parte del grupo El Juglar, del que en determinado momento pasa a ser su director. Por razones políticas en 1968 Carlos Giménez tiene que salir de su país y es entonces cuando viene a Venezuela invitado por Horacio Peterson a dirigir Cementerio de automóviles de Arrabal, pero al llegar a Venezuela decide montar La orgía de Enrique Buenaventura. La puesta en escena de La orgía está cargada de símbolos y denuncias a nivel social, político y religioso. Es una denuncia a la corrupción en América Latina y es también un poco el tema en boga en el teatro latino americano que comienza a perfilarse en el mundo como un teatro político muy particular.

Es un poco lo que Carlos Giménez y, como consecuencia, el grupo Rajatabla querrán decir y dirán en todos sus montajes, sus denuncias y sus críticas a través de Tu país está feliz (1971), Venezuela tuya (1971), Fiebre (1974), Señor Presidente (1977), El candidato (1978), La muerte de García Lorca (1979), Bolívar (1982), La honesta persona de Sechuan (1985) y La vida es sueño (1986). El gran tema del Rajatabla es el poder y cómo se ejerce en diversos momentos históricos y políticos.

Pero a Rajatabla y muy especialmente a Carlos Giménez le interesan mucho más los problemas estéticos, los efectos y el gran espectáculo que el contenido ético de las obras que ha montado; limitando la creación dramática a los intereses de la puesta en escena, situándonos frente a un teatro en el que es más importante la forma que el contenido.

Esta disociación se hace más notoria en la relación actores-puesta en escena en la que podemos observar dos planos muy diferenciados: la puesta en escena generalmente integrada al espacio seleccionado para el montaje y la actuación en un segundo plano.

Es precisamente el elemento visual como lenguaje lo que permite que los espectáculos de Rajatabla sean comprensibles, pese a su carga simbólica, intelectual, por los diferentes sectores populares y por países con un idioma diferente al castellano. No hace falta ser un experto en el manejo del lenguaje teatral para entender, por ejemplo, la persecución y la tortura en Señor Presidente, o la represión como elemento constante en Bolívar.

Para el grupo y en particular para Carlos Giménez, Señor Presidente, significó el hallazgo de un lenguaje y de una manera de enfrentar el hecho teatral en el que la imagen escénica adquiere un valor relevante; y es también, y sobre todo, el encuentro de un espacio físico no convencional, que para los montajes siguientes significa el punto de partida de Giménez en su evolución como director. En 1976 Rajatabla comienza a trabajar en la sala que hoy día lleva su nombre, y cuya estructura permite al director experimentar espacios escénicos en procura de una relación más cercana entre público y espectáculo. Evidentemente, al hacer compartir al público el mismo lugar que los actores, como sucede en Señor PresidenteEl candidato La muerte de García Lorca, Martí: la palabra y en casi todos los montajes del grupo, existe una relación física entre público y espectáculo con connotaciones diferentes a las de un teatro a la italiana.

La poca distancia en los montajes del grupo Rajatabla entre el lugar destinado a los actores y al público hace que los espectadores capten más rápido las diferentes expresiones de los actores; pero el interés de Carlos Giménez de involucrar al público en el espectáculo no se limita a una relación espacial física; es una manera particular de usar la luz, el color, las texturas y las imágenes visuales con la intención de provocar una reacción inmediata en los espectadores.

Muchas de las escenas en los montajes de Rajatabla adquieren una dimensión fotográfica. Carlos Giménez es un creador de cuadros vivos por la manera como organiza a la gente y como utiliza la luz y los colores, formando imágenes casi estáticas que parecen atrapar, como en una fotografía, los momentos relevantes de ciertas actitudes e intenciones de los personajes. La iluminación es otro de los elementos que definen en Rajatabla la manera de enfrentar el hecho teatral. En todos los montajes se utiliza luz blanca.

Al tratar de definir la visión y significación del espacio en los montajes de Rajatabla nos encontramos con otro elemento importante: en la totalidad de las escenografías utilizadas, aun siendo éstas de diferentes diseñadores, lo que se hace es usar elementos que sugieren un espacio determinado. Es quizás uno de los elementos más importantes que puedan significar un estilo en Rajatabla para interpretar el espacio escénico de un modo particular.

Esta manera de utilizar el espacio por la cual el público comparte el mismo lugar del actor, en un intento de borrar los límites entre el espacio de representación y el público nos lleva a afirmar que para Carlos Giménez y el grupo Rajatabla el espacio escénico debe ser todo el teatro.

La línea estética que muestra Rajatabla es criticada por algunos expertos que encuentran en ella una repetición de elementos. A través de los diferentes montajes, se vuelve estéticamente a los mismos; se acusa a Carlos Giménez de usar fórmulas gastadas por las diferentes tendencias europeas. Sin duda, en las puestas en escena del grupo Rajatabla notamos una búsqueda hacia lo espectacular, borrar los límites entre la realidad y la no realidad, resaltar la expresión gestual de un sentimiento o de una situación; elementos todos parientes del movimiento expresionista alemán, de ciertos principios del surrealismo o de la búsqueda del gesto como lenguaje que planteó Artaud. Es la búsqueda de una propuesta individual por caminos ya transitados.

Todos los espectáculos de Rajatabla están fundamentalmente dirigidos a los sentidos usando la sobrevaloración de la imagen visual como su lenguaje principal; es precisamente la forma como se hace uso de la imagen, donde radica la espectacularidad de los montajes del grupo. En Rajatabla, en lo que se refiere a la dirección de actores, no se trabaja con ningún método de actuación de los conocidos y reconocidos a nivel mundial. Existe una manera de enfrentar el espectáculo, un estilo de trabajo en el cual el actor tiene la responsabilidad de crear un personaje, así como la libertad de usar el método de actuación que conozca o con el que comulgue.

Al existir una diversidad de estilos de actuación, necesariamente esto produce en el público una relación extraña con el espectáculo. Sin embargo, desde mi punto de vista, sí existe un modo de decir el texto muy característico del grupo Rajatabla, en el que notamos una dicción exagerada y un tono exterior, un grito ascendente que en muchos casos parece tener una intención clarísima de golpear el oído del espectador y obligarlo así a penetrar a nivel auditivo y visual en el mundo del espectáculo.

De los jóvenes que crean en 1971 el grupo, sólo tres de ellos siguen aún formando parte del grupo (Carlos Giménez, su director, Francisco Alfaro, actor y gerente de administración y Pepe Tejera, actor). Sin embargo, la continuidad del trabajo nos permite hablar de Rajatabla como uno de los grupos estables más importantes tanto a nivel nacional como internacional. Rajatabla intenta formar junto a una infraestructura humana, que le permita un desarrollo artístico, otra económica que respalde y haga realidad sus proyectos. Si bien es cierto que Rajatabla recibe un subsidio del Consejo Nacional de la Cultura desde 1976 y también cuenta con el apoyo económico e institucional del Ateneo de Caracas, así como de Fundarte y del Consejo Municipal del Distrito Federal, también es cierto que logra hacer una buena distribución de sus ingresos, hasta convertirse en una institución que no sólo costea sus propias producciones, en gran parte, sino que participa en producciones que se han hecho en el país tanto con grupos nacionales como internacionales.

La Fundación Rajatabla es además una institución que no sólo crea y produce espectáculos, sino que junto con la Compañía Nacional de Teatro que dirige el dramaturgo Isaac Chocrón y la Sociedad Dramática de Maracaibo que dirige Enrique León son los únicos grupos de teatro en el país cuyos miembros o personal que trabajan en ellos viven de su trabajo como actores, técnicos y directores.

Al generar el grupo ese respaldo económico, por lo que sus integrantes no tienen que buscarlo en otra parte, el personal de Rajatabla se dedica de manera integral a trabajar en el teatro; ensayos, representaciones, planificación de giras, organización del repertorio, programación de la sala Rajatabla, que es su sede, pero que también alquilan a otros grupos de teatro.

Al igual que se ocupan de trabajos de caracter administrativo, los integrantes del grupo también se encargan de la formación de alumnos que participan en los talleres que en 1985 se institucionalizan con el nombre de Taller Nacional del Teatro (TNT). La intención de este taller es formar o encontrar jóvenes con ciertas aptitudes dentro del campo de la actuación, que sirvan para determinado montaje o, en el mejor de los casos, para ser parte de la generación de relevo que permita la existencia y continuidad del grupo.

Rajatabla desde su nacimiento se convierte en el grupo más polémico del quehacer teatral a nivel nacional por dos razones fundamentales: la personalidad de su director, de quien como un pequeño ejemplo, podemos apuntar lo que sobre sí mismo suele declarar: "La propuesta que va a dejar huella, no sólo en el teatro venezolano sino en Latinoamérica, quien ha desarrollado una línea y está en camino de encontrar su plenitud como creador, soy yo" (Suplemento "Caracas a diario" de El Diario de Caracas, 22-8-82). En otra oportunidad, refiriéndose al grupo, en una entrevista realizada por Gloria Pazos el 5 de enero de 1982, afirmó que "el grupo ha adquirido con su trabajo, el derecho de exigirle a la comunidad una ubicación como la que tiene la Galería de Arte Nacional en la plástica, o como lo tiene la música; Rajatabla es prácticamente lo que vendría a ser la Compañía Nacional de Teatro en este país."

La otra razón es porque, de alguna manera, es el único grupo que ha conseguido el suficiente respaldo económico, no sólo para sus producciones, sino para realizar grandes giras a nivel nacional e internacional. Rajatabla es el grupo de teatro venezolano más conocido en el exterior; se podría decir que su propuesta estética es la representante a nivel internacional del teatro venezolano.


