He
escuchado y leído muchos comentarios referentes al “poder político” que tenía Carlos Giménez en Venezuela y siempre hice caso omiso para no dar una opinión
subjetiva, y digo “subjetiva” porque soy un sujeto con capacidad de opinión y
el afecto me puede hacer equivocar.
Creo
que Carlos era un hombre político, polémico, transgresor que logró aunar y
crear muchos espacios de trabajo artístico que él mismo coordinaba y por ende respondían incondicionalmente a ese mando.
Creo que tuvo la suficiente inteligencia y sabiduría para golpear y abrir la
puerta adecuada que le facilitó el acceso a presupuestos que le permitieron dar
rienda suelta a sus aspiraciones artísticas y estéticas sin renunciar a su
lucha y denuncia del poder espurio.
Nada
lo detenía. Nada.
He
llegado a ver en sus exequias a sus supuestos detractores llorando. Ya no tendrían
la oposición que les daba fuerza, que los obligaba a competir, a elevar sus
aspiraciones artísticas, y parafraseando a ese gran estadista argentino que fue
don Ricardo Balbín, quién ante el féretro de Juan Domingo Perón, su eterno
contrincante político, dijo entre lágrimas una de las frases más profundas de
nuestra historia más reciente: “Este viejo adversario despide a un amigo”.
Carlos Giménez fue ese amigo del teatro venezolano que logró vencer las
fronteras geográficas para demostrar que no existen los límites culturales, salvo
los que uno mismo se pone, que nunca se quedó en la mitad de nada –en el lugar
de los mediocres- sino que arremetió con toda su potencia intelectual y
creatividad dejando de lado su zona de confort para lograr sus objetivos
artísticos.
No
voy a detenerme en una descripción del Carlos Giménez creador, artista, ser
humano, porque de eso se ocuparon los más destacados periodistas y escritores
que lo conocieron tanto o más que yo, pero no viví instancias políticas
venezolanas y considero que no tengo derecho a opinar sobre un tema que no
conozco en profundidad. Si sé que Carlos, con ese poder que le adjudicaban,
pudo brindar más y mejores espectáculos y oportunidades a todos los artistas de
aquel país, y no solo en la capital sino a lo largo de toda su geografía, algo
que ni aún hoy en esta Argentina, tan culturosa, hemos logrado: que los
recursos y posibilidades no se diluyan antes de llegar al interior.
Lo
único que puedo asegurar es que en ese Rajatabla, en el Taller Nacional deTeatro y en el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela se respiraba arte, trabajo,
esfuerzo, entrega, mística, compromiso; que Carlos, Pepe, Paco Alfaro, Daniel
López y Aníbal Grunn eran una máquina de generar creaciones artísticas y
contagiaban a los elencos de esa energía de ese movimiento constante donde lo
más importante eran el teatro y el público.
Carlos
se fue, como tantos otros compañeros inolvidables de Rajatabla, pero en mi
memoria quedará por siempre el recuerdo de lo vivido con ellos, de lo aprendido
con Carlos, mi afecto y mi agradecimiento, la confianza, los desafíos
enfrentados que me hicieron recapacitar sobre mis posibilidades como artista,
mi templanza ante la adversidad y entender las inexplicables razones por las
que elegí esta bendita profesión-manía de ser actor.
Solo
una cosa más: Carlos se llevó consigo una invitación de otro genio del teatro:
Giorgio Strehler, quién lo había convocado para realizar una puesta en el
Piccolo Teatro de Milán, y algo más preciado, un sueño que solo conocíamos sus
más allegados: llevar a escena“Cien
años de soledad” de Gabriel García Márquez.
¿Quién
sabe, verdad? Para él nada fue imposible, salvo vencer su destino.
Actor cordobés. Perteneció al elenco oficial de la Comedia Cordobesa y fue integrante del grupo El Juglar de
Carlos Giménez. Ha transitado todos los géneros artísticos, desde el
circo (donde nació), el radioteatro, el teatro, el café-concert, el
music-hall, la televisión y el cine. Con la obra El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez y dirigida por Carlos Giménez,
recorrió los principales teatros de Europa, Estados Unidos y
Latinoamérica. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Venezuela.
