Tadeusz Kantor |
RAPSODIA V
Tadeusz Kantor: Gran Polonesa ritual de muerte y transfiguración
Magnífico preludio al arribo del legendario Maestro de Cracovia a Caracas en su VI Festival Internacional de Teatro fue, sin lugar a dudas, la presentación de El Príncipe Idiota de Dostoievsky con tan sólo dos actores de excepción: Jerzy Radziwilowicz y Jan Novicki: virtuosos y aclamados artistas polacos. Un experimento insólito de Andrzej Wajda. Al célebre director de cine no le interesaba esta vez una puesta en escena en su estado más acabado, sólo la experimentación e improvisación en contrapunto de ambos histriones dotados para sus ejercicios de una escenografía tan simple como atmosféricamente correcta. Tal desempeño fue una verdadera descarga de jazz con todo y sus scats, verdaderas vocalizaciones de gestos y emociones en pertinente vestuario a lo Eugene Oneguin de la ópera de Tchaikovsky sobre un poema de Alexander Pushkin. Un espectáculo nuevo cada vez cuyas merecidas ovaciones retumbaban en la Sala RAJATABLA.
Carlos Giménez como Merlín ante este nervioso Arturo me invitó a ser de esta previa delegación polaca su cicerón. No lo podía creer. ¿Cómo intuyó que mis ídolos, a quienes no pude conocer en mi viaje de estudios, pronto los tendría frente a mí, los guiaría por una Caracas espléndida plena y voraz del mejor teatro del mundo? Carlos, nunca lo supiste, pero, me hiciste realidad un sueño nacido en mi admiración por la filmografía de esos geniales histriones. El encuentro se produjo la noche de inauguración del festival en el Teatro Municipal de Caracas con una función de Doña Rosita la Soltera de Federico García Lorca con la catalana Nuria Espert. Junto a ellos el asistente de dirección de Wajda quien no pudo asistir, cuyo nombre el oficioso alemán borró de mi memoria. La función creció en aburrimiento y bostezos. En un momento determinado, Jerzy, el célebre Hombre de Mármol me murmuró vámonos de aquí al bar más cercano, habló su espíritu cosaco. Subrepticiamente nos escabullimos. Un bar de pueblo en jolgorio con jolgorio de polacos fascinados por los borrachos de los trópicos quienes espectaban, como todo venezolano que se precie, la transmisión del Miss Universe Pageant desde Nueva York. Mayor jolgorio y escandalo cuando el anfitrión americano pronunció: And the New Miss Universe is Miss Venezuela: Irene Sáez! ¡No mames de recibimiento y de magna celebración en toda Venezuela! Por supuesto llegamos al hotel pedísimos y con una nueva corona universal de la belleza.
Una trompeta estremecida como el Zohar judío iniciando en intervalo de quinta justa anunciaba desde Milán el viaje de Tadeusz Kantor y el milagro escénico de su propuesta Wielopole, Wielopole con CRICOT 2 en producción compartida con el Teatro Toscano de Firenze, una osadía perfectamente binacional Polonia e Italia. El trompetazo llegó a las oficinas de Giorgio Ursini Ursic productor ejecutivo del Festival Mundial de Teatro; Kantor había armado un escándalo que amenazaba retrasar el vuelo a Venezuela debido a unas divergencias logísticas. Tales rugidos estremecieron a nuestro Carlos quien me pidió acudiera a su oficina donde en imperativo argentino
sin aspavientos me señaló ¡Vos tenés que domar esa fiera con el látigo de una paciencia más brava que la de Job!