Gloria Pazos
1988
Latin American Theatre Review
Universidad de Kansas, Estados Unidos


















Carlos Giménez años 60: "El teatro en Córdoba antes del golpe militar del 76: Algunas consideraciones sobre los 60, los 70 y los 80" / José Luis Arce, Territorio Teatral, Buenos Aires mayo 2007









             Consideremos el proceso fundacional que dota al teatro de Córdoba de un espíritu similar al que deviene del Teatro del Pueblo y que por acá es tomado en la década de los 50 por el Grupo Siripo, bajo la influencia dominante de las enseñanzas de Stanislavsky introducidas por Hedy Crilla. Lo fundacional está referido no sólo a los principios de lo independiente que acrisola sus formas grupales al calor de aquellas influencias, sino a una conciencia del propio sector teatral que atendiendo su juego, logra la creación del elenco estable de la Provincia: la Comedia Cordobesa. Fue tomar el toro por las astas ante un Estado prendado de las mieles del bel arte. Si consideramos desde el llamado teatro de los 60 y 70, aun cuando la periodización por décadas resulte arbitraria, hasta el Golpe Militar del 76, encontramos un período de gran efervescencia dominada por la visión de respetados adalides: Juan Aznar Campos, Jorge Magmar, Domingo Lo Giudice, el adolescente prodigio Carlos Giménez y otros, lo que dio lugar a la aparición de importantes puestas cuyos directores adquieren gran nombradía, entre los cuales brilló también Jorge Petraglia que colabora con su vuelo a desarrollar y afianzar institucionalmente a la Comedia Cordobesa y posteriormente al TEUC, Teatro Estable de la Universidad de Córdoba. Por esto, era normal escuchar entre los mismos colegas, calificar a aquel momento como ‘la época de los directores’. Los vientos de la década maravillosa se sienten también por Córdoba. Es un período en que circulan por los escenarios grandes textos y empiezan a difundirse los nuevos autores contemporáneos, aspecto éste que destaca una manera de leer, que cuando explota a la consideración nacional como incidencia (o no) de una cultura de vanguardia a partir de las experiencias del Instituto Di Tella, provoca conflictos particulares que adscriben a esa lectura y perfila el modo de hacer teatro de cada grupo o compañía. Acá es altamente mencionable el nombre de Jorge Bonino, el arquitecto ayudante de cátedra, paisajista de la Municipalidad, quien estrena en 1965 el espectáculo “Bonino aclara ciertas dudas” con el que abre un derrotero personal tan impactante como fugaz. En el 66, invitado por Marilú Marini llega al Di Tella donde se transforma en una conmoción que excede los escenarios. Su propuesta iba a la raíz del lenguaje mismo. Massotta, Romero Brest, Torre Nilsson, todos ‘los modernos’ en rigor, se muestran fascinados. De allí Bonino irá a Nueva York, luego a Europa, pero esa es otra historia. Pero si el destino de ciertos artistas emblemáticos, muestra la sustancia de la que se nutren las épocas, fuerza es decir que este actor único en su tipo, termina sus días en el Hospital Psiquiátrico Emilo Vidal Abal de Oliva. Humillado y ofendido, Bonino se suicida dentro de un cajón de manzanas, cuando el mundo lo ha olvidado, aún cuando él, hasta en el último gesto, no se ha desentendido de jugar como quienes fueran sus mejores alumnos, los niños, donde como docente y para retribuir, parece que se destacara como su mejor aprendiz. Lo mejor como maestro de niños es aprender de ellos.

             Con el estallido de Mayo del 68 en París y su versión vernácula en el Cordobazo, se instalan otras líneas fuerzas en la cultura. No es que hasta allí no pasara, pero ahora surge evidente una fuerte ideologización política que lleva a cambios tanto en las estructuras de los colectivos como en la manera de practicar la actividad. Cuando un medio se desertiza culturalmente, sólo consumar el hecho productivo ya es un mérito, pero si se llega al ‘cómo hacerlo, es porque hay un salto cualitativo que abre la discusión filosófica, estética. Empieza la gran conmoción de ‘lo nuevo’. Lo viejo versus lo nuevo, fórmula ésta, apta para absorber también luego lo político general en dichos compartimientos. El proceso de industrialización da lugar a un sindicalismo fuerte e ilustrado o al menos consciente de su condición de clase y de la mano de los que mejor estaban sustentados en lo económico, los sindicatos metal-mecánicos de Sitrac-Sitram, se producirá en el 69 el significativo estallido que dará con la caída de la dictadura de Onganía, donde la unión obrero-estudiantil se convierte en la novedosa arma, desvelo principal para el Régimen que se renueva. Cortázar en su libro-objeto ‘Ultimo round’ da cuenta de los graffitis del Mayo Francés (‘el sueño es realidad’, ‘exagerar es ya un comienzo de invención’, ‘desabotónense el cerebro tantas veces como la bragueta’, ‘sean realistas: pidan lo imposible’, ‘la revolución es increíble porque es verdadera’, ‘la imaginación al poder’, ‘prohibido prohibir’). El caldo de cultivo da sus frutos. Detrás de los equipos también germinó la inquietud por instalar salas privadas y la conciencia de llegar a una formación teatral sistemática. A la escuela de teatro de la Universidad, le sigue la apertura del Seminario de Arte dramático de la Provincia creado por la primera actriz de la Comedia Cordobesa, Jolie Libois, perteneciente a la estirpe de las Margarita Xirgu, las Lola Membrives y para quienes la vimos, sin guardar dudas de estar ante una de las mejores de Hispanoamérica. El Grupo El Juglar del veinteañero Carlos Giménez, en un país teatral por antonomasia como Polonia, logra premios teatrales nunca valorados en toda su dimensión en su propio país. Uno de los caballitos de batalla era El otro Judas de Abelardo Castillo. El mismo grupo llega luego al festival más importante del mundo por aquel tiempo, el de Nancy, dirigido por Jack Lang, quien con el tiempo fuera, con Miterrand en el poder, Ministro de Cultura de Francia. Si bien la virulencia política se insinuaba en muchas de las obras, empieza a generarse también un traslado a la forma. Surgen estéticas de urgencia, de campaña, de guerrilla que darán en crear una etapa de grupos más que de directores, como fuera la anterior, dominados estos por una idea de compromiso socio-político donde el pensamiento crítico corría paralelo al de una ética des-alienante. Un poco antes, en el año 70, pasa por Córdoba Jerzy Grotowskyenvuelto en la celebridad universal que ya por esos días lo distinguía. Había sido programado por el Festival Nacional, acontecimiento que no logra mantener sus motivaciones entre las cambiantes condiciones socio-políticas del país. Casi todos los grandes directores mencionados empiezan a buscar prolongar sus carreras en el extranjero, sino lo habían hecho ya, en una mezcla de desengaño profesional y semi-exilio como lo había hecho Giménez, luego de su exitosa pero subversiva puesta de Fuenteovejuna, armada en sólo veinte días con la Comedia Cordobesa, cuando es golpeado en la Central de Policía y su suerte queda cifrada con implacable matemática: debía marcharse. Luego los petrodólares venezolanos dan pista a la luminosa inteligencia de este gerente-artista excepcional, como pocas veces podrá verse otra vez por estos lares y que producirá en la consecución de su camino, una revolución en el teatro venezolano, apoyado inestimablemente desde el Ateneo de Caracas por esa Victoria Ocampo de aquel país que fuera María Teresa Castillo, esposa del escritor Miguel Otero Silva, una pareja relacionada con los intelectuales y artistas progresistas de todo el sub-continente. Aún a la distancia, Giménez, el Rimbaud latinoamericano, seguirá proyectando su influjo hacia nuestro teatro.

             Entretanto, con Perón regresado de España, se va profundizando una etapa de teatro político que encarnan los grupos LTL (Libre Teatro Libre) y La Chispa, aunque la ciudad parecía convencida de que al teatro podían hacerlo todos y no era raro encontrar programación teatral, dancística, poético-musical en numerosos espacios: sótanos, garages, inclusive en lugares alejados del centro. Llegan a contabilizarse más de treinta espectáculos escénicos por fin de semana. Por esos años María Escudero hace a Córdoba un verdadero polo de la creación colectiva latinoamericana, formato experimental que trajo aparejado un aggiornamientoperceptivo integral en el sistema de producción, induciendo a intervenir no sólo sobre los efectos de la creación y sus factores determinantes, sino también sobre las causas que dentro del capitalismo, generaban una cultura cosificada. La creación colectiva supone fácticamente una latinoamericanización de nuestro teatro, subsumido culturalmente por la fatalidad de su pertenencia a ese Interior que geoculturalmente implica una visión que altera la relación cabeza de Goliat-cuerpo de David en que se dispuso el país. La relación téorico-conceptual que supieron preconizar el Grupo ‘La Brasa’ de Santiago del Estero, Rodolfo Kusch, aún antes un caudillo ilustrado como Felipe Varela, planteando visones contrahegemónicas que pese a su derrota histórica le suponen al país la anamnesis que brota por la poesía, la cultura. 

