Elio Palencia y María Teresa Castillo |
@Rolando Peña-Karla Gomez |
“Es cuando menos poco riguroso y hasta mezquino,
desagradecido, responsabilizar a Carlos de los males e incapacidades históricas
de quienes han administrado y ejecutado -cuando han llegado a tenerse- políticas
para el sector de la cultura y las artes escénicas…”
Carlos Giménez y Giorgio Strehler en Italia. Foto: Ángel Acosta/Aníbal Grunn |
Elio, ¿en qué FITC trabajaste y cuál fue tu tarea en él?
En el de 1988, en Publicaciones, en el equipo que llevaba Giorgio
Ursini, co-director del festival. Estaba en la redacción, tanto del libro, como
de la “Guía del espectador”, de la que fui encargado.
¿Qué importancia personal tuvo para ti el FITC?
¡Uff! (silencio, suspiro y sonrisa) No sabría medirla.
Imagínate para un joven de provincias, de extracción popular, que en su
adolescencia ni siquiera sabía que los oficios del teatro podían llegar a ser
profesiones, un muchacho en pleno descubrimiento de su vocación por el arte
dramático al que empezó a dedicar más tiempo que a la “carrera formal”, haber
ahorrado dinero para darse como regalos las entradas para varios montajes… fue
casi como los hijos de José Arcadio ante el hielo de Melquíades. Encontrarme en
el Teatro Nacional o en el Municipal de Caracas viendo maravillas como el “Olympic Man Movement” de Els Joglars o
“Sueños de mala muerte” de Donoso en versión del Grupo chileno Ictus, en la
sala Rajatabla… ¡Unos toboganes de emoción que me resultan patrimonio personal
invaluable! Eso por hablar sólo del primero al que asistí (1983, aún no tenía veinte
años)… Ya en los posteriores, me había mudado a Caracas, estaba en el medio como
joven profesional y me movía en el radio de acción de Rajatabla (Ateneo de
Caracas) de modo que accedí (tuviera para pagar entradas o no) a casi todos los
espectáculos y eventos especiales con maestros como Luis De Tavira, Santiago
García, Ricard Salvat, José Luis Gómez, Marco Antonio De La Parra… participar
de esas auténticas fiestas de la ciudad en la que la belleza, el pensamiento,
la reflexión y el acceso a ellos eran goce, dialécticas, revelaciones,
ejercicios de autoestima, ventana a mundos muy diversos y fe en eso que decía
Carlos -en referencia a los entonces llamados países del Tercer Mundo o “en
vías de desarrollo” como Venezuela- sobre la cultura como gran baza y esperanza
para Latinoamérica, un continente tan históricamente plagado de injusticias y
profundas heridas.
Más personalmente, experiencias como las del “Suz o suz” de
La Fura dels Baus, en el Poliedro, o La Nit de Comediants casi al tiempo de
montajes de textos como Ay, Carmela de Sinisterra, El Teatro Kabuki o el grupo Macunaíma,
Norma Leandro, que moviendo un trocito de tela pasaba de anciana a virginal quinceañera,
los cubanos de Irrumpe o Flora Lauten, o el Crimen y Castigo de Wajda que era toda
una experiencia sensorial, como meterte dentro de una peli, el método de
Stanislavsky puro y duro, ¡El Berliner!… los soviéticos de Satyricon con Las
Criadas o Alemania Tercer Reich por la Escuela de Georgia, también de la URRSS,
los del propio país que no podías ver si no era en esos días, como el Centro
Dramático de Maracaibo… las largas filas para comprar entradas, las funciones
extras a puerta franca, la voluntad de que jóvenes y estudiantes pudiesen
acceder, el furor del público, la movilización festiva de la ciudad -que ya era
considerablemente insegura, pero parecía que durante esos días el hampa daba
tregua (Risas) respetando arte y artistas- , los chorros de vida,
creatividad, libertad y solidaridad que significaron en lo individual y lo
colectivo… un privilegio que tuvimos quienes lo vivimos. Sin duda, nos marcó,
unos referentes así, tanto en lo específicamente teatral como en lo ciudadano y
las posibilidades de un país, del trabajo arduo e impecable de la gente de
teatro (actores, administrativos, técnicos y estudiantes, muchos jovencísimos,
éramos en esos días desde operadores turísticos hasta choferes, taquilleros,
limpiadores, tramoyistas, redactores…) que bajo la gerencia del elenco estable
de Rajatabla y sus allegados, actuábamos si no a la perfección, con un nivel voluntarismo
y de solvencia logística bastante excepcional en un país como Venezuela.
