Carlos Giménez por Miriam Fletcher: "Calígula soy yo"






“Nunca he sido sensato y no me arrepiento de ello.
Ojalá pudiera vivir pensando que la madurez será una
noche maravillosa, llena de estrellas y que el amanecer
del otro día será la muerte”



Una tarde de Domingo, de hace un tiempo feliz e irrepetible, estábamos reunidos como de costumbre en el apartamento de Carlos y jugàbamos aquel juego donde uno de los presentes debe adivinar a otro con preguntas cuyas respuestas están a cargo de los demás miembros del grupo. Quien adivinaba era el dueño de la casa y la pregunta era para mí: “...Si esa persona hubiese sido un personaje del Imperio Romano. ¿Quién sería?...” Sin pensarlo siquiera respondí: Calígula.
Aún faltaba una rueda completa entre los participantes, que le darían la certeza de un nombre, pero nuestro anfitrión, sonriendo con su peculiar estilo afirmó: “Calígula soy yo”.
Hubo aplausos y felicitaciones por su rápido acierto, mientras yo trataba de ocultar el peso de la culpa por haberle dado una clave decisiva que lo hizo identificarse.
Porque muchas veces hablamos de Calígula y su significado trascendente. Lo asociábamos a esa preocupación fundamental que tuvo Carlos: el poder como elemento envilecedor de la condición humana. Discutíamos sobre lo inconcebible de un Emperador Artista. Estábamos de acuerdo que la carga de neurosis de todo artista, sumada a la enajenación del poder, necesariamente conduce a la locura.
Tal vez el discurso de vida de Carlos Giménez sea muy diferente al de Calígula. No lo sé y no me atrevo a compararlos. Pero en el eco de ambas voces oigo algo:
Calígula: Necesito la luna o la dicha o la inmortalidad. Algo descabellado, quizás, pero que no sea de este mundo.
Carlos: “Nunca he sido sensato y no me arrepiento de ello. Ojalá pudiera vivir pensando que la madurez será una noche maravillosa, llena de estrellas y que el amanecer del otro día será la muerte”.
©Miriam Fletcher, periodista y productora venezolana, amiga de Carlos Giménez.



Texto del programa de mano de la obra “Calígula”. Fuente: Carmen Carmona