CARLOS GIMÉNEZ POR ROLAND STREULI, Caracas, 29 de febrero de 2024

©Roland Streuli

 






 

Conocí a Carlos Giménez en el año 1981 en Caracas, en el Teatro Cadafe donde yo era el Director Técnico. Se estaba realizando el V Festival Internacional de Teatro de Caracas y estábamos presentando un espectáculo de la India que todo el mundo quería ver: el Kathakali. El entusiasmo era impresionante, la gente casi que tumba los vidrios del teatro por la cantidad de gente que había. Imagínate que ni siquiera había puesto para Carlos Giménez y él tuvo que ver el espectáculo desde la cabina de luces y sonido, donde yo estaba.

Carlos nunca fue abusador y  aunque él era el director del FITC siempre pedía permiso para entrar y llegó con un pequeño séquito integrado por José Tejera y Francisco Alfaro. En la cabina también estaba América Alonso, la gran actriz venezolana y Daniel Farías, su esposo y director de teatro.   Yo estaba con la actriz Flor Núñez, que en ese momento era mi secretaria,  y Luis Colmenares, que era el técnico de sonido. El aire acondicionado había fallado y todo el mundo sudaba como bestias.

Y ese fue el primer día que yo conocí a Carlos Giménez y él se interesó en mi trabajo de iluminación, porque el teatro había comprado en Estados Unidos una consola espectacular que yo había instalado, y también traducido los manuales de instrucción,  y Carlos tenía interés en comprar una consola igualita para Rajatabla, así que me contrató. Yo estaba muy emocionado pero trabajé apenas unos meses en  Rajatabla porque el encargado de luces era mi gran amigo David Blanco y yo no quería dejarlo sin trabajo ni competir con él. Pero fue así que comenzamos con Carlos una amistad que duró hasta el final de sus días.

Cuando lo conocí Carlos me pareció un hombre muy sencillo, accesible, no me intimidó para nada.  Su poder y su fama siguieron creciendo rápidamente, no sólo en Venezuela sino en el mundo,  pero para mí  él siempre siguió siendo el mismo. Por supuesto al tener más recursos económicos pudo hacer más cosas, eso fue como Red Bull, le dio alas y eso fue buenísimo porque pudo hacer más cosas por su arte y por el teatro venezolano.

Aunque  trabajé muy poco para  Carlos y su grupo Rajatabla vi todas sus obras, desde la primera, Tu país está feliz, hasta la última, y todas me fascinaron. Los primeros años yo no era fotógrafo pero cuando me convertí en uno tuve el placer de plasmar para la posteridad la majestuosidad de sus montajes. Tengo esas imágenes guardadas en mi memoria, además de en mi archivo fotográfico, y es como si tuviera un museo en mi cabeza, un museo al que entro gratis para encontrarme con las más hermosas imágenes jamás imaginadas.

Aunque todas sus obras me impactaron hay una en especial que me voló la cabeza: La Celestina, con Alexander Milic y Mariú Favaro, que la presentaron en la Anna Julia Rojas. Me acuerdo de ese puente que Carlos mandó a construir en el escenario, era impactante.

Carlos era, como dijo Rubén Monasterios, “un ángel furibundo” pero conmigo siempre fue un ángel, jamás de los jamás se puso bravo, al contrario, siempre fue correcto, agradecido, fue genial.

Aunque también lo vi endiablado, o como “Diablito Under Wood la mejor forma de comer jamón”  y te digo, no me hubiera gustado tener la llave para abrir esa lata y comerme ese jamón porque me hubiera caído muy mal en el estómago. Pero él era así. Y al mismo tiempo era oro puro.  Pero él no tenía mal carácter, no,  al contrario. Él se ponía muy bravo  pero no por cualquier cosa: no era una lunático ni un histérico. Él se enojaba cuando no seguían sus indicaciones, cuando un actor en un ensayo en vez de hacer lo que él le había marcado hacía otra cosa. Ahí se ponía bravísimo.


Ravi Shankar, Roland Streuli y Yehudi Menuhim, Caracas 1983. ©Roland Streuli


Carlos era un hombre muy generoso, ayudó a mucha gente, no sólo con trabajo sino con dinero, comida, tratamientos médicos, etc.  Y todo lo hacía en forma silenciosa, sin darse crédito.   Rescató al gran actor Alexander Milic, que debido a su adicción a las drogas había perdido los dientes, su dinero, su casa, había vivido hasta en la calle y nadie quería darle una mano y mucho menos trabajo. Alexander entró a un centro de rehabilitación y para dejarlo salir alguien tenía que hacerse responsable de él, y por supuesto nadie quería. Alexander pidió que contactaran a Carlos y Carlos aceptó esa responsabilidad, a pesar de que él odiaba las drogas, y no sólo le pagó la dentadura postiza sino que le dio el papel protagónico en La Celestina, donde hacía el papel de la mujer anciana, obra con la que Alexander se consagró a nivel internacional y con la que recorrió el mundo entero cosechando impresionantes críticas.  También le consiguió un lugar para vivir y comida a Panita, el muchacho desdentado que cuidaba los carros en la Plaza de  los Museos. ¡Y ayudó a tanta otra gente!