¿Qué importancia cultural y económica crees que tuvo el
FITC para Venezuela?
Mucho se ha escrito sobre la importancia del FITC para la
cultura venezolana durante las épocas en las que Carlos estuvo al frente -desde
sus inicios hasta su fallecimiento a principios de los años noventa- y se creó
Fundateneofestival. Siempre hubo detractores y adversarios que, con diferentes
argumentos -algunos absolutamente razonables y bien intencionados- atacaron el
proyecto. El tiempo ha ido colocando algunas apreciaciones en su lugar y
ratificando que indudablemente fue un hecho que impactó positivamente en varias
generaciones, no sólo desde la capacidad de goce y la apreciación artística que
como “ventana al mundo” desde las artes escénicas pudo ser, sino también desde
los escalones formativos que supusieron sus distintas ediciones para mucha
gente de la cultura, en general, para los teatristas en particular -entre los
cuales cuentan muchos de los profesionales y formadores que vinieron
posteriormente y continúan hoy
insistiendo en el teatro como arte- y para el público del país, la ciudadanía.
Sumaría algo más que considero fundamental: constituyó un acicate importante en
las acciones por superar esa condición sociológica, antropológica del
venezolano, tan honda y causante de tantas rémoras como lo ha sido la
fragilidad de su autoestima. El FITC fue un continuado y fructífero ejercicio
de autovaloración y confianza, entre otras razones por haber sido una clara
demostración de que, con los recursos necesarios administrados con rigor,
eficacia y compromiso, somos capaces de llevar a cabo proyectos ambiciosos, al
menos desde el ámbito artístico y, nada menos que desde un medio tenido
tradicionalmente como “la cenicienta de la cultura”. Ha habido muchas apreciaciones y
controversias en relación al uso de recursos, que si perjudicaba o no a los
grupos nacionales o iba en menoscabo de festivales locales necesarios para la
consolidación de los discursos (dramatúrgicos y de puesta en escena) en el país,
que se alentaba a un “público festivalero” que luego no era ganado para los
nacionales o que los dineros usados para financiar esos eventos podrían haber
satisfecho necesidades más acuciantes, etc. etc. En su momento, fueron sablazos
constantes e incisivos con los que lidiaron sus organizadores, Carlos y la
señora María Teresa Castillo a la cabeza, a fin de lograr continuidad. Ha
habido razones y no pocas verdades en esos cuestionamientos, sin embargo, lo
cierto es que, a años vista, muchos de quienes las plantearon (y fueron
beneficiarios de esas muestras e intercambios mundiales, dicho sea de paso) han
ido, cuando menos, aligerando el hierro que entonces pudo llegar a sumar
obstáculos. Otra cosa cierta es que, dejar de hacerlo con las magnitudes de
antaño, tampoco ha generado unas mejores condiciones estructurales ni
materiales para profesionales y colectivos del teatro nacional, ni tampoco
mayor exaltación de sus discursos o condiciones de vida -al contrario, hace ya
un buen tiempo que prácticamente se acabó con los subsidios a los colectivos
nacionales, ya en los años noventa empezaron a ser casi simbólicos- ni mucho
menos ha supuesto un aumento en la afluencia de público a las salas, que además
de ser menos, mantienen temporadas mucho más cortas y durante menos días a la
semana. Por supuesto, sería de risa decir que aquellos recursos han ido a parar
en maravillosos hospitales, mejores escuelas, maestros bien pagados o
incremento en la producción agropecuaria o de servicios (¡!). Todo aquello
-ataques que se personalizaban sobre todo hacia Carlos y la señora María Teresa,
el Ateneo de Caracas y la Fundación Rajatabla- con y sin razones, evidenciaban
-continúa evidenciándose treinta años después- la ausencia de claros criterios
en el liderazgo nacional hacia el hecho cultural, lo errático e ineficaz de
