©Rolando Peña-Karla Gómez |
María Teresa Castillo -mi
madre- nació en 1908. Habrían de transcurrir cinco décadas hasta el momento,
sin duda afortunado, en que fue designada Presidenta del Ateneo de Caracas en
1958, primer paso en su camino hacia la creación del Festival Internacional de
Teatro en 1973.
Desde muy joven tuvo
una vida de extraordinaria intensidad. Siendo una adolescente se vinculó a la
política, a las luchas sociales, a la actividad cultural y al periodismo. Su
corazón fue siempre el de una justiciera. Estuvo próxima a la generación de
1928; se hizo parte del movimiento comunista; repartía propaganda en contra de
la dictadura gomecista; vivió un año en New York trabajando como costurera;
estuvo detenida, en tiempos de López Contreras, casi todo un año, por
participar en actividades políticas de calle; trabajó como reportera en el
diario Últimas Noticias, bajo la dirección de Kotepa Delgado; en la
primera etapa de Radio Caracas Radio fue conductora de un programa de temas
misceláneos. En 1946 se casó con el escritor y periodista Miguel Otero Silva.
De ese matrimonio venimos mi hermana Mariana y yo.
En 1931, la iniciativa
de un grupo de artistas, escritores e intelectuales que frecuentemente
organizaban pequeños eventos culturales, se materializó en la fundación del
Ateneo de Caracas. En una primera etapa, estuvo bajo la dirección de la
compositora y pianista, María Luisa Escobar. En 1958, tras el fin de la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez, María Teresa Castillo, que había estado
vinculada al Ateneo desde su fundación, fue designada presidenta, lo que da
inicio a una etapa, de cinco décadas, de excepcional florecimiento y
proyección.
Bajo su liderazgo
inspirador, el Ateneo de Caracas se convirtió en la institución cultural
privada más importante de Venezuela y América Latina, y en un modelo de gestión
e interacción cultural. El Ateneo logró crear una editorial; fundó una revista,
Papeles, que se constituyó en un hito entre las revistas culturales y de
ideas en el continente; estableció una galería de arte; una librería; una
escuela de cine; estimuló la fundación de grupos de teatro; puso en movimiento
una permanente programación de espectáculos musicales -de lo popular a lo
clásico- teatrales, dancísticos; promovió miles de debates intelectuales y
artísticos de diversa índole.
Todo lo que se pueda
recapitular hoy, resultará insuficiente para ofrecer una idea de lo que esa
institución significó para los caraqueños y para el movimiento cultural
venezolano. El Ateneo se expandió y se profesionalizó, no sólo para atender al
crecimiento del público cultural, sino bajo el estímulo de las instituciones
democráticas del país, que asumieron, con amplio criterio, el beneficio para la
sociedad venezolana que significaba -y significa siempre- una actividad
cultural amplia, constante, diversa y abierta a lo nuevo: justo los valores a
los que respondía el activismo del Ateneo de Caracas. El resultado de este
enorme activismo es bien conocido: la sede del Ateneo y sus alrededores -la
Plaza Morelos, la plaza de los Museos, el Teatro Teresa Carreño- se
convirtieron, por decisión de los caraqueños y los visitantes, en el centro
cultural de la ciudad.
La irrupción del
Festival Internacional de Teatro
El Nacional, 1974 |
El interés del Ateneo
de Caracas por el teatro se remonta hasta su fundación. En biografías y
memorias se cuenta cómo, en los hogares y la propia sede, aunque los espacios
no fuesen los más adecuados, se realizaban con sorprendente frecuencia,
espectáculos en escala reducida.
En 1951, el actor y
director de teatro chileno Horacio Peterson, que había emigrado a Venezuela,
comenzó a dirigir la escuela de teatro del Ateneo de Caracas. Esa fue una,
entre numerosas otras iniciativas, que el Ateneo desarrolló como parte de sus
programas a favor del teatro. A lo largo de todo el año, el público podía
encontrar espectáculos de calidad, algunos provenientes de América Latina, de
las universidades y de las regiones venezolanas.
Con la llegada de María
Teresa Castillo a la dirección de la institución, la actividad teatral recibió
un enorme empuje. El fundamental Grupo Rajatabla, creado en 1971 por el
director argentino Carlos Giménez -quizá la compañía teatral venezolana que ha
alcanzado la mayor proyección internacional-, se fundó bajo el estímulo del
Ateneo y de María Teresa Castillo. Desde mediados de los años sesenta, los
espectáculos teatrales tenían un estatuto central en la programación del Ateneo.
