TODA HISTORIA TIENE UN FINAL Y HAY UNA MIRADA A LA DISTANCIA por Lito Mateu, Córdoba, 24 de marzo de 2020







 Con mi querida y admirada amiga FRANCIS RUEDA, camerino de "EL CAMPO"








En realidad estos datos son solo un rompecabezas sin fechas precisas pero que no quería dejarlos pasar por alto.

Los primeros días en Caracas Carlos me asignaba tareas y además me sugería que viera espectáculos teatrales para que me interiorizara de lo que se estaba haciendo y las estéticas que trabajaban los directores de escena.

Así es como fui a ver a la Compañía Nacional de Teatro que me deslumbró con la puesta en escena de “La ópera de los tres centavos” de Bertold Brecht, en una versión muy caribeña y divertida llevada hacia la comedia musical que le daba un sentido más cotidiano y actual a ese magistral libro y  con muy buenas interpretaciones.

También conocí al Grupo Theja con la puesta en escena de “Cyrano de Bergerac” de Edmond Rostand en versión de la autora Xiomara Moreno que, en realidad me encantó tanto el ritmo, la versión como las actuaciones muy logradas.

En la Sala María Teresa Castillo funcionaba el Centro de  Directores para el Nuevo Teatro y allí me reencontré con un querido amigo, Daniel Uribe, un joven director que había dirigido a la Comedia Cordobesa con la puesta de “Fango Negro” del autor venezolano Juan Gabriel Núñez en la que participé de su reparto. Daniel me invitó a ver un espectáculo dirigido por él que me encantó por las actuaciones de las dos actrices: Nazareth Gill y Norma Fernández en la obra titulada “La hora menguada” del autor César Rojas.

También tuve el gratísimo placer de ver “Arsénico y encaje antiguo” escrita en 1933 por Joseph Kesselring, en una sala del centro de Caracas, en una estupenda y divertida puesta donde eran protagonistas los abuelos de Natalia Martínez, actriz colega de Rajatabla, de quienes no me acuerdo sus nombres, pero sí de su trabajo ya que me recordaron a los actores de mi familia que también habían hecho esta obra: abuelos, padres, tíos, y me despertaron una ternura infinita.

En mi afán por ver espectáculos consulté con Andrés Vásquez, esa semana me invitó a ver “El circo del canguro”, un espectáculo maravilloso donde la estrella era –obviamente- un canguro. En este circo todo salía mal perfectamente planificado: los acróbatas erraban sus acrobacias, los cortinados se caían dejando ver a los artistas cambiando de ropas transgrediendo todo el glamour y el misterio que el circo conlleva. Hasta que finalmente aparecía el famoso canguro que como no tenía ganas de trabajar se escapaba para correr entre el público ocasionando un caos total que terminaba por destruir lo poco que quedaba en pié. Me pareció una idea genial, el público no paraba de reír ya que era la antítesis de cualquier espectáculo. Formidable! Era la desmitificación perfecta de cualquier magia escénica.. Hasta la orquesta que acompañaba en vivo los números circenses montada en una plataforma comenzaba a tambalearse hasta quedar los músicos cabeza abajo… y seguían tocando sus instrumentos como colgados por sus pies…!