Izquierda: Roberto Stopello, Carlos Giménez, Lito Mateu y Jorge Arán, en Nueva York
Con mi querida y admirada amiga FRANCIS RUEDA, camerino de "EL CAMPO"
En
realidad estos datos son solo un rompecabezas sin fechas precisas pero que no
quería dejarlos pasar por alto.
Los
primeros días en Caracas Carlos me asignaba tareas y además me sugería que
viera espectáculos teatrales para que me interiorizara de lo que se estaba
haciendo y las estéticas que trabajaban los directores de escena.
Así
es como fui a ver a la Compañía Nacional de Teatro que me deslumbró con la
puesta en escena de “La ópera de los tres centavos” de Bertold Brecht, en una
versión muy caribeña y divertida llevada hacia la comedia musical que le daba
un sentido más cotidiano y actual a ese magistral libro ycon muy buenas interpretaciones.
También
conocí al Grupo Theja con la puesta en escena de “Cyrano de Bergerac” de Edmond
Rostand en versión de la autora Xiomara Moreno que, en realidad me encantó
tanto el ritmo, la versión como las actuaciones muy logradas.
En
la Sala María Teresa Castillo funcionaba el Centro de Directores
para el Nuevo Teatro y allí me reencontré con un querido amigo, Daniel Uribe,
un joven director que había dirigido a la Comedia Cordobesa con la puesta de
“Fango Negro” del autor venezolano Juan Gabriel Núñez en la que participé de su
reparto. Daniel me invitó a ver un espectáculo dirigido por él que me encantó
por las actuaciones de las dos actrices: Nazareth Gill y Norma Fernández en la
obra titulada “La hora menguada” del autor César Rojas.
También
tuve el gratísimo placer de ver “Arsénico y encaje antiguo” escrita en 1933 por
Joseph Kesselring, en una sala del centro de Caracas, en una estupenda y
divertida puesta donde eran protagonistas los abuelos de Natalia Martínez, actriz
colega de Rajatabla, de quienes no me acuerdo sus nombres, pero sí de su
trabajo ya que me recordaron a los actores de mi familia que también habían
hecho esta obra: abuelos, padres, tíos, y me despertaron una ternura infinita.
En
mi afán por ver espectáculos consulté con Andrés Vásquez, esa semana me invitó
a ver “El circo del canguro”, un espectáculo maravilloso donde la estrella era
–obviamente- un canguro. En este circo todo salía mal perfectamente planificado:
los acróbatas erraban sus acrobacias, los cortinados se caían dejando ver a los
artistas cambiando de ropas transgrediendo todo el glamour y el misterio que el
circo conlleva. Hasta que finalmente aparecía el famoso canguro que como no
tenía ganas de trabajar se escapaba para correr entre el público ocasionando un
caos total que terminaba por destruir lo poco que quedaba en pié. Me pareció
una idea genial, el público no paraba de reír ya que era la antítesis de
cualquier espectáculo. Formidable! Era la desmitificación perfecta de cualquier
magia escénica.. Hasta la orquesta que acompañaba en vivo los números circenses
montada en una plataforma comenzaba a tambalearse hasta quedar los músicos
cabeza abajo… y seguían tocando sus instrumentos como colgados por sus pies…!
Camerinos de PEER GYNT, con Ramón Titi Goliz, Andrés Vásquez y Nazareth Gill
Otro
momento especial se dio el día que Andrés me invitó a ver el show de Celia
Cruz, aluciné con ver ese espectáculo en vivo…!!! Y allá fuimos. La cantidad de
público era impresionante, pero Andrés se acercó a la entrada, habló con
alguien y regresó donde yo estaba, venía sonriendo pícaramente. Qué pasó?