Carlos Giménez, que
había nacido en Argentina, en 1946, era un multifacético hombre del teatro.
Además de director, dramaturgo, luminista, escenógrafo y productor, se
desempeñó en la televisión como guionista y director. También, tan relevante como
lo anterior, es que fue un eficaz gerente cultural y un creador de
instituciones como grupos teatrales, festivales, premios, escuelas y más. Era
una maquinaria de hacer cosas que, en alianza con mi madre, hicieron posible la
idea y la materialización del Festival Internacional de Teatro, sin duda
alguna, el más importante evento cultural venezolano producido en nuestro
tiempo, que surgió en un país en el que la programación cultural vivía un
momento de apogeo en los ámbitos más diversos.
Quiero recordar que
cuando María Teresa Castillo y Carlos Giménez comenzaron a soñar con un
festival, y hablaban de posibles invitados, logística y demás asuntos que
demanda una empresa de semejante envergadura, no tenían ni un peso, ni las
relaciones internacionales necesarias, ni estaban a la mano los profesionales
que podrían constituir los equipos de producción, ni tampoco estaba claro si
las salas de teatro disponibles en Caracas contaban con los recursos técnicos
para afrontar las necesidades de los grupos extranjeros, ni sabían cómo
reaccionarían los grupos internacionales ante una invitación proveniente de una
ciudad que, hasta ese momento, no tenía una reputación consolidada como capital
cultural (como sí la tenían Buenos Aires o Ciudad de México).
¿Qué hicieron María
Teresa Castillo y Carlos Giménez ante aquellas descarnadas realidades?
Emprendieron la organización del Festival Internacional de Teatro de Caracas, inseparables,
decididos, incansables, activos, convencidos de los grandes beneficios que
traería al país y al teatro, la causa que habían emprendido juntos. Lo
organizaron una primera vez y lo continuaron haciendo mientras tuvieron fuerzas
para hacerlo. Lo que comenzaron, hay que reconocerlo, casi sin planificación,
aglutinó apoyos de toda índole, generó los equipos necesarios, ensambló las
piezas necesarias para que, desde la primera edición, el Festival representase
un acontecimiento para el público, la comunidad teatral, las empresas y las
instituciones que dieron su apoyo, a pesar de que no había antecedentes.
Visto en retrospectiva,
cabe formular la pregunta, ¿cuál podría ser un balance cualitativo, una vez que
aquella iniciativa de dos emprendedores ha cumplido cincuenta años? Quiero
proponer el siguiente:
Uno: Para el público
representó un salto cualitativo, tener la oportunidad de ver las
representaciones en salas de teatro, calles, plazas, canchas deportivas y en
otros espacios, propuestas dramatúrgicas, escénicas y estéticas de una
extraordinaria diversidad, a menudo en otras lenguas, por parte de agrupaciones
teatrales provenientes de una impresionante cantidad de países.
Dos: Para la comunidad
teatral venezolana, cada espectáculo y cada edición del festival se constituyó
en una oportunidad de intercambio creativo, de visualización de propuestas
distintas, de asistir a talleres o tertulias con grandes figuras de la escena,
de categoría mundial, al tiempo que, para las agrupaciones venezolanas que se
incluían en cada edición, fue la inestimable ocasión de mostrar sus montajes,
sus capacidades y proyectos.
Tres: Una cuestión muy
importante, a la que no siempre se le otorga la consideración que merece: lo
que el Festival le trajo a Caracas como marca cultural. Caracas se convirtió en
una referencia de categoría mundial en el mundo del teatro. Haber sido invitado
al gran encuentro teatral de Caracas era una medalla, una forma de
reconocimiento, un hecho que generaba prestigio.
Cuatro: El festival de
Caracas se constituyó en una plataforma
de proyección del teatro internacional hacia América Latina. No me refiero
al muy conocido ejemplo del Festival Internacional de Teatro de Colombia, sino
al hecho menos conocido, de cómo, luego de las presentaciones en Caracas, los
grupos visitantes aprovechaban y organizaban giras por otras ciudades de
América Latina: Lima, Guayaquil, Buenos Aires, Santiago de Chile, Montevideo y
otras. Caracas era el primer paso de giras teatrales cada vez más ambiciosas.
Cinco: Aunque no es
posible tener una cuantificación exacta de la cantidad de público que
disfrutaba de cada festival, entre otras razones porque el número de
espectáculos de calle eran numerosos, tanto en Caracas como en otras ciudades.