Con su indicación precisa y afectuosa me lancé al aeropuerto Simón Bolívar en un autopullman de lujo. Tras la ansiosa espera aparece el monstruo. Parecía un adusto clon de Groucho Marx de quijada prognata, estatura mediana y calvicie galopante vestido de ocasión en traje y pantalones de caqui. Al lado la fiera mayor de su mujer Marisja. Tragué saliva, me encomendé a todos los santos conocidos y hasta la Madre de Czestochowa, Patrona de Polonia. Inhala, exhala; a la tercera y profunda inhalación, mi mejor arma, una sonrisa torpedo con mi bienvenida en polaco: Mistrzu serdecznie witamy w Wenezueli! Sonrió con esa prudencia eslava característica. Llegamos al Anauco Hilton al proceso tedioso del hospedaje de la numerosa compañía. Fui a dar el parte militar a nuestro general de división:
-Carlos, ya Kantor y el CRICOT 2 están instalados en su hotel.
No pasó media hora y la visita de la esposa de Kantor quejándose de la suite porque entre otras pretensiones no tenía una pérgola en 45 grados que tamizara la fuerte luz del trópico. Misión imposible para Bernardette Chaudé en la dirección logística en diplomática paciencia y peor yo que tenía que traducir los quejidos cínicos de voz impostada y meliflua de Marisja. Finalmente se logró un acuerdo con Baba Yaga. Ese primer éxito, esa camaradería de sonrisas cómplices inauguró mi amistad siempre risueña con Bernardette que hasta el sol de hoy es constante y sonante y más aún con las redes sociales donde las distancias son borradas en digitaciones táctiles celulares.
La Sala José Félix Ribas de un Complejo Cultural Teresa Carreño en construcción sería el escenario del milagro y más caro espectáculo del festival. Kantor en su teoría de El Teatro de la Muerte desechaba con gran irrespeto creativo la dependencia a un guion llevado a sus últimas consecuencias, a un despliegue de actores deformados según él por Stanislwaski y proponía sobre una escenografía desarrollada por su gran talento pictórico un ritual escénico que subrayo hasta con negritas en este texto. Proponía hasta la música y él inmerso cual sacerdote en su homilía. Para Wielopole, Wielopole su pueblo natal, el concepto era como todo lo trascendente muy sencillo: revivir en ritual su infancia dotando a los artistas participantes, mayormente artistas plásticos colegas y muy pocos actores, de una escenografía como habitación extraída arqueológicamente de las ruinas de su memoria en medio de la primera guerra mundial. Escasos parlamentos, algunos del evangelio, otros trabalenguas de olvidados clowns forzosamente expresionistas. Algo entre un George Roualt judío converso y un René Magritte duplicado sobre las testas de hermanos gemelos indiscernibles. A veces parecía una representación de mimos ajados por el tiempo en concordancia con el color sepia que prevalecía hasta el epílogo climático donde se adueñaba del centro del proscenio un daguerrotipo con charreteras de ametralladoras el cual denominó El Instrumento de la Muerte , metáfora por demás brillante al congelar el fluir del tiempo, es decir, la vida misma.
María Teresa Castillo y Carlos Giménez, creadores del FITC |
He de confesar que tuve el privilegio de verlo dibujar sus secuencias teatrales como un story board. Un día me comisionó comprar papel bond con sello de agua y vi como trazaba y reorganizaba la célebre secuencia donde en un banco de ruedas con la inscripción: Gólgota, estaba sentada en traje de novia su madre Helena Berger, judía. Alrededor actores vestidos de rabinos para casarla con Tadeusz su esposo cristiano. En vez de corona de azahares una corona de espinas levantada por Marisja, recitando del evangelio lo que traducido al español es: Y hubo un tiempo en que todos gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Cercaban a la novia, la sustituían por una muñeca muy parecida. De repente, se escucha Marcha de la Infantería Gris Polaca, de izquierda a derecha, un actor alto de agigantadas manos y pies cargaba una inmensa cruz como el Cristo distorsionado y podrido de Lucas Cranach. El batallón arrebata a la novia, la lanzan al aire y cruzan su cuerpo con el estupor de las bayonetas.