Conseguiste los boletos? pregunté. Ahora verás, me contestó. Al momento
apareció un señor y le dijo: Andrés, ven, pasa por aquí, y nos indicó un
pasillo. El señor y Andrés iniciaron una conversación cotidiana como esas
casuales entre gente conocida. Y que tal, quehubo Andresito? Dónde estás trabajando? Y Andrés orgullosamente le
respondió: Todo bien, soy el asistente de producción artística de Carlos
Giménez..! Al fin llegamos a un sitio que obviamente eran los camerinos. El
señor llamó a una puerta, la entreabrió y dijo: Mira quién nos visita,
Andresito Vásquez..! Desde adentro se escuchó una voz ronca de mujer que
respondió: Andresito? Pasa mi amor…!!! Entramos y allí estaba: Bata blanca de
raso, inmensas pestañas postizas, cabello recogido en la nuca, blanco de canas
y una sonrisa inconfundible: Celia Cruz la guarachera, en persona, estaba allí.
Saludos, besos, apretones de manos y mi arrobamiento ante tanto carisma
desbordante y natural. Me dio un beso
cuando Andrés me presentó como un nuevo actor de Rajatabla y me dijo: “mira
niño, échale bolas, cuando uno está lejos de su tierra hay que echarle bolas al
trabajo y vas a tener mucha suerte”. Andrés le ayudó a elegir la peluca que se
pondría entre no menos de diez que tenía preparadas. Vimos el show de casi dos
horas y desde el escenario no se privó en mandarnos besos, saludos y hasta un
“azúcar” que sonó más dulce que nunca.
Recuerdo
que me cambié de domicilio porque habían llegado las esposas de mis amigos
Marcelo y Augusto, los escenógrafos, y me pareció oportuno que las parejas
vivieran solas y yo me fui a compartir departamento con Roberto Stopello, Aniuska
Chouha, José Camacaro y nuestro perro Bagoas. O sea que desde el edificio
Tacagua, me fui al edificio Mohedano del mismo Parque Central.
Todo
ocurría al mismo tiempo,los ensayos a
contrarreloj, las clases en el T.N.T., las reuniones…
todo! Entre tanta cosa, un día Carlos me invitó a una reunión con amigos suyos
entre los que estábamos Marcelo Pont Vergés, Augusto González, Roberto Stopello
y yo. Sus amigos eran nada menos que Tania Libertad, la estupenda
cantante radicada en México, el Negro Rada, músico uruguayo y la banda de
músicos que los acompañaba. Cenamos, nos divertimos con anécdotas, Tania y el
Negro Rada cantaron hasta la madrugada y yo tuve que hacer un monólogo porque
el show debía ser total. Tania nos regaló su último disco el que aún conservo
en cassette.
En
cuanto a la convivencia en mi nuevo domicilio era más que pacífica, se diría
placentera…! Cada uno tenía su espacio y cuando nos encontrábamos disfrutábamos
mucho de las conversaciones.
Con
Aniuska era con quién más me encontraba. Cuando yo regresaba de los ensayos la
encontraba viendo películas o series de televisión habladas en inglés que yo
trataba de entender y aprovechábamos para hacer la merienda juntos que, poco a
poco, pero cada vez más notorio dejaban de interesarnos las películas y a
interesarnos más por las comidas, hasta que aquello se convirtió en “El té de
las gordas”, una manera de reírnos de nosotros mismos y de nuestras
debilidades. Inolvidables tardes de charlas y cosas ricas…!
Por
otra parte yo notaba que entre los actores de Rajatabla: Germán Mendieta,
Rolando Jiménez, Jesús Araujo, José Luis Montero, Vito Lonardo, José Sánchez y
Aitor Gaviria hablaban en camarines de ira un lugar pero no me invitaban y eso despertaba aún más mi curiosidad.
De manera que un día no me aguanté y
pregunté de qué se trataba. Andrés Vásquez, que era el promotor de aquel
movimiento, como de todos los que había en camarines, me respondió que ellos
acostumbraban a ir a comprar ropa a un lugar que se llamaba Quinta Leonor, en
La Guaira, pero que les daba pena invitarme. Ni loco me pierdo eso, le dije. El
primer día de descanso que tuvimos, allá fuimos. Quinta Leonor era un
galpónenorme donde los conteiners de
los barcos botabanropa importada de
distintos países y de importantes marcas, de manera que eran montañas de ropa
que podías revolver hasta encontrar lo que te gustaba y que te quedara bien, y
la gran ventaja era que cada prenda costaba un dólar, también había calzados de
vestir y tenis. No solo me compre todo un closet nuevo de guardarropas sino que
regresé otro día y compré ropa para llevar a mi familia cuando regresara a
Córdoba.