muchas políticas hacia el sector teatral así como la administración de los
recursos destinados a él y, una vez más, la enorme dificultad de nuestros
dirigentes -en lo público y en lo privado- para dejar de entender la cultura
como ornamento, guinda del pastel, prenda de ostentación banal… es decir, como “Acto
cultural”, esa visión superficial o vacua que tan sabia y amorosamente observó nuestro
dramaturgo José Ignacio Cabrujas. Carlos también estaba muy consciente de eso,
para él la esperanza de América Latina estaba en su Cultura, eso decía, porque
lo creía firmemente. No sé qué pensaría tras las vueltas que ha dado el mundo
occidental y sus valores respecto al teatro, y en Venezuela como parte de él, pero
lo cierto es que, desde su individualidad y su vocación colectivista (Carlos
era un social demócrata, de centro más bien hacia la izquierda moderada, pero -a
veces a pesar de sí- con conscientes y enérgicos ramalazos del Anarquismo más
libertario y republicano cultivado en Italia y España desde finales del XIX),
siguió esta convicción y trabajó incansable, rabiosamente a veces, en función
de ella, como pocos. Muchos le echaban en cara -y solo me remito a una flecha
del mazo- qué en lugar de organizar un Festival internacional, se dedicara a
uno de carácter nacional que consolidara la dramaturgia, o a procurar más apoyo
para los grupos. Al respecto, me atrevería a asegurar que, si el día hubiese
tenido más horas, Carlos hubiera organizado ¡No uno, tres! festivales nacionales
y generado proyectos y recursos que apoyaran hasta a los que denostaban su
estética y su persona que, por cierto, no estuvieron exentos de envidias, mezquindades,
resentimientos y disfrazada homofobia. Se ha llegado a decir incluso que también
de chovinismo, pero, a mi juicio, eso no lo fue tanto, pues uno de los valores hermosos
y muy mayoritarios en el venezolano -aún y cuando no sea consciente de tal
virtud- es la fortuna de no padecer de ese lastre; por el contrario, su
problema histórico de soterrada baja autoestima ha sido tal, que no pocas veces
ha confiado más en el de fuera que en sus coterráneos; rasgo que justamente, a
mi juicio, Carlos comprendió muy bien y supo manejar con extrema inteligencia
para construir, entre otras cosas, autoestima desde el teatro. Llegó a ser tan
agudo captando necesidades, potencialidades y fragilidades de la sociedad
venezolana que pudo lograr cosas que otros, locales, no habían conseguido para la
dignificación de su profesión. Una frase que le escuché varias veces es
“Rajatabla es una experiencia sociológica” y con ello se refería a la
diversidad humana que lo conformaba y la respuesta que en grupo generaba esa
riqueza. Desde un muchacho o muchacha de extracción obrera o campesina hasta el
hijo de un dueño de un prestigioso banco, pasando por los emigrantes o sus
hijos, la universitaria lesbiana de un suburbio caraqueño, el gay que había
sido amenazado en su pueblo, la otrora rumbera o la ejecutante de música
clásica, el evangélico y el bongosero del bloque podían encontrarse en un
proyecto bajo su dirección. De hecho, en sus últimos tiempos, con iniciativas
como el Instituto Universitario del Teatro (ahora, Universidad de las Artes),
los Teatros Juveniles, el Taller Nacional de Teatro, el Centro de Directores y
el Festival mismo, consiguió que mucha gente del sector tuviera medios de vida
ejercitando sus oficios y perfeccionándose en ellos. Algo que no debería
extrañar si se toma en cuenta que el primer grupo venezolano en lograr una
nómina para sus integrantes -modesta, pero con la regularidad posible en un
país como Venezuela- manteniéndola y potenciándola a través de autogestión por
taquilla, escuela, giras internacionales, coproducciones y otras
actividades, fue Rajatabla bajo el
liderazgo de Carlos, que conseguía sentarse digna y beligerantemente frente a
los ministros y funcionarios de turno.