Recuerdo que en una entrevista que concedió a El Nacional, en 1990 o 1991,
Carlos Giménez estimaba que, en las 8 primeras ediciones del Festival
Internacional de Teatro, el público superaba los 3 millones de personas.
Seis: Una de las
preocupaciones fundamentales de los organizadores del festival era que fuese lo
más accesible y democrático posible. Se distribuían miles y miles de boletos sin
ningún costo, había espectáculos gratuitos y de calle. Ese fue un factor democratizador
de mucho peso. María Teresa Castillo repetía, que el festival no debía
abandonar nunca su objetivo social y su objetivo educativo.
Siete: Durante los días
que duraba el festival, en Caracas se establecía un ambiente muy especial, que
tenía de orgullo, de júbilo, de encuentro, de nuevas experiencias visuales y
estéticas, de despliegue cívico y artístico. En la medida en que el festival se
proyectó hacia otras ciudades, el fenómeno comenzó a reproducirse en otras
ciudades. El Festival Internacional de Teatro demostró, de forma categórica,
que las disciplinas artísticas alientan la convivencia.
Cuando se revisa, con el cuidado necesario, los programas de cada edición, la lista de invitados, la cantidad y calidad de eventos realizados; cuando se leen los nombres de los directores y las agrupaciones que estuvieron en Venezuela; cuando se reflexiona sobre la diversidad dramatúrgica, escénica, lingüística, musical y discursiva que se expresó en Caracas; cuando se piensa en todos los esfuerzos profesionales, organizativos, logísticos, empresariales e institucionales que participaron con entrega y generosidad; cuando uno pone todas estas cosas, una al lado de la otra, no cabe sino asombrarse, preguntarse cómo fue posible, y decir, gracias a Carlos Giménez y gracias a María Teresa Castillo, dos héroes cívicos del siglo XX venezolano.
MIGUEL HENRIQUE OTERO
(Caracas, Venezuela, 3 de marzo de 1947)
es un periodista venezolano,
presidente y director del periódico El Nacional.
Fue vicepresidente del Bloque de Prensa, la asociación de prensa principal de
Venezuela. Henrique Otero es reconocido como pionero en el uso de nuevas
tecnologías en el periodismo y en la gestión de empresas de medio de
comunicación. También fue presidente del Grupo de Diarios América, miembro de la directiva de la Sociedad Interamericana
de Prensa y de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias
(WAN-IFRA). Es hijo del escritor Miguel Otero Silva.
Otero
se graduó con un título Matemáticas de la Universidad Central
de Venezuela. Después de realizar estudios de posgrado en
administración empresarial, viaja a Europa para estudiar economía en Churchill College, Cambridge,
y sociología en la Universidad de Sorbonne. Después de regresar a
Venezuela empieza una extensa actividad cultural, política y empresarial que
continúa hoy en día.
Actividad pública
En
1977 fue nombrado como secretario general del Ateneo de Caracas.
Fundó la Editorial Ateneo de Caracas, donde más de 600 obras han sido
publicadas. En 1983 es electo como diputado independiente para el Congreso
Nacional representando al estado Anzoátegui, nombrado
por Democracia Cristiana. En 1988 es reelecto y en 1993 repite otro periodo,
pero con una base uninominal.
A finales de 2007 Otero fundó el movimiento de
oposición Movimiento 2D que apoyó a la coalición de partidos políticos
opositores de la Mesa de la Unidad
Democrática (MUD) en las elecciones parlamentarias de 2010. En abril de 2015, la juez
María Eugenia Núñez ordenó la prohibición de salida de Venezuela a 22
directores de El Nacional, La Patilla y Tal Cual,
incluyendo a Miguel Henrique Otero, acusados de difamación agravada del
presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. A raíz de amenazas y medidas
legales, Henrique Otero huyó de Venezuela y se ha visto obligado a dirigir su
periódico desde Madrid. El gobierno venezolano ha
llevado a cabo varias demandas de naturaleza política y lo ha amenazado
públicamente con arrestarlo de regresar a Venezuela.
Premios
- El 23 de noviembre de 2010 recibió el Premio Internacional de
Periodismo presentado por el diario El Mundo de España.
- En 2015 recibió el Premio Luca De
Tena, otorgado por el diario ABC de
España. La nominación de Miguel Henrique Otero fue propuesta por el expresidente
español José María
Aznar y el expresidente colombiano Andrés
Pastrana.
- El 12 de julio de 2017 obtuvo el premio
Libertad otorgado el Club Liberal de España.
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MARÍA TERESA-CARLOS-FITC 1973-1992