Con Germán Mendieta, Andresito e Irabé Seguías.
Esta
parte parece ser dedicada especialmente a Andrés Vásquez, y lo es, ya que fue
mi ángel guardián además de ser la persona más divertida y querible que he
conocido en mi vida, hasta tuve la suerte que viniera a Córdoba a pasar un fin
de año con nosotros, invitado por Augusto González el escenógrafo, y tenerlo
aquí y poder brindarle todo mi cariño hasta compartir lo que llamamos un
“pijama party”, ya que no dormimos en toda una noche contándonos novedades y
divirtiéndonos como locos. Quiero aclarar que fue una de las personas más
leales que tuvo Carlos Giménez a su lado, que era capaz de trabajar sin
descanso para conseguir lo que ese maravilloso director necesitaba, y vaya que
si Carlos demandaba trabajo..!
Andrés
fue también el gestor de que yo conociera una celebración de San Benito. Tanto
insistí que un día me aclaró que no era una celebración donde pudieran ir
blancos ni extranjeros, que era exclusivamente afro-caribeña, pero yo insistía
hasta que un día me dijo: Ok, hablé con un amigo que hace un San Benito en su
casa y serás bienvenido, pero no puedes participar en nada. Te sentarás conmigo
y de allí no te mueves. Aún me estremezco con el sonido y el ritmo de los
tambores. No puedo contar más porque eso prometí: ver y callar, pero el impacto
visual y anímico que recibí no podré olvidarlo jamás.
Que
acelerado fue todo, pero que hermoso regalo el de Carlos de invitarme a vivir
todo eso, porque él sabía que yo lo estaba disfrutando. En qué andas ustedes? me
preguntaba, y yo le contaba todo, y Carlos se reía mucho y agregaba: Si vas con
Andrés está todo bien.
Cuando
viajamos a Alemania para hacer El Coronel no tiene quién le escriba, creo que en
Hamburgo, Carlos me invitó a ir a un centro comercial muy importante. Fuimos a
una boutique masculinaporque él
necesitaba comprarse un abrigo por si volvía a Europa en invierno. Eligió
algunos sobretodos y me pidió que me los pusiera porque teníamos la misma
talla, así él podía verlos en detalle. Cuál llevarías? me preguntó. Yo elegí
uno color marfil con cuello smoking, sin botones pero con un cinto en lazo y
uno negro cuello mao más clásico. “Mira, me dijo, llevo los dos pero los tienes
que poner entre tus cosas hasta que lleguemos a Caracas. A ti no te dirán nada,
pero si los cargo yo Paco seguro me regaña por el peso del equipaje”. De manera
que los llevé conmigo. Todo se precipitó por su salud y regresamos a Caracas
antes de lo previsto y yo guardé celosamente esos abrigos en mi closet hasta
después de sus exequias. Después de unos días los llevé a casa de Anita y le
conté la razón por la que yo los tenía. Cuando me los recibió Ana me dijo que
si él los había confiado a mí, debía quedármelos yo, pero no acepté su
ofrecimiento de ninguna manera. Eran de Carlos y conservarlos hubiera ahondado
mi dolor por semejante pérdida.
POSDATA: TE EXTRAÑO AMIGO QUERIDO
He
escuchado y leído muchos comentarios referentes al “poder político” que tenía Carlos
Giménez en Venezuela y siempre hice caso omiso para no dar una opinión
subjetiva, y digo “subjetiva” porque soy un sujeto con capacidad de opinión y
el afecto me puede hacer equivocar.
Creo
que Carlos era un hombre político, polémico, transgresor que logró aunar y
crear muchos espacios de trabajo artístico que él mismo coordinaba y por ende respondían incondicionalmente a ese mando.