Cuando Kantor dibujaba la secuencia citada, me olvidé del trauma de mis nueve años cuando me robaron mi álbum casi completo de cromos de películas de Walt Disney y promesa de viaje a Annahein por el que tanto sufrí. Estaba en presencia de un genio; un niño que se divertía asombrado con su juguete teatral, sacaba agua del pozo profundo de su sublime imaginería en un tobo donde la inmensa polea era, sin lugar a dudas, una mecánica de enormes resortes en forma de vastas espirales de referencias culturales. Fue para mis asombrados ojos estar con el mago Melliès mientras concebía su viaje a luna, pero esta vez el cohete se disparó al centro de mi corazón.
Las anécdotas de las altísimas exigencias de Kantor para presentar su obra en constante construcción son ingentes. Recuerdo una que subrayó los misterios dolorosos de la pasión de Cristo en el cuerpo técnico del teatro y en mi persona como traductor y asistente. El color de una luminaria ambarina no era el que él soñaba. Se hicieron múltiples pruebas y el director técnico de iluminación Aníbal Denis y su equipo comenzaban después de varias horas encaramados en un carrito por aquellas alturas a tramar la muerte de Kantor por la caída de una luminaria. La requerida por él no estaba en Venezuela sino a nuestra disposición gracias a Fanny Mickey directora del Festival Internacional de Teatro de Colombia en Bogotá. Se mandó a pedir; varias horas de espera, el maestro se retiro a sus aposentos, yo me tiré al suelo, a las duelas y Aníbal descendió jalándose los bigotes, mentando madres. Llegó la tan esperada luz. El Maestro regresó. Al encenderse nos dirigió el ogro cosaco la más tierna de las sonrisas, se retiró tranquilo. Estábamos a escasas horas de la primera función con entradas agotadas. Aníbal y yo, nos abrazamos, lloramos y comprendimos el milagro de un genio encriptado en la lozanía asombrosa de un niño, apasionado por su creación, por su juguete. Salimos al Café RAJATABLA, la borrachera no fue normal.
Llegó el día. La Marabunta del público se desbordaba e intentaba romper los gruesos vidrios del foyer del teatro. Fui Torero. Ésa la alternativa que me brindó Carlos Giménez segurísimo de que cortaría rabos y orejas, pude contenerme, ubicarme en tiempo presente. Su sonrisa benevolente me sonó al pasodoble con que premian a los toreros de postín, esa de la zarzuela El Gato Montés que tanto me enciende: ¡Torero quiero ser, la vida así tener!
Un silencio mortal invadió la sala, Se apagaron por indicaciones previas mías al centro del proscenio walkie talkies y buscapersonas de la época, Gracias a Dios no existían celulares inmisericordes con el ritual de respeto a los artistas. De tanta emoción y stress escapó de mis labios una advertencia más con el imperativo jocoso de nuestro humor venezolano; ¡No se muevan de sus asientos ni que les duela la barriga, coño!
El milagro en una hora y 14 minutos se produjo y con el Maestro dirigiendo en escena, espectáculo más original todavía, a sus actores como a una orquesta. Si los tempi de sus acciones no se ajustaban a la música y sus aspiraciones rítmicas pasaba por el lado de los actores como un metrónomo de carne y hueso imponiendo su particular métrica. Diría Andrei Tarkovski que editaba su película teatral al compás de su magnífica forma de respirar. Catarsis colectiva. Ovación, lágrimas, llantos, aullidos de pie. Todos salimos transfigurados en una hora. El mundo y sus pobladores fuimos otros desde ese día. Reivindicados en las potencias sanadoras del teatro, esa relojería perfecta que nos hace olvidar el tiempo, nos ubica en el presente absoluto, en comunión, alegría y compasión por nuestros congéneres.