Entonces, al hilo de todo esto, aún en la complejidad del
tema, voy a mi modesta apreciación personal respecto a algunos razonables
argumentos de sus adversarios en cuanto a la dedicación a un Festival
Internacional; a mi juicio, tiene que ver con las dos grandes vocaciones de
Carlos:
Carlos era un hombre que amaba el arte teatral y, en ese
mismo nivel, era un apasionado por el viaje, el conocimiento, la aventura, ¡el
mundo! De niño, en su ciudad natal -contaba- veía pasar el tren y decía que un
día lo recorrería. Mientras tanto, aprendía las capitales de esos países que un
día visitaría (era impresionante, le preguntabas “¿Burundi?” y automático
saltaba “¡Bujumbura!” “¿Honduras?” “Tegucigalpa”!). Ya alguien lo habrá
contado, pero viene a colación porque, analizando, la acción de Carlos por
realizarse como artista e individuo, le hizo, desde muy joven, dedicarse a unir
ambas pasiones: el arte teatral y el afán por conocer el mundo. Halló un
terreno receptivo y fértil en Venezuela junto a unos seres humanos con los que
construyó su casa, una familia, que era como consideraba al Grupo Rajatabla, al
que luego amplió a Fundación. Viajar fue motivación y meta desde la creación
del grupo, lo hicieron por Venezuela cuando el teatro apenas se movía de las
áreas del viejo Ateneo de Caracas y en las provincias en las que, salvo
contadas excepciones, sobre todo de Teatros Universitarios, había auditorios
con cuatro bombillos, casas parroquiales o canchas de bolas criollas;
recorrieron Centroamérica prácticamente como mochileros, con energía juvenil abriendo
brecha y sumando experiencias en lo individual y en lo colectivo; tuvieron un
exilio en Madrid durante los setenta, donde la voluntad viajera continuó
latente y la creativa se redimensionó, conociendo gente de teatro,
estableciendo lazos, alianzas, aprendiendo para luego regresar a casa… ¿No parece
obvio que de la unión de esas dos pasiones y contando con la capacidad de
trabajo de él y su compañía, en un país entonces boyante económicamente -publicitado
institucionalmente como “La Gran Venezuela”-, se propusiera un festival
internacional con la envergadura que luego exhibió? (¡…!)
Eran sus pasiones y las condujo entrelazadas, trabajó,
luchó y tuvo éxito con ellas. Crear y crecer en el teatro, conociendo el mundo
con él y socializándolo ¡Un hombre siguiéndose a sí mismo! Organizar un
festival, suponía recibir en casa al mejor teatro del mundo, ampliar relaciones
y enriquecer ese entorno de cuya historia formaba parte. Carlos hizo todo lo
que estaba en sus manos para cumplir esos deseos, los más prioritarios para su
realización ¿No es lo que se tiene como valiente en un ser humano en libertad,
según las circunstancias y oportunidades que le son dadas? Y esto suponía diseñar proyectos, estrategias,
seducir, persuadir a unos políticos, a unos empresarios, a colegas, a compañías
e instituciones de muchos países y a unos medios acerca de la importancia,
necesidad o rentabilidad del gasto o inversión social que, en el sector cultural,
específicamente en el teatro, requería. Tal vez si hubiera sido más un escritor,
lo habría hecho por un festival nacional o por una empresa editorial, pero era esencialmente
un director, líder de un grupo que, como él, tenía vocación viajera, y procuró enfocarse
en su aspiración personal en consonancia con beneficios a la comunidad a la que
pertenecía.
