En medio de la tormenta que ha
dejado a la intemperie a la clase política de Venezuela y sin cauces de
participación a la ciudadanía, el IX Festival Internacional de Teatro se
ha convertido en un acontecimiento lleno de sentido cívico. Su director, Carlos
Giménez, hace balance de la reciente edición de Caracas ’92.
Es primero de mayo en Caracas.
Aún no han transcurrido dos semanas desde la clausura de IX Festival. Por la
avenida México, que conduce hasta El Silencio, desfila una escuálida
manifestación convocada por los sindicatos oficiales. Se escuchan consignas antigolpistas
y vivas a la normalidad democrática. En el otro extremo de la ciudad abre otro
desfile un retrato gigante del golpista Chávez, mientras un altavoz difunde su
arenga. Tampoco hay multitudes. Cualquiera de los espectadores del Festival que
tuvieron la calle como escenario reunió más participantes que las dos
manifestaciones juntas. Y es que el teatro fue durante unas semanas, en medio
de la crisis del país, un acontecimiento civil de primer orden. De ahí el
carácter excepcional de esta IX edición del Festival de Caracas, para su
director Carlos Giménez.
- La crisis que vive el país se manifiesta en
una ausencia de la participación de la gente, que ha sido apartada de la
construcción y el desarrollo del país. De ahí el fracaso de las últimas
elecciones, o esta pequeña manifestación del Primero de Mayo, cuando antes
convocaba a cientos de miles de personas, con todas las grandes figuras políticas
al frente. Pero en casi todos los espacios de la vida civil la participación
democrática del venezolano se ha ido debilitando. Paradójicamente con
el Festival sucedió a la inversa: se multiplicó la participación de
la gente y cambió la composición socio-cultural del público, se amplió a
sectores mucho más populares que nunca habíamos visto participar antes. Eso
generó una especie de caos y se fue de las manos de los organizadores. En las
circunstancias en las que el país vivía, poner cien mil personas en la avenida Bolívar
a contar La Verdadera Historia de Francia frente a las puertas
del Consejo Supremo Electoral, que es una de las instituciones más
desacreditadas del país, con estallidos de bombas, tanques de guerra, soldados
muriendo y gente reclamando su derecho a la violencia, era toda
una provocación. Y sin embargo, la gente participó civilmente,
dentro de las posibilidades que el país y el Festival le ofrecían.
UN ACONTECIMIENTO CIVIL
- El Festival concentró multitudes en las
puertas de los teatros, la mayoría sin entradas, exigiendo y logrando meterse
en los espacios físicos. Para unos, esto es una salvajada, porque desde que el
festival existe han tenido sus entradas o sus carnets privilegiados. Ese
público “culto” que lo ve todo civilizadamente, que llega con su coche a su
estacionamiento y sale del espectáculo casi sin aplaudir porque quiere evitarse
la cola de la salida. La gente que se desplaza por los subterráneos -porque esta
es la ciudad de los subterráneos: estacionamientos subterráneos, autopistas
subterráneas como la del Libertador, hasta clubes de moda también subterráneos-
de pronto sienten que esto no tiene nada que ver con lo que ellos entienden
como cultura.
Por otro lado, hay una reacción multitudinaria de un sector de la
población que tomó el Festival como vía de escape, como una de las escasas
posibilidades de participación, porque han dejado de creer en determinadas
cosas, pero necesitan imperiosamente participar. Yo siento que el
festival fue un fenómeno más que nunca político. Fue el Festival de la
incertidumbre. Durante quince días, estuvimos montados sobre un
barril de pólvora, en un país que no tiene garantías constitucionales.
Concentrar a miles de personas en la calle le ponía los pelos de punta a
cualquiera, incluidos los propios organizadores y sin embargo los eventos más
organizados, más festivos, más llenos de alegría fueron los espectáculos en las
calles. Porque la gente sentía que no tenía que pasar por una puerta angosta
donde señores con cara de odio, estaban dispuestos a no dejarlo entrar, después
de esperar una hora y pico.
Aunque para Carlos Giménez esta
edición del Festival cierra una etapa, no está pensando en replantear su
modelo, absolutamente insólito.
