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Carlos Giménez: "Quince días sobre un barril de pólvora", entrevista de Moisés Pérez Coterillo, fotos Roland Streuli, 1992/ del libro "María Teresa Castillo-Carlos Giménez-FITC 1973-1992"(2023)



 

©Roland Streuli

 

 

 

En medio de la tormenta que ha dejado a la intemperie a la clase política de Venezuela y sin cauces de participación a la ciudadanía, el IX Festival Internacional de Teatro se ha convertido en un acontecimiento lleno de sentido cívico. Su director, Carlos Giménez, hace balance de la reciente edición de Caracas ’92.

Es primero de mayo en Caracas. Aún no han transcurrido dos semanas desde la clausura de IX Festival. Por la avenida México, que conduce hasta El Silencio, desfila una escuálida manifestación convocada por los sindicatos oficiales. Se escuchan consignas antigolpistas y vivas a la normalidad democrática. En el otro extremo de la ciudad abre otro desfile un retrato gigante del golpista Chávez, mientras un altavoz difunde su arenga. Tampoco hay multitudes. Cualquiera de los espectadores del Festival que tuvieron la calle como escenario reunió más participantes que las dos manifestaciones juntas. Y es que el teatro fue durante unas semanas, en medio de la crisis del país, un acontecimiento civil de primer orden. De ahí el carácter excepcional de esta IX edición del Festival de Caracas, para su director Carlos Giménez.

 

-        La crisis que vive el país se manifiesta en una ausencia de la participación de la gente, que ha sido apartada de la construcción y el desarrollo del país. De ahí el fracaso de las últimas elecciones, o esta pequeña manifestación del Primero de Mayo, cuando antes convocaba a cientos de miles de personas, con todas las grandes figuras políticas al frente. Pero en casi todos los espacios de la vida civil la participación democrática del venezolano se ha ido debilitando. Paradójicamente con el  Festival sucedió a la inversa: se multiplicó la participación de la gente y cambió la composición socio-cultural del público, se amplió a sectores mucho más populares que nunca habíamos visto participar antes. Eso generó una especie de caos y se fue de las manos de los organizadores. En las circunstancias en las que el país vivía, poner cien mil personas en la avenida Bolívar a contar La Verdadera Historia de Francia frente a las puertas del Consejo Supremo Electoral, que es una de las instituciones más desacreditadas del país, con estallidos de bombas, tanques de guerra, soldados muriendo y gente reclamando su derecho a la violencia, era toda una  provocación. Y sin embargo, la gente participó civilmente, dentro de las posibilidades que el país y el Festival le ofrecían.

 

 

UN ACONTECIMIENTO CIVIL

 

-        El Festival concentró multitudes en las puertas de los teatros, la mayoría sin entradas, exigiendo y logrando meterse en los espacios físicos. Para unos, esto es una salvajada, porque desde que el festival existe han tenido sus entradas o sus carnets privilegiados. Ese público “culto” que lo ve todo civilizadamente, que llega con su coche a su estacionamiento y sale del espectáculo casi sin aplaudir porque quiere evitarse la cola de la salida. La gente que se desplaza por los subterráneos -porque esta es la ciudad de los subterráneos: estacionamientos subterráneos, autopistas subterráneas como la del Libertador, hasta clubes de moda también subterráneos- de pronto sienten que esto no tiene nada que ver con lo que ellos entienden como cultura.

 



“La gran parada”, Compañía  Royal de Luxe. Francia. Inauguración Popular. Av. Bolívar Caracas,  1992. ©Roland Streuli


 

 

 



Por otro lado, hay una reacción multitudinaria de un sector de la población que tomó el Festival como vía de escape, como una de las escasas posibilidades de participación, porque han dejado de creer en determinadas cosas, pero necesitan imperiosamente participar.  Yo siento que el festival fue un fenómeno más que nunca político. Fue el Festival de la incertidumbre.  Durante quince días, estuvimos montados sobre un barril de pólvora, en un país que no tiene garantías constitucionales. Concentrar a miles de personas en la calle le ponía los pelos de punta a cualquiera, incluidos los propios organizadores y sin embargo los eventos más organizados, más festivos, más llenos de alegría fueron los espectáculos en las calles. Porque la gente sentía que no tenía que pasar por una puerta angosta donde señores con cara de odio, estaban dispuestos a no dejarlo entrar, después de esperar una hora y pico.

 

 

Aunque para Carlos Giménez esta edición del Festival cierra una etapa, no está pensando en replantear su modelo, absolutamente insólito.

