Carlos Giménez, breve recorrido por su vida / por Redacción, El Tiempo, Bogotá, 16 de mayo de 1991






 Es un bolivariano obsesivo, hasta el punto de llevar a las tablas 
la vida del prócer. La herencia de Bolívar 
se trasluce en su discurso latinoamericanista 
que brota en cada uno de su actos.



Tiene pasaporte venezolano, cédula venezolana, el alma en Venezuela, pero nació en Córdoba (Argentina) hace 45 años. Es la versión masculina de Fanny Mickey: es el organizador del Festival de Teatro de Caracas y, además, dirige el grupo de teatro Rajatabla. Desde el mismo momento en que se graduó en el Seminario de Arte Dramático de su ciudad natal, vive para el teatro. Este oficio lo ha llenado de premios y condecoraciones. La primera la obtuvo en 1965, cuando ganó una mención de honor en el Festival de Varsovia en Polonia.

Luego vino una que le trajo mucha satisfacción, especialmente por la calidad de gente que integraba el jurado: Jack Lang, el actual ministro de la Cultura de Francia; Miguel Ángel Asturias, Ernesto Sábato y Atahualpa del Cioppo. Ellos le otorgaron una mención de honor por su trabajo en Querida familia, de Eugene Ionesco, en el Festival Internacional de Teatro de Manizales.
En 1971, en compañía de varios amigos, fundó el grupo Rajatabla, con el cual ha realizado sus mejores montajes. Se destaca por su habilidad para adaptar al teatro obras de la novela latinoamericana, especialmente la de los premios Nobel: de Miguel Ángel Asturias, llevó a las tablas El señor presidente y, hace dos años, estrenó El coronel no tiene quién le escriba, de Gabriel García Márquez, obra que está presentando en el Teatro Nacional de La Castellana.
Carlos Giménez es un sobreviviente de la década de los sesenta. Nostálgico y con un leve aire de pesimismo, pero consciente de que algún día la imaginación llegará al poder.
Es un bolivariano obsesivo, hasta el punto de llevar a las tablas la vida del prócer. La herencia de Bolívar se trasluce en su discurso latinoamericanista que brota en cada uno de su actos.
Su literatura de cabecera son los libros de sus compatriotas Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Adolfo Bioy Cásares. En poesía, prefiere al peruano César Vallejo.
A la hora de poner un disco, se inclina por los de boleros, aunque lo inquietan los textos a veces trágicos del tango, especialmente los de Enrique Santos Discépolo.
Este director venezolano vive una soledad bien administrada. En Caracas, su compañía se reduce a una ama de llaves y a los gatos Clorilene, un nombre sacado de La vida es sueño, y Sada, un personaje de Rabinbranat Tagore en El cartero del rey.
Vivió nueve años en pareja, pero descubrió que prefiere disfrutar de sus propios silencios y de sus miedos, porque convivir con el arte es un riesgo casi heroico. Sin embargo, no es un solitario, no puede comer solo.
Desde cuando salió de Argentina, a los 17 años, se acostumbró a buscar mundo; a llegar a ciudades desconocidas; a hacer amigos al azar, sin presentaciones formales; a conocer culturas distintas. Esta pasión por los viajes lo llevó a Venezuela, donde se estableció, atraído por ese caos tropical que tanto encanta a los artistas y que algunos expertos denominan realismo mágico.

Redacción
16 de mayo de 1991

Fuente: El Tiempo, Bogotá