Creo que tuvo la suficiente inteligencia y sabiduría para golpear y abrir la
puerta adecuada que le facilitó el acceso a presupuestos que le permitieron dar
rienda suelta a sus aspiraciones artísticas y estéticas sin renunciar a su
lucha y denuncia del poder espurio.
Nada
lo detenía. Nada.
He
llegado a ver en sus exequias a sus supuestos detractores llorando. Ya no tendrían
la oposición que les daba fuerza, que los obligaba a competir, a elevar sus
aspiraciones artísticas, y parafraseando a ese gran estadista argentino que fue
don Ricardo Balbín, quién ante el féretro de Juan Domingo Perón, su eterno
contrincante político, dijo entre lágrimas una de las frases más profundas de
nuestra historia más reciente: “Este viejo adversario despide a un amigo”.
Carlos Giménez fue ese amigo del teatro venezolano que logró vencer las
fronteras geográficas para demostrar que no existen los límites culturales, salvo
los que uno mismo se pone, que nunca se quedó en la mitad de nada –en el lugar
de los mediocres- sino que arremetió con toda su potencia intelectual y
creatividad dejando de lado su zona de confort para lograr sus objetivos
artísticos.
No
voy a detenerme en una descripción del Carlos Giménez creador, artista, ser
humano, porque de eso se ocuparon los más destacados periodistas y escritores
que lo conocieron tanto o más que yo, pero no viví instancias políticas
venezolanas y considero que no tengo derecho a opinar sobre un tema que no
conozco en profundidad. Si sé que Carlos, con ese poder que le adjudicaban,
pudo brindar más y mejores espectáculos y oportunidades a todos los artistas de
aquel país, y no solo en la capital sino a lo largo de toda su geografía, algo
que ni aún hoy en esta Argentina, tan culturosa, hemos logrado: que los
recursos y posibilidades no se diluyan antes de llegar al interior.
Lo
único que puedo asegurar es que en ese Rajatabla, en el Taller Nacional de
Teatro y en el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela se respiraba arte, trabajo,
esfuerzo, entrega, mística, compromiso; que Carlos, Pepe, Paco Alfaro, Daniel
López y Aníbal Grunn eran una máquina de generar creaciones artísticas y
contagiaban a los elencos de esa energía de ese movimiento constante donde lo
más importante eran el teatro y el público.
Carlos
se fue, como tantos otros compañeros inolvidables de Rajatabla, pero en mi
memoria quedará por siempre el recuerdo de lo vivido con ellos, de lo aprendido
con Carlos, mi afecto y mi agradecimiento, la confianza, los desafíos
enfrentados que me hicieron recapacitar sobre mis posibilidades como artista,
mi templanza ante la adversidad y entender las inexplicables razones por las
que elegí esta bendita profesión-manía de ser actor.
Solo
una cosa más: Carlos se llevó consigo una invitación de otro genio del teatro:
Giorgio Strehler, quién lo había convocado para realizar una puesta en el
Piccolo Teatro de Milán, y algo más preciado, un sueño que solo conocíamos sus
más allegados: llevar a escena“Cien
años de soledad” de Gabriel García Márquez.
¿Quién
sabe, verdad? Para él nada fue imposible, salvo vencer su destino.
Actor cordobés. Perteneció al elenco oficial de la Comedia Cordobesa y fue integrante del grupo El Juglar de
Carlos Giménez. Ha transitado todos los géneros artísticos, desde el
circo (donde nació), el radioteatro, el teatro, el café-concert, el
music-hall, la televisión y el cine. Con la obra El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez y dirigida por Carlos Giménez,
recorrió los principales teatros de Europa, Estados Unidos y
Latinoamérica. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Venezuela.
Izquierda: Roberto Stopello, Carlos Giménez,
Lito Fernández Mateu, Jorge Arán, New York, 1987.