             Este cambio, obviamente, a quienes modificaba en primera instancia era a sus propios realizadores. Las visiones más conservadoras trataron de hacer de estas posturas revolucionarias, una estética menor, quizá porque el prejuicio les impedía ver que estaban en presencia de una manifestación que excedía una cuestión de género. Había condiciones pre-revolucionarias en el medio ambiente. Una Revolución era posible y el teatro participaba de tal sueño, se planteaba como relación de contacto y a través de una corporalidad, de una erótica emancipatoria y de liberación. Los grupos eran la evidencia de un cambio perceptivo integral, no sólo en lo formal, sino en lo sexual, en lo comunitario, en lo social. La toma de posiciones de quienes no participaron de esta concepción, hizo luego que muchas fugas, huídas y ‘no te metás’ se disfrazaran como ‘exilios’, cuando en no pocos casos fueron más bien apartamientos por amargura y desencanto de ese pequeño Estado emplazado en el Individuo que no se atrevía a desmontar su esquema artístico, montado sobre una idea de genio y producción todavía románticas. Se embozaba así el ‘spleen’ de época, la imposibilidad para ampliar el horizonte de expectativa y de mira, como la de algunos para modificarse a sí mismos. La subjetivación del artista setentista destroza los pedestales de los directores y autores omniscientes. El teatro está ya no en los cenáculos específicos, ha salido a la calle: a las fábricas, a los barrios, a nuevos territorios como lo representa un trabajo emblemático del Grupo La Chispa: Huelga en el Salar, donde se destacan Paco Giménez, Galia Kohan por donde hizo algunos escarceos el mismísimo Jorge Bonino. En este sentido, también es Carlos Giménez el que promueve el ejercicio antropológico de circular por los ríos de su tiempo y empezar por cambiarse a sí mismo. Acepta grandes desafíos y funda el grupo Rajatabla y con él el Festival de Caracas que no tardará, como otrora Nancy, en convertirse en el primer festival de teatro del mundo, alimentado por un presupuesto extraordinario, lo que a la distancia queda como un símbolo de lo que en Córdoba pudo ser y no fue. Los cánones censores del primer peronismo, avasallados por el Teatro Independiente, tienen otra réplica macro en el Festival de Caracas que irriga a Latinoamérica lo más granado del circuito internacional, por encima de los prejuicios del conservatismo estético que no aceptaba la desacralización en el teatro de sus funciones directrices, cuando no abiertamente su desguace, situación que comparten porfiadamente los realistas a ultranza, los nacionalistas resentidos que al ver pasar su estela flamígera, sólo atinan a decir: “ahí va ese sureño”. Un compañero de ruta, otro director de su generación, el Negro Herrera, actualmente en París, dijo:
 “Giménez, desde Córdoba, con la mira en el mundo, es un referente de Occidente”, mientras acá, una dirigente filo-franquista de gran influencia en los círculos del poder de facto como fue Josefina Ramón ‘Totó’ Casas, se envanece en sus tés con amigas: “que yo siempre me dí el lujo de combatir a Giménez”. Fue el final momentáneo en Córdoba del mayor gestor teatral de Latinoamérica, antes que la Democracia, al calor y las motivaciones de los propios teatristas, fuera a buscarlo para organizar lo que se constituiría en la fiesta cultural por antonomasia en la historia de la ciudad.

             Pero antes, cuando estalla el golpe en marzo del 76, todo devenía desierto.


LOS TIEMPOS DEL PROCESO:

             Esta etapa está sembrada por el heroísmo y la inocencia de aquellos que representaban el pulso natural e innegociable del ser humano. En Iberoamérica y el mundo, es famoso Carlos Saura quien ha desarrollado un lenguaje adecuado para evitar la censura del régimen franquista. Entre nosotros su cine, programado hasta la saciedad en los bastiones cineclubísticos, es idolatrado y su actitud como intelectual y artista, muy tenida en cuenta. 

             Son años en que la Comedia Cordobesa deja de ser un elenco apto y presto para alguna novedad. Los pequeños reductos que se habían transformado en lugares germinales para un género irónico e hiperlúcido como el café-concert, ve estrechado sus espacios. El propio Bonino hace todavía alguna esporádica aparición por uno de esos míticos lugares, hoy desaparecido, Elodía, de vuelta de alguno de sus infiernos personales, para cerrar el 27 de marzo de 1979 una de sus apariciones postreras pero memorables con el monólogo “Chi é il teatro” en el Teatro Córdoba, adonde había sido poco menos que empujado a escena. Muchos de los teatristas que permanecieron en el país, deciden pasar a un discreto plano de penumbra. La reserva política y el prejuicio ante la nueva generación que aparecía pese a todo, se hace una línea difuminada y confusa que disculpa del protagonismo a quienes lo resignaron y carga de pecados a quienes, pese a todo, se deciden a tomarlo. Es un poco la historia que me toca protagonizar con el TIC, Teatro Independiente de Córdoba que fundamos un grupo de pretendidos actores, directores, dramaturgos, para asegurarnos un espacio de acción, aunque fuese mínimo entre tanto descalabro, persecución y ahogo. No teníamos otra salida. Los espacios y las banderas habían caído, las escuelas cerradas, pero había que generar otra forma de hacer, surgida de una correlativa estrategia de supervivientes. La programación en espacios oficiales se hacía previa presentación de libretos, los que eran sometidos a censura. Se ensaya en los fondos de las casas, en los livings (aunque no pocas veces éramos visitados por la policía ante la denuncia de algún vecino alarmado por la gente ‘rara’ que rondaba su hábitat cercano) y se bautiza al grupo con el genérico de ‘independiente’ con la idea de devolver protagonismo a ideas, estructuras y místicas caídas. A imagen de Saura, se diseñaron formas de decir simbólicas, cuando no directamente en clave. La indiferencia ante la cultura después que se quemaran en el Tercer Cuerpo conducido por Menéndez discos y libros, generaba en ella la suficiencia irónica por todo lo que el régimen no estaba en condiciones de captar o entender. Éramos una forma de ‘lo que no aparecía’. Clarice Lispector habla de ‘la no-palabra’. Por esa vía negativa El TIC estrena en pleno 79 Detrás de la Puerta, obra que me pertenece y que trataba de la crisis de conciencia de dos guerrilleros simbolizados por Caín y Abel, donde los actos, cuadros, escenas o sketches (tan propios del último teatro), eran reemplazados por ‘estaciones’ que en sí, reflejaban una mayor precariedad, se asociaban a estados del alma, mudables de un momento a otro, a estados de una subjetividad de mazmorra, una poética de ergástula, un sentimiento fugaz y frágil del ser. Hacer teatro era un poco como llevar la sutileza al poder. Una manera hidalga de respirar y de sentirnos cumpliendo una misión, un pequeño testimonio enterrado, como si de un Diario de Ana Frank se tratara. Había que hacerlo pese a todo. Había que abogar por la vida, enhiestos en una prepotencia sustentada en una dimensión sagrada, dado que sabíamos el precio que estaba costando en los subsuelos. La Guerra de Malvinas y su resultado produjo un quiebre en la visión de perpetuidad de los militares. El sector teatral tuvo su gesto patriótico y a partir de allí se planteó sentar las bases para un proyecto cultural, independiente y expansivo, motorizado por una entidad cara al sector: el Sindicato de actores que por fin había logrado crearse después de años de luchas y discordias intestinas. Merced a él se acrisolan voluntades y empiezan a gestarse ideas de tenor regenerativo, hasta si se quiere movimientistas, alentados por las resquebrajaduras de la dictadura. Es recién en esta etapa que se da por sobrentendida la pertenencia al sector independiente. Es obvio que las ansiedades llevaban a cargar sobre los proyectos un contenido y una expectativa que desbordaba sus posibilidades. Esto dicho en el sentido en que no necesariamente la entidad de Actores absorbía los caracteres específicos de nuestro teatro. Los únicos actores remunerados, por otro lado, los del elenco oficial, eran ya afiliados al Sindicato de Empleados Públicos y en los hechos no precisaban de él. Estos datos, sutilmente van fomentando velos de separación que consagran luego diferencias mayores. Pese a las distintas tendencias ideológicas (Atratea, Sitratea) que precedieron la instalación de la Delegación de Actores en Córdoba, se combino trabar relación con la entidad de Buenos Aires porque era un camino más corto y seguro. No había tiempo que perder. La generación anterior se había consumido al respecto en agotadoras y peregrinas asambleas que no lograron el objetivo de dotar a la comunidad teatral de un gremio. Decantando algunas de las viejas posiciones se negoció con la Asociación Argentina de Actores de Buenos Aires sobre la conveniencia mutua de tener el gremio en Córdoba. Para el sector era indispensable para cumplir la posibilidad de trazar estrategias comunitarias de reconstrucción. Sobre un proyecto así no pesaban diferencias estéticas. Hubo consenso y una época de una sincera y fuerte militancia que remata en una realización histórica liderada por Coco Santillán, cual fue la Maratón de Teatro del año 82. El impacto fue total. Los cuatro diarios de Córdoba reseñaron tal realización. El régimen crujía y el espíritu democrático cundía en el espíritu de todos. Las obras de teatro empezaban a reflejar oposiciones políticas explícitas. El Mockinpott de Peter Weiss realizado por el grupo del Teatro Goethe, dirigido por Cheté Cavagliatto, Eran cinco hermanos y ella no era muy santa de Miguel Iriarte, más Extraño Juguete de Susana Torres Molina y El Triciclo de Arrabal que realizaba el TIC, se destacan firmemente en el panorama cordobés. Luego de la obra de Arrabal el TIC se embarca en una obra de fuerte tono crítico a las distintas facetas del poder: El Retablo del Flautista con la que gana el ENTI, Encuentro Nacional de Teatros Independientes en Cosquín, bendecida por un jurado formado por importantes teatristas de todo el país. En dicho encuentro, participa un grupo de investigación liderado por Gustavo Riondet y Guadalupe Noble, quienes instalados en la Villa del Totoral (localidad del interior provincial donde otrora se exiliara Rafael Alberti), ponen sobre el tapete unas de las puntas de ovillo más prometedoras que amenazan cundir por todo el teatro argentino, resaltando el sentido del laboratorio teatral. A mediados de los 70, Juan Carlos Bartoloni, uno de los primeros argentinos en participar de los ISTA organizados por el Odin de Barba, conduce un grupo de investigación teatral. La influencia de Barba en ambos grupos era evidente, como la conciencia de un entrenamiento metódico y riguroso y la generación de condiciones convivenciales que garantizaran una disponibilidad cercana a la consagración. 

