Hace poco tiempo Carlos Giménez
estremecía y emocionaba los escenarios montando obras de teatro que se convertían en
acontecimientos de la cultura latinoamericana. Quienes fueron espectadores de aquella
época teatral sienten que eso fue ayer nomás. Pero en realidad, los años
pasaron como una angustiosa tromba, tan aprisa, que hoy, cuando se menciona el
nombre de Carlos Giménez, muy pocos individuos de las nuevas generaciones saben
de quién se está hablando y por qué. El olvido es una injusticia.
Sin embargo, la memoria que envuelve como una
matriz a Carlos Giménez, está allí, consolidándose en hemerotecas y
bibliotecas, en la historia del teatro mundial y latinoamericano. Y siempre habrá
alguien transitando los ámbitos de los archivos y los recuerdos. Alguien que
perennemente se encontrará con Carlitos y sus hazañas en el arte y lo
mencionará y lo hará renacer.
Con su trabajo elaborado en un nivel que
suscitaba admiración y asombro, Carlos Giménez
logró que resultara imposible olvidar su obra y su carismática persona.
El día que captó la atención de una creadora llamada Viviana Marcela Iriart, se
puso en marcha la maravilla de incorporar la palabra del espectador al proceso
mágico y emocional del teatro.
Transcurrieron los años sin ese teatrero
portentoso y siguen transcurriendo con ese vacío, pero ahora Viviana se ha
dedicado a buscar la opinión de muchos latinoamericanos sobre lo realizado por
Carlos Giménez en el teatro, y muy particularmente en la escena venezolana.
Ella ha logrado que mucha gente saque a
relucir sus recuerdos, sus vivencias con Giménez y eso enriquece esta memoria y
ahuyenta el olvido. Porque cada persona escogida conoció a Carlitos, lo trató,
lo vivió como una temporada dinámica, transformadora y muy especial del arte
escénico.
"La muerte de Carlos Giménez significó
para el teatro la pérdida de su dirigente más importante y más temido, incluso
por las instancias gubernamentales. Porque más allá de su labor como director,
que fue sumamente importante porque nadie pudo ser y nadie podrá ser
indiferente a sus criterios sobre la puesta en escena y sobre la forma como él
construía sus espectáculos, supo ser un gran dirigente con una marcada
influencia social. De tal manera que el teatro venezolano no ha vuelto a tener
una persona como él. Yo, que lo critiqué duro y que la gente en el mundo del
teatro sabía que no había una sintonía buena entre nosotros dos, reconozco que
su ausencia es una de las peores cosas que le ha ocurrido al teatro
venezolano”.
En medio de sus reflexiones honestas y
certeras, Marta Candia dijo “Hola Carlitos, no estoy recordándote porque
siempre estás en el tiempo que pasa tan rápido...”. Y por su parte, Sonia
Martin también le habló al hombre y su recuerdo: “Viniste a este mundo a hacer lo que tenías que
hacer y lo has hecho perfecto. Te puedes ir con tranquilidad y los honores te
los pondremos nosotros, los que te admiramos”.
Cada persona motivada por Viviana
Marcela Iriart, fue haciendo un retrato de Giménez, un perfil revelador y eso
se verá, más temprano que tarde, como un álbum valioso de la familia
latinoamericana. No hay alabanzas inmerecidas ni descripciones exageradas: sólo
reconocimientos de un espíritu y de una obra colocados en la justa balanza del
arte.
Pilar Romero, una de las mejores amigas y compañeras de
teatro de Carlos Giménez en Venezuela expresó: “Es el gran ausente de la escena
venezolana. En la época de los festivales internacionales estaba en Caracas
–sin muchos recursos- el mejor teatro del mundo y Carlos siempre con su voz de
mando decía ¡Puerta libre! Era teatro
del primer mundo sin tener que costearnos caros pasajes a tierras lejanas.
Fueron banquetes artísticos…Tenía una generosidad que se perdía de vista”.
La
actriz Norma Aleandro, cuyo talento es recordado siempre en Venezuela, comentó
lo siguiente sobre Carlos Giménez:
“Es
imposible no sentir la ausencia de un ser semejante, que ha dejado una huella
imborrable en la cultura de un país y del mundo”.
Carlos Giménez hablaba con el sonido
fascinante de la verdad, que en teatro se vuelve poesía y termina invocando al
espíritu de Shakespeare. Su tono alcanzaba en los corazones la potencia y la
belleza de una trompeta idónea para el juicio final.
Cuando falleció tenía 46 años de edad y
una trayectoria inimaginable: había estremecido los escenarios de varios
continentes con el grupo Rajatabla del Ateneo de Caracas. Se dirá, con mucha
razón, que un año de Carlos Giménez equivalía a una década. Pero esa sensación
solo persiste en el ánimo de quienes tuvieron el privilegio de ver las obras
que él dirigía.
En una entrevista con Viviana Marcela
Iriart, Carlos Giménez dijo:
“…Invariablemente hay temas que me preocupan
como el aspecto de la intemporalidad: el teatro no es un video, no es una
película, sino algo absolutamente transitorio en su esencia. Sabemos que cuando
baja el telón hemos visto una función que no volverá a repetirse nunca jamás”.
Caracas, febrero 2016
Prólogo del libro "¡Bravo, Carlos Giménez!": entrevistas de Viviana Marcela Iriart y textos de Carlos Giménez