Lo logró. ¿Cuántos en el mundo de la cultura o en otros
sectores han podido ostentar realizaciones así?
Otros, contemporáneos suyos en el teatro, con visiones y
metas diferentes trabajaron por ellas, con la fuerza y la capacidad que pudieron
o quisieron. Pocos quizás tuvieron la capacidad, dedicación, fuerza,
persistencia o simplemente la suerte -el azar también juega- suficientes como
para que sus propuestas para el desarrollo del teatro venezolano persuadieran a
quienes disponían de los recursos necesarios. ¿Habría sido distinto? Sin lugar
a dudas. ¿Mejor? Nunca se sabrá. Sí se sabe de Carlos y su influencia, de sus
obras, que existen como parte de la historia de un arte por demás efímero,
testimonio de que alguna vez el liderazgo de un creador llegó a conseguir unos
presupuestos inéditos para la “cenicienta de la cultura”, cosa que
lamentablemente ninguna otra hada madrina de las artes escénicas -de entonces y
posterior- ha logrado.
Respecto a quienes piensan que si esos recursos se hubieran
destinado a satisfacer “necesidades más urgentes” se habría beneficiado más al
país. Es algo que tampoco se sabrá. Si se han referido a hospitales, personal
sanitario, mejores sueldos para educadores, alimentos para niños que en las
barriadas pasaban hambre, etc. enseguida responderé que sí, desde luego ¡y
Carlos habría respondido lo mismo! En este y en aquel momento. Carlos era tan
brillante que reconocía y ponía en práctica su vocación de justicia social y su
tendencia a una visión en las antípodas del conservadurismo, a la vez que se
sinceraba expresando la posibilidad de que, por su afán de libertad individual,
él difícilmente podría vivir en un lugar donde, en nombre de esa justicia, se
le coartara -lo decía al hilo de su experiencia en los países del bloque
socialista del siglo XX, algunos de los cuales visitó varias veces- en cuyo
caso -decía- era él quien probablemente tendría que irse pues asumía que era
incapaz de vivir en un lugar donde justicia social supusiera sacrificar esa
libertad individual que tanto amó y defendió. Pero el caso es que, no era
Carlos un hombre cuya vocación fuera la sanidad pública o la de un funcionario
de la educación, tampoco la de la administración fiscal o la planificación
estatal, no era un activista político partidista o sindicalista… era un hombre
de teatro, un artista que, excepcionalmente, estaba dotado para la gerencia y
las Relaciones Públicas, de modo que a ese campo fue que dirigió sus esfuerzos,
y -otra excepcionalidad- sin dejar de ser un ciudadano comprometido con su
entorno y, en particular, con los más desafortunados. Solamente hay que observar
los contenidos, autores y niveles éticos de sus montajes teatrales, la voluntad
de visibilización, cuando no denuncia, y exploración dramática constante en los
intríngulis del poder, su ejercicio y el cuestionable orden social; su
insistencia en las prerrogativas reflexivas, dialécticas y transformadoras de
un trabajo escénico, además de su compromiso con la formación, tanto
profesional como de espectadores y ciudadanía en general.
