¡Bravo, Carlos Giménez! "Mi Tío Juan Carlos Giménez", por Carlos Cassina, Córdoba, Argentina, noviembre 2015











"Yo, que no tengo hijos, me asombro de ver en mis sobrinos mucho de mis gestos, de mis rasgos físicos… 
es la genética, la eternidad de la especie, por eso el mundo es eterno." 
Carlos Giménez, entrevista  de Sylvia Benzaquén, Revista Estampas, El Universal, 1983




Hola Vivi, ayer venía de viaje y me puse a recordar de las venidas de mi Tío a Córdoba, parte de mi infancia, espero recordarlas ahora.

Lo primero que puedo contarte, y que quedó muy marcado en mi memoria, fue la “afonía” de mi abuela, doña Carmen, quien una semana antes de que llegara su hijito comenzaba a quedarse sin voz; allí nos dábamos cuenta de que el Tío Juan Carlos, como lo llamábamos nosotros, estaba por llegar. Pobre viejita, se desvivía por su hijo, tenía que estar todo bien, pero fundamentalmente tenía que tener la heladera llena de todo lo que le gustaba a él: queso y dulce de batata, ¡¡¡infaltables!!!!; salame y mortadela, otro clásico; además del vino y la cerveza, por dar un ejemplo…




 



La cuestión es que cuando llegaba se movilizaba toda la familia a buscarlo al aeropuerto y se lloraba de emoción; ¡imagínate cuando se iba! En fin, la cosa es que cuando mi abuela comenzaba a recobrar la voz, al poquito tiempo nuevamente la afonía, porque el Tío se iba.

Para nosotros, sus sobrinos, era como que llegaba Papa Noel, siempre con regalos, ¡y qué regalos para esa época!: una pista escalectric, un robot con luces, metegol a botonera, etc., etc., etc. Recuerdo que en uno de sus viajes vino con Ángel Acosta, y como ya éramos más grandes, no nos trajo juguetes. Pero al día siguiente fuimos al centro mi hermano Pablo, Ángel, él Tío Juan Carlos y  yo, y terminamos en una casa de deportes comprando los mejores botines que jamás tuvimos, unos Adidas espectaculares, nuestros primeros botines como los profesionales, ¡una alegría inmensa! 

Toda esta etapa transcurrió en Barrio Jardín desde donde él partió a buscar su futuro y luchar por sus sueños y hacer teatro. Más adelante en el tiempo, cada vez que venía a Córdoba (yo ya manejaba), la vuelta obligada era pasar por la casa de Ignacio Garzón 941 en Barro Jardín; parar, sin que los vecinos se dieran cuenta de que estábamos allí, y era como su momento de reflexión, vaya a saber que sentimientos habrá tenido, pero se hacía un silencio grande y se sentía una vibra de mucha emoción. De allí volvíamos para el centro y parada obligada frente al Teatro Rivera Indarte, hoy Teatro San Martín; también mucha emoción.

Otra anécdota que recuerdo mucho fue estando en esa casa de Barrio Jardín, no recuerdo que obra mi Tío presentaba pero vino con todo el grupo Rajatabla y paraban en lo de mi abuela, en lo de mi tía Anita y en el departamento de mis padres. Con nosotros estuvo una pareja francesa y  se los ubicaba donde se podía. Me acuerdo que esa vez hacía mucho frío y Paco (Alfaro) se fue a bañar. En esa casa la garrafa estaba en el baño (un peligro) y mi Papá, al darse cuenta que se demoraba mucho, fue a golpearle la puerta. Al no responder, con mi Abuelo la rompieron y lo encontraron desmayado en el suelo. Por suerte vino la ambulancia y no pasó más que un susto, pero un ratito más y a otra cosa. No era el día de su partida.

Todas las veces que el Tío Juan Carlos vino nunca lo hizo solo, siempre lo hacía con gente o con su grupo Rajatabla, todo un batallón; siempre estaba acercándose gente, periodistas, amigos, etc. Nosotros nos conformábamos con tenerlo cerca o escucharlo hablar de lo que sea, daba gusto; hasta cuando hablaba de sus viajes, tantos países, tantas experiencias, más para nosotros que el viaje más largo que habíamos hecho había sido a Cosquín, ¡y con suerte, ja ja ja!

La cuestión es que él era el centro de atención desde que llegaba hasta que se iba. Cuando trajeron la obra “Bolívar” al San Martín, para el estreno le pidió a mi Mamá que preparara algo como para agasajar al grupo luego de la función. Mi vieja, preocupada, le preguntó cuántos eran, ya que si bien mi casa no era chica, tampoco estaba preparada para mucha gente y menos en invierno que no podíamos salir al patio. Le dijo: “el elenco, nada más.” ¿¿¿¿Nada más??? El guacho se invitó hasta los acomodadores del teatro, tuvimos que salir a buscar más comida, la gente no entraba en la casa, un desastre, pero él estaba feliz, un maestro, ja ja ja.

El contacto con nosotros siempre fue algo distante para entablar una conversación, pero muy cercano en sentimientos; siempre atento con lo que nos pasaba al igual que nosotros con él. Pero eso es algo que me quedó en el tintero, me hubiese gustado hablar más con él y decirle muchas cosas, pero pensándolo bien, creo que con los actos y acciones de cada uno, sabíamos cuánto nos queríamos. 








Ya de grandes, yo ya había terminado mi carrera universitaria, nos invitó a mi hermano, mi Abuela y a mí a que fuéramos a Venezuela. Nos alojó en casa de mi tía Anita (pobre, nos tuvo que bancar ella), pero la pasamos de diez con nuestras primas y mis tíos. A él apenas sí lo veíamos, estaba a full, como siempre, con el trabajo. Tan es así que tenía que viajar a México, y nos invitó a Pablo y a mí para que lo acompañáramos, nosotros chochos, ¡la cuestión es que lo vimos menos que en Venezuela! En el avión, él en primera y nosotros turistas; en el  hotel, él por un lado y nosotros por el otro; y durante el día él tenía reuniones de trabajo, así que nos contrató un guía y nos mandó  a conocer las Pirámides de Teotihuacán, alucinante. Un viaje que no olvidaremos más. Allí nos dimos cuenta  que el diálogo nos costaba, pero que era la forma que teníamos de relacionarnos, de estar juntos,  y así lo entendimos. 

Luego de ese viaje volví a Venezuela a trabajar con mis tíos Percy y Anita; no sólo me dieron trabajo sino que me acogieron como parte de su familia a la que sumé dos hermanas más: Mariana y Ana Gabriela.

Con Carlos trabajé junto a Mariana en la superproducción de “Mozart”, en el Teatro Teresa Carreño; fue una experiencia hermosa verlo trabajar y en una faceta de él que no conocía, muy lindo y enriquecedor a la vez.

¡Y qué hablar del respeto que inspiraba! ¡Y de su trayectoria en Venezuela!

Para nosotros es un orgullo que sea simplemente nuestro Tío Juan Carlos.


Sobrino de Carlos Giménez, hijo de su hermana Norma.
Ingeniero Agrónomo
Noviembre 2015
Córdoba, Argentina




Artículo del libro