Marcelo Rodríguez, izquierda, Francis Rueda y Ángel Fernández Mateu
Teatro Teresa Carreño
Tan solo con entrar al hall me transportaba a un lugar
de ensueño, donde las ilusiones se transformaban en realidad, donde se
respiraba ARTE. Recorrerlo era alimentar una esperanza inútil. Sus jardines
colgantes, su moderno diseño y sus salas de ensayo lo convierten en uno de los
teatros más importantes y bellos de Suramérica con el que sueña pisar cualquier
actor.
Su sala principal, la Ríos Reyna, tiene un aforo de
dos mil quinientos espectadores, un enorme escenario dotado de ascensores que
permiten el armado y desarmado de complejas escenografías, tanto en su subsuelo
como ensutramoya. Talleres equipados convenientemente
para la realización y producción de las obras: salas de vestuario, sastrería,
maquillaje, peluquería, zapatería, utilería, maquinaria, iluminación y sonido
con efectivos recursos tecnológicos, además de camerinos equipados con total
confort para los artistas y patio de actores con ascensores al escenario y
personal especializado en cada área de trabajo.
Por gestión de Rajatabla
pude conocerlo en su totalidad. Salí de allí con un sabor extraño. Yo conocía o
había trabajado en grandes teatros como el Cervantes, el San Martín y el
magnífico Teatro Colón de Buenos Aires, o el Teatro del Libertador (ex Rivera
Indarte), el Teatro Real o la Sala de las Américas de la Ciudad de Córdoba, espléndidos teatros construidos a la italiana o isabelinos, pero
no lograba imaginarme parado en el escenario del Teresa Carreño. ¡Qué maravilla…
era el sueño del pibe!
Alguien me contó que Carlos
Giménez tuvo mucho que ver en su diseño y construcción pero no tengo
documentación que avale su participación en esa gran obra, ni siquiera él mismo
me lo comentó.
Conocí este teatro cuando recién cumplía diez años de
su inauguración.
PepeTejera norecuperaba su salud y a
pedido de él comenzamos a tener reuniones donde me explicaba movimientos de la puesta de El
Coronel no tiene quien le escriba y sobre todo trabajamos el particular
tono vocal utilizado en la obra. También me asesoró sobre el uso del
chinchorro, la famosa hamaca de dormir de El
Coronel ya que el mismo personaje la movía en escena y me enseñó cómo
llevar en brazos el gallo de riña y tomarlo de manera tal que no me diera
picotazos en las manos.
Cada día en cada charla, Pepe
me transmitía esa experiencia única que nos queda a los actores cuando hemos
expuesto el personaje al público y éste no sólo lo ha aceptado sino que se ha identificado
con él, ha entrado en esa maravillosa convención que se genera tácitamente
entre actor y espectador, donde uno dice ser determinada persona y el público
decide creerte y aceptar el juego. Esto es el hecho teatral en sí, un juego de
convenciones.
El trabajo era difícil, pero Pepe
jamás expresó pesar al transmitirme su enorme experiencia, todo lo contrario,
cuando advertía alguna duda, que hubo muchas, él me decía: “Cópiale el tono a
Aura –Aura
Rivas, esa excelente actriz que interpretaba a la esposa- síguele el ritmo
y la cadencia, Carlos
te dará lo demás”. Jamás me hizo sentir que se estaba despidiendo de algo tan
preciado para los actores: un personaje maravilloso.
UNA REUNIONMULTIDISCIPLINARIA
Ángel "Lito"Fernández Mateu
Marcelo Rodríguez como Mozart
El ciclón Giménez
no dejaba de generarideas en su
permanente búsqueda de temáticas para llevar a escena, entonces, cuando creías
que se había apaciguado y que amainaba la tormenta te invitaba a una cena y te
atragantaba de proyectos “gloriosos” (palabra muy usada por Carlos)
que yo consideraba irrealizables, pero para él la palabra “imposible” no
existía. “Si yo puedo imaginarlos,
ustedes deben tener la capacidad para realizarlos”, así nos contestaba, y
volvía a convencerme que me quedara un tiempo más en Venezuela, a lo que yo no oponía
ninguna resistencia.