Si el día hubiera tenido más horas para Carlos…
Es muy fácil criticar una página escrita, lo difícil es
escribirla. Carlos escribió muchas. Las confrontaciones, críticas y obstáculos
en consecuencia, fueron proporcionales ¡Si hay algo que muchos no perdonan es
el éxito del colega que no es amigo! Es cuando menos poco riguroso y hasta
mezquino, desagradecido, responsabilizar a Carlos de los males e incapacidades
históricas de quienes han administrado y ejecutado -cuando han llegado a tenerse-
políticas para el sector de la cultura y las artes escénicas en un país,
quienes lo han hecho tal vez tendrían que mostrar sus contribuciones y ponerlas
sobre la mesa para, si a alguien le resulta útil, establecer balances. El devenir
ha dejado claro que no hay comparación posible, llega a ser ridículo e incluso
hasta injusto dado que cada cual tiene sus capacidades y limitaciones. Son muy equívocas
y no pocas veces crueles las concepciones de fracaso o éxito aplicadas a todos
por igual. Algunos de quienes obstaculizaban con críticas y acciones
posteriormente han llegado a lamentar la ausencia de Carlos, algunos han
detentado puestos de cierta capacidad de acción institucional en el sector
cultural, ¿han conseguido acaso que los recursos que otrora se destinaron al
evento internacional lo hayan sido luego para mejorar las condiciones de grupos
e infraestructuras nacionales? Tras la ausencia física de Carlos, ¿ha sido
capaz alguien de persuadir a los dirigentes de instituciones susceptibles de financiación
o mecenazgo para lograr la cantidad, calidad y alcances que él, junto a quienes
le seguían, logró? ¿Se ha avanzado en la dignificación del sector y en la capacidad
de los creadores para darles continuidad, en libertad, con realizaciones individuales
y colectivas a la vez que con incidencia social?
No es fácil, nunca lo ha sido
en Venezuela, pero -según mi modesta observación, repito- Carlos en el alcance
de su sueño personal -que incluía los de mucha gente y los de un país al que
decidió pertenecer y amar a través del trabajo- actuó a partir de esas dos
grandes vocaciones y motores: el teatro y el afán por conocer y comprender el
mundo. Desde la solidez de un colectivo
teatral y un festival internacional, ambos de prestigio mundial, hizo una
enormidad con lo que las horas del día, el contexto y sus circunstancias, le
permitieron. ¿Cuántos hay de los que se pueda decir lo mismo?
En cuanto a María Teresa Castillo, no hay que dejar de recordar que Carlos Giménez y el Rajatabla muy difícilmente hubieran podido realizar con éxito tantos proyectos, si no hubiesen contado desde el principio con ella como adalid de los Ateneos de Venezuela y mujer estrechamente vinculada con el que fuera el periódico de mayor prestigio en Venezuela y el más influyente en cuanto a las artes, fuerzas vivas fundamentales en el desarrollo cultural del país durante el siglo XX. Desde la llegada de Carlos Giménez a Venezuela, la señora María Teresa quedó seducida por él, su juventud y su inmensa -casi delirante- voluntad de hacer, en y por la escena, al punto de llegar a considerarlo -y no sin las complejidades que esto conlleva- como un hijo más y, de hecho, ejercer con él la abnegada incondicionalidad que se atribuye a las madres.
INT/ RESIDENCIAS TIEMPO
LIBRE – FIT-CÁDIZ AÑOS 90´s. DÍA
Como parte de la
organización de Eventos Especiales del Centro Latinoamericano de Creación e
Investigación Teatral CELCIT-Madrid, Luis Molina y Elena Schaposnik me convocan
a la oficina: “como el año pasado, te habíamos asignado volver a coordinar el
Aula Iberoamericana y algunos foros, pero preferimos que te encargues de
atender a Doña María Teresa y a sus acompañantes, Horacio Peterson y Romelia
Arias. Que te asegures de que lo pasen bien durante el festival y cuando estén
en Madrid”. ¡Qué maravilla! Ser guía de esas tres personas, entrañables
¡leyendas! dentro de las artes escénicas en Venezuela, fue una experiencia de
privilegio. La cantidad de momentos llenos de risas y enternecimientos. Las
comidas, idas a teatros y a otros sitios emblemáticos de Cádiz y en Madrid. Cuando
inesperadamente, durante unos días, el trabajo se convierte en signos de
admiración y papelillos.
INT. PUERTO DE SANTA
MARÍA – BODEGA Y CATA. DÍA.
Enólogo y azafatas
muestran las barricas. Explican los procesos de elaboración de vino y otros
licores. Chistes y picardías de Horacio y María Teresa, que enseguida me
adoptan como circunstancial ¿sobrino? ¿ahijado? Romelia Arias hasta me ofrece
su casa en Choroní, para cuando vaya a Venezuela. Son tres seres que no han
perdido su capacidad de jugar y sorprenderse, de enriquecer la vida con esas
salidas al vuelo tan de los hijos del Caribe.