Toda la temporada fue éxito rotundo y universal. Caracas bullía todas las noches a las puertas de la Sala José Félix Ribas. Una agenda apretadísima de compromisos como asistente de Kantor y con 23 años me mantenía en hiperkinesia constante Recuerdo haberlo desbaratado en dos ocasiones con el arma letal de mi sonrisa. La primera al final de la larga espera, doce horas exactas, hasta recibir la luz ambarina de la anécdota antes referida. Cuando se produjo el milagro con su respectiva sonrisa de agradecimiento que confirma la calidad y el profesionalismo extraordinarios de nuestro equipo técnico, sin demostrar ningún dejo de cansancio, con mi columna vertebral bien derechita y los hombros erguidos le pregunté: Mistrzu, co jeszcze? (¿Maestro, se le ofrece algo más?) y él en respuesta dibujó en su rostro la más tierna sonrisa y me acarició los bucles revueltos que por entonces lucía como buen descendiente de griegos.
José Augusto Paradisi Rangel en la época que conoció a Kantor |
La segunda vez que David le pegó una pedrada en forma de sonrisa al Goliath eslavo fue el día que dictaría su celebre conferencia en Los Espacios Cálidos del Ateneo de Caracas. El rumor era que en su staff había un venezolano. Yo me hacía el pendejo con la piel blanqueada que en Polonia adquirí, mi melena entre rubio y rojo y por supuesto, mis ojos claros. Hasta ese día cuando sobre el estrado estábamos el Maestro y yo enfrentados a un público extraordinario plagado de figuras trascendentales de la cultura universal de la segunda mitad del siglo XX. Sólo en la primera fila, de izquierda a derecha Matilde Urrutia, viuda de Pablo Neruda, a su derecha su comadre María Teresa Castillo, Presidenta del Ateneo de Caracas, Norma Aleandro y Marilina Ross grandes de la escena Argentina, Mario Vargas Llosa hoy Premio Nóbel de Literatura, Antonio Skármeta, célebre escritor chileno y remataba Manuel Puig que venía de triunfar en Broadway con su traducción a musical de El Beso de La Mujer Araña. Al centro de dicha primera fila Carlos Giménez seguía paso a paso mi desenvolvimiento, llenando de certezas, confianza y buenas vibras. En las filas posteriores Clives Barnes del New York Times, Helen Steward de La Mamma de Nueva York, Antunes Filho de Brasil, Kazuo Oono de Japón y un etcétera inmenso de verdaderos prodigios de intelectos surgidos de todos los continentes. Silencio total y ovación de pie para recibir al Maestro quien pronunció con su magnífico sermón estético de El Teatro de la Muerte y como buen profeta aseveró entre muchas grandes verdades:
- La Crisis del hombre del siglo XX es su pérdida de capacidad ritual, el pragmatismo de la sociedad de consumo bajo la dictadura agnóstica descreída de la ciencia y la tecnología nos trajeron a un auténtico campo de desperdicios humanos donde la muerte es protagonista.
-No creía en la formación actoral decimonónica impuesta por Stanislawsky y sus subsecuentes adláteres. A un actor se le encarga desarrollar, desencriptar , revivir a un muerto, a un Frankenstein que al final lo devoraba es estrepitoso fracaso.
-Tenemos que bajar del escenario político del mundo a los peores actores que ensayan el grotesco papel de líderes trascendentales, por ejemplo, el vaquerito ese de Ronald Reagan, Presidente de los Estados Unidos, entre otros.
- Mi teatro es un ritual catártico que pretende rescatar algo de las ruinas de la memoria pero sin aspiraciones de éxito y menos desde ninguna perspectiva de dramaturgia y actuación acabada.
El punto culminante de su discurso fue de una megalomanía tan respetada y osada como su genialidad. Fue en ese instante donde le metí el gran golazo con mi traducción a su laureada portería. El maestro me lanzó este balón en el medio campo:
-Desde los tiempos de Gordon Craig nadie ha pisado las duelas del mundo como yo Tadeusz Kantor con tanta originalidad, fuerza escénica, poder de aportación y trascendencia. Et c´est tout à fait vrai!
Lanzada la pelota y yo en el centro del campo, la picardía del pensamiento venezolano pateó con una certeza a la portería del público y fue golazo que los tomó desprevenidos. En una miríada de segundo pensé, olvidado todo comportamiento y pensamiento eslavo, como buen venezolano:
¡Este sí es arrecho de verdad! Mandó a la mierda a Bertold Brecht, Grotowski i tutti i quanti para posesionarse como por generación espontánea y en puntas de bailarina rusa del centro del escenario! ¡Y para colmo remata en francés qué arrecho!