Un día nos citaron a una reunión ampliada con a la Junta
Directiva de Rajatabla, el Directorio del Ateneo de Caracas, Directivos del
Teatro Teresa Carreño, personalidades de la cultura de aquel país, actores y
técnicos, para interiorizarnos del siguiente proyecto: Conmemorar el Bicentenario
de la muerte de Mozart,
instituido en Venezuela como “El año Mozart”, con una gran puesta en escena.
En lo que a nosotros concernía se resumía en un
espectáculo multidisciplinario titulado MOZART,
EL ANGEL AMADEUS, una obra escrita por el Sr. Néstor Caballero, un
libro estupendo donde cada personaje tenía sus momentos de lucimiento, hasta la
bellísima imagen de un Mozart niño interpretado por Francisco José Alfaro, hijo
de Paco Alfaro, que iniciaba la obra abriendo una gran puerta centraly la sombra del niño se proyectaba sobre el
escenario como presagio del genio que entraba a ese lugar. Imágenes de
película.
Aitor Gaviria y Francisco José Alfaro. Foto Luis Escobar
Quiero agregar
algo respecto a este estupendo autor venezolano que es el Sr. Néstor Caballero:
hace unos días me enteré que dos de sus obras“Musas” y “Dados” han sido traducidas y llevadas a escena en Irán. ¡Qué
orgullo para ese bello país! ¡Y qué honor para mí haber interpretado un
personaje escrito por él!
La única sala que podía albergar semejante elenco era
la Sala Ríos Reyna del imponente Teatro Teresa Carreño.
Los coros y la orquesta sinfónica serían dirigidos por
sus propios directores; la escenografía y vestuario les fue encomendada a
Augusto González y Marcelo
Pont Vergé; el diseño de iluminación al Sr. Ángel
Ancona, talentosísimo diseñador que actualmente está en su país (México) en
el bello teatro Esperanza Iris del D.F., configurando así una propuesta que
sería calificada como “sorprendente” porpropios y ajenos ya que se integrarían los conocidos valores musicales
con un elenco de primeras figuras, el que tuve el honor de integrar
interpretando un personaje soñado: Salieri, con un texto estupendo de Néstor
Caballero y la dirección general –inolvidable- de otro genio: Carlos
Giménez.
Al comenzar los ensayos, Carlos
me indicó su visión sobre Salieri, lo que él quería de ese personaje y yo debía
transmitir: “Quiero que se olviden del
mito del Salieri resentido y oscuro, quiero un ser bello, un músico talentoso
en toda la excelencia de la palabra, un Salieri que escribía para el emperador
y su corte porque ese era su trabajo, contraponiéndose con un Mozart genial con
todasu rebeldía y desprecio por lo
monárquico y lo material”.
Una de las escenas más bellas, estéticamente, era en
la que Salieri hacía un pacto con Satanás en la que se comprometía a escribir
un réquiem para todos los muertos a cambio de un poco de la genialidad de
Mozart (interpretado por Marcelo Rodríguez), y todo lo que conseguía era que la
esposa de Mozart, Konstance (interpretada por Francis
Rueda) le entregara el famoso réquiem escrito por el genial músico.
Francis Rueda y Marcelo Rodríguez
Debido a la enorme capacidad del teatro, y teniendo en
cuenta que trabajaríamos con la sinfónica y los coros en vivo, los actores
estábamos obligados a trabajar con micrófonos inalámbricos colocados en las
pelucas para que los textos se escucharan claramente. Esto requirió trabajos
extras de adaptación en la emisión de la voz y los retornos, e interminables
ensayos que yo hubiese querido que no terminaran nunca para disfrutar un rato más
de esa experiencia. Escuchar la Sinfónica, los Coros, mezclar nuestras voces en
aquel clima sublime predecía el éxito que se avecinaba.
Y un día nos probaban los vestuarios, las pelucas, el
calzado, se modificaban cosas, se incluían o excluían otras, familiarizarnos
con la preciosa escenografía que tenía zonas de transparencias por donde se
adivinaban los coros a ambos lados del escenario, aprovechar los efectos de
iluminación que generaba unos climas muy especiales en cada escena, hasta
disfrutar que el director de la sinfónica me enseñara a manejar una batuta para
la escena final donde Salieri dirigía el Réquiem que
interpretaba la
Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. ¡Complimenti…! Como decía mi abuelo.