 Camerinos de PEER GYNT, con Ramón Titi Goliz, Andrés Vásquez y Nazareth Gill



Otro momento especial se dio el día que Andrés me invitó a ver el show de Celia Cruz, aluciné con ver ese espectáculo en vivo…!!! Y allá fuimos. La cantidad de público era impresionante, pero Andrés se acercó a la entrada, habló con alguien y regresó donde yo estaba, venía sonriendo pícaramente. Qué pasó? Conseguiste los boletos? pregunté. Ahora verás, me contestó. Al momento apareció un señor y le dijo: Andrés, ven, pasa por aquí, y nos indicó un pasillo. El señor y Andrés iniciaron una conversación cotidiana como esas casuales entre gente conocida. Y que tal, que  hubo Andresito? Dónde estás trabajando? Y Andrés orgullosamente le respondió: Todo bien, soy el asistente de producción artística de Carlos Giménez..! Al fin llegamos a un sitio que obviamente eran los camerinos. El señor llamó a una puerta, la entreabrió y dijo: Mira quién nos visita, Andresito Vásquez..! Desde adentro se escuchó una voz ronca de mujer que respondió: Andresito? Pasa mi amor…!!! Entramos y allí estaba: Bata blanca de raso, inmensas pestañas postizas, cabello recogido en la nuca, blanco de canas y una sonrisa inconfundible: Celia Cruz la guarachera, en persona, estaba allí. Saludos, besos, apretones de manos y mi arrobamiento ante tanto carisma desbordante y  natural. Me dio un beso cuando Andrés me presentó como un nuevo actor de Rajatabla y me dijo: “mira niño, échale bolas, cuando uno está lejos de su tierra hay que echarle bolas al trabajo y vas a tener mucha suerte”. Andrés le ayudó a elegir la peluca que se pondría entre no menos de diez que tenía preparadas. Vimos el show de casi dos horas y desde el escenario no se privó en mandarnos besos, saludos y hasta un “azúcar” que sonó más dulce que nunca.

Recuerdo que me cambié de domicilio porque habían llegado las esposas de mis amigos Marcelo y Augusto, los escenógrafos, y me pareció oportuno que las parejas vivieran solas y yo me fui a compartir departamento con Roberto Stopello, Aniuska Chouha, José Camacaro y nuestro perro Bagoas. O sea que desde el edificio Tacagua, me fui al edificio Mohedano del mismo Parque Central.
Todo ocurría al mismo tiempo,  los ensayos a contrarreloj, las clases en el T.N.T., las reuniones… todo! Entre tanta cosa, un día Carlos me invitó a una reunión con amigos suyos entre los que estábamos Marcelo Pont Vergés, Augusto González, Roberto Stopello y yo. Sus amigos eran nada menos que Tania Libertad, la estupenda cantante radicada en México, el Negro Rada, músico uruguayo y la banda de músicos que los acompañaba. Cenamos, nos divertimos con anécdotas, Tania y el Negro Rada cantaron hasta la madrugada y yo tuve que hacer un monólogo porque el show debía ser total. Tania nos regaló su último disco el que aún conservo en cassette.

En cuanto a la convivencia en mi nuevo domicilio era más que pacífica, se diría placentera…! Cada uno tenía su espacio y cuando nos encontrábamos disfrutábamos mucho de las conversaciones.

Con Aniuska era con quién más me encontraba. Cuando yo regresaba de los ensayos la encontraba viendo películas o series de televisión habladas en inglés que yo trataba de entender y aprovechábamos para hacer la merienda juntos que, poco a poco, pero cada vez más notorio dejaban de interesarnos las películas y a interesarnos más por las comidas, hasta que aquello se convirtió en “El té de las gordas”, una manera de reírnos de nosotros mismos y de nuestras debilidades. Inolvidables tardes de charlas y cosas ricas…!

Por otra parte yo notaba que entre los actores de Rajatabla: Germán Mendieta, Rolando Jiménez, Jesús Araujo, José Luis Montero, Vito Lonardo, José Sánchez y Aitor Gaviria hablaban en camarines de ir  a un lugar pero no me invitaban y eso despertaba aún más mi curiosidad. De manera que un día no me aguanté  y pregunté de qué se trataba. Andrés Vásquez, que era el promotor de aquel movimiento, como de todos los que había en camarines, me respondió que ellos acostumbraban a ir a comprar ropa a un lugar que se llamaba Quinta Leonor, en La Guaira, pero que les daba pena invitarme. Ni loco me pierdo eso, le dije. El primer día de descanso que tuvimos, allá fuimos. Quinta Leonor era un galpón  enorme donde los conteiners de los barcos botaban  ropa importada de distintos países y de importantes marcas, de manera que eran montañas de ropa que podías revolver hasta encontrar lo que te gustaba y que te quedara bien, y la gran ventaja era que cada prenda costaba un dólar, también había calzados de vestir y tenis. No solo me compre todo un closet nuevo de guardarropas sino que regresé otro día y compré ropa para llevar a mi familia cuando regresara a Córdoba.