 

-        No tendría sentido copiar o asimilar el modelo de los otros festivales que se hacen en el mundo. En países como los nuestros con un movimiento teatral como el que tenemos, un Festival con otras características significaría imponer la rutina sobre la rutina y lo que nosotros intentamos es que el Festival produzca una sacudida, un temblor, un estremecimiento. Como cuando pasa un terremoto: siempre queda algo que reajustar y el movimiento teatral venezolano y en líneas generales el latinoamericano, ha sido reajustado. En estos 20 años yo he visto crecer una nueva generación de actores y actrices en Venezuela. He visto nacer el Centro de Directores para el Nuevo Teatro. Hemos asistido a la creación del Teatro Nacional Juvenil. A la consolidación de las instituciones y la desaparición de otras. Al surgimiento de una nueva dramaturgia.

La oportunidad bienal de recibir y de dar información dentro de un marco de fiesta, donde la exaltación es como el veneno compartido entre miles de personas, yo creo que no puede desaparecer. Lo importante es lo que el Festival puede aportar al desarrollo teatral venezolano o latinoamericano. Y en ese aspecto a lo mejor hemos sido pocos audaces. Creo que viene un momento de reflexión, de ver cómo podemos aprovechar todo lo que el Festival genera, no sólo en la ciudad. Varios sectores del país quedan como agotados, exhaustos, hablando durante semanas del Festival.  Para mí el Festival es como un hábitat, que debe tratar de modificarse internamente para que su proyección sea más adecuada, pero si el Festival pierde ese carácter de fiesta, para mí es preferible que muera.

 

 

NOS FALTÓ IMAGINACIÓN

 

El ’92 era una fecha un poco especial para el Festival de Caracas. España ha estado bien representada, al menos en sentido numérico, con cinco espectáculos…Pero para Carlos Giménez que, como tantos latinoamericanos tiene sentimientos encontrados de amor y odio respecto a España, algo se ha perdido en esta ocasión del V Centenario.

 

-        Creo que tanto a la parte española como a nosotros, nos faltó imaginación y audacia para enfrentar el proyecto. Lo que hemos hecho fue como una repetición de otros años. Comparado con la Operación Cargo ’92 de Francia, tan llena de imaginación, de una audacia, de un buen criterio, pensada como una oportunidad de imaginar de una manera nueva su relación con América Latina, se nos ha quedado pequeña. Ahí están los resultados; unos espectáculos concebidos para tratar de establecer un puente con la imaginación. Más de 200 personas trabajaron durante semanas con los equipos franceses, sufriendo, peleándose, pero creando un conocimiento a través del trabajo, que tuvo un resultado en una fiesta multitudinaria. La participación francesa fue como estar haciendo otro Festival dentro del festival. El importe de la operación costó 6 millones de dólares (600 millones de pesetas). (Nota del libro: pagados por el estado francés).

 

No va a haber en este año otra plataforma, otro escenario como el de Caracas o el de Bogotá, que reúnan entre los dos cerca de un millón de espectadores. Con España fue todo como muy institucional, pensado desde los parámetros de una concepción que yo creo que no se compadece con las verdaderas necesidades de la relación entre España y América Latina. Tuvimos colaboración, muchísima colaboración, para que las compañías vinieran. El público reaccionó entusiasmado ante el espectáculo de Els Joglars o se fascinó con Nacho Duato.

 

Pero, de cualquier manera, lo que nosotros pudimos hacer en conjunto debió ser mayor. Se desaprovechó el espectáculo natural del acontecimiento, que es éste, América Latina; se pudieron hacer cosas  más audaces. No en el sentido de riesgo gratuito, sino para investigar en esta relación entre España y América que sigue siendo compleja, extraña, apasionante, excitante. Yo no digo que la responsabilidad sea sólo de la parte española. Yo hago también mi mea culpa.

 

Antes que termine este año de gracia, Carlos Giménez dirigirá un espectáculo en el Piccolo Teatro de Milán, lo que le mantendrá alejado durante unos meses de Rajatabla.

 

-        He estado involucrado hasta ahora en muchos proyectos Institucionales de Venezuela, y por eso no he podido aceptar propuestas afuera. Ahora tengo esta oportunidad de hacer este trabajo en el Piccolo y de asumir un cierto compromiso conmigo mismo, con el fin de que varias de las instituciones en las que yo estoy comprometido, comiencen de alguna manera a desprenderse del cordón umbilical y marchen por sí solas”.

 





Fuente: Roland Streuli





 


 

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