En uno de esos agotadores ensayos, dos compañeros y yo
estábamos esperando en el patio de actores que nos dieran la orden de ingreso mientras
Carlos
hacía correcciones a otras escenas, y surgió entre nosotros una conversación
cotidiana:
Que hambre tengo, dije, ¿te haces tú mismo la comida? me preguntaron. Sí, contesté, me gusta y me entretiene. Otro actor agregó: Hoy me hice un pastel de papas…! Riquísimo. ¿Cómo lo haces? le pregunté. Mientras hago el puré, cocino el relleno y luego lo armo y al horno, contestó. Qué bueno, dije, un día pásame la receta, nunca lo hice.
No nos habíamos dado cuenta que todo en la sala era
silencio y de repente se oyó la voz de Carlos
que por micrófono decía: “Cuando los
actores dejen de pasarse recetas de cocina seguimos con el ensayo!”…
Primero nos paralizamos y luego no parábamos de reírnos porque no advertimos
que teníamos los micrófonos abiertos y nos escuchaban en toda la sala. ¡Qué
vergüenza ..! Pero fue un error del sonidista, porque al no estar en escena se
había pautado que no tendríamos los micrófonos habilitados. En fin, todos lo
tomamos a broma… incluso Carlos
que al salir me dijo: “cuando hagas el pastel de papas invítame a comer, ah,
y agrega en el menú milanesas..!”.
Al día siguiente finalizado el ensayo, Carlos
dio la orden que nos retocaran el maquillaje e hiciéramos una sesión de fotos
de promoción. Cuando al otro día llegué al teatro para el ensayo general me
quedéparado en la entrada, allí
estaban: hermosas, desafiantes, enormes, impecables las fotos del elenco que
anunciaban el inminente y grandioso estreno. Habían trabajado toda la noche
para realizar la cartelera y montarla.
Lo fue. Todo un suceso. ¿Qué más contarles? Un aplauso
interminable, mucha gente que nos abrazaba, prensa, fotos y una gran fiesta en
los jardines del Teatro, ese fue el colofón a tanto trabajo. Un cinco de
diciembre de 1991 para no olvidar nunca.
Después me fui tarareando bajito el Réquiem de Mozart por
Parque Central hasta el Edificio Tacagua donde vivía, y repitiendo el
textode Salieri escrito por Néstor
Caballero, antes de caer el telón final:
“Creo en el arte como el ojo que nunca llega
a cerrarse; creo en el arte como nuevo punto cardinal; creo en el arte como modo de vida, como edén
peligroso, creo en mí, Salieri, como un nuevo pentagrama. Creo en el arte,
porque desde allí juzgarán la tremenda violencia de los días, desde el arte se
hará la extirpación total de la mentira y no habrá más atrocidad en los
crepúsculos…Ven Satanás, rey de reyes, el infortunio no será para mí ni siquiera
una palabra y yo sé que soy más, soy Salieri… imperecedero arte Salieri…! Dame
la gloria Satanás, dame la gloria. Por el arte, eternamente, por el arte…”. TELON.
Llegué a mi departamento, me senté en el balcón desde
donde veía esa Caracas bellísima y solitaria y lloré, lloré mucho y también
agradecí mucho a Carlos,
a la vida, a mi buena estrella… aunque sé que nunca es suficiente cuando “¡el
sueño del pibe se ha cumplido”…!
Actor cordobés. Perteneció al elenco oficial de la Comedia Cordobesa y fue integrante del grupo El Juglar de
Carlos Giménez. Ha transitado todos los géneros artísticos, desde el
circo (donde nació), el radioteatro, el teatro, el café-concert, el
music-hall, la televisión y el cine. Con la obra El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez y dirigida por Carlos Giménez,
recorrió los principales teatros de Europa, Estados Unidos y
Latinoamérica. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Venezuela.
Ateneo de Caracas. Diseño afiche y foto: Marcelo Pont