             Lo que venía era una cuestión de tiempo. Empezaban a anunciarse regresos que por aquí se esperaban con ansias. Antes de entrar a la democracia en el 83, había cundido una mentalidad grupalista que reunía modalidades de los 60 y 70 en una síntesis de modelos: grupos con fuertes conducciones directoriales, pero con una leonina mentalidad de equipo. Aparte del TIC y el Grupo Teatro Goethe, no puede obviarse nombrar al Grupo Teatro Hoy dirigido por Ricardo Sued, a La Banda Trama dirigida por Raul Brambilla. Estos fueron el núcleo más intenso y de carácter artístico disyuntivos a las vertientes consagradas masivamente por el público como el fenómeno del cuarteto en la música y el teatro costumbrista de Miguel Iriarte, éste en tanto formato de neo-sainete del interior argentino, y a juzgar por las taquillas, como el teatro comercial de Córdoba. Así como el Woyzeck sube a escena al proletario, Iriarte guarda el mérito de haber catapultado al escenario al ‘negro’ cordobés. Los sectores más reaccionarios jamás se lo perdonaron. Que la única alternativa fuera para postularlo como materia dramática en las propias formas estéticas y de relación que la burguesía le impone al mercado teatral, es motivo para análisis específicos, pero no puede obviarse la amplia democratización del gusto, la irrigación de un público masivo inhabitual hasta ese momento en el teatro independiente cordobés. La demonización de sus componentes costumbristas, responden a una valoración estrecha y conservadora que no toma en cuenta los aspectos críticos y desmitificatorios que el teatro de Iriarte le supuso a la escena de nuestro medio y que aún espera un más justo balance. Antecedentes de masividad pueden rastrearse en las propuestas del TEUC, cuya obra Cacería de ratas, hace una temporada con alrededor de veinte mil espectadores, en una época donde se calcula que un cuarto de un estudiantado de entre sesenta a ochenta mil estudiantes concurren anualmente al teatro. En dicha puesta, Eddy Carranza y Coco Santillán, sus protagonistas, realizan el primer desnudo de nuestro teatro. La Comedia Cordobesa, por su lado, empieza a re-pensar sus objetivos de la mano de un interesante director que la dota de un norte artístico perdido: Alfredo Fidani. Por su espacio natural, el Teatro San Martín, el mayor coliseo de la ciudad, por sus panzas y palcos, todavía corren los resabios de la Numancia de Petraglia tanto como la impagable ductilidad de la excepcional Jolie Libois, recientemente fallecida, y que sostuvo hasta el último hálito de vida, el proyecto de su escuela de teatro incólume, la única que permanece abierta durante el Proceso.

             Los Premio Trinidad Guevara al Teatro, otorgados por los SRT y la Universidad Nacional de Córdoba, reafirman su vocación de destacar a figuras de la cultura y el arte cordobés y opera como un instrumento de legitimación de una fuerte significación que no logrará alcanzar ningún otro premio a posteriori.

             Los medios escritos, hacen de sus espacios culturales un verdadero bastión de resistencia. Es indudable que toman al teatro como a su justificación mayor, como al ariete de la cultura viviente. La prensa en este sentido, cumplió una invalorable misión a través de Victor Stassiszyn, de Enrique Lacolla, de Graciela Pedraza, de Mercedes Outumuro, de Jorge Piva, de Ricardo Césari, de Ana Rosa Montbrun, de Marta Bruno, de Gabriel Abalos, de Alberto Esquinazi, de Juan Adrian Ratti, de Aldo Guizzardi, de Lucy Barud, de Ana María Alfaro, de Jorgelina Lagos, de Edgardo Curutchet y otros.

LA POST-DICTADURA

              De la gente que regresa al país, se puede destacar a los ex-LTL, que a instancias de la Secretaria de Cultura de Actores, la actriz-productora Nora Sommavilla, tienen un re-presentación en sociedad, frente a un sector que los había llevado a una consideración casi mítica. Lamentablemente, no vuelve ya con ellos un baluarte como María Escudero. También regresa Paco Giménez y funda La Cochera junto a Graciela Albarenque y Mónica Carbone, estas dos últimas luego abren un nuevo espacio llamado La Luna. Es sintomático, empieza a terminar la mendicidad de espacios oficiales. Este proceso llegará a nuestros días con la conformación de una Red de Salas, organismo que nuclea a los dueños y conductores de espacios privados e independientes que ya ronda el número de quince.

             A fines mismo del 83, en casa de familiares de Carlos Giménez, se sientan las bases para el Acta de Fundación del Festival Latinoamericano de Teatro, que firman el propio Giménez, Rafael Reyeros, Cristina Morini, Cheté Cavagliatto, Jorgelina Lagos, Nora Sommavilla, Raul Brambilla, Isabel Brunello, Jorge Arán, el secretario de Cultura de la Provincia, Hector Rubio y quien suscribe. El gobierno había dado la venia para que Giménez comandara lo que sería sin duda, la fiesta emblemática del regreso a la democracia, el Festival Latinoamericano de Teatro de Córdoba y que al año siguiente se complementa con el Festival Nacional de Teatro, en una oscilación bienal que sólo logrará interrumpir posteriormente la crisis económica. Todos estuvieron conformes en proponer a Carlos Giménez, ideólogo de la realización de festivales y a la sazón, prestigiado de manera excluyente para tal fin. El valor de tal designación, además, es que se ponía a Córdoba, una vez más, ante el mundo, sin aislamientos embozados o explícitos como podía significar el pasar por el filtro geopolítico-cultural legitimante de Buenos Aires. Los contactos de Giménez eran mundiales y a un simple gesto suyo, necesarios en tanto aún las condiciones económicas no estaban generadas, permiten apersonarse en Córdoba parte de lo más granado del teatro del mundo. La Fura dels Baus deslumbra y hace época. David Amitin con Bartís a la cabeza, resulta inolvidable. Todo parecía horadar el terreno. Por Córdoba participan El espectáculo va a comenzar de Sued y El Gran Ferrucci de La Banda Trama. El TIC, luego de ser censurado de la Muestra Paralela con Telarañas de Eduardo Pavlovsky, se presenta en la Muestra Adhesión, cerrando la oferta independiente de Córdoba que tuvo una apertura emotiva con Fuenteovejuna de la Comedia Cordobesa, dirigida por Petraglia, en otra de sus estancias por Córdoba, donde celebra a esta ciudad, como la depositaria del teatro más dinámico del país. El surgimiento de la Primera Coordinadora de Teatro y luego de la actual Coordinadora del Arte Teatral Independiente, dan forma jurídico-institucional a las necesidades del sector. Su gran afán es la Ley de Teatro. Sobre el particular Córdoba es la primera provincia que logra la sanción de una Ley Provincial de Teatro, que si bien nunca se reglamenta, opera como antecedente para la posterior sanción de la Ley Nacional. 

             Con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, sumado al Indulto a militares que impone Menem, la democracia se vacía de contenido y se produce un proceso de fragmentación social que desmiente parte de las mejores energías invertidas para lograrla. Pero el proceso tiene su matemática y muchas de sus cifras se falsean, aún por encima de la voluntad popular. Explota en la cara de la sociedad, el precio infame de sus contradicciones. Se destapa la olla política y empieza a dimensionarse la envergadura de la represión. Las Madres de Plaza de Mayo determinan la fatídica cifra de 30.000 desaparecidos. Las Abuelas de Plaza de Mayo instalan las denuncias por los niños apropiados por los propios desaparecedores de sus padres. El TIC, en el 85, estrena Jeremías, la primera obra argentina que trata dicho tema cuya investigación remite a los años en que suponer con lógica de hierro el destino de tales niños, sólo podía montarse en la intuición.

             Toma la Secretaría de Cultura de la Provincia, luego de oscuras intrigas políticas (nunca aclaradas), Daniel Tieffemberg. Bajo su gobierno, y por celos a Giménez que colaboraba desde Caracas, empieza a retacearse su participación, que llega al colmo de la bajeza cuando en oportunidad de que Rajatablas realizara El coronel no tiene quien le escriba, y estando el genial director cordobés afectado de Sida, se lo deja al margen de la programación de la edición del Festival Latinoamericano de ese año, el mismo que él creara. Un día, con el Teatro San Martín vacío, y mientras un teléfono sonaba en una indeterminada oficina, la última empleada que ya se retiraba atendió para receptar lo que fueron las últimas y acezantes palabras de un Giménez estafado por la política mediocre y corrupta de Córdoba que lo había usado para después segregarlo, porque mucho les costaba sostener su mirada enhiesta, ambiciosa, sin concesiones, esa proverbial hybris que lo distinguía como a nadie. Mucho costaba contener el desborde político que su exuberante personalidad producía. Había que cuidar quien mandaba aquí y programadores esbirros hicieron el resto. Muchos de sus laderos de otrora, le vendieron el alma al diablo y lo dejaron de lado. El precio fue elocuente: los Festivales no volvieron a ser nunca más lo que fueron de su mano, del que sabía en serio. Una vez más, a Giménez lo patearon en los glúteos para mandarlo a ‘su lugar’, lejos del país. A las pocas semanas supimos de su triste y desesperante final, cuando aún le quedaba responder a la convocatoria de Strehler para dirigir en Europa y afianzar lo que era su ‘mira en el mundo’.