EXT. PASEO MARÍTIMO DE
CÁDIZ. DÍA.
Tras tanta cháchara y encadenadas
carcajadas, achispados pero algo agotados ya, me piden que descansemos un rato.
Los cuatro nos sentamos. Tras un rato, en silencio, los tres miran el mar, esa
frontera entre Mediterráneo y Atlántico… Recuerdo a Carlos (FLASH BACK-
CARACAS) “Tienes que conocer Cádiz, te va a encantar. Ese festival es glorioso.
¡Y la arquitectura, la gente…! En Cádiz, te das cuenta de dónde empezó todo”… y
veo la mirada de la señora María Teresa (imposible que me salga el tuteo que me
pide). Está relajada, sonríe… la recuerdo tras el estreno en la sala Rajatabla
de una de mis primeras piezas “Habitación independiente para hombre solo”, salía
acompañada de la gran América Alonso que al día siguiente: “María Teresa se
emocionó mucho”. Yo, muy extrañado: es una pieza de problemática juvenil, muy
ochentosa… ¿cómo…? Y América con su inteligente sonrisa: “uno de tus personajes
es la compañera de un escritor… una mujer enamorada que lidia con la rivalidad,
primero, de la vocación por la escritura y, segundo, de la fama y los amigos…
Cuántas veces ella… ¡¿Cómo no se iba a emocionar?!” (FIN DE FLASH BACK) Vuelvo
a ver a la señora María Teresa que voltea, me ve mirándola y sonríe con algo de
melancolía. Me guiña el ojo.
EXT. CALLE ARENAL/ CARRERA
SAN JERÓNIMO. MADRID. TARDE.
Del hotel donde están María
Teresa, Horacio y Romelia al hotel Palace donde se hospeda nada menos que
Margot Benacerraf. Mi encargo se ha extendido al Festival de Otoño de Madrid y
debo acompañar a la señora María Teresa a este encuentro. Por el camino,
cuentos y picardías de dulces de coco y Negro en Camisa que me hacían imaginar
a esas dos mujeres tan fuera de serie, en la Caracas de los años cincuenta. Las
dejo tomando algo bajo la maravillosa cúpula del café del Palace. Más tarde
vendré a buscarla. Antes de salir, ya distante, volteo, las veo, animadas. Las
dos de “rompe y rasga”, mujeres sin muchos pelos en la lengua, y con eso que
llaman “mundo”. Recuerdo entonces una noche hace pocos años (FLASH BACK. 1990) cuando
me entregó una escultura de Víctor Valera, un Premio recién creado para reconocer
al joven destacado del año en el teatro, el Marco Antonio Ettedgui. Carlos lo
creó junto a ella. (FIN DE FLASH BACK) Veo a lo lejos y, aparentemente, es una
señora más tomando una taza de café… y de pronto siento un hondo
agradecimiento… que ella haya sido tan maternal con Carlos, tan amorosa y
generosa; tan fiera y determinada también como para, durante los años setenta,
cuando parte de cierta élite caraqueña, pretendió con argumentos y modos no
exentos de xenofobia, ignorancia y homofobia, “linchar” a Carlos, destruirlo
moralmente, tanto en lo profesional como en lo íntimo, defenderlo y protegerlo
a capa y espada. Desde su llegada a Venezuela, María Teresa Castillo supo
captar la inmensa y excepcional capacidad artística, gerencial y personal, el
espíritu singular de aquel joven; creer, confiar en él y, desde disponerse a
procurarle todos los recursos que estuvieran en su mano -que no eran pocas
puertas y ventanas- para que realizara todos los sueños que le fueran posibles;
sabía que esos sueños serían socializados y enriquecerían -como enriquecieron-
culturalmente al país, en especial a través de las artes escénicas, ¿no estaba
eso en consonancia con lo que había sido su norte desde muy jovencita, no
entraba en la lógica del dar y recibir al cobijarlo y arroparlo como se hace
con un hijo? (FIN DE FLASH BACK). La señora María Teresa vuelve a voltear, ve
que varios metros más allá la estoy mirando, que no me he marchado. Con la mano
me llama y, no la oigo, pero le intuyo el caraqueño “¡vente, chico, bébete
uno!”. Pero sonrío, digo que no y con la seña confirmo que vendré a buscarla.