Carlos era homosexual, como todo el mundo sabía porque él nunca lo ocultó, y era tremendamente respetuoso con los hombres que no lo éramos. A mí jamás siquiera me guiñó un ojo. Él era muy seductor y siempre tenía un gentío detrás de él.

Yo trabajé en todos los festivales internacionales de teatro de Caracas, desde el primero en 1973, donde fui guía. También ayudé siempre con los directores extranjeros por mi facilidad con los idiomas. Y Carlos siempre me agradecía que yo hiciera tantas cosas al mismo tiempo y me encargaba a todas las personas que hablaban inglés y francés. Yo tuve el honor de trabajar con Kantor, el director de La Clase Muerta, un verdadero genio que incluso me regaló unos cuadros hechos por él, porque antes de ser director él era artista plástico.

Carlos era el FITC, su alma y su cuerpo.  

Carlos fue el  más grande artista y gerente cultural a nivel mundial, porque tenía una mente de sádico para llegarle a la psiquis de la gente a la que le podía interesar el mundo del teatro.

Carlos para mí es un genio como Dalí y Picasso, aunque prefiero Dalí que es mucho más perspicaz y definitivo que Picasso.

Y te voy a contar una anécdota magnífica. En 1992 estábamos juntos en la avenida Bolívar viendo el impresionante espectáculo de calle de la compañía francesa Royal de Luxe. Yo saqué una foto y Carlos me dijo admirado: “¡Qué fotaza que sacaste!”. Cuando la revelé me di cuenta que Carlos tenía razón. Carlos tenía ojo para todo, incluso para saber cuándo una foto era magnífica sin siquiera verla en papel. ¡Increíble!

Carlos, además de dirigir teatro,  creó muchas instituciones teatrales, festivales, premios, asociaciones. Y de  todas ellas para mí la más importante sin ninguna duda fue el Festival Internacional de Teatro de Caracas, que fue fabuloso en todas sus ediciones, desde 1973 hasta 1992 cuando él lo dirigió, poco antes de su muerte.

Pero también me parece importantísimo el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), que tenía sede en Caracas  y subsedes en el interior del país. La sede en Caracas estaba en un sótano abandonado  de Parque Central que Carlos convirtió, trabajando con las uñas,  en una sala de teatro magnífica donde se hacía muy buen teatro. ¿Qué es lo que no hizo Carlos? Todo. Carlos hizo todo.

Carlos me enseñó a tener paciencia y aguante. Y a amar al teatro, porque antes yo estaba dedicado a la danza, y hasta me enseñó a amar la ópera, que yo detestaba simplemente por desconocimiento. Porque los montajes de Carlos eran una unión de todas las artes: cine, artes plásticas, música, danza…

La muerte de Carlos fue, para mí, el principio del fin. Carlos era un ser irremplazable. Aunque se dice que nadie es irremplazable en este mundo yo digo que sí, que hay seres humanos que son imprescindibles, como dice Bertold Brecht, y Carlos fue uno de ellos.

Yo todos los años esperaba con ansiedad los montajes de Carlos para fotografiar esas imágenes maravillosas que él creaba, como la lluvia, los paraguas, las peleas de gallos, los puentes, el suelo del escenario que se rompía como si un terremoto hubiera ocurrido… Su muerte fue una tragedia para mí y lo extraño.

Y para mí la muerte de Carlos también significó parte de la muerte de la cultura venezolana.  Y para la cultura venezolana, una tragedia.

Si Carlos pudiera escucharme le diría: Carlitos, hermano mío, te fuiste antes de tiempo y nos dejaste jodidos aquí con esta gente, con el chavismo. Pero supongo que estás muy bien donde estás,  porque yo dudo que te hubieras aguantado todo lo que la gente se aguanta aquí de estos gobiernos nefastos. Por un lado estoy contento de que no hayas conocido esta faceta de Venezuela, porque tú conociste la faceta buena, cuando estaba la buena gente. Entonces te diría: tranquilo, hermano, tú hiciste lo tuyo, descansa en paz. Y gracias por todo lo que me dejaste a mí. Él lo sabe y yo lo sé.

 

 

©ROLAND STREULI

Fotógrafo, actor de cine, e bailarín y  traductor suizo radicado en Venezuela.

Como fotógrafo se ha especializado en danza,  teatro,  ópera,  artes escénicas, música, espectáculos.  Ha fotografiado al Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC)  desde su primera edición en 1973.  

En 2023 formó parte del libro María Teresa Castillo-Carlos Giménez-FITC 1973-1992, editado por Escritoras Unidas &  Cía. Editoras.

Publicó el libro “La Danza en Venezuela”,  A. Ermitano Editor, 1989.

Se formó como actor con José Ignacio Cabrujas. Fue Director Técnico del Teatro Cadafe (1979-81). Fue condecorado con la Orden Mérito al Trabajo por la Alcaldía de Caracas y con la Orden Francisco de Miranda, Segunda Clase, por el gobierno venezolano.