- No tendría sentido copiar o asimilar el
modelo de los otros festivales que se hacen en el mundo. En países como los
nuestros con un movimiento teatral como el que tenemos, un Festival con otras
características significaría imponer la rutina sobre la rutina y lo que
nosotros intentamos es que el Festival produzca una sacudida, un temblor, un
estremecimiento. Como cuando pasa un terremoto: siempre queda algo que
reajustar y el movimiento teatral venezolano y en líneas generales el
latinoamericano, ha sido reajustado. En estos 20 años yo he visto crecer una
nueva generación de actores y actrices en Venezuela. He visto nacer el Centro
de Directores para el Nuevo Teatro. Hemos asistido a la creación del Teatro
Nacional Juvenil. A la consolidación de las instituciones y la desaparición de
otras. Al surgimiento de una nueva dramaturgia.
La oportunidad bienal de recibir y de dar información dentro de un marco
de fiesta, donde la exaltación es como el veneno compartido entre miles de personas,
yo creo que no puede desaparecer. Lo importante es lo que el Festival puede
aportar al desarrollo teatral venezolano o latinoamericano. Y en ese aspecto a
lo mejor hemos sido pocos audaces. Creo que viene un momento de reflexión, de
ver cómo podemos aprovechar todo lo que el Festival genera, no sólo en la
ciudad. Varios sectores del país quedan como agotados, exhaustos, hablando
durante semanas del Festival. Para mí el Festival es como un
hábitat, que debe tratar de modificarse internamente para que su proyección sea
más adecuada, pero si el Festival pierde ese carácter de fiesta, para mí es
preferible que muera.
NOS FALTÓ IMAGINACIÓN
El ’92 era una fecha un poco
especial para el Festival de Caracas. España ha estado bien representada, al
menos en sentido numérico, con cinco espectáculos…Pero para Carlos Giménez que,
como tantos latinoamericanos tiene sentimientos encontrados de amor y odio
respecto a España, algo se ha perdido en esta ocasión del V Centenario.
- Creo que tanto a la parte española como a
nosotros, nos faltó imaginación y audacia para enfrentar el proyecto. Lo que
hemos hecho fue como una repetición de otros años. Comparado con la Operación
Cargo ’92 de Francia, tan llena de imaginación, de una audacia, de un buen
criterio, pensada como una oportunidad de imaginar de una manera nueva su
relación con América Latina, se nos ha quedado pequeña. Ahí están los
resultados; unos espectáculos concebidos para tratar de establecer un puente
con la imaginación. Más de 200 personas trabajaron durante semanas con los
equipos franceses, sufriendo, peleándose, pero creando un conocimiento a través
del trabajo, que tuvo un resultado en una fiesta multitudinaria. La
participación francesa fue como estar haciendo otro Festival dentro del
festival. El importe de la operación costó 6 millones de dólares (600 millones
de pesetas). (Nota del libro: pagados por el estado francés).
No va a haber en este año otra plataforma, otro escenario como el de
Caracas o el de Bogotá, que reúnan entre los dos cerca de un millón de
espectadores. Con España fue todo como muy institucional, pensado desde los
parámetros de una concepción que yo creo que no se compadece con las verdaderas
necesidades de la relación entre España y América Latina. Tuvimos colaboración,
muchísima colaboración, para que las compañías vinieran. El público reaccionó
entusiasmado ante el espectáculo de Els Joglars o se fascinó
con Nacho Duato.
Pero, de cualquier manera, lo que nosotros pudimos hacer en conjunto
debió ser mayor. Se desaprovechó el espectáculo natural del acontecimiento, que
es éste, América Latina; se pudieron hacer cosas más audaces. No en
el sentido de riesgo gratuito, sino para investigar en esta relación entre
España y América que sigue siendo compleja, extraña, apasionante, excitante. Yo
no digo que la responsabilidad sea sólo de la parte española. Yo hago también
mi mea culpa.
Antes que termine este año de
gracia, Carlos Giménez dirigirá un espectáculo en el Piccolo Teatro de Milán,
lo que le mantendrá alejado durante unos meses de Rajatabla.
- He estado involucrado hasta ahora en muchos
proyectos Institucionales de Venezuela, y por eso no he podido aceptar
propuestas afuera. Ahora tengo esta oportunidad de hacer este trabajo en el
Piccolo y de asumir un cierto compromiso conmigo mismo, con el fin de que
varias de las instituciones en las que yo estoy comprometido, comiencen de
alguna manera a desprenderse del cordón umbilical y marchen por sí solas”.
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