Ahora sí me voy; con mi play back: “…sí, si ella no hubiera adoptado y amado a
Carlos… ¡Qué maravilla que coincidieran el uno con la otra! ...y que uno haya
estado cerca”
Muchas gracias, Elio.
Muchas gracias a ti, Viviana. Un honor que me convocaras para este hermoso proyecto.
Madrid,
Sept/ 2023
Autor y
director teatral. Guionista de cine y televisión.
Maracay,
Venezuela, 1963. Se inicia como actor en los talleres de TEATRO de
la universidad Simón
Bolívar, de donde pasa a la escena profesional en elencos como Rajatabla y
La Compañía Nacional de Teatro. Como
dramaturgo, se forma en talleres del Centro
de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, CELARG. y, como director, en
el Centro
de Directores para el Nuevo Teatro, CDNT. Ha escrito tanto para
adultos como para el público infantil y juvenil; en ocasiones, a partir de su
interacción con actores y actrices, material literario de otros autores
(Gallegos, Meneses, Florencio Sánchez, Brecht, etc.) o experiencias
comunitarias. Desde finales del siglo XX, ha sido uno de los autores más
llevados a la escena a lo largo y ancho de Venezuela. Ha recibido premios entre
los que destacan los de dramaturgia Marqués
de Bradomín para Jóvenes Autores de España (1993); Esther
Bustamante (1988), Juana
Sujo (1989 y 1990), CELCIT (2004);
el Premio
Municipal de Teatro José
Ignacio Cabrujas en cuatro ediciones (2007, 2008, 2010 y 2012), Isaac
Chocrón y Premio de la crítica AVENCRIT 2016; también los de Puesta en
Escena Carlos
Giménez (1994), Mejor
Propuesta del II Festival de Jóvenes Directores (1989) y Marco Antonio
Ettedgui: joven de las artes escénicas 1990. En España, donde residió
entre 1991 y 2004, colaboró con salas del Teatro Alternativo y fue Coordinador
de publicaciones y eventos del CELCIT-Madrid (FIT de Cádiz, Madrid, Badajoz,
Bilbao y Agüimes). Su trabajo en las tablas ha ido en paralelo con la escritura
para TELEVISIÓN, donde ha participado en programas de ficción
como dialoguista, argumentista, coordinador y creador de proyectos (en España
con TVE,
Fernando Colomo PC, GloboMedia, Boca TV y en Venezuela con
RCTV, Venevisión, FVC, CONATEL). En CINE,
ha escrito algunos guiones originales y colaborado con cineastas como Luis
Alberto Lamata, Román Chalbaud e Ignacio Márquez. Su guion de Cheila,
una casa pa’ maíta, fue producido por la Fundación Villa del Cine;
con él obtiene el Premio
al Mejor guión en
el Festival de Cine Nacional de Mérida, Venezuela 2009. Ha sido Asesor
de guiones, facilitador de talleres y seminarios de dramaturgia y guión
en Monteavila Latinoamericana, Universidad Audiovisual de
Venezuela y Laboratorio
del Centro
Nacional Autónomo de Cinematografía CNAC, entre otros. Algunos
de sus textos han sido publicados (CELCIT,
El Perro y la rana, Fundarte, Fundación Autor-SGAE, Revista Conjunto y
Editorial Paso de Gato). Ha participado
como Jurado en concursos y eventos tanto del teatro, como del cine.
Desde 2018, reside nuevamente en España.