Traduje tal cual rematando con énfasis: Y también dice que Cést tout à fai vrai! Dibujé una sonrisa cómplice celebrando su valentía en modo muy Whalt Whitman con aquello de me canto a mí mismo y me celebro. Las risas y los aplausos estallaron tipo bomba atómica con hongo de nubes y todo. El Maestro se sintió feliz con tal ovación y yo más que de manera tan solapada anoté el gol sonrisa al centro de la portería sentimental de nuestra audiencia que me respondía con algarabía mi queridísimo Carlos ratificando su fe en mis potestades taurinas para sacarle al miura una faena de postín.
Al terminar la extraordinaria conferencia acompañé al Maestro como su cicerón a saludar la pléyade de artistas e intelectuales consagrados y en ascenso ávidos del conocimiento de sus lineamientos estéticos y de su extraordinaria personalidad. En una pausa nuestra queridísima María Teresa Castillo me tomó del brazo y me presumió a su comadre: Fíjate Matilde, este carajito se fue a Polonia sin saber polaco y mira a quién viene acompañando. Yo me ruboricé cuando la hermosa dama chilena me dijo con ese acento agudo austral: Que lindo que eres con esa cara de pícaro que tienes. Me provoca darte un beso en ese cachete sonrojado. Yo en automático le respondí: Ah no, la mujer que inspirara al gran poeta Veinte poemas de amor y una canción desesperada no me va a dejar huérfano el otro cachete. Son dos besos. Cuando regresaba con el Maestro en el momento preciso que saludaba a Norma Aleandro, Marilina Ross y Vargas Llosa se acerca todo vestido en gazas a lo Salvador de Bahía el inolvidable Manuel Puig con un ramo de claveles rojos en mano y sin pensarlo me dijo: Vos sos lindo con esa cara de pícaro que tenés, me provoca darte un beso. Yo ante tal genio asentí: Dámelo. Y también me dio el ramo de claveles rojos.
Transcurrida la temporada de Wielopole, Wielopole cuando nos disponíamos a despedir al genio inigualable de Kantor en el aeropuerto, tan cargado como estaba de lecciones de estéticas sublimes y depuradísimas, de lecciones de asombro y de adrenalina en cada faena cotidiana con el miura eslavo, mi semblante se llenó de nostalgia. El Maestro me abrazó, me dio los dos besos de rigor eslavos, me acarició brevemente la melena y pronunció con ternura insondable:
-Do zobaczenia wkrótce . Chciałbym ponownie z tobą pracować.
Hasta la vista muy pronto. Quisiera volver a trabajar contigo. Me quedé con esa flor en mi camino que todavía expele a mis 64 años su aroma. Vertí ese aroma, después de su muerte, en 1991 en el performance Ceremonial para un olvido con más de 25 actores en escena coreografiado por la legendaria Graciela Henríquez y en la dirección artística mi hermano genio ahora en el cielo Francisco José Paradisi Rangel, que diseñé para la inauguración de mi muestra individual Cancionero del ocaso de la princesa de Laeken sobre Las Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Conjunté la soledad de Carlota en su Castillo de Laeken enloquecida clamando con mis dos abuelas en Villa de Cura, el pueblo a la entrada de los llanos venezolanos de donde soy originario, la soledad que de todo lo perfecto que el amor en su breve espacio dejó. Ahí, como mi maestro me enseñó, estaba en medio de mis actores sobre un piso alfombrado por tres mil rosas rojas y la museografía de un palacio derruido por el olvido donde colgaban las 25 pinturas que creé para el mismo, vestido de sacristán con un incensario en mano. Mi nombre, por supuesto, Tadeusz Kantor.
© José Augusto Paradisi Rangel
Ciudad de México a 9 de diciembre de 2021