José Luis Arce 
Director, dramaturgo
Córdoba
Territorio Teatral
Mayo 2007

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1: Hay testimonio de las charlas brindadas en Córdoba en el libro-revista de Teatro 70.



Nota: Las negritas y links son agregados de este blog

Argentinos que dejaron su huella en Venezuela: Carlos Giménez/ / por Jorge Brizuela Cáceres, Foto Iris Rodríguez Ventura , Data Rioja, 31 de marzo 2010







Francisco Alfaro, director de Rajatabla desde la muerte de Carlos Giménez en 1993

El grupo Rajatabla fue fundado en Caracas por el dramaturgo cordobés Carlos Giménez en 1971. A casi 40 años de ese momento, el maestro Francisco Alfaro -presidente de la fundación y discípulo de Giménez-, recuerda sus primeros pasos y las anécdotas que los unen a la Argentina. Las divas Susana y Mirtha, como el actual presidente del INT forman parte de este anecdotario.

Con más de cien montajes en casi 40 años en el escenario teatral y giras nacionales e internacionales por más de treinta y cinco países, Rajatabla es uno de los grupos teatrales más reconocidos a nivel mundial. Países como Italia, Portugal, Alemania, Argentina, España, Bélgica, U.S.A., México, Guatemala, U.R.S.S., Australia, Costa Rica, Chile, Ecuador, Colombia, Brasil, Uruguay, Cuba, Polonia, Corea y República Dominicana, entre otros, han sido espectadores de sus obras, siendo invitados permanentes en cada uno de sus festivales. Francisco Alfaro es el presidente de la Fundación Rajatabla, uno de los discípulos de Giménez y protagonistas de muchas de sus recientes producciones. En el barrio de “Bellas Artes”, entre el Ateneo de Caracas y el Teatro Teresa Carreño, en un reducto casi escondido, se levanta un mundo de luces, sonidos, vestimentas y maquillajes, un mundo que llamamos “teatro”.

DataRioja (DR): Lo primero ¿por qué se llaman “Rajatabla”?
-Francisco Alfaro (FA): Cuando comenzamos a hacer teatro (1971) no teníamos nombre. Nos reunimos un grupo de jóvenes universitarios alrededor de Carlos Giménez (cordobés, nacido en Rosario en 1943 y fallecido en Caracas en 1993), que era uno de los pocos profesionales que estaban en el grupo, para montar un poemario de un autor brasileño que estaba radicado aquí en Venezuela (Antonio Miranda), y nacimos bajo el ala de lo que es el Ateneo de Caracas. Montamos esa obra, de la que íbamos a hacer solo dos funciones en una biblioteca pública.

Carlos estaba dirigiendo otra obra, una versión de Miguel Otero Silva -el famoso escritor venezolano-, y consiguió que “Tu país está feliz” se hiciera un par de días en el Ateneo de Caracas. La obra era un poemario, un canto de rebeldía juvenil, se hizo un musical y se convirtió en un fenómeno. De hecho Carlos Giménez estrenó la obra y se fue al otro día a Perú a dirigir “Cementerio de Automóviles” de Arrabal (Fernando Arrabal, escritor y cineasta francés nacido en España), pues nadie calculaba lo que iba a pasar con “Tu país...”. En vista de ese suceso, Carlos estrena tres meses después “Cementerio...” en Lima y, al regresar,  nos propone ya constituirnos como grupo oficialmente. Y entonces había que tener un nombre...

DR: Ahora que lo iban a hacer en serio...
FA: -Claro, Carlos llegó en el año 1969 a Venezuela, venía desde Córdoba con su grupo El Juglar, que venían por carretera, recorriendo Latinoamérica y llegan al Festival (Internacional de Teatro) de Manizales en Colombia (realizado desde 1968 en Caldas, dentro del Triángulo del Café) con tres obras. Allí un venezolano (el profesor Omar Arriechi) de Barquisimeto los ve y los invita a ir Venezuela , para tentar suerte primero en Barquisimeto y luego en Caracas, y les gustó el clima, la gente -el caraqueño es muy abierto-, y en 1969 la mitad del grupo decidió quedarse en Venezuela.

Y Carlos comenzó a soñar con formar un grupo de teatro aquí, porque la situación en Argentina estaba muy difícil (el “Cordobazo”, por ejemplo), le habían cerrado el teatro a él, y se quedaron Mario Jaime Mata, Juan Pagés, Esther Plaza, Jorge Magaldi -que era el escenógrafo-. Carlos luego se vuelve, porque había montado una obra que se llama “La Orgía” de Enrique Buenaventura (colombiano), se crea un caos con esta obra, la Sociedad de Padres Católicos protesta y la presidenta del Ateneo, María Teresa Castillo, toma la decisión  a la segunda semana de su estreno de cerrar la obra, porque era mucha presión en aquel momento, estábamos bajo el gobierno socialcristiano de Rafael Caldera (partido COPEI), prohibieron las revistas Playboy, Penthouse, la presentación de El Último Tango en París, era un oscurantismo, la Universidad Central de Venezuela estaba cerrada...
DR: -¿Cerrada...?
FA: -Si, precisamente yo estaba estudiando Sociología y los militares tomaron la universidad y yo me quedé en el aire, y el teatro era la posibilidad de expresarnos, de decir cosas sobre el escenario, con “Tu país...”, las escuelas técnicas industriales también fueron cerradas... La obra era una respuesta a esa realidad. Carlos se regresa a la Argentina, logra que el Ateneo les pagué a los actores. Entonces Miguel Otero Silva le manda a Carlos la obra “La venganza de Don Mendo” -que se llamó también “Don Mendo 71” porque se estrenó ese año- una parodia humorística donde aparecían los copeianos, los adeco (partidarios de Acción Democrática, socialdemócratas).

“Tu país...” se la habían ofrecido a varios directores y ninguno la había tomado, porque era un poemario, no era una obra dramática como tal, había que hacer la dramaturgia, inventar un espectáculo. Y Carlos para eso era un genio, igual que Jorge Lavelli (dramaturgo argentino radicado en Francia), que se fue a España. A partir de Carlos el teatro venezolano cambió, con la creación del Festival Internacional de Teatro en 1973. Entonces cuando Carlos regresa de Lima y estábamos decididos a ser un grupo, estábamos trabajando una obra de Luis Britos García, que es un autor de novela y cuento que escribió también teatro, muy cáustico, muy ácido, con críticas sociales muy fuertes, empezamos a trabajar un espectáculo llamado “Venezuela tuya”, que era la versión de los perdedores en la historia oficial de Venezuela. En ese entonces había un afiche muy bello en blanco, negro y rojo que decía “Venezuela suya”, y aparecían los médanos de Coro, el pico Bolívar, las playas caribeñas...

DR: -¿Ustedes habían pasado ya la época de las guerrillas?
FA: -Caldera decreta la pacificación, hace un llamado a la pacificación. Y claro, estaba la versión del otro lado. Carlos propone que cada uno traiga 20 nombres. En ese momento gana una obra de Luis Britos llamada “Rajatabla” el premio Casa de las Américas, y uno de los muchachos trae ese nombre. Se hace una votación, quedan tres nombres -Arlequín, Los Goliardos y Rajatabla- y gana ese nombre, porque significa hacer las cosas a como de lugar...

DR: -Y está muy relacionado con las tablas, el escenario...
FA: -Claro, y quedó un nombre sonoro -Caracas, Rajatabla, puras “a”-, y fue un acierto porque fue perdurable, sobrevivió a muchos de los problemas que tuvimos, entre ellos la muerte de Carlos y también de José Pepe Tejera -otro de los fundadores-. Cuando muere Carlos (1993) decían que Rajatabla no sobrevivía dos meses, y aquí estamos, hace 17 años de eso. La primera decisión en ese momento fue ir a Argentina, a Buenos Aires, a la calle Corrientes, alquilamos un teatro, y presentamos “El coronel no tiene quien le escriba” como un homenaje a Carlos y a Pepe.

Era el teatro Astral, y con 1.500 localidades estrenamos con 1.200 vendidas, y al otro día teníamos 50 personas en la sala, fue un golpe desmoralizador. “El coronel...” era para nosotros un tiro al piso, no fallaba nunca. Nuestro aval era Carlos Giménez, pero no era conocido en Argentina. Nosotros nos habíamos presentado en el teatro San Martín con “la muerte de García Lorca” y con “Bolívar” en dos temporadas diferentes, pero es distinto hacer una temporada. Nos fuimos con los pasajes fiados, y no llegábamos a 20 mil dólares, una compañía de 20 personas.

Y nos fuimos. Nosotros nos fuimos al mes de haber fallecido Carlos, el se fue el 28 de marzo y nosotros viajamos en 28 de abril. Cuando yo saqué cuentas, nos habíamos gastado 120 mil dólares en esas seis semanas que estuvimos, pagándonos el hotel Palace frente al complejo San Martín, donde paran todos los artistas. Nosotros conocíamos a la señora de los almuerzos...