Con Germán Mendieta, Andresito e Irabé Seguías.




Esta parte parece ser dedicada especialmente a Andrés Vásquez, y lo es, ya que fue mi ángel guardián además de ser la persona más divertida y querible que he conocido en mi vida, hasta tuve la suerte que viniera a Córdoba a pasar un fin de año con nosotros, invitado por Augusto González el escenógrafo, y tenerlo aquí y poder brindarle todo mi cariño hasta compartir lo que llamamos un “pijama party”, ya que no dormimos en toda una noche contándonos novedades y divirtiéndonos como locos. Quiero aclarar que fue una de las personas más leales que tuvo Carlos Giménez a su lado, que era capaz de trabajar sin descanso para conseguir lo que ese maravilloso director necesitaba, y vaya que si Carlos demandaba trabajo..!

Andrés fue también el gestor de que yo conociera una celebración de San Benito. Tanto insistí que un día me aclaró que no era una celebración donde pudieran ir blancos ni extranjeros, que era exclusivamente afro-caribeña, pero yo insistía hasta que un día me dijo: Ok, hablé con un amigo que hace un San Benito en su casa y serás bienvenido, pero no puedes participar en nada. Te sentarás conmigo y de allí no te mueves. Aún me estremezco con el sonido y el ritmo de los tambores. No puedo contar más porque eso prometí: ver y callar, pero el impacto visual y anímico que recibí no podré olvidarlo jamás.

Que acelerado fue todo, pero que hermoso regalo el de Carlos de invitarme a vivir todo eso, porque él sabía que yo lo estaba disfrutando. En qué andas ustedes? me preguntaba, y yo le contaba todo, y Carlos se reía mucho y agregaba: Si vas con Andrés está todo bien.

Cuando viajamos a Alemania para hacer El Coronel no tiene quién le escriba, creo que en Hamburgo, Carlos me invitó a ir a un centro comercial muy importante. Fuimos a una boutique masculina  porque él necesitaba comprarse un abrigo por si volvía a Europa en invierno. Eligió algunos sobretodos y me pidió que me los pusiera porque teníamos la misma talla, así él podía verlos en detalle. Cuál llevarías? me preguntó. Yo elegí uno color marfil con cuello smoking, sin botones pero con un cinto en lazo y uno negro cuello mao más clásico. “Mira, me dijo, llevo los dos pero los tienes que poner entre tus cosas hasta que lleguemos a Caracas. A ti no te dirán nada, pero si los cargo yo Paco seguro me regaña por el peso del equipaje”. De manera que los llevé conmigo. Todo se precipitó por su salud y regresamos a Caracas antes de lo previsto y yo guardé celosamente esos abrigos en mi closet hasta después de sus exequias. Después de unos días los llevé a casa de Anita y le conté la razón por la que yo los tenía. Cuando me los recibió Ana me dijo que si él los había confiado a mí, debía quedármelos yo, pero no acepté su ofrecimiento de ninguna manera. Eran de Carlos y conservarlos hubiera ahondado mi dolor por semejante pérdida.





POSDATA: TE EXTRAÑO AMIGO QUERIDO






He escuchado y leído muchos comentarios referentes al “poder político” que tenía Carlos Giménez en Venezuela y siempre hice caso omiso para no dar una opinión subjetiva, y digo “subjetiva” porque soy un sujeto con capacidad de opinión y el afecto me puede hacer equivocar.

