Carlos Giménez siempre me pareció demasiado joven. Joven cuando llegó a Venezuela, puro ímpetu, pura renovación, puro escándalo y una nueva visión del teatro.
Me
parecía demasiado joven cuando desde el escenario o cualquier estrado
lanzaba a grito abierto sus ideas. Carlos Giménez se convirtió en muy
poco tiempo en el gran promotor del teatro venezolano, el más grande que
ha tenido el país en toda su historia.
Carlos se hizo leyenda y yo seguía siempre considerándolo demasiado joven.
Carlos
neurótico, vociferador, trabajador múltiple y multifacético. Capaz de
estar, pareciera, en muchos sitios al mismo tiempo y en todos esos
sitios, brillante arrasador y fiero. Eso, lo he dicho muchas veces
públicamente: me gusta. Prefiero la fiereza de los genios a la pasividad
de los fatuos.
Nunca
fuimos amigos y podríamos haberlo sido, ya que hace casi 20 años, en
España, tuvimos un conato de amistad que pudo ser duradera. En Madrid
recorrimos juntos las librerías de teatro buscando material e incluso en
mi casa, allá, un autor, de cuyo nombre ahora no me acuerdo, nos leyó
una obra de teatro, creo que no muy buena. Después el medio, los
diversos compromisos de cada uno, a los mejor nuestros propios egos
desmesurados, nos separaron, pero yo, y a mucha gente le consta, entre
ellas a mi amiga Conchita Obach, tuve siempre el interés y la
preocupación de unir a la gente que quiero y con la que siempre trabajo,
a las inquietudes e ideas de Carlos Giménez, al que todavía sigo
considerando muy joven para que sus quebrantos de salud le hagan estar
alejado, porque esto significa que el teatro está en silencio, que los
buenos no tenemos sin él a quien poner como ejemplo y a los malos los
priva de tenerlo a él como centro de sus odios.
A
Carlos Giménez se le necesita en el teatro venezolano como nunca se ha
necesitado a nadie. Carlos, amigo, compañero, sal de tu rincón,
acompáñanos. Haces falta, demasiada falta.
Actor. Dramaturgo.Guionista
Caracas, 14 de noviembre de 1992
Fuente: Ana Lía Cassina, archivo de Carmen Gallardo.