DR: -¡Mirtha Legrand!
FA: -Ella. Y como tenía el programa copado por dos meses, le llevamos el libro “Los 20 años de Rajatabla”, y ella dijo “Los chicos de Rajatabla, Venezuela, que lindo, están en el Astral”, y después fuimos al programa de Susana Giménez, y como no le íbamos a llevar el libro le llevamos una caja de bombones y un peluche (Alfaro dramatiza con voz femenina a los gritos): “Ay que lindo, los chicos, Venezuela, yo me acuerdo tanto”. Ella estuvo aquí con un comercial de la chica Shock, que decía “no se bañe sola, báñese con él... Shock”. Y estuvo como un minuto y medio hablando (vuelve a dramatizar): “Los chicos de Rajatabla, que yo los quiero tanto” y nos nos conocía nada. Y así fuimos por todos los programas, comenzaron a salir las críticas, criticas muy buenas en Clarín.

A la quinta semana estábamos quintos en el ranking de asistencia, y competíamos con Soledad Silveira, con Norma Leandro, con (Alfredo) Alcón, tu sabes lo que es la calle Corrientes, 40 teatros uno al lado del otro. Estuvo la China Zorrilla, que nos ayudó mucho, nos dio unos contactos, fueron Nacha Guevara, a todas ellas Carlos las ayudó durante la dictadura, cuando las perseguían las Tres A (Triple A), las trajo a los festivales. Sobre todo a Norma, pero ella no se portó muy bien con nosotros, China si. Y llegamos a un promedio de 800 personas por día. Y llegamos a Venezuela con los mismos 20 mil dólares, y un contrato para ir a Córdoba, a donde fuimos al mes y medio. Y fue muy emotivo, estuvo su familia, sus amigos, todos ese mundo de Carlos a cuatro meses de su fallecimiento, luego del éxito en la calle Corrientes. Sin eso no habríamos sobrevivido.

Había un director también cordobés, Raúl Brambilla, (que preside el Instituto Nacional de Teatro), que vino a un Festival y se quedó aquí por seis o siete años. Nos trajo como cinco o seis obras, y sin haber sido alumno directo de Carlos era la estética Rajatabla. Empezamos con “La cándida Erendira...” de García Márquez, después hicimos “Israfel” de Edward Allan Poe. Y así hace 40 años que estoy aquí, comencé en 1970, yo vine a acompañar a mi gran amigo -mi pana- que venía a hacer la música de “Tu país...”, a ver cómo era esto. Y me pusieron a leer, pero no me convocaron porque eran como 30, y al domingo siguiente eran 12, y me metí. .. Casi de casualidad.

Entre las obras de Rajatabla se cuentan: “Tu País está Feliz” (1971), “Señor Presidente” (1977), “La Muerte de García Lorca” (1979), “Bolívar” (1982), “Macbeth” (1984), “Historia de un Caballo” (1986), “Casas Muertas” (1987), “La Celestina” (1988), “El Coronel no tiene quien le escriba” (1989), “Peer Gynt” (1991), “Hamlet” (1997), “Cuentos del Bosque Viena” (1998), “Blasón de Lobos” (1999), entre otros, siendo “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez, uno de los montajes más aclamados por la crítica internacional, arribando a sus quinientas funciones en 1996 y conservándose aún en repertorio, y que se presentó en Catamarca en 2007 en el festival Teatro del Mundo con una gira de grupos internacionales.

Rajatabla ha recibido gran cantidad de premios, como: 
Premio Municipal de Teatro, Premio Juana Sujo,  22 Premios Meridiano de Oro,Premio otorgado por la Sociedad de Críticos de Venezuela Critven, Premio Escenario Juvenil,Premio Casa del Artista,  Premio “Dionisio D´Argento”, en el Festival de las Cinco Tierras, en 1975, en Peruggia – Italia; Mejor Grupo Extranjero, otorgado por “El Heraldo” de México, 1972; “Metzli de Plata” en el Festival Internacional de 1981, México; Premio “Martín Fierro” de la Asociación de Actores Argentina, 1993; Premio Ollantay que otorga el Celcit; Orden Francisco de Miranda; Orden Buen Ciudadano de Caracas; Orden José Félix Ribas, la Victoria y fue declarada Patrimonio Cultural de Caracas.-


Texto: Jorge Brizuela Cáceres
Fotos: Iris Rodríguez Ventura
Especial para DataRioja.com
31/ 03/ 2010


Fuente: DataRioja

Carlos Giménez.... el ser teatro y el hacer teatro / por Félix Esteves, Caracas, 12 de abril de 2012





Hace poco se realizo el Festival Internacional de Teatro de Caracas (del 29 de marzo al 8 de abril del 2012), y comentando sobre la labor del Ateneo de Caracas y el esfuerzo que se ha hecho por mantener la tradición teatral que nos dejo Carlos Giménez, una de las personas - muy joven por cierto- que estaba en la conversación pregunto inocentemente ¿quién es Carlos Giménez? Todos nos quedamos mirando a la chica que pronuncio aquellas palabras como con ganas de fulminarla en ese mismo instante, inmediatamente ella se dio cuenta de su error y pidió disculpas, pero entre risas de indignación y asombro le explicamos quién era Carlos… Carlos Giménez el del “Rajatabla”, el Carlos Giménez fundador del Festival Internacional de Caracas, Carlos Giménez el de los grandes montajes teatrales… y tantas otras cosas buenas… Sólo puedo repetir lo ya dicho, lo ya escrito, lo ya hablado. No obstante desde aquí les dejo una pequeña reseña de ese hombre de Teatro y Gerente Cultural que puso a Venezuela en la vanguardia de la escena mundial y que con su personal estética cautivo a todos los públicos donde se presentaba su trabajo, y porque no podemos olvidar a Carlos y la construcción de su sueño: Una Venezuela Mejor… Un Mundo Mejor.

Carlos Giménez nace en Rosario, Argentina en 1946, aunque su infancia la pasa en Córdoba, desde muy temprana edad se inclina por la escena e inicia su periplo teatral en el Seminario del Arte Dramático de Córdoba, recién graduado no se puede permitir esperar, tiene demasiadas ideas en su cabeza y decide formar su propio grupo teatral. Se marcha a Europa, Carlos sabía que necesitaba ver mundo, rodearse de los grandes para aprender y dar cuerpo a sus ideas y pensamientos, así en la vieja Europa se codea y vincula con grandes grupos teatrales, en España se vincula con la cátedra Tirso de Molina de Madrid y en Italia  a la Universidad de Nápoles y al trabajo de Giorgio Strehler, sin embargo, Carlos no copia, los asimila y los digiere y de ese proceso de alimentar el alma y la mente encuentra su estética, su forma de ser teatro, especialmente de Strehler toma la forma de gerenciar el Teatro como institución.

El joven cordobés regresa a su terruño lleno de nuevos conceptos y propuestas, pleno de esperanzas, e irrumpe la escena cordobesa mostrando su poético mundo, poblado de vanguardia, rebeldía pero sobre todo con una gran mística al trabajo y al querer hacer bien las cosas. Rápidamente con solo tres montajes, “La Querida Familia”  de textos de Ionesco, “Picnic en el campo de batalla” de Fernando Arrabal y “Los Amores de Don Perlimplin y Belisa en su jardín” de Federico García Lorca, Giménez se hace notar fuertemente no solo en su ciudad, sus ecos llegan hasta Buenos Aires, donde la forma de hacer teatro seguía los lineamientos clásicos.

En el 65 y con apenas 19 años con su grupo teatral “El Juglar” se presenta en el Primer Festival de Teatro de Nancy, Francia. Luego viajan a Polonia donde el grupo comparte la Mención de Honor con Alemania Oriental en Varsovia y obtiene el Primer Premio en Cracovia. Más tarde, con el mismo grupo que había ido a Europa, tras escribir títulos como “El día que llovió para siempre” (la primera vez que haría llover sobre la escena), “Encuentro para una sola voz” (con la primera actriz Norma Aleandro), entre otras.

Pero a pesar de sus premios y reconocimientos internacionales, Buenos Aires sigue indiferente, actitud que no hace mella en el espíritu de Carlos, en Córdoba crea el Primer Festival Nacional de Teatro.  Carlos Giménez junto con otros directores forma la vanguardia teatral argentina y todo desde la provincia de Córdoba:

“Si consideramos desde el llamado teatro de los 60 y 70, aun cuando la periodización por décadas resulte arbitraria, hasta el Golpe Militar del 76, encontramos un período  de  gran  efervescencia  dominada  por  la visión  de  respetados adalides: Juan  Aznar  Campos, Jorge Magmar, Domingo Lo Giudice, el adolescente prodigio Carlos Giménez y otros, lo que dio lugar a la aparición de importantes puestas cuyos directores adquieren  gran  nombradía”…[1]

En 1967, aunque parece no creíble, Carlos es excluido del Festival de Teatro de Córdoba, ese mismo que él creó, pero la represión política de su país no acepta las nuevas formas y maneras de hacer cultura, el ideal rebelde del joven Carlos hace sangrar a los retrogradas que ven en él a un enemigo de la escena, pero principalmente a un enemigo político, las ideas de Carlos eran más parecidas al pensamiento juvenil revolucionario que un año después se abrirían paso en Francia y en toda Europa, y dos años más tarde en la propia Córdoba y su histórico “Cordobazo”, pero ya Carlos estaba en otras tierras.