Creo que Carlos era un hombre político, polémico, transgresor que logró aunar y crear muchos espacios de trabajo artístico que él mismo coordinaba y por ende  respondían incondicionalmente a ese mando. Creo que tuvo la suficiente inteligencia y sabiduría para golpear y abrir la puerta adecuada que le facilitó el acceso a presupuestos que le permitieron dar rienda suelta a sus aspiraciones artísticas y estéticas sin renunciar a su lucha y denuncia del poder espurio.

Nada lo detenía. Nada.

He llegado a ver en sus exequias a sus supuestos detractores llorando. Ya no tendrían la oposición que les daba fuerza, que los obligaba a competir, a elevar sus aspiraciones artísticas, y parafraseando a ese gran estadista argentino que fue don Ricardo Balbín, quién ante el féretro de Juan Domingo Perón, su eterno contrincante político, dijo entre lágrimas una de las frases más profundas de nuestra historia más reciente: “Este viejo adversario despide a un amigo”. Carlos Giménez fue ese amigo del teatro venezolano que logró vencer las fronteras geográficas para demostrar que no existen los límites culturales, salvo los que uno mismo se pone, que nunca se quedó en la mitad de nada –en el lugar de los mediocres- sino que arremetió con toda su potencia intelectual y creatividad dejando de lado su zona de confort para lograr sus objetivos artísticos.

No voy a detenerme en una descripción del Carlos Giménez creador, artista, ser humano, porque de eso se ocuparon los más destacados periodistas y escritores que lo conocieron tanto o más que yo, pero no viví instancias políticas venezolanas y considero que no tengo derecho a opinar sobre un tema que no conozco en profundidad. Si sé que Carlos, con ese poder que le adjudicaban, pudo brindar más y mejores espectáculos y oportunidades a todos los artistas de aquel país, y no solo en la capital sino a lo largo de toda su geografía, algo que ni aún hoy en esta Argentina, tan culturosa, hemos logrado: que los recursos y posibilidades no se diluyan antes de llegar al interior.

Lo único que puedo asegurar es que en ese Rajatabla, en el Taller Nacional de Teatro y en el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela se respiraba arte, trabajo, esfuerzo, entrega, mística, compromiso; que Carlos, Pepe, Paco Alfaro, Daniel López y Aníbal Grunn eran una máquina de generar creaciones artísticas y contagiaban a los elencos de esa energía de ese movimiento constante donde lo más importante eran el teatro y el público.

Carlos se fue, como tantos otros compañeros inolvidables de Rajatabla, pero en mi memoria quedará por siempre el recuerdo de lo vivido con ellos, de lo aprendido con Carlos, mi afecto y mi agradecimiento, la confianza, los desafíos enfrentados que me hicieron recapacitar sobre mis posibilidades como artista, mi templanza ante la adversidad y entender las inexplicables razones por las que elegí esta bendita profesión-manía de ser actor.

Solo una cosa más: Carlos se llevó consigo una invitación de otro genio del teatro: Giorgio Strehler, quién lo había convocado para realizar una puesta en el Piccolo Teatro de Milán, y algo más preciado, un sueño que solo conocíamos sus más allegados: llevar a escena  “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez.

¿Quién sabe, verdad? Para él nada fue imposible, salvo vencer su destino.  


Córdoba,2 4 de marzo de 2020




  

ÁNGEL LITO FERNÁNDEZ MATEU

Actor cordobés. Perteneció al elenco oficial de la Comedia Cordobesa y fue integrante del grupo El Juglar de Carlos Giménez. Ha transitado todos los géneros artísticos, desde el circo (donde nació), el radioteatro, el teatro, el café-concert, el music-hall, la televisión y el cine. Con la obra El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez y dirigida por Carlos Giménez, recorrió los principales teatros de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Venezuela.









Izquierda: Roberto Stopello, Carlos Giménez,
Lito Fernández Mateu, Jorge Arán, New York, 1987.