Don Mendo.
Pero antes de su partida y casi por arte de magia con sólo veinte días de ensayo pone en escena una “Fuenteovejuna” poderosa y subversiva que no pasa inadvertida por los dirigentes culturales reaccionarios y los “milicos”.  Carlos tiene que partir como partieron muchos grandes intelectuales argentinos. Carlos empieza un viaje por tierra desde Córdoba hacia el norte, recorriendo infinidades de pueblos indígenas y ciudades latinoamericanas, ocho meses donde recorre Ecuador, Perú, Bolivia y Colombia, en el noveno mes llega a Venezuela, un país pujante y rico, lleno de petróleo y los dólares que ello significaba, un país que recibía con los brazos abiertos a todos aquellos que como Carlos querían echar raíces y emprender nuevas aventuras e ideales: El Ateneo de Caracas en mano de María Teresa Castillo le abraza y le da las herramientas para que explote su genio, su increíble talento, y desde la tierra de Bolívar proyecta su arte hacia toda Latinoamérica y el mundo. 

“Casi todos los grandes directores mencionados empiezan a buscar prolongar sus carreras en el extranjero, sino lo habían hecho ya, en una mezcla de desengaño profesional y semi-exilio como lo había hecho Giménez, luego de su exitosa pero subversiva puesta de Fuenteovejuna, armada en sólo veinte días con la Comedia Cordobesa, cuando es golpeado en la Central de Policía y su suerte queda cifrada con implacable  matemática: debía  marcharse. Luego  los petrodólares venezolanos dan pista a la luminosa inteligencia de este gerente-artista excepcional, como pocas veces podrá verse otra vez por  estos lares y que  producirá  en  la  consecución  de  su  camino, una  revolución  en  el  teatro venezolano, apoyado inestimablemente desde el Ateneo de Caracas por esa Victoria Ocampo de aquel fuera María Teresa Castillo, esposa del escritor Miguel Otero Silva, una pareja relacionada con los intelectuales y artistas progresistas de  todo  el  sub-continente. Aún  a  la  distancia, Giménez, el Rimbaud latinoamericano, seguirá proyectando su influjo hacia nuestro teatro.”[2]

“Rebelde” e “izquierdista” llega Carlos a Caracas, no podía ser de otra manera, en aquel entonces la juventud y los sueños juveniles venían cargados de cambios, con las ganas de liar los bártulos del mundo, como esa rebelión juvenil que nació con Thoreau y los Whitman en el siglo XIX; de esa revolución de muchachos “Bohemios” y los “Anti-Babbitt”[3]  que lucharon contra el conformismo, la impericia y la incapacidad de los años 20; de los revoltosos de la Generación Beat[4] de los 50 con Jack Kerouac y Allen Ginsberg; de las revoluciones y rebeliones juveniles de los sesenta que se dieron en todo el mundo y que tuvieron su mayor representación en Paris, en Columbia, Berkeley y San Francisco[5]; pero Carlos era eso y más, en su cabeza rondaban ideas y sueños inimaginables, imposibles de realizar, no obstante el pudo.

Esos sueños fueron recibidos con los brazos abiertos en Caracas, inteligentemente María Teresa Castillo y el Ateneo de Caracas vieron en el joven Carlos la manera y la forma de que Venezuela entrara a la vanguardia mundial, el curriculum de Carlos y su fama bien merecida así lo anunciaba. Carlos Giménez fue invitado a dar un curso de formación teatral de dos meses y en ese ínterin  Horacio Peterson le convida a dirigir “Cementerio de automóviles” de Arrabal, pero Carlos en un acto de “buena rebeldía” decide montar “La Orgía” de Enrique Buenaventura. “La Orgia” como su nombre lo indica, causo un revuelo en Caracas, los jóvenes ávidos de nuevos lenguajes artísticos colmaron la sala, se corría la voz en Caracas de un nuevo montaje jamás visto, una nueva forma de ser teatro y hacer teatro, no obstante los círculos conservadores y de poder de la capital pegaron “el grito al cielo y a todos los santos” y la obra fue suspendida - a pesar de su éxito con sólo una semana en cartelera - debido a las amenazas que recibieron  el ateneo de Caracas y el montaje por el gobierno de Rafael Caldera, tal como lo indica la siguiente cita:

… “la cual fue suspendida ante la amenaza del nuevo Gobierno Nacional del doctor Rafael Caldera y de otros sectores muy influyentes para aquel entonces en el país: ‘En los días que corren el Teatro del Ateneo de Caracas está siendo escenario del más bochornoso espectáculo de pornografía que hubiera podido concebirse’, rezaba un aviso de la Asociación Católica publicado en los diarios capitalinos.”[6]

“La orgía” se convirtió de inmediato en un clásico de Giménez, mostrando con violencia visual y lenguaje “esperpéntico” los problemas políticos que en ese entonces tocaban muy de cerca al público que fue a verla, deliberadamente escandalizándolo, no obstante Carlos se ganaba el público venezolano, a los jóvenes y a esa élite caraqueña que deseaba ver Teatro nuevo y del bueno. “La Orgia” en su montaje era una obra simbolista que denunciaba a todos los niveles la corrupción imperante, como lo afirma Gloria Pazos en su artículo “Rajatabla, presencia y significación”:

“La puesta en escena de La orgía está cargada de símbolos y denuncias a nivel social, político y religioso. Es una denuncia a la corrupción en América Latina y es también un poco el tema en boga en el teatro latinoamericano que comienza a perfilarse en el mundo como un teatro político muy particular.”[7]

Luego de la suspensión de La orgía, “Carlitos”, como le decían sus amigos y allegados, vuelve a Córdoba hasta que el Ateneo de Caracas, en la voz del director del diario El Nacional y escritor Miguel Otero Silva lo invita a dirigir una versión de “Don Mendo”, volviendo a Caracas esta vez para siempre. En 1971, Carlos Giménez dirigió Don Mendo, obteniendo un éxito rotundo y la obra dura varios meses en cartelera. “Don Mendo” fue un éxito, pero especialmente en el público elitista de Caracas y los conservadores; pero ese no era el propósito de Carlos, él se había hecho la idea del teatro como espectáculo público y no exclusivo, diferente de lo que veía en el público que atendió a su obra en Caracas, por lo tanto su nueva obra fue concebida a un público más amplio, y  lleva a escena un poemario del estudiante brasileño, Antonio Miranda, “Tu país está feliz”, musicalizado por Xulio Formoso, utilizando como actores adolescentes del liceo Gustavo Herrera, compañeros de Formoso, muchachos de cabellos largos, hippies, con sus jeanes  rotos, irreverentes en el caminar y en sus miradas, muchachos que como él deseaban un cambio, pero que además nunca habían pisado un escenario teatral. Nace así entre los artistas de siempre de Carlos Giménez y el grupo juvenil de estudiantes del Gustavo Herrera y otros tantos jóvenes entusiasta que Carlos forma el “Rajatabla”.

Tu país está feliz.
“Tu país está feliz” se estrenó el 28 de febrero, pero en la proximidad del estreno, Carlos les exigió a sus actores que apareciesen desnudos en escena, justificando el texto, creando una crisis en el grupo, no obstante los noveles actores acataron la orden.  En el estreno estuvieron presentes los padres y hermanos, los vecinos, las novias, los novios y los profesores del Liceo Gustavo Herrera, además de toda la gente que quería ver la nueva obra del “L’enfant terrible” del Ateneo de Caracas.  La obra fue un rotundo éxito, Caracas se volcó al teatro y llegó público de todas partes de la nación para ver “Tu país está feliz”, inclusive la obra llegó a otras latitudes obteniendo grandes éxitos y reconocimiento por parte de la crítica especializada:

“Y Carlos exigía desnudos completos, de frente, sin encogimientos, con luces, durante varios minutos. El estreno fue un éxito, de público y de crítica. Permaneció meses y meses en cartelera, viajó por los teatros del interior y países de la región, llegando a ser vencedor del festival de Puerto Rico.”[8]

Pero la obra resulto ser un categórico éxito, no sólo por los desnudos,  “Tu país está feliz” fue todo un suceso porque reflejaba a través de un lenguaje distinto a la Venezuela saudita y derrochadora de aquel entonces, que se veía feliz y en gran progreso, aunque interiormente se convertía en un basurero por la descomposición social. El mismo Carlos Giménez diría de la obra:

“La poesía de Antonio Miranda inmensamente rica en la lectura, se agiganta y crece al ser ‘dicha’ y cantada.  Y es que aparentemente el poemario es el encuentro del poeta con sus fantasmas de siempre: la soledad, los amigos que se fueron, la miseria como inseparable compañera, etc.  Pero ‘TU PAIS ESTA FELIZ’ es por sobre todas las cosas un violento y maravilloso grito de rebeldía, de sangre joven y útil, dispuesta a la lucha, a la batalla diaria y consecutiva por seguir creyendo cada día en el día que viene.  Es comprensible (justo) entonces que este grito se haga canto y sumen a él las voces de jóvenes que sienten al teatro y al arte como ‘un acto de amor’.”
“Intentamos con el montaje de TU PAIS ESTA FELIZ afianzarnos en la fuerza del lenguaje; surgir de la palabra hacia la emoción y la fantasía.  Por ello la puesta en escena es simple y modesta: porque sólo pretende ser la humilde compañera de una poesía vigorosa.”
“Grata oportunidad ésta, de habitar un escenario a través de la poesía.  De una poesía que es ‘amor comprometido, traducido en exigencias y duras penas, verbo metálico blandido, clamando al despertar de tu conciencia’.  Poesía en búsqueda de la perfección, nutrida por la miseria, perseguidora de esperanzas, tiene su mayor mérito en cuestionarse por sí sola y en salvarse por sí misma.”[9]

Rajatabla se convirtió desde el primer día de su aparición en un foco de actividad escénica y teatral insurgente, rebelde, contestatario y provocador que perturbo y trastorno el vetusto y reaccionario mundo teatral venezolano, Carlos Giménez y su Rajatabla originaron dos bandos, primeramente el que los amaba y los seguía a todos lados, y el segundo, aquellos que lo malversaban, lo odiaban, pero aún así no se perdían un estreno de la agrupación, era inevitable, a Carlos y a su agrupación había que verlos, ya se nos era necesario.  Pero quizás el aporte más importante de Giménez en aquel entonces fue que trajo al escenario y a sus butacas un público joven, Carlos hizo a la juventud venezolana los protagonistas de sus obras y al mismo tiempo en sus más fanáticos espectadores. Por otra parte, el teatro nacional estaba lleno de “fantasmas”, de un pasado reaccionario, retrograda y apostólico, Carlos convirtió las tablas en un vehículo que promulgaba un cambio, que amparaba y defendía los ideales juveniles de aquel entonces:

“Resulta mucho más justo decir que el más esencial aporte de Rajatabla, liderizada por Jiménez, a la cultura escénica venezolana de la época, fue el de llevar a la juventud al protagonismo del hecho teatral, al mismo tiempo que encaminaba ese teatro hacia una posición inequívocamente contestataria, respaldando una acción política en la cual estaba involucrada la porción más pura de la gente de este país…de esa generación creyente –casi con la fe del carbonero– en una revolución venezolana puesta “a la vuelta de la esquina”, podrá decirse cualquier cosa, menos que se involucró en ese proyecto animada por motivos bastardos”[10]

Carlos monta otra obra, “Venezuela tuya” en 1971, basado en textos del escritor Luis Britto García y sería a la par de “Tu país está feliz” en una crítica a la sociedad venezolana. Así seguirían muchas obras, y con Rajatabla, Carlos Giménez lograría acaparar el interés de la juventud venezolana en el teatro y en los años sucesivos montaría con gran éxito diferentes obras, convirtiéndose en la primera compañía teatral del país. En 1974 monta “Fiebre” de Miguel Otero Silva. En 1976, el grupo Rajatabla se había profesionalizado y tenía su propia sala. En el 76 “Divinas palabras” de Valle Inclán es montada por Carlos y su agrupación, y “El señor presidente” de Miguel Ángel Asturias, es estrenada el 3 de marzo de 1977.

“El señor presidente” es un éxito rotundo que alza a Giménez como uno de los mejores directores teatrales de todo el mundo; Carlos y Rajatabla son solicitados por los empresarios internacionales que desean que su arte se presente en los diferentes teatros internacionales. La agrupación es invitada para participar en el Festival de Teatro de las Naciones a celebrarse en Nancy. La gira se inicia en Rótterdam, le sigue Estocolmo y Roma. Al regresar a Venezuela Rajatabla ya se consideraba uno de los mejores grupos de teatro del mundo y a “El señor presidente” como un clásico del teatro latinoamericano.

Martí. La palabra.
En 1978 monta “El Candidato” y el año siguiente “La muerte de García Lorca”. En 1982 crea “Martí, la palabra” en un montaje intimista y  nostálgico, ese mismo año estrenó, “Bolívar”, junto a Juan Carlos Núñez basada en una pieza de José Antonio Rial con treinta actores en escena en Maracaibo. Con “Bolívar” recorre por seis meses el mundo por festivales internacionales.

En 1985 Rajatabla y Carlos realizan “La honesta persona de Sheshuang” y “La vida es sueño” en 1986. “Macbeth” en 1984, “Historia de un Caballo” en 1986, “Casas Muertas” en 1987, “La Celestina” en 1988, “El Coronel no tiene quien le escriba” en 1989 y “Peer Gynt” en 1991. Desde sus  inicios hasta 1991 quizás el propósito primario de Carlós es hacer un teatro de denuncia, de crítica al stableshiment, el gran tema es el poder y como este ha existido y ejercido su opresión en los diferentes períodos históricos.

Carlos Giménez abordó con libertad una gran cantidad de obras, que sin importar el tiempo o autores, teniendo como única intención  reflejar poéticamente la realidad, el mismo Carlos decía:

"que el principio básico es que el teatro debe intentar interpretar y poetizar la vida, no copiarla. Poetizar la vida desde el escenario quiere decir extractar los temas que son importantes para el hombre y hacerlos ver desde una perspectiva del arte”… “Nosotros intentamos interpretar la vida y sobre todo trabajar con ciertos signos que determinan la permanente traslación de la geografía teatral sobre el escenario”… “Sentimos también una necesidad imperiosa de relacionar, de manera cruel si se quiere, el tiempo y el espacio, porque el espacio es para nosotros una geografía definida”… “En cambio, el tiempo es una mentira, una ficción; este momento que vivimos ya pasó, nosotros somos el pasado de los que van a nacer mañana”…[11]

Pero Carlos Giménez le interesó mucho más los problemas estéticos, los efectos y el gran espectáculo, no porque el contenido ético de las obras no sea más importante, sino que a través del lenguaje estético, los efectos y la espectacularidad pudo llevar y llegar mejor el mensaje de la obra. Para Carlos la creación dramática estuvo en conjunción a los intereses de la puesta en escena, es decir su teatro fue concebido para la forma y a través de ella llegar al público y entregarle el mensaje.

Esta desintegración se hizo más patente en la proporción actores-puesta en escena en la que se observo dos planos muy disímiles: la puesta en escena integrada al espacio seleccionado para el montaje y la actuación en un segundo plano. Y es que el elemento visual como lenguaje le permitió a Carlos Giménez que sus obras  fueran entendibles y comprensibles, a pesar de su simbolismo y su intelectualidad, por los diferentes sectores, el mensaje llegaba igual a un obrero que a un diplomático, a un estudiante de bachillerato que a un teólogo, además que sin importar el país que se presentara Carlos se hacía entender  aunque el público fuera chino, inglés o francés, u otro idioma diferente al castellano.

De igual manera para Carlos el público era parte del espectáculo teatral, le gustó integrar al espectador a sus obras y experimentar espacios escénicos en favor de una relación más inmediata entre público y el espectáculo. Ciertamente, al colocar el público en el mismo lugar que los actores, como ocurrió en “Señor Presidente” y “La muerte de García Lorca”, entre otras fue una manera de que los concurrentes fueran parte del escenario o del espectáculo teatral.

La Celestina.
En casi todos los montajes de Carlos, existe una relación física entre público y obra, su intención era que los espectadores captaran más rápido las diferentes expresiones de los actores; pero la preocupación de Carlos de incluir al público en el espectáculo no se limitaba a una relación espacial física; se valía de la luz, las texturas, el poder del color, y las imágenes visuales de choque con la objetivo de provocar y estimular una reacción inmediata al auditorio presente.

Todas las obras de Carlos estuvieron principalmente dirigidas a los sentidos usando la sobrevaloración de la imagen visual como su lenguaje principal; es esencialmente la forma como se hace uso de la imagen, donde radica la espectacularidad de sus montajes. De allí podemos recordar las imágenes del “Coronel no tiene quien le escriba” con su mágica lluvia, recuerdo que cuando la vi pensé que la lluvia en algún momento podía mojarme, y eso era parte de la esencia de las obras de Carlos, su poesía nos tocaba y nos hacia ser parte de ella.

Carlos Giménez vislumbró y entendió cabalmente que para llevar a la escena una obra no era necesario simplemente agrupar a los actores y que estos dijeran sus diálogos. “Carlitos” supo que la obra tenía que convertirse en poesía,  el texto deja de ser texto  para convertirse en metáfora, pero sin que por ello se vea obligado a renunciar las soluciones teatrales, propias del equilibrio en el ejercicio escénico. Carlos hizo Teatro Moderno en el mejor sentido. Conjugó espacio ficticio y múltiple, actores de primera y un juego escénico brillante que le permitieron ser un poeta constructor de sueños.

El Coronel no tiene quien le escriba. 
En Carlos todo era teatro, él era y será teatro, su vida fue ser y hacer teatro… hasta sus gatos Clorilene y Sada eran como actores teatrales… Carlos Giménez fue el creador del Festival internacional de Teatro de Caracas, del grupo Rajatabla, del Taller Nacional de Teatro, del Centro de Directores para el Nuevo Teatro y del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela. Realizó más de 80 montajes, dirigió obras en Argentina, Estados Unidos, México, Perú, España, Rusia, Italia y Venezuela. Sus espectáculos participaron en los más prestigiados festivales internacionales de teatro del mundo. Montó textos de Shakespeare, Calderón de la Barca, Lope de Veja, Valle-Inclán, Visen, Gabriel García Márquez, Fernando Arrabal,  García Lorca, Beckett, Brecha y Tolstoi entre otros.
1993 fue el año de su partida… o mejor dicho de su retiro.

La Tempestad.
Mañana 13 de Abril cumple años Carlos, de seguro estará en el cielo con su amada hermana Anita Giménez de Llanos (otro gran personaje del teatro y la producción teatral) elucubrando un nuevo montaje celestial, ¡Qué suerte tienen los ángeles  en poder disfrutar las ideas y los montajes de Carlos!

“Carlitos” no te podemos olvidar… jamás…
Carlos Giménez.

Por Félix Esteves
Caracas 12 de Abril de 2012



[1] Arce, Jorge Luis. El teatro en Córdoba antes del golpe militar del 76: algunas consideraciones sobre los 60, los 70 y los 80.
[2] Arce, Jorge Luis. Ibídem.
[8] Miranda, Antonio. Tu país está feliz. – 10 ed. En Español. -- Brasilia: Antonio Miranda, 2001.